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EL DISCURSO DEL BID:
LA DESIGUALDAD Y LA FATALIDAD TROPICAL

Eduardo Gudynas

Programa en democracia y ambiente en la integración regional,
Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Montevideo, Uruguay.
claes@adinet.com.uy
www.ambiental.net/claes

Muchos consideran que las riquezas naturales de América Latina son una bendición. Desde los tiempos coloniales han sido objeto de admiración y análisis, invocadas una y otra vez como la base sobre la cual descansaría el desarrollo. De esta manera, buena parte de las discusiones sobre el desarrollo continental han estado anclados en ese contexto ecológico.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha retomado desde 1997 esa atención a la geografía, pero dándole un giro sorpresivo: la cercanía a los trópicos y la riqueza ecológica incidiría aumentando la pobreza y la desigualdad. En efecto, entre los diversos factores que explicarían la alta desigualdad en América Latina, el BID destaca la disponibilidad en recursos naturales y la geografía. A juicio del banco, los países tropicales tienden a ser más pobres y desiguales. La inequidad se corresponde con la latitud. Este tipo de determinismo geográfico y ecológico es impactante: a mayor riqueza ecológica más se deterioran las opciones de desarrollo. Estas ideas del BID han pasado casi desapercibidas y merecerían detallados estudios, en especial por sus implicaciones sobre las políticas del banco, así como sus repercusiones en los gobiernos de la región. Por lo tanto merece la pena revisar las principales ideas en las que se apoya, con el objetivo primario de dar a conocer esas posturas con una primera revisión crítica de ellas.

La desigualdad geográfica

El BID en su reporte de 1998-99, afirma que la dotación de recursos naturales, especialmente los minerales y la disponibilidad de tierra para cultivos y ganados, está fuertemente asociada con la inequidad. La relación que defiende indica que a medida que aumenta la disponibilidad de esos recursos naturales, aumenta la desigualdad y la pobreza. La contra-cara de esta vinculación, y que el banco ejemplifica varias veces, se observa en países que poseen dotaciones reducidas en recursos, pero que han ganado en riqueza y equidad. A juicio del BID, cuanto más rico sea un país en recursos naturales, más lento será su desarrollo y su rezago.

La explotación de los recursos naturales, sigue explicando el BID, genera una renta que va a unas pocas personas, se desenvuelve por prácticas que requieren empleo reducido y una mínima educación, lo que junto con el concurso de otros factores termina desencadenando la situación de pobreza y desigualdad actual. El banco defiende un determinismo geográfico, donde los países tropicales, más cercanos a la línea del Ecuador, al poseer comparativamente mayores dotaciones de recursos naturales, terminan degenerando hacia condiciones de pobreza.

La forma en que se distribuye la propiedad de los bienes productivos es tan importante para la distribución del ingreso como son los volúmenes de esos recursos. En este terreno, según el BID, América Latina está en desventaja ya que la propiedad sobre los recursos naturales y las oportunidades para la educación están muy concentradas. Entonces el crecimiento económico y las nuevas oportunidades económicas que se brindan no están equitativamente disponibles para todos los grupos de población, y en casos extremos la concentración tiende intensificarse. Muchos coincidirían con esa afirmación, y de hecho eso es parte del problema. Pero el razonamiento del BID apunta en otro sentido. En tanto América Latina tiene aproximadamente la misma cantidad relativa de capital físico que otras regiones del mundo, se diferencia por la abundancia en recursos naturales y comparativamente pobre en capital humano. Esas condiciones se asocian en desencadenar una gran concentración del ingreso.

El BID realiza una serie de análisis, donde correlaciona los niveles de desigualdad (medidos por el coeficiente de Gini), con la disponibilidad de recursos. Encuentra que la mayor correlación se da entre la latitud y la desigualdad, afirmando que “Los países cercanos al ecuador poseen sistemáticamente mayores inequidades en el ingreso, incluso después de tener en cuenta el hecho que los países en los trópicos tienden a ser menos desarrollados que los países en otras regiones templadas. Esto es verdad a nivel global, y también en América Latina.” El análisis del banco avanza todavía más: los "países tropicales, especialmente cuando sus economías son intensivas en tierra y recurso minerales, tienden a ser más desiguales", ya que éstos usan intensivamente la tierra, una mayor proporción del ingreso se acumula en ella, y tiende a convertirse en un bien con una propiedad más concentrada. Las tierras tropicales y sus cultivos ofrecerían la posibilidad de grandes economías de escala bajo condiciones climáticas más adversas y con menores innovaciones tecnológicas que en zonas templadas. El resultado ha sido, según el BID, una baja productividad relativa del trabajo en los trópicos. que ha deprimido los salarios fomentando empleos sin calificación. El banco también considera que los recursos naturales son "sumideros de capital" en tanto succionan capitales intensamente, haciéndolo todavía más escaso, y generando poco empleo. A ello se suma, que los trópicos poseen peores condiciones para la salud por la proliferación de enfermedades y una mayor propensión a los desastres naturales.

Una vez establecido el marco general de las ideas del banco, pueden comenzarse a analizar los conceptos que lo fundamenta. Estas posiciones se presentan en los reportes anuales de 1997, 1998-1999 y 2000, y en un artículo de Michael Gavin, investigador del banco, y Ricardo Hausmann, economista principal y una de las figuras más influyentes del banco. A éste se le suma otro estudio, por Juan Londoño y Miguel Székely, integrantes de la Oficina del Economista Jefe del BID. Estos análisis a su vez deben mucho a Jeffrey Sachs y sus colaboradores del Harvard Institute for International Development (uno de los más recientes es Sachs y Warner, 1997).

La difícil vida en el trópico

Una de las principales causas de las condicionantes negativas de los trópicos sobre la igualdad y el desarrollo se debería, a juicio del BID a que la vida en esas áreas es complicada por las enfermedades, las pestes, los problemas con el clima, y la calidad del agua. Estos factores han limitado la productividad del trabajo y en especial minan la eficiencia productiva de la agropecuaria (BID, 1998). El banco afirma que "el esfuerzo físico que un individuo puede hacer cuando está a merced de los trópicas es substancialmente menor que en un país con estaciones moderadas". Este sorprendente análisis de las condiciones ambientales parecería indicar que los técnicos del BID creen que en las regiones templadas no existe el frío, las nevadas o una caída en la disponibilidad de recursos durante el invierno, por lo que podría seguir cultivándose la tierra o criando ganado sin mayores problemas; de la misma manera, tampoco existirían importantes enfermedades o “pestes” en esos países (las recurrentes epidemias de influenza que azotaban los países boreales no existen en el modelo del banco). Finalmente, cuando el banco sostiene que una persona en los trópicos hace esfuerzos físicos menores, si bien no lo dice, parecería aludir a que allí se trabaja menos.

Para explicar esto el modelo del BID indica que el proceso de industrialización de América Latina fue defectuoso, contrastándolo con la exitosa marcha de los EE UU. La diferencia sería, según el banco, que los trabajadores rurales estadounidenses recibían sueldos que permitían una buena vida en el campo, de donde era necesario elevar a ese nivel los salarios industriales para atraer mano de obra. Bajo esas condiciones la industrialización tiene lugar con salarios altos, y supuestamente eso fue lo que ocurrió en los EE UU. En cambio eso no sucedería en América Latina, ya que en el trópico los trabajadores rurales reciben bajos salarios, de donde la industrialización tiene lugar en una oferta de salarios bajos. Esas fuentes de trabajo no son atractivas y los potenciales obreros deciden por quedarse en el campo.

Nuevamente este modelo lleva a la sorpresa, y parece olvidar los bajos niveles de vida de la población rural en EE UU y Europa continental durante buena parte del siglo XIX, la expulsión masiva de inmigrantes desde Europa hacia América, así como las migraciones internas hacia las ciudades. Asimismo, en el caso Latinoamericano tampoco da cuenta de la expulsión rural por falta de trabajo, que nutrió los cinturones de pobreza de las urbes, donde esos recién llegados tampoco encontraban empleo. Esas personas no condicionan el ingreso a un empleo por el nivel salarial, tal como indica el banco, sino que están a la busca de cualquier trabajo.

El BID también considera que otras limitaciones se deben a los caracteres de los cultivos tropicales, como el algodón, azúcar y tabaco, los que se producen con eficiencia en plantaciones de gran escala, y que ello es menos verdad en cultivos templados como trigo o maíz. Por lo tanto esos cultivos refuerzan la concentración, mientras los cultivos templados la revertirían. Este tipo de afirmaciones igualmente parecen olvidar que no existe una condición agronómica o ecológica que obligue al maíz a ser cultivado por pequeños o grandes propietarios. La aproximación del BID insiste en que la concentración de la tierra tiene una condicionante ambiental, donde únicamente se pueden cultivar especies que sólo pueden ser manejadas bajo grandes propiedades, se "facilita una extrema concentración de la propiedad de la tierra".

En el reporte sobre el desarrollo del año 2000 se avanza más, destacándose que la "desventaja económica de los trópicos puede atribuirse en gran medida a la baja productividad agrícola", donde los rendimientos son de un 30% a 40% más bajo que en las zonas templadas. Se agrega que el "desarrollo tecnológico se ha concentrado en las zonas más ricas, las que además tienen una ecología más homogénea que contribuye a que las especies y la tecnología se difundan mejor". Estas afirmaciones carecen de sustento ecológico, ya que la diversidad ecosistémica es en muchos casos mayor en las zonas templadas (por ejemplo, si bien la superficie de la Argentina templada es menor a la de varias regiones tropicales, se registra en ella diversas regiones ecológicas, desde el Espinal, al Monte o la Pampa). Pero además, los bajos rendimientos tropicales se deben en buena medida a la implantación de cultivos y paquetes tecnológicos adaptados para ecosistemas templados, mientras que el inverso igualmente se observa, donde los esfuerzos de cultivas especies tropicales en el Cono Sur ha llevado a prácticas de alto costo y elevados insumos. Todas estas afirmaciones del BID no consideran seriamente que las condiciones ambientales no imponen contextos económicos. Es un fatalismo ambiental que hecha por tierra los determinantes históricos en campos económicos y políticos que determinaron ese patrón de propiedad.

Sumideros y volatilidad

En una línea argumental paralela, el banco retoma las propuestas de algunos investigadores que postulan que algunas explotaciones minerales o agropecuarias requieren mucho capital físico pero poca mano de obra. En países con disponibilidad de capital reducida, el derivarlo a esos sectores reduce su disponibilidad para utilizarlo en otros rubros. Por lo tanto se utilizaría el capital en actividades esencialmente ligadas a los recursos naturales, y no en industrias manufactureras, las que logran promover con más efectividad el crecimiento económico. Por lo tanto, los sectores primarios de las economías se convierten en “sumideros” de capital, que terminan succionándolo, pero arrojando beneficios comparativamente menores a los que podrían lograr otros sectores, como los manufactureros.

Finalmente, el banco también relaciona las dotaciones de recursos naturales con la volatilidad macroeconómica,. Los shocks externos a los que ha estado expuesta América Latina tienen mucho que ver con la dependencia sobre "exportaciones de productos primarios volátiles" posibles gracias la riqueza en recursos naturales. Bajo este argumento, las economías dependerían mucho de un puñado de recursos, cuyo precio se mueve al vaivén de los mercados internacionales. En aquellas circunstancias en que esos precios caen, habrán consecuencias proporcionalmente mayores en los países tropicales, manteniendo o agravando sus condicione de inequidad.

Bajo esta hipótesis parecería defenderse la sorprendente idea que en la crisis mexicana del tequila o del real brasileño no actuaron otro tipo de factores, como la acción de especuladores, los malos términos de intercambio de los recursos naturales que se exportan, o la gestión de los gobiernos: el factor determinante es el trópico.

Frías cooperaciones versus cálida esclavitud

El análisis del banco da otros pasos extendiendo la determinación geográfica para explicar también relaciones sociales y condiciones políticas. Por ejemplo, afirma que "mientras que las tierras templadas históricamente han promovido establecimientos familiares e instituciones que buscan promover la cooperación, las grandes economías de escala y severas condiciones de trabajo típicas de las tierras tropicales han generado una agricultura de plantaciones y promovido la esclavitud". En el reporte del banco de 1998 incluso se insiste que esas "condiciones tropicales" promovieron "relaciones verticales, jerarquías y divisiones de clases antes que los vínculos horizontales que construyen el capital social y contribuyen al desarrollo y la equidad". El documento reconoce que si bien parte de la inequidad en el continente pudo haber sido heredada de su pasado colonial, ese pasado en sí mismo "pudo haber sido determinado por su geografía y sus acervos de recursos". El banco considera que la esclavitud es la manifestación extrema de un mercado con baja competencia entre empleadores y gran poder sobre los empleados. A juicio de este análisis, la esclavitud fue "un fenómeno que se desarrolló exclusivamente en los climas tropicales y subtropicales, éstas siendo partes del Nuevo Mundo donde la tecnología agrícola presumiblemente la hacía más provechosa" (Bid, 1998; una idea que también se repite en el reporte del año 2000).

Estas afirmaciones del BID no sólo son sorprendentes sino que parecen olvidar la evidencia histórica. Tanto las "plantaciones", como la esclavitud que brindaba la mano de obra que les permitía funcionar, no surgieron de las tierras tropicales de América Latina. Fueron impuestas en la colonización europea, y en especial por la promoción británica e ibérica de ese tipo de explotación. Es obvio que esos colonizadores no provenían de países tropicales, y muy por el contrario su cultura se desarrolló bajo fríos inviernos septentrionales. Contrariando el modelo simplista del BID, el destacado papel de los traficantes ingleses no existiría, y no queda claro cuál sería la responsabilidad de sus imitadores portugueses, franceses y españoles, quienes promovieron y defendieron la esclavitud y el sistema de grandes propiedades.

El análisis del BID no rechaza los factores históricos, pero se pregunta si esas políticas fueron accidentes históricos o ellas en sí mismas resultan de las dotaciones de recursos naturales. Todavía más: esas políticas como los aspectos instituciones que han sido indicados como causas de la mala distribución tiene sus raíces en las dotaciones de factores que encontraron los españoles y los portugueses, y no en lo que hicieron los colonizadores (primero) y los criollos imitadores de la intelectualidad europea (después).

Asimismo, las ideas del BID promueven una contra-cara con implicaciones muy serias, y que merecen ser consideradas. En efecto, mientras los males tenían lugar en los trópicos, los países templados aparecen con sociedades idílicas y horizontales que apuntaban al progreso y la igualdad. El determinismo geográfico de este modelo presenta un modelo ingenuo de las sociedades de los países industrializados del hemisferio norte, con la implícita idea que deben ser el ejemplo a imitar. Deberíamos entonces olvidar los hechos contrarios a esas aseveraciones y que tuvieron lugar en tierras templadas, como las guerras intestinas en los EE UU, o las diferentes revoluciones de caudillos y doctores en las pampas del Río de la Plata. De la misma manera, como según el BID las sociedades de latitudes templadas y extremas promoverían la cooperación y los establecimientos familiares, dejan de ser relevantes los ejemplos históricos de latifundios patagónicos o segregación en Canadá. Seguramente las experiencias de fuerte crecimiento endógeno, como la que vivió Paraguay durante un tramo del siglo XIX, y que fue aplastada tras la guerra encaminada por países templados países templados (Argentina y Uruguay) y tropicales (Brasil) y los buenos oficios de otro frío y brumoso (Inglaterra), también deberían ser olvidadas.

La excepción a la regla

Si existiera una regla determinista donde la geografía tropical condicionara las posibilidades de desarrollo, este mismo proceso se debería repetir en las regiones tropicales en los demás continente. Asimismo, todos los países ubicados en las zonas templadas y frías, serían más desarrollados e igualitarios.

El BID ha realizado estas contrapruebas y llega a la conclusión que existen “importantes excepciones”. Una de las excepciones se observa en los países del Sudeste de Asia, donde a pesar que quedan sobre el ecuador poseen bajas concentraciones de la tierra, pero ello no pone en duda el modelo, y según sus defensores es "una de esas raras excepciones que en realidad prueban la regla" (BID, 1998). O sea que el modelo tropical del BID sería válido, a pesar de que la situación en todo un continente demuestra lo contrario. Otra evidencia en contrario son los países templados que cuentan con una alta dotación de recursos naturales, los usan intensivamente y no han degenerado hacia la desigualdad, como Australia o Nueva Zelandia. Finalmente, la situación de empobrecimiento y desigualdad en países templados a fríos (el estancamiento en Uruguay, y el agravamiento en Argentina y Chile) queda sin explicar.

Naturaleza abundante y personas perezosas

Aunque no se lo dice, es imposible evitar evocar las ideas que justificaban el atraso Latinoamericano por un “carácter” holgazán. La idea es que la alta disponibilidad de recursos en el trópico lleva a la pereza, ya que los alimentos eran fáciles de encontrar y no existían necesidades fuertes para viviendas o vestimentas elaboradas. Por el contrario, en las latitudes extremas, la rigurosidad climática y la escasez continuada o estaciones de recursos obligaba a desarrollar el ingenio y la predisposición al trabajo. Los estudios de J. Sachs, reiteradamente citados por el BID, enfocan ese punto recordando las tempranas expresiones de esas ideas en el siglo XVI; citan por ejemplo al francés Jean Bodin (1576) quien sostenía que “los hombres de los suelos gordos y fértiles, son comúnmente afeminados y cobarde” mientras que los sitios áridos hacen a los hombres “por necesidad y por consecuencia, cuidadosos, vigilantes e industriosos”.

Esas ideas también eran frecuentes en América Latina entre los siglos XVI a XIX, tanto entre visitantes e inmigrantes europeos, así como entre muchos intelectuales criollos, quienes insistían en el desapego por el trabajo de los latinoamericanos, su falta de disciplina, y su tendencia a dejarse llevar por interminables fiestas. La implantación de los modelos de desarrollo europeo se asociaban por igual a modificaciones tecnológicas y productivas, como a modificar ese carácter, a lo que llamaban “civilizar” la cultura bárbara. Los diarios de viaje de Félix de Azara, Alcides d'Orbigny o Charles Darwin tienen múltiples pasajes sobre la supuesta pereza local. José Pádua (1987) ha presentado ejemplo de intelectuales brasileros que desde fines del siglo XVIII promovían un usos más eficiente de los recursos naturales a la vez que llamaban por promover una nueva cultura del trabajo. Intelectuales criollos o extranjeros se sorprendían por la distancia que existía entre la enorme disponibilidad de recursos (tierras fértiles, agua) y el atraso del desarrollo, criticando su bajo aprovechamiento y responsabilizando a una supuesta cultura perezosa. La abundancia sería la causa de la haraganería. Por esa razón, en distintos países de América Latina se buscó la “civilización” del indio, y el reemplazo del criollo haragán por el inmigrante trabajador. Una relectura de esos modelos encontrarán muchas similitudes con las propuestas actuales del BID; por ejemplo, tal cual el banco en el día de hoy promueve programas educativos con fines productivos, de la misma manera a fines del siglo XIX, José Pedro Varela en Uruguay afirmaba que “tenemos, pues, una naturaleza virgen que domeñar, una sociedad entera que organizar, una nación nueva que hacer surgir de entre el caos de la primitiva ignorancia” y para ello el principal papel lo desempeñaba la educación para lograr nuevos obreros.

El fin de la historia

El determinismo geográfico negativo del BID anula, o reduce a su mínima expresión, los componentes sociales, políticos y culturales. Aparece como una superación de las posturas de la Teoría de la Dependencia, y ni siquiera se entretiene en rebatir ideas como las determinantes externas al desarrollo, los términos de intercambio desventajosos, el control extranjero del capital y los medios de producción o las intervenciones militares o políticas. Pero incluso aparece como una superación del liberalismo contemporáneo en tanto deja en duda si las personas si los individuos son capaces de labrar su propio destino. En ese sentido es un fin de la historia, pero no tal como la defiende Francis Fukuyama, ya que en esta caso se desvanecen los hechos que sucedieron en el pasado. La historia deja de ser relevante para explicar las situaciones actuales.

Sin embargo esas cambiantes condiciones sociales y políticas han tenido un impacto enorme en condicionar las estrategias de desarrollo Latinoamericanos. Tan sólo a manera de ejemplo para poner en evidencia un problema de gran complejidad, y que el BID reduce exageradamente, es bueno recordar los estudios clásicos de Ciro Cardoso y Pérez Brignoli, quienes advierten que en las colonias americanas ibéricas y francesas, la propiedad sobre la tierra tenía un fuerte carácter patrimonial, que le ofrecía vallas de contención frente a los embates mercantilistas; en cambio, las colonias de Inglaterra y Holanda “habían evolucionado rápidamente hacia una concepción más capitalista de la propiedad de la tierra, y la impusieron igualmente a sus colonias, en las cuales el suelo pasó a ser una mercancía ...”. Buena parte de las expresiones capitalistas de fines del siglo XX observadas en los países industrializados son continuación de esas tendencias históricas, y en particular la mercantilización de los patrimonios. El BID olvida cuestiones como esta, suponiéndose que no existía una postura ibérica que condiciono el manejo de la tierra en el continente, sino que ello se debe a la latitud.

Pobreza y reformas

Esta perspectiva de un determinismo geográfico tiene consecuencias perversas tanto en el análisis como el diseño de estrategias de acción. Ello se debe a que ese determinismo desemboca en un mecanicismo fatal que impide cualquier análisis crítico de las reformas en curso en los últimos años: América Latina es pobre y desigual por sus condiciones ambientales. Por lo tanto, las condiciones de desigualdad y rezago social no se deben esencialmente a las malas prácticas de personas e instituciones, sino a un contexto geográfico. Todos los aspectos negativos se deben a la geografía y no a esas reformas encaminadas por los gobiernos, y animadas por los bancos multilaterales o el FMI. Pero sorpresivamente, allí donde pueden observarse mejoras, o al menos enlentecimientos en los deterioros, las razones sí se encuentran en esas reformas.

Las relaciones entre la distribución de la riqueza y las limitaciones geográficas se presentan en el estudio de los economistas del BID, Londoño y Székely (1997), quienes admiten que la opinión negativa de las personas y las denuncias por la creciente desigualdad y la pobreza son confirmadas por los datos analizados por el banco. Pero rechazan la vinculación que hace la opinión pública y algunos analistas entre las reformas estructurales y ese deterioro, considerando que si no se hubieran hecho esas reformas la situación actual sería peor. En otras palabras, el sentido común funciona para corroborar que nuestra situación empeoró, pero la coincidencia con la implementación de estas reformas es solamente eso, una coincidencia. Debe reconocerse una importante diferencia entre el análisis de estos economistas, con los de Gavin y Hausmann, o los reportes del BID, en tanto si bien apuntan a alta incidencia de la intensidad y desigualdad en el acceso a los recursos naturales sobre la equidad, registran un efecto mucho mayor asociado al capital humano. Asimismo, Londoño y Székely advierten que el énfasis de estos últimos años en los sectores productivos primarios, la inversión extranjera asociada a los sectores agroforestales y mineros, y los estímulos fiscales para la explotación intensiva de los recurso naturales “podrían ser contraproducentes para el crecimiento conjunto de la economía y el bienestar de la población”.

Las implicaciones políticas de este modelo defendidas por Gavin y Hausmann, y en esencia seguidas por el banco, son heterogéneas. Por ejemplo, en el reporte del año 2000, se sostiene que las políticas públicas deberían apuntar a superar las limitaciones geográficas. Por momentos se plantea la duda sobre si se introducirán nuevos indicadores de riesgo financiero basados en la latitud, se cuestionan varios aspectos en los programas de infraestructura y descentralización, aunque se apoyan otros.

Paralelamente se insiste en continuar a liberalización del comercio, a pesar que reconocen que ello se puede asociar con un aumentar la especialización en sectores primarios basados en recursos naturales, lo que según su modelo incrementaría o mantendría la inequidad. Pero los analistas de BID consideran que medidas proteccionistas desencadenarán, en su balance, efectos negativos. Asimismo, consideran que los emprendimientos basados en recursos naturales no deberían recibir tratamientos tributarios beneficios, incentivos o subsidios (aunque es dudoso que el banco esté cumpliendo esta recomendación). Finalmente, subrayan la necesidad de políticas compensatorias y focalizadas para atacar la pobreza, especialmente para quebrar el nexo que transmite las condiciones de pobreza de una generación a otra.

Pero estas políticas están condicionadas a no interferir con los mercados, de hecho son subsidiarias y secundarias a ellas, y deben ser focalizadas. Su propósito es volcar a las personas al mercado, el que las obligaría a trabajar y las recompensará según sus capacidades. Nuevamente campea la sombra del estigma de la haraganería tropical, de donde el mercado sería el acicate que obligaría a trabajar. En este caso las reformas del banco, en línea con otras corrientes de pensamiento, no son únicamente económicas, sino que deben atacar la esencia cultural latinoamericana, ya que no es posible mudar de domicilio a nuestros países para alejarlos de la fatalidad tropical.

BIBLIOGRAFIA