EL PROBLEMA DEL PODER EN LAS PROFESIONES MÉDICAS.
O
ACERCA DE LA DESHUMANIZACIÓN DEL ACTO MÉDICO.

Bruno García
Médico-Psiquiatra

brunogm@latinmail.com

INTRODUCCIÓN.

En nuestra formación como médicos y luego en nuestra practica, el énfasis ha sido puesto en aspectos técnicos o clínicos o teóricos relacionados con aquellos. Sin embargo, la experiencia nos va decantando con los años la relevancia de aspectos relacionados con la actitud, con la forma de trato, con el modo como nos relacionamos con quienes se nos acercan a demandar de nuestros servicios. Este ensayo es un intento de reflexión sobre estos aspectos y sobre los momentos de deshumanización de nuestro quehacer médico para imaginar, quizás, como hacerlo más humano.

Pienso, que a los que trabajamos en salud mental nos toca lidiar con mayor énfasis en este terreno y que tenemos una especial responsabilidad al respecto en la medida que los demás profesionales de la salud y la población en general nos consideran expertos y modelos en esto, y muchas veces nos toca hacer de intermediarios en defensa de las posiciones de los pacientes. Además, que soslayar este tema de una manera crónica en nuestro entrenamiento y práctica pudiera ser también nuestra contribución al proceso de deshumanización de la práctica médica. Abordarlo, aunque sea ocasionalmente, pudiera ayudar a ponernos en alerta al respecto y quizás contribuir a frenar o a revertir tal proceso en nuestro ejercicio profesional.

 

LA TRASTOCACIÓN VALORATIVA Y SUS CONSECUENCIAS COMO FENÓMENO EJE EN LA DESHUMANIZACIÓN DEL ACTO MÉDICO.

La potencialidad deshumanizada del acto médico pasa en última instancia por la persona del profesional de salud. Cobra realidad a partir de una trastrocación valorativa en el seno de él; en el núcleo de su conciencia moral. No será ya la persona doliente necesitada de ayuda el eje de su quehacer, sino la persona del propio profesional, o la institución a la que le trabaja y sus jerarquías, o el sistema de ideas en que se enmarca.

Así, el paciente entrará a ser captado como una fuente de autoafirmación, de buena imagen, o como fuente de ingresos, o como un número a agregar en la cuota asistencial asignada, o como un caso más en la interesante patología en estudio. En síntesis, como punto donde campear la propia grandiosidad e impulsividad, donde ejercer una relación de poder.

Las consecuencias prácticas de esto serán:

1.- Asentamiento de manejos autoritarios, burocratizados o charlatanescos que irán armando una barrera de distancia entre el tratante y el paciente que despersonalizará a ambos.

2.- Rutinización del acto médico más interesado en encasillar en cuadros prefigurados que en descubrir lo singular de cada caso.

3.- Manipulación mercantilista de los pacientes, que en los servicios públicos se traducirá en reducción al mínimo de las atenciones brindadas, priorizando el ahorro de recursos; en los servicios privados al revés: recargando de exámenes, consultas repetidas más de la cuenta, tratamientos dispendiosos, priorizando la máxima ganancia.

4.- Focalización en el motivo de consulta, no en la persona enferma.

5.- Tendencia a la cronificación de síntomas o a la estructuración yatrogénica de nuevos síntomas.

6.- Como consecuencia final de todo esto: -un empobrecimiento en la calidad de la acción curativa, y principalmente, -un deterioro de la confiabilidad del acto médico.

Tal trastrueque valorativo subyacente en el punto de partida de estas distorsiones, tiene una serie de condicionantes sociales, culturales, antropológicas, que favorecen su puesta en marcha. Intentaré abordarlas a continuación.

 

 

DE LAS CONDICIONANTES.

A.- EL DESVALIMIENTO DEL PACIENTE.-

Reconocerse enfermo es ya una pérdida, un ponerse un signo menos. Reconocerse enfermo y en necesidad de consultar a un profesional es agigantar tal negatividad con el reconocimiento de la impotencia para superarla por si mismo. Es situarse en una posición dependiente. Algo está pasando en uno que pone en riesgo la integridad individual o aun la sobrevida, y uno no cuenta con los elementos conceptuales para comprender tal desequilibrio, ni conoce los procedimientos que pudieran ayudar a su curación. No queda otra que buscar ayuda en quien se supone cuenta con el conocimiento y capacidad de curar.

Esto en si implica situarse en una relación de minusvalía y dependencia, y deslizarse a mecanismos regresivos de funcionamiento. Los dinamismos de fases pasadas del desarrollo personal son puestos en juego. Los modelos de las fases infantiles del desarrollo cobran de nuevo relieve y automática e inconscientemente imponen sus patrones conductuales, adquiriendo todo el sistema de relaciones interpersonales un carácter simbólico. En él la figura del profesional fácilmente entra a encajar con la figura paterna o materna. Tal desarrollo favorece naturalmente las tendencias paternalistas-autoritarias, o maternalistas-sobreprotectoras del tratante.

Así, la minusvalía objetiva del paciente, más las expectativas de éste, quien espera la curación del actuar del médico o tratante, y el grado de regresión infantil que experimenta, ponen de hecho a este profesional en un pedestal que estimula su grandiosidad y vanidad.

Un esfuerzo activo de humildad se vuelve una necesidad para no dejarse arrastrar por esta grandiosidad y vanidad. Vale la pena recalcar que la humildad siempre será una virtud superior, porque está ligada a algo que es esencial para una sana convivencia en cualquier sociedad: el respeto mutuo. A veces este esfuerzo requerirá ser muy grande para poder remontar la corriente dominante de nuestros tiempos en que el significado superior de la humildad suele verse velado por la preconización de las conductas asertivas, competitivas, agresivas, "ganadoras", tan funcionales con la economía de libre mercado.

 

B.- LA PERCEPCIÓN MÁGICA DEL ACTO MÉDICO Y DE SU PODER.-

La regresión de la persona enferma no sólo es a fases previas de su desarrollo personal, sino también a fases culturales más primarias de pensamiento y actitud vital. Por lo demás tales formas de pensamiento y actitud vital están a flor de piel en amplias capas de la población; son su modo habitual y actual constante de comprender el mundo. Lo que en unos queda oculto por un barniz racional, con el potencial de resurgir sólo como fenómeno de regresión, en esa gran masa de gente persiste a ojos vista cotidianamente. Claro que en situaciones de enfermedad el componente afectivo de credulidad que acompaña a esta mentalidad mágica se acrecienta, y tanto en unos como en otros el acto médico es captado al final de cuentas como imbuido de poderes especiales en los que lo milagroso y sobrenatural no está ajeno.

En esta percepción el médico no ha roto su parentesco con el curandero y con el hechicero.

Sólo ha hecho más complejo su caudal de técnicas y rituales a través de los cuales hacer valer sus poderes.

Canalizar esa mentalidad en un sentido que ayude a los afanes curativos es parte del arte de curar: transformar la credulidad en confianza, afianzar la esperanza, hacer afrontar con fe el difícil trance de la enfermedad. Sabemos que esta es energía poderosa y recurrimos con frecuencia a su manipulación. Sólo que a veces con tanta profusión que se llega a traicionar la buena intención que la inspira requebrajando la base de confianza que se pretendía erguir. Subrepticiamente se cae en lo charlatanesco, en el engaño adobado de lenguaje científico y rituales médicos vacíos de real contenido curativo, haciendo del paciente un monigote expuesto a presiones sugestivas.

Un cierto equilibrio en este manejo y no perder de vista la realidad tal como la vemos y con todas las dudas que nos suscita siempre será aconsejable. Una fuerte dosis de verdad está, por cierto, en la base de la confiabilidad de cualquier acto, y con mayor razón en la del acto médico.

 

C.- LA FARMACOTIZACIÓN DEL ACTO DE SALUD.-

La búsqueda de la pócima mágica que cure sus males ha sido una muy antigua y sentida aspiración del ser humano. La farmacología moderna ha pretendido en gran medida haber alcanzado el milagro. Sus innegables logros ha llevado a muchos a sobredimensionar sus capacidades y ha traído también una tendencia a su abuso compartido tanto desde la demanda de los pacientes como de la oferta de los médicos, los laboratorios y farmacias, y la propaganda.

Ya casi no se entiende una consulta sin la prescripción de un medicamento. Esto ha contribuido a propagar la farmacodependencia y a asentar una actitud mecanicista y pasiva frente a los problemas de salud en la población toda. Frente a cualquier dolencia se exige una respuesta farmacológica y el médico tiende a caer en esta lógica que le deja la sensación de haber dado alguna solución al problema.

En este punto es bueno no olvidar el sentido educativo que acompaña a toda acción de salud:

-Prescribir con cautela y moderación.

-Explicar la futilidad del uso innecesario de fármacos.

-Enfatizar en otros recursos menos riesgosos.

 

D.- DIFICULTADES EN LA CAPTACIÓN DEL ACONTECER DEL PACIENTE.-

La complejidad propia del objeto del acto médico, -el paciente con sus problemas de salud-, en si mismo conlleva la posibilidad del error. Siempre será un desafío al conocimiento y a la habilidad terapéutica.

Ésto adquiere un relieve más intrincado en aquella amplia gama de casos en que detrás de la queja somática declarada hay un fondo de trastorno anímico o de intolerable situación de vida que es la raíz oculta de la dolencia. En estos casos se corre el riesgo de obtener un conocimiento inadecuado de lo que acontece si sólo se atiende al contenido verbal de las quejas corporales atribuyéndolas a algún cuadro clínico con demasiada premura, o bien, si por la negatividad del examen físico o de laboratorio se concluye que el paciente no tiene nada y que es un "histérico" que no merece mayor atención.

Esta actitud no toma en cuenta el fondo anímico y situacional; valora en demasía la queja y no a la persona que se queja. Deja sin integrar el matiz expresivo que acompaña a la queja y la dialéctica expresiva entre paciente y tratante que desencadena, descartando así penetrar en la realidad personal desde donde emana tal queja y de la que muchas veces ésta no es más que símbolo, grito de alerta o llamada de auxilio.

La entrevista así se vuelve inquisitiva, una forma de interrogatorio de los contenidos que escarba por más y más detalles verbalizados mientras se observa fría e inexpresivamente. Una transfiguración despersonalizadora se va afianzando. La persona del paciente se ve empequeñecida y acorralada, forzándola a una posición defensiva que inevitablemente distorsionará los contenidos verbales en los que se ha centrado la relación y también los modos de manifestarse de la misma personalidad del paciente. El juego de interacciones se volverá, así, anguloso, evasivo, diplomático, selectivo y con mucho de ficticio, cargado más bien en la direccion de un forcejeo desigual de poderes.

Un esfuerzo por ponerse en el lugar del otro, de imaginárselo un ser muy próximo, de desplegar la sensibilidad y las formas de la empatía, será un buen modo de salir de este impasse.

Contribuyen a explicar esta modalidad impersonal del proceder médico factores tales como:

1.- Unilateralidad naturalista, especializada y tecnicista de la formación académica de los profesionales del área médica, débil en aspectos provenientes de las ciencias sociales, la psicología, la filosofía y las artes. El acercamiento a estas otras áreas y a visiones más generalizadoras (sintetizadoras, integradoras) nos ayudaría a abordar nuestra interacción con las personas enfermas desde una perspectiva más amplia.

2.- Representaciones mentales categoriales de cuadros mórbidos o tipos de personalidad con las que el profesional del área médica opera que le llevará a procurar un pronto encasillamiento de lo escuchado u observado dentro de las categorías conocidas, obteniendo así la sensación acomodaticia de haber llegado a la comprensión del problema.

Siempre será bueno no tomar tan en serio tales categorías; no perder de vista que ellas son abstracciones, elaboraciones simbólicas de nuestro pensamiento y no la realidad misma. útiles como ordenadores hasta que la realidad no resulte más pletórica y las rebalse. Dejar un resquicio por donde la realidad concreta se escape a modelos categoriales aun no pensados es un razonable consejo.

3.- Peso excesivo de orientaciones teóricas o ideológicas que obnubilan la captación de los fenómenos tal como se muestran y estrechan una visión más amplia y desprejuiciada.

Aquí, el asumir las visiones teóricas e ideológicas con cierta humildad y escepticismo es una prudente actitud. Comprender que las teorías e ideologías también son artificios de nuestro pensamiento, que son grandes marcos ordenadores que nos creamos para hacer entendible el caos de la realidad concreta, funcionales a determinados contextos culturales y momentos históricos; pero efímeros en su verdad al igual que éstos. La realidad última siempre será un misterio, pues la realidad última es caótica y el caos no tiene sistema,...y nuestro aparato sensorial y entendimiento son limitados.

4.- Rasgos de personalidad del profesional en que aspectos psicopáticos propios de él pueden verse exacerbados en la interacción con ciertos pacientes y ser factor de distorsión de lo que emane de esa interacción.

Comprender que los profesionales de la salud no somos superhombres. Compartimos con quienes nos consultan de los vericuetos de la condición humana, también tenemos nuestras angulosidades y debilidades, y más vale tenerlas en cuenta para aminorar sus posibles consecuencias negativas.

5.- Relativa poca experiencia clínica y de vida. Es evidente que mientras más experiencia más soltura y agilidad se adquiere en el trabajo con pacientes. El tiempo, el estudio, el trabajo esforzado y una vida llena de acontecimientos llevada con lucidez y sensibilidad serán una buena escuela formativa.

6.- Cansancio del profesional, y ésto relacionado a la presión de trabajo en los consultorios del sistema público, con su excesivo número de consultantes y escaso tiempo para atenderlos, falta de privacidad, locales inadecuados, apuro por dar con una solución que a menudo la misma urgencia del caso plantea. Profesionales presionados, apurados, a veces mal dormidos, mal pagados, cumpliendo 2 a 3 jornadas diarias para hacerse un ingreso razonable, y con recurso de exámenes y terapéuticos fragmentarios,...se cansan, se vuelven poco sensibles, se neurotizan y no pueden funcionar bien.

Cuidar de la salud mental de los profesionales del área médica es una importante tarea que tiene un efecto multiplicador en el equilibrio y calidad de los servicios que brindan. Más recursos en salud, mejores condiciones de trabajo, mejores salarios, más disponibilidad de tiempo libre y vacaciones, serán demandas legítimas dentro de una perspectiva humanizadora.

 

E.- LAS CONTAMINACIONES CLASISTAS, RACISTAS Y SEXISTAS.-

En una sociedad donde tales fenómenos operan tan difusamente, es claro que el quehacer médico no podía quedar sin experimentar sus influjos. El clasismo, el racismo y el sexismo están en el trasfondo de las relaciones de poder; también en

el trasfondo de la posición de poder de los profesionales.

Ya la posesión de un caudal de conocimientos exclusivos ratificado socialmente por una formación universitaria, un diploma y una colegiatura les hace detentadores de un derecho único, el derecho a curar (en el caso de los médicos), y de un cierto status y respetabilidad en la escala social.

En los profesionales de la salud su origen de clase, -generalmente de la clase media-, y luego su incorporación a la elit profesional tiñen su manera de ser, su escala de valores y su comprensión del mundo de un modo que rebalsa con creces lo que podría ser atribuible a su mera formación académica. Allí se visualizan latentes los estereotipos consumista, acumulativo, arribista, tecnocrático, conservador, individualista, señorial, ufano de las apariencias de distinción y prestigio, atento a las modas, adaptativo a la institucionalidad y a los roles del poder, admirador de lo que emana de los centros imperiales creídos los ejes de la civilización y la cultura. Tal clase-mediez estereotípica tiende a impregnar en mayor o menor grado al profesional de la salud en sus actos, lenguaje y estilos de vida. También en los modos de relacionarse con los pacientes.

Con los de su misma clase tenderá a un trato más familiar; con los de capas más bajas será paternalista o autoritario; con los de algún estrato más alto será reverencioso y cauto. Claro que ésto hay que entenderlo en términos de un accionar recíproco, de un mutuo condicionarse. El clasismo no solo corre desde el lado del profesional de la salud, sino también desde el lado del paciente y uno y otro se activan. El paternalismo y autoritarismo ante un campesino pobre responde no sólo a la captación de tal calidad de clase de éste, sino también a la actitud simple y servil con que éste aborda al profesional. Así también, la reverencia y cautela ante el paciente acaudalado o de tono aristocrático no es sólo un inclinarse ante su oro y su poder, sino también es defensa y reacción ante su arrogancia y suficiencia implícitas.

Mas, es en la esfera valorativa y de las concepciones del mundo donde tal clase-mediez cobra mayor significado distorcionador en tanto prejuzga su clase-mediez como rasgo universal de la especie humana, como quintaesencia de la normalidad y todo lo que se aleje de ella como desvío hacia la anormalidad. En Salud Mental este aspecto toma un especial relieve cuando en el proceso de rehabilitación de un paciente se le pretende guiar a un modelo conductual tipo y no a uno que surja de las características sociales, culturales y personales del propio paciente.

Mucho de lo dicho en relación al clasismo es también aplicable a las pertenencias raciales y de sexo, considerando la situación de dominio que todavía ocupan en el mundo las razas blancas, especialmente nórdicas, y la aun preponderancia masculina. El profesional que pertenezca a estas variantes tenderá a verse contaminado por esa situación de poder relativo de que ellas usufructan y a compartir de su etnocentrismo y autosuficiencia característicos, y muchos de los que no pertenezcan a estas variantes procurarán asimilarse a sus estilos en la idea, consciente o no, de que haciéndolo adquirirán algo de sus poderes y status. Como que blanqueándose y masculinizándose en las vestimentas, actitudes, formas del lenguaje y valores se volverían más dignos, más adecuados, y más poderosos. El efecto deletéreo de ésto se hará notar con mayor fuerza en las poblaciones de color e indígenas. En la relación médico-paciente se hará patente una barrera cultural y sexista que hará más difíciles los desarrollos empáticos que aumentará la ojetivación del paciente.

El impacto de los influjos clasistas, racistas y sexistas son un desafío ético para todo ser humano. O dejarse arrastrar a la fácil adaptación a sus estereotipos (hasta una suerte de fanatismo nazistoide), o resistir, y paso a paso ir develando sus mistificaciones, rescatando la esencia humana que nos es común. El profesional de la salud no escapa a ese dilema y cuenta con buenas herramientas para llevar adelante tal empresa desmistificadora:

- Su familiaridad con el razonamiento científico.

- Su contacto cotidiano con personas de distintas culturas, razas, clases y sexos.

- Su convivencia constante con el sufrimiento y situaciones de vida límite.

 

F.- LA INFRAESTRUCTURA INSTITUCIONAL DE PODER DEL ACTO MÉDICO.-

El acto médico siempre ha estado rodeado de un andamiaje institucional que lo ha solemnizado. Desde los tiempos de los hechiceros hasta el de nuestros profesionales de la salud modernos la sociedad ha conferido a la función de curar un sitial muy especial. Le ha procurado una aureola de misterio, poder, honestidad y sabiduría que preservara la confianza en sus artes; a sus ejecutores les ha permitido gozar de un status social suficientemente respetable; les ha dejado hacerse de un caudal de rituales específicos, vestirse de una manera distintiva, apoyarse en una pléyade de ayudantes, disponer de un lugar donde llevar a cabo sus prácticas.

Mas, en nuestro pasado primitivo, era su trabazón con las prácticas religiosas, por todos compartidas, lo que al final le confería su última dignidad. En nuestros tiempos ya no es su vinculación con la religión sino con la ciencia la que cumple tal fin. La ciencia, con su prestigio de eficacia práctica, de capacidad de crear una sofisticada técnica hacedora de condiciones de vida más confortables, y de penetrar en los misterios de la naturaleza haciendo uso de intrincados sistemas teóricos y de un lenguaje propio comprensible sólo para sus iniciados, ha venido a suplir a la religión no sin heredar algo de su significado mágico. La adquisición de sus secretos más un empotramiento institucional apropiado elevan, al que lo logra, a ese peculiar sitial, con una importante cuota de poder. Poder que le viene, así, desde esta doble vía, desde el prestigio por contaminación que adquiere por su contacto con la ciencia, y por la disposición que se le adjudica sobre un enorme y complejo aparataje institucional.

Ese aparataje institucional de salud en cualquier país tiene un bagaje material cuantioso y magnificente, y una estructura. Y dentro de esa estructura hay jerarquías, juego de roles y un estilo y ritmo de trabajo que deberán funcionar de acuerdo a patrones precisos provenientes de presiones político-sociales y de programaciones meticulosas hechas para que el sistema marche, cumpla con sus objetivos específicos y sobreviva.

Quienquiera sea incorporado a su estructura deberá asumir su jerarquía, su rol, y su estilo y ritmo; deberá someterse a sus dictados para poder funcionar con eficacia. Ésto en si mismo exige una adaptación y fuerza un estilo de manifestarse en las personas que allí trabajan, lo eficacia práctica, de capacidad de crear una sofisticada técnica hacedora de condiciones de vida más confortables, y de penetrar en los misterios de la naturaleza haciendo uso de intrincados sistemas teóricos y de un lenguaje propio comprensible sólo para sus iniciados, ha venido a suplir a la religión no sin heredar algo de su significado mágico. La adquisición de sus secretos más un empotramiento institucional apropiado elevan, al que lo logra, a ese peculiar sitial, con una importante cuota de poder. Poder que le viene, así, desde esta doble vía, desde el prestigio por contaminación que adquiere por su contacto con la ciencia, y por la disposición que se le adjudica sobre un enorme y complejo aparataje institucional.

Ese aparataje institucional de salud en cualquier país tiene un bagaje material cuantioso y magnificente, y una estructura. Y dentro de esa estructura hay jerarquías, juego de roles y un estilo y ritmo de trabajo que deberán funcionar de acuerdo a patrones precisos provenientes de presiones político-sociales y de programaciones meticulosas hechas para que el sistema marche, cumpla con sus objetivos específicos y sobreviva.

Quienquiera sea incorporado a su estructura deberá asumir su jerarquía, su rol, y su estilo y ritmo; deberá someterse a sus dictados para poder funcionar con eficacia. Ésto en si mismo exige una adaptación y fuerza un estilo de manifestarse en las personas que allí trabajan, lo cual a la larga va dejando una huella más o menos permanente en el carácter de esas personas. Dentro de tal estructura el médico ocupa una posición funcional eje. Es su función de curar la que pretende ser facilitada. De ahí su autoridad dentro de ella; pero su función no puede eludir el influjo del resto de la maraña administrativa, de jerarquías, de estilos y ritmos de trabajo. Toda esta estructura le fuerza a una posición de centro de atención y de poder que va impactando su quehacer y su manera de ser.

Para entender mejor el peso de la infraestructura institucional en el acto médico podría ser esclarecedor seguir la ruta de alguien que enfermo decide buscar atención en un centro de salud. Este afán le implicará atravesar una serie de complicadas instancias:

Primero, tendrá que hacer una cita directamente o por teléfono con una secretaria quien le dará hora para días, semanas o aun meses más tarde. El día de la cita llegará a un gigantesco edificio de estructura laberíntica, lleno de oficinas, grandes laboratorios, salas con máquinas extrañas, gente pululando por los pasillos o haciendo cola ante ventanillas, funcionarios de uniforme blanco desplazándose apurados, algunos empujando camillas con pacientes de bastante mal aspecto. Preguntará al portero o a quien sea por la oficina de consulta adonde necesita llegar. Se perderá un par de veces y llegará a una sala de espera. Se dará a conocer a otra secretaria. Ella le hará algunas preguntas: nombre, previsión, forma de pago,...Le dará un número y le dirá que espere a que lo llamen. Esperará ½ hora, 1 hora, 3 horas o quizás más. Su número será llamado y él pasará de la sala de espera a una sala de examen. Allí será recibido por una auxiliar o enfermera impecable en su uniforme almidonado, quien le preguntará por una serie de datos personales, lo medirá, lo pesará y le registrará sus signos vitales, todo lo cual irá anotando escrupulosamente. Le ordenará que se desnude y se cubra con un paño y que espere, 15 minutos, ½ hora. Se abrirá la puerta y aparecerá en su delantal blanco y con su fonendoscopio colgando del cuello, en actitud algo apurada, al fin, el médico.

 

 

Como se podrá apreciar, en lo que va hasta aquí, toda esta experiencia no deja de ser una experiencia apabullante. Tal aparataje ha sido ideado para facilitar la acción médica, poner al alcance del grueso de la población sus costosos recursos. Sin embargo, al margen de toda intencionalidad, este aparataje tiene también un efecto deletereo sobre la persona del paciente: lo abruma, lo desorienta, lo acorrala, lo aplasta y lo humilla. Al médico lo sitúa difícil de alcanzar, mediatizado por una larga sucesión de ayudantes, oculto en aquella enredosa grandiosidad arquitectónica y técnica. Así, su espera se hace aún más expectante. Es la espera de un personaje, ya impregnado de esa grandiosidad que le envuelve...Y quien le espera lo hace en el máximo de su desamparo: enfermo, solo y ...desnudo.

Lo que viene enseguida tiene la potencialidad de rehumanizar toda la situación o de culminar la anonadación del paciente, según la actitud que asuma el médico. Éste, podríamos decir, es un momento de gran desafío para el médico.

Si el profesional se plantea ante el paciente con sencillez, como pidiendo disculpas por la ampulosidad del entorno y la espera, iniciando la relación con gentileza, calidez y calma; si muestra gestos solidarios y de real interés por lo que le pasa; si le escucha con detención y le hace acotaciones pertinentes que le estimulen su relato; si acusa comprensión y empatía por sus sentimientos y padeceres; si sus preguntas las hace con respeto, evitando el tono inquisitivo y de sospecha; si entra a pensar junto con él y a su ritmo y capacidad de comprensión acerca de sus problemas de salud y sus conexiones con lo biológico, lo anímico y lo situacional. Si el examen físico es iniciado con delicadeza. Si se analizan junto con el paciente las posibles causas de su mal y los exámenes que fuesen imprescindibles. Si se bosqueja un plan de tratamiento despejando las dudas al respecto. Si se muestra interés por la familia del paciente, su trabajo, sus proyectos. Si se le informa como dar con el médico o terapeuta sin tanto trámite y espera. Si la despedida es amable... Si todo ésto ocurriera, con más de algún otro agregado, la posibilidad rehumanizante estaría en curso.

Mas, si el médico llega a la sala de examen como totalmente imbuido de la grandiosidad que le rodea y de los poderes que se le asignan, y quizás acompañado de un séquito de alumnos e internos, en actitud apurada y como pensando en otra cosa más importante, saludando friamente o con una mueca de sonrisa, sentándose solemnemente detrás de un escritorio, escuchando inexpresivo la exposición vacilante del paciente, interrumpiéndolo con preguntas inquisitivas, intercalando observaciones autosuficientes y en un lenguaje técnico fuera del alcance del paciente; manteniendo un tono autoritario, o guardando lo más del tiempo un lejano silencio, sin dar la mirada y tomando notas, dejándose interrumpir por llamadas telefónicas o recados de la auxiliar, o por comentarios acerca del paciente con los miembros de su séquito. Si el examen físico lo lleva a cabo como una rutina impositiva, en base a meras órdenes, y las conclusiones no se analizan con el paciente, sino que se abrevian a un par de frases tranquilizadoras o alarmantes y una receta escrita ilegible que se le estira acompañada de una mueca-sonrisa final de despedida y un "pida hora para un mes más"... Tal proceder, claro está, sólo rubricará una enorme angustia, una enorme sensación de sin salida, de fracaso y de duda.

De estos dos ejemplos, en el primero el peso institucional ha sido de alguna manera eludido por el médico para preservar lo esencial de su función solidaria y curativa; en el segundo, el peso institucional se ha hecho carne en el médico marcando su personalidad y sus actitudes de una manera alienante, con un resultado deformador en la relación médico-paciente y destructivo en la persona del paciente, y un cuestionable resultado en la acción curativa.

Continuando dentro de esta esfera institucional, cabe destacar otro aspecto: el de los límites éticos de la disciplina funcionaria. Dentro de cualquier estructura hay jerarquías, funciones que cumplir, y una disciplina. En las estructuras de salud el médico funcionario empotrado en una cadena jerárquica debe cumplir su rol asignado. A él le toca cumplir en su nivel decisiones que vienen de más arriba. Las razones de esas decisiones muchas veces no las conoce o las conoce poco o no le importan. Las supone si coherentes con los fundamentos éticos de su profesión. Sin embargo, en algunos casos se hace tal abstracción de estos fundamentos, que se entra a actuar en sentido opuesto a ellos con el mayor desparpajo, en función de la disciplina institucional; entonces entra a plantearse un serio dilema. Hasta donde se puede aceptar vivir con tanta ceguera la disciplina (ejemplo, caso de la colaboración de médicos militares en la práctica de la tortura contra disidentes durante régimen castrense).

Consejos:

- No olvidar que antes que médicos (o terapeutas) somos seres humanos. El rol que desempeñamos es un aspecto secundario en nuestras personas.

- Nuestra lealtad primera es con el ser doliente que nos consulta, no con la institución,

ni con la jefatura, ni el equipo, ni el marketing.

- La disciplina no es a cualquier precio, primero está nuestro sentido de lo que es justo.

- Una dosis de bondad y compasión siempre serán buena compañía.

 

G.- EL PESO DEL EQUIPO DE SALUD.-

Los distintos profesionales y paraprofesionales que aportan su esfuerzo en la marcha de una unidad de salud constituyen el equipo de salud. Allí, por supuesto, hay una jerarquía e instancias de comunicación de inquietudes y directrices y también de opiniones acerca de los pacientes atendidos por los miembros del equipo. En sus reuniones es el momento en que el colectivo se pronuncia. Como todo fenómeno grupal, desarrollará una dinámica interna de interacciones en la que no sólo se pondrán en juego los roles y conocimientos de cada quien, sino también los prejuicios, la autoridad, las habilidades discursivas, la personalidad, el carisma y aun el estado de ánimo de cada uno de sus miembros. Los más verbales saldrán a dominar la escena y sus opiniones quedarán avaladas como opiniones del grupo por el silencio de los demás. El equipo en acción tiene un peso, una capacidad de presión sobre sus miembros, tanto con sus aciertos como con sus equívocos,...y con un rasgo amplificador. Cuando un error entra a ser patrocinado por un equipo su fuerza distorcionadora se potenciará pudiendo llegar a niveles bastante siniestros. Basta recordar los tiempos en que la locura fue considerada posesión demoníaca y ésta calificada y sancionada por equipos religiosos con atribución judicial y ejecutoria (los tribunales de la inquisición). O en nuestro siglo XX, los equipos médicos decidiendo que seres débiles e "inferiores" debían ser expurgados en las cámaras de gases, o equipos psiquiátricos decidiendo la locura o psicopatía de disidentes. Entre nosotros el punto delicado se da cuando se trata de calificar casos limítrofes de cuadros psicóticos o de psicopatías, en donde entra a funcionar ya no el consenso de la razón, sino el peso de una mayoría de opinión. La democracia parece ser la forma más sana de convivencia social; pero también es manipulable. Las ideologías dominantes y los valores en boga suelen encontrar su traducción y eficacia coercitiva justamente a través de estos fenómenos grupales y nunca les faltarán entusiastas portavoces.

 

Sugerencias:

- Los equipos no tienen opiniones. Las opiniones son siempre de personas individuales que las emiten.

- La verdad siempre merece ser buscada a través de la observación y el juego de la razón, a pesar de las decisiones de las mayorías.

- El juicio propio, de cada conciencia vale la pena cultivarlo en su capacidad de resistir las presiones grupales.

 

H.- LA INVERSIÓN DEL SENTIDO MORAL DEL EJERCICIO DEL PODER.-

La función natural del ejercicio del poder es la de servir de apoyo a lo que es más débil. En la vida social cumple una función homeostática de preservar la vida de la especie en su conjunto cuidando hasta de sus eslabones más frágiles; allí es donde encuentra su sentido último y eso es loque le da su moralidad y legitimidad final; su real autoridad.

Mas, cuando el poder se ejerce en función del poder mismo o de hacer más poderosa a la persona o entidad que la ejerce, aún a costa del hundimiento del más débil, decimos que se ha invertido el sentido moral del poder.

Hay profesiones o roles sociales que se enfrentan de un modo directo y cotidiano al dilema del sentido del poder: los cargos políticos, los sectores gerenciales, las jerarquías religiosas, los jueces, los jefes militares...También, los profesionales de la salud. Ellos aceptan hacerse cargo de la población en su momento de mayor afligimiento: cuando enfrenta la muerte o la locura. La persona enferma busca amparo en el poder del profesional de la salud. Pone su vida a su disposición para que la corrija o salve. El profesional de la salud asume esa responsabilidad y se prepara, estudia, pule sus técnicas y habilidades para ser más eficaz al momento de ser requerido. El sentido de su actuar es de servicio, de indudable entrega, de solidaridad y de acogida.

Pero, imaginemos que se pierda de vista esto y tomen mayor relieve otros objetivos aparentemente más floridos, supongamos: ganar más dinero, un cargo más alto, adquirir prestigio, imponer un planteamiento, hacer una hermosa presentación, codearse con personajes, mejorar la imagen, hacer hazañas terapéuticas ante las cámaras, conseguir a como sea órganos para transplantes, combatir una plaga fumigando aún a costa de la intoxicación de una población, etc. Por muy legítimos que suenen estos objetivos, al postergar el objetivo primero tendríamos que la trastocación valorativa estaría en curso. La trastocación valorativa que está en el núcleo de la deshumanización del acto médico se asienta precisamente en esta inversión del sentido moral del ejercicio del poder y vuelve este acto una transgresión de un derecho humano básico. Aquí aparece una ligazón con el derecho en que vale la pena insistir para redondear la idea.

Planteado en la esfera del ser el concepto del derecho no tiene ningún sentido. En la enfermedad, la locura o la muerte héroes y villanos son lo mismo. Son los significados sociales los que le dan validez a una u otra cualidad. La vida en si misma está ajena a toda moral y norma de derecho. La muerte no respeta edad ni condición. El derecho natural no existe, ni tampoco cabe imaginar un origen divino del derecho, ni menos es concebible como mera definición por consensos. No existe un derecho inalienable por la sencilla razón que tal categoría no emana del fenómeno biológico mismo, ni de su interacción con el mundo físico que le rodea.

El derecho es una noción que surge en la especie humana como necesidad de su interacción social. Desde esa interacción y sólo desde ella y en ella es que toma pleno sentido su significado. Fuera de ella se volatiliza, se hace nada.

Visto de esta manera la noción del derecho (de cualquier derecho, incluido aquí por supuesto el derecho a la salud) si que se asienta en un par de fundamentos absolutos, evidentes por si mismos incrustados en este plano relacional humano, que le dan su contenido y fuerza moral. Uno de los fundamentos es un valor: el principio de justicia, y el otro es una realidad: nuestra debilidad.

Tal valor y tal realidad si que tienen una existencia muy nítida e insoslayable. El principio de justicia en su enunciado más sólido: "No hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo". Respeto a la vida propia y ajena. Principio válido por el mero hecho de que existimos y sentimos en interacción con otros. Es por él que nos repugna toda forma de crueldad y de opresión, y tendemos a simpatizar con el desvalido y con el que sufre de persecución y martirio, porque ahí es donde la vida está siendo acorralada y necesita ser defendida. El principio de justicia es un valor eje en la conciencia moral de las personas y de las sociedades.

Por otro lado, la realidad de la debilidad originaria y última de la condición humana y el estar permanentemente expuestos a esa posibilidad de ser débiles es la que nos abre a un esfuerzo social de protección desde estructuras más ligadas a lo biológico-instintivo como la familia hasta otras más abstractas y colectivas como el Estado. En su interacción con esas estructuras es precisamente nuestro desvalimiento el que nos hace valorar el poder de aquellas y sus agentes en su significado positivo en la medida que se desenvuelven fieles a su función protectora y facilitadora de nuestra vida y de su crecimiento y expansión.

Mas, cuando ese poder es ejercido en un sentido limitador, aplastador y destructivo hacia nosotros, ahí irrumpe nuestra noción del derecho.

Así, se requiere de una inserción estructural donde alguien tenga más poder que otro y pueda ejercer ese poder destructivamente sobre quien lo ejerce para que se genere natural resistencia y reclamo y se configure con plenitud un acto de violación de los derechos humanos. Esto adquiere su máxima expresión cuando es el Estado y sus agentes quienes hacen de victimarios. Erguido para cuidar de los habitantes de un país, cuando se rompe el equilibrio social de clases, se transforma en agente abierto del poder de una clase en desmedro de todas las demás. Es entonces que tomamos conciencia de las limitaciones y riesgos a que estamos expuestos por la desviación destructiva de los engranajes del poder y asumimos la defensa de nuestra vida dentro de la noción del derecho y es ahí que decimos con propiedad que nuestros derechos humanos están siendo amenazados o violados. Pero, insisto, es ese nexo estructural de poder entre víctima y victimario lo que le da coherencia a este concepto.

En la versión deshumanizada del acto médico se da ese nexo estructural de poder en que, quizás sin pretenderlo y solapadamente, se vienen a cristalizar los roles de victimario y de víctima configurando la transgresión de un derecho humano básico.

Sugerencias:

- Todo esfuerzo por desmistificar la imagen de hechicero todopoderoso bienvenido sea.

- No marearse con el poder, ni menos apernarse en él.

- Estimular todas las instancias democráticas y de participación. Siempre ambas.

- Cuando se tenga poder volverse el más humilde de los servidores.

 

 

 

EL VUELCO ÍNTIMO, PUNTO CRUCIAL EN LA TRASTOCACIÓN VALORATIVA.

¿Todos los factores condicionantes arriba nombrados bastan por si solos para determinar de una manera absoluta el trastrueque valorativo que explica la potencialidad deshumanizada del acto médico?

Si tal fuera el caso nadie se escaparía de esa deformación. La posibilidad humanizada del acto médico sería impensable. Los factores condicionantes en ese sentido negativo son demasiado universales y generalizados. Todo profesional de la salud sufre sus embates día a día; está forzado a convivir con ellos. Muchos de ellos son modificables y superables, pero varios están tan enraizados en la naturaleza misma de los fenómenos en cuestión que imaginar un cambio substancial en ellos como precondición a la posibilidad humanizada del acto médico sería prácticamente negar su factibilidad. Mas, la práctica en la experiencia de todo profesional de la salud muestra en algún momento que tal factibilidad es posible aún en las peores circunstancias.

Entonces, como que volvemos al punto de partida. Si los factores condicionantes se reducen a condicionar, a favorecer un tipo de curso, pero al momento decisivo no determinan el vuelco final ¿ qué es pues lo que determina este vuelco valorativo en última instancia ?

¿El énfasis de Hipócrates en hacer jurar a sus discípulos en un sistema ético no estará también insinuándonos donde está el punto crucial de tal vuelco valorativo?...¿Un punto donde se constelan tendencias opuestas y en el la introducción de un elemento externo con significado compulsivo, como el tal juramento, pudiera hacer inclinar la balanza hacia una conducta más positiva?

Aquí entramos, a un terreno teórico especulativo difícil de dilucidar, pero no por ello menos interesante e importante para intentar la comprensión del problema. Las distintas posturas imaginadas han sido planteadas tanto en términos religiosos como filosóficos y psicológicos.

En el mundo antiguo se concibió el comportamiento del individuo prisionero de fuerzas externas a él, zona de juego y disputa de espíritus y dioses. Estar alerta a sus señales y mensajes misteriosos era lo más que el ser humano podía hacer para torcer discretamente el curso de su destino inexorable. En el mundo de los sueños, en las sincronías de la naturaleza que le envolvía y en el chisporroteo de los astros creía encontrar las claves que le orientaran sus pasos.

Luego vino a dominar una visión del ser humano marcado por un pecado original que lo haría inclinado al mal. Esta natural inclinación perversa sólo podía ser variada en un esfuerzo de comunión con la divinidad. El alcance de esa comunión le abriría a su gracia y así a dar con el buen camino, lo cual tenía que ver con su redención en otra vida después de la muerte. El seguimiento de pautas morales estrictas era el camino a esa comunión.

En los tiempos modernos se vino a plantear la visión opuesta, que habría una natural bondad originaria en el ser humano, que las circunstancias sociales irían torciendo, y con las que el ser humano estaría en constante lucha. El buen camino era reencontrable justamente a través de esta lucha, de fuerte contenido social, que apuntaba al vuelco revolucionario de las estructuras sociales hacia formas más justas e igualitarias, que liberaran al ser humano de las presiones que inducían su perversión.

Los pensadores psicoanalistas intentaron conciliar estas posturas. Freud llamó "instinto de muerte" o "Tanatos" a aquel complejo de impulsos destructivos que funcionan paralelos y en oposición al "instinto de vida" o "Eros". Jung creyó visualizar una "sombra" o "lado obscuro" contraponiéndose simultáneamente a todo "ideal" tanto personal como colectivo o arquetípico, tanto en un plano consciente como inconsciente. Juego dialéctico de tendencias opuestas en el seno de la personalidad toda, tanto en sus niveles instintivo, como del yo y el valorativo. Conflicto de impulsos, conflicto de ideales; cada vertiente encontrando su propia fuente de alimentación en condiciones externas, en sistemas éticos, en gratificaciones afectivas. E. Fromm visualizó un nuevo campo de batalla en una esfera de la personalidad que es más exclusivamente humana : el carácter, definido como "sistema relativamente permanente de todos los afanes no instintivos mediante los cuales el hombre se relaciona con el mundo humano y el natural",..."sustituto humano de los instintos animales",..."La familia es la agencia psíquica de la sociedad, y en el proceso de ajustarse a ella el niño desarrolla un carácter que más tarde será el que le permita adecuarse a las tareas que tiene que desempeñar en la vida social"... "Adquiere ese carácter que le hará desear hacer lo que tiene que hacer y compartir una modalidad de ser con la mayoría de los miembros de su misma clase social y cultura". En esta visión no se niegan las instancias psicoanalíticas clásicas, pero se agrega un área más peculiar de la naturaleza humana que mediatiza la influencia de lo social y desarrolla pasiones que le son propias a ese nivel, ligadas a sus necesidades existenciales. En esta esfera de las pasiones del carácter la dialéctica de tendencias antagónicas aparece de nuevo en la forma de un complejo de manifestaciones de orientación productiva ("síndrome favorecedor de la vida") contra otro de orientación destructiva ("síndrome contrario a la vida"). Es el juego entre Eros y Tanatos, entre "lo claro" y "lo obscuro", entre Dios y el Diablo, entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco en la esfera del carácter. La persona común y corriente es una mezcla de ambos síndromes; lo que importa en el comportamiento de la persona y la posibilidad de que cambie es precisamente la fuerza respectiva de cada síndrome". Lo social va dejando su huella en el carácter en una u otra dirección, y con ésto va, también, poniendo un límite al juego de la libertad.

Se podría aventurar a decir que es el peso relativo, que por el juego de circunstancias biográficas y sociales en interacción con la propia libre elección, hayan ido adquiriendo ciertos rasgos de carácter, lo que lleva a una definición en una u otra dirección. Al final estos rasgos de carácter inclinados hacia un lado de la balanza van seleccionando aquellas conductas que reforzarán precisamente a esos mismos rasgos de carácter, poniendo así un tope a la capacidad de elección, un límite a la libertad personal.

Así, por ejemplo, el ejercicio prolongado de algún grado de poder se irá haciendo carne en el carácter de tal persona generando una pulsión pasional, puede que inconsciente, por el poder en si mismo, que entre a transformarse en el eje ordenador del conjunto de su personalidad. No concibiéndose más que en un sitial social de poderío relativo, se acostumbrará al mando, a que se le haga caso, a que se imponga su opinión, a que se le rindan cuentas, y de algún modo su experiencia cotidiana se irá seleccionando en reforzar su autoridad y en campearla sobre otros, cultivando la arrogancia, la prepotencia, el tono altivo, y a veces aún la crueldad y el sadismo.

El acto médico no escapa a estas disyuntivas. La inhumanidad en el acto médico no es sólo un problema de circunstancias, es en su núcleo un problema de orientación valórica y un problema del desarrollo del carácter. Su definición deshumanizada pasa por el punto crucial del ejercicio de la libertad en juego con las inclinaciones del carácter. Cada paso de concesión a las circunstancias alienantes, también implica un instante de decisión en que algún otro curso fue descartado, en que se puso en tensión una opción, y en juego la orientación valórica; un instante de libertad. Pero una vez que ocurre la decisión, cada paso en el camino de la adaptación al mito de la propia grandiosidad y poderío, a la idolatría por teorías y casilleros clínicos, a la contaminación con los prejuicios clasistas, raciales y sexistas, al rendimiento a la institucionalidad y funcionalidad burocrática,... será un paso más en la definición del carácter hacia una forma alienada del carácter, será un paso más en la limitación de su propia libertad, un paso más en el renunciamiento de lo más humano de su persona; un paso más en la degradación del acto médico como acto de solidaridad y compasión, y su transformación en actos de poder... invertido en su sentido.

 

 

SUGERENCIAS.

1.- Ya plantear el problema con cierta rítmica reiteración invita a su reflexión, a asumirlo en un orientación valórica; un instante de libertad. Pero una vez que ocurre la decisión, cada paso en el camino de la adaptación al mito de la propia grandiosidad y poderío, a la idolatría por teorías y casilleros clínicos, a la contaminación con los prejuicios clasistas, raciales y sexistas, al rendimiento a la institucionalidad y funcionalidad burocrática,... será un paso más en la definición del carácter hacia una forma alienada del carácter, será un paso más en la limitación de su propia libertad, un paso más en el renunciamiento a lo más humano de su persona; un paso más en la degradación del acto médico como acto de solidaridad y compasión, y su transformación en acto de poder...invertido en su sentido.

 

plano más personal y a la búsqueda de soluciones.

2.- Abrir la enseñanza de Medicina a todas las capas sociales y orígenes étnicos y de sexo.

3.- Crear una carrera única en Medicina (Salud) con diferentes grados y especialidades, pero con toda clase de puentes entre ellos, que integre desde los niveles más primarios de auxiliar hasta los más sofisticados de especialista, en una enseñanza ligada desde sus inicios a una práctica laboral de atención de pacientes.

4.- Incorporar en todos los niveles de la enseñanza de Medicina aspectos relacionados con las ciencias humanas (Antropología, Ética, Psicología, Psiquiatría, Sociología,...) y aspectos relacionados con la Medicina popular. Quizás también algo de sentido poético.

5.- Favorecer en la enseñanza de Medicina la capacidad de observación, la capacidad de

describir los fenómenos tal como son vivenciados, la capacidad de pensar sin encasillamientos teóricos apresurados, la capacidad de valorar los problemas emocionales y de relación, y los aspectos culturales, y la práctica de la humildad y sentido de servicio.

6.- Estimular formas de trabajo en equipo que permitan no sólo compartir conocimientos técnicos, sino también los modos como se viven la relación personal con los pacientes, y modular la tolerancia y respeto entre los miembros del equipo y de éstos con aquellos.

7.- Promover formas democráticas y participativas de estructuración de los aparatos de salud con inclusión de sus trabajadores, de representantes de la comunidad y de los propios usuarios a través de sus familiares.

8.- Procurar hacer de la atención de Salud una atención gratuita al alcance de toda la población.

9.- Promover la descentralización de los aparatos de Salud haciéndolos más al alcance de las comunidades locales, estructurando a nivel primario sistema de Equipos de Salud Familiares, encargados de un determinado número de familias por barrio o sector.

10.- Implementar campañas formativas en la comunidad analizando con ella los problemas de relación "trabajador en Salud - paciente", y promoviendo todo tipo de diálogo y discusión al respecto.

 

 

RECOMENDACIONES PARA CONSTITUIRSE EN REAL EQUIPO DE TRABAJO.-

Cuando se trabaja en equipo y todo anda bien nadie piensa en si se sujeta a alguna regla. Simplemente se actúa espontaneamente y este actuar es coherente con el sentir de los demás y las necesidades del trabajo.

E cuando las cosas empiezan a no andar bien cuando surge la inquietud por esclarecer las reglas tácitas que subyacen como cadenas invisibles sujetando la cohesión de un equipo de trabajo. Cuando esas reglas tácitas se trasgreden la cohesión del equipo se requebraja, se neurotiza la interacción y cunde la desmoralización y desmotivación entre sus miembros.

Regla Nr.1 : Delicadeza y respeto en las formas de trato entre los miembros del equipo.

Regla Nr.2 : Buena disponibilidad de cada miembro del equipo en relación a los demás en ánimo y actitud de cooperación.

Regla Nr.3 : Comprensión que el equipo lo constituyen todos sus miembros, ni uno menos, ni siquiera una mayoría.

Regla Nr.4 : Comprensión que un equipo de trabajo no es un sindicato centrado en aspectos reivindicativos, ni el jefe su presidente expuesto a los vaivenes de las mayorías. Un equipo de trabajo es una forma de organizarse para coordinar acciones e intercambiar experiencias y conocimientos entre sus miembros, todo en función de mejorar la eficiencia laboral.

Regla Nr.5 : Tolerancia a la libertad de cada uno de los miembros del equipo para plantear ideas, posturas, propuestas, presentaciones de casos, etc., en la forma que estime conveniente, dentro de los límites de la racionalidad, calma, mesura y mínimo de pasión.

Regla Nr.6 : Evitar temas reiterativos: llevan al aburrimiento y a la parálisis.

Regla Nr.7 : Respetar horario y asistencia a reuniones de trabajo y tabla de discusión acordada.

Regla Nr.8: No cultivar la intriga, la paranoia, la desconfianza, el rumor, el juego inculpatorio, la beligerancia, la prepotencia o el derrotismo. Hacen daño. Mas bien, cultivar la confianza, el ponerse en el lugar del otro, la benevolencia, el tono conciliatorio, la humildad y el optimismo.

Regla Nr.9 : Las crisis enfrentarlas con la verdad de cada cual y luego tener la sabiduría de enterrarlas, que el equipo tiene que seguir funcionando.

Regla Nr.10 : Comprensión que un equipo de trabajo es una escuela de tolerancia y cooperación. Tolerancia no sólo a diferentes ideas, sino también a diferentes maneras de ser y a la posibilidad del error. Cooperación en aportar fortaleza donde hay debilidad, aportar correcciones donde ha habido error.

 

"Los hombres encendidos en ardiente caridad hacia sus prójimos, es porque llegaron al fondo de su propia miseria, de su propia apariencialidad, de su nadería, y volviendo luego sus ojos, así abiertos, hacia sus semejantes, los vieron también miserables, aparienciales, anonadables, y los compadecieron y los amaron."..

 

Miguel de Unamuno

("Del sentimiento trágico de la vida". 1913)

 

 

Información sobre ciencias y enlaces a periodicos, bases de datos y bibliotecas virtuales: rcci.net/.

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