Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Junio de 2024

El capitalismo en crisis. ¿Una crisis entre la representación y la redistribución?
Alberto Navarro



betoballack@yahoo.com.mx El capitalismo en crisis

Para Nancy Fraser la crisis que la democracia experimenta a nivel mundial es una crisis del capitalismo, derivada en gran parte de las contradicciones políticas del capitalismo financiarizado (en el que la producción ha dejado de ser su principal objetivo y fase principal en el proceso clásico de la economía). Si el economicismo (capitalismo organizado de estado) caía en cierta miopía y de allí la acusación que le da nombre, al pretender justificar exclusivamente en la economía y la esfera de la producción la crisis, la autora considera que el orden político, en este caso, el régimen democrático, tampoco puede ser lo suficientemente autodeterminativo para generar las deformaciones mínimas para dar lugar a dicha crisis política. Esto es, tanto las crisis económicas como las políticas hallan sus fuerzas causales fuera de sus dominios, y en este sentido, son extraeconómicas y extrapolíticas.

La crisis actual es tanto económica como política, pero no lo es menos en los ámbitos social, ideológico, ecológico y educativo. Afirma Fraser en Los talleres ocultos del capital (2020) que “Los males democráticos de hoy día, ni endógenos ni meramente sectoriales, forman la hebra política específica de una crisis general que está engullendo todo nuestro orden social” (p.117). Por lo que quedando incluidos y rebasados los sistemas económico y político por la crisis, esta debe estudiarse desde una “perspectiva crítica de la realidad social” (p.117), ya que la financiarización del capitalismo actual viene a representar una contradicción dentro del mismo, debido a que la excesiva acumulación de riqueza en la cual incurre, pone en riesgo, no solo todos aquellos elementos necesarios para asegurar la reproducción social que a su vez posibilita la reproducción del capitalismo como sistema, sino de este como totalidad social.

En virtud de lo anterior, Fraser de manera muy cercana a Gramsci, quien considera en La política y el estado moderno (1949) que la solución a la crisis de hegemonía se encuentra dentro de los límites mismos de la totalidad social en cuestión (el fascismo de su época), apunta que, “la crisis democrática actual es una hebra de la crisis capitalista, cuyos contornos más amplios proporcionan la clave para su resolución” (p.121). De manera similar coincide con Althusser, cuando este nos habla de los aparatos ideológicos del estado (AIE) y de los aparatos represivos del estado (ARE) en su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado (notas para una investigación) (1970), entre otros mecanismos sociales para referirse al “estado ampliado”, cuando afirma que, “El capital depende de los poderes públicos para establecer y hacer cumplir sus normas constitutivas. La acumulación de capital es inconcebible, […] en ausencia de un marco legal que respalde la empresa privada y el intercambio mercantil. Depende crucialmente de los poderes públicos para garantizar los derechos de propiedad, hacer cumplir los contratos y resolver las disputas; para reprimir las rebeliones, mantener el orden y gestionar la disidencia… (p.121).

Ejemplos de lo anterior sobran en la historia: explotación, conquistas, colonizaciones, expropiaciones, genocidios, reconquistas, entre otras formas de dominación de unas naciones sobre otras y endógenas inclusive. Finalmente fueron las elites de los estados nacionales los que aseguraron para sí mismas los derechos territoriales, económicos y políticos para lograr sus intereses de clase dominante, evitando al máximo cualquier tipo de interferencia por legítima que fuese de la clase dominada, otorgando y negando derechos; repartiendo beneficios y costos, esto es, el poder político y económico hasta donde les fuera posible asegurar el control hegemónico sobre el todo social. Entre otras cosas, esta separación “capitalista” en opinión de Fraser, “limita severamente el alcance de lo político. Al devolver vastos aspectos de la vida social al dominio del mercado (en realidad, a las grandes corporaciones), los declara fuera del alcance de la toma de decisiones democráticas, la acción colectiva y el control público. Su estructura misma, por lo tanto, nos priva de la capacidad de decidir colectivamente qué y cuándo queremos producir, sobre qué base energética y mediante qué tipo de relaciones sociales. También nos priva de la capacidad de determinar cómo queremos usar el excedente social que producimos colectivamente; cómo queremos relacionarnos con la naturaleza y con las generaciones futuras; cómo queremos organizar el trabajo de reproducción social y su relación con el de la producción. El capitalismo, en suma, es fundamentalmente antidemocrático” (p.123).

Ante todas estas contradicciones que crea el mismo capitalismo y con las cuales se topa, este se encuentra en crisis y contagia de esta a la democracia y sus posibilidades de existir fáctica y sanamente. Al morderse su propia cola, el capitalismo dificulta, cuando no impide, el alcance en gran parte de aquellos pilares por los cuales suele distinguirse una democracia de otras formas de gobierno, como son: justicia social; educación incluyente, progresista e intercultural; desarrollo sustentable y ecosocialista; respeto a la diversidad cultural y a la diferencia (tolerancia activa); género, paz, equidad, entre otros. Lukács hablaba en Historia y conciencia de clase (1923) que, solo hasta que una cierta masa crítica alumbra la posibilidad de que algunas cosas pueden funcionar de una manera distinta a como históricamente han venido funcionado, y actúa en consecuencia para lograr ciertos cambios, la realidad puede entrar en una fase de transformación política, moral y cultural. En esto Fraser coincide con el filósofo húngaro cuando afirma que, “Lo que parece una crisis para un observador externo no se convierte en algo históricamente generativo hasta que los participantes en la sociedad no la perciben como tal; hasta que, por ejemplo, intuyen que los problemas apremiantes que experimentan no surgen pese al orden establecido, sino que precisamente se deben a él y no pueden resolverse dentro de él. Solo entonces, cuando una masa crítica decide que ese orden puede y debe ser transformado por la acción colectiva, un punto muerto objetivo se dota de una voz subjetiva” (p.131).

Fraser se pregunta: “¿Por qué, a pesar de las condiciones estructurales en apariencia favorables, no hay un proyecto contrahegemónico dirigido a proteger la sociedad y la naturaleza del neoliberalismo? ¿Por qué las clases políticas de nuestro tiempo ceden la creación de la política pública a los banqueros centrales, y por qué sus filas incluyen tan pocos keynesianos convencidos, y mucho menos socialistas, dispuestos a defender las alternativas que propaguen la solidaridad?” (p.159). A esto podríamos contestar junto con ella y la influencia de los pensadores (pos[t]) marxistas aquí nombrados: la falta de una masa crítica (Lukács) capaz de articular intereses y pasar a la praxis con el objetivo de crear un “bloque contrahegemónico” que, ganando hegemonía (Gramsci) fuese capaz de actuar crítica y revolucionariamente frente al neoliberalismo y capitalismo sustentados, gestionados y apoyados por la elite (oligarquía / plutocracia) que conforman el estado y el estado ampliado (Althusser) controlando, produciendo y asegurando las condiciones necesarias para su reproduciendo en todas las esferas de la vida social, cultural y política (iglesia, escuela, familia, sindicatos, partidos políticos, medios de comunicación y la vida institucional en su totalidad). Lo anterior, sin perder de vista que el capitalismo decimonónico y del siglo XX han cambiado radicalmente su ser, sin que su esencia haya mutado.
Emanciparse del capitalismo en su versión neoliberal implica realizar un análisis complejo desde un punto de vista teórico, metodológico y epistemológico, debido a que esta versión bien podría en apariencia presentarse como un escaparate para diversas formas de emancipación con respecto al estado (antiestatismo, antieconomicismo y antiwestfalianismo, Fraser dixit) y al androcentrismo, como lo llama Fraser. ¿Cómo ocurre esto? La crítica feminista no necesariamente afecta directamente al capitalismo, por el contrario, la sociedad de consumo y del espectáculo parecen ofrecer un lugar a las mujeres que no ocupaban hacia finales del siglo XX, lo cual fortalece inconscientemente tal vez, la estructura ósea del capitalismo. En este caso, el estado – y sobre todo el neoliberalismo - a través de diversas formas institucionales accede a reconocer las diversas representaciones del movimiento feminista, y todo aquello a lo cual su lucha se enfrenta, lo cual deja inmune e intacto al capital contemporáneo. Lo mismo sucede con la lucha feminista que brega por lograr igualdad en el ámbito laboral (condiciones de trabajo y salarios), a lo cual el neoliberalismo parece no darse por aludido por no afectar en lo más mínimo su esencia, al no afectar tampoco los fines a los que sirve el régimen político salvo y si acaso, la proporción y distribución en virtud del género.

En síntesis, una lucha por el reconocimiento y la redistribución del poder emprendida por el movimiento feminista con respecto al “otro sexo” y la vida institucional (la ley), no necesariamente tiende a la emancipación del dominio y hegemonía que el neoliberalismo mantiene con respecto a una vida más verdadera y digna de ser vivida, independientemente del cuerpo y el sexo con los que se nazca. Lo anterior, entiéndase por favor, no busca demeritar por ningún motivo el movimiento feminista, ni ninguna de las luchas de género, de la comunidad LGBT, ni las que emprenden los ambientalistas y los pueblos originarios. Luchar en favor del medio ambiente y las formas de vida no racionales o no humanas es por supuesto del todo loable y deseable ética y políticamente.

Lo mismo sucede con las luchas de los pueblos originarios por el reconocimiento de su identidad, formas de vida y cosmovisión. Pero de poco servirán si estás no se articulan intersectorialmente con otras luchas, pues no pueden seguir luchando monadológicamente creyendo que enfrentan igualmente a un enemigo monolítico, aunque en apariencia a veces así parezca serlo, y más allá del reconocimiento político, social, ideológico y cultural contra el cual resisten, si no logran simultáneamente imaginar, construir y hacer valer frente a la hegemonía neoliberal-capitalista formas más justas de redistribución del poder, que conlleven a lograr sociedades más justas, equitativas y democráticas. El reconocimiento - en ninguna democracia, por mucho que este esté asentado en la ley -, no es suficiente; el poder, el bienestar y los bienes o fines del desarrollo deben ser redistribuidos de manera equitativa entre todos los miembros de la sociedad, respetando y reconociendo la diferencia, así como a la naturaleza y a las generaciones que están por venir.

Actuar para alcanzar los preclaros objetivos anteriormente enunciados, tal vez pueda ofrecernos una perspectiva de hacia dónde debe dirigirse en primer lugar, el estudio sobre el capitalismo del siglo XXI y sus condiciones estructurales de pervivencia, de carácter enteléquico y resiliente. En segundo lugar, resulta condición sine qua non que las diversas luchas anticapitalistas aquí mencionadas se articulen – siguiendo a Lukács, Gramsci, Althusser y Fraser – en un proyecto contrahegemónico dirigido a proteger a la sociedad y la naturaleza del neoliberalismo, el cual como fetiche del capitalismo está devorando al planeta. No actuar de manera conjunta entre los ciudadanos y las ciudadanas del mundo exigiendo a los gobiernos nacionales (locales y globales) un cambio drástico a favor de la vida, el bienestar y la justicia social en los mismos ámbitos pone en entredicho la reproducción social de la vida humana como la conocemos hasta ahora. Son los ciudadanos y ciudadanas quienes deben establecer, gestionar, ejecutar y evaluar las políticas públicas “glocales” y no los banqueros, usando este último “término” solo para referirse a una de las tantas “tipologías fantasmagóricas” del capitalismo neoliberal. Este último se ha empeñado y ha conseguido con tremendo éxito dividir (polarizar) a la población del mundo (entre naciones y al interior de las naciones) encasillando y haciendo ver a la democracia como si se tratase en particular de un régimen de representación y numerario por antonomasia, para desafanarse por completo de su faceta relacionada con la redistribución, fin este último, cuyo incumplimiento actúa en detrimento del ser y la esencia de dicha forma de gobierno.

¿Neoliberalismos?

Para Fraser, antes de Donald Trump, en Estados Unidos, el bloque hegemónico que dominaba era el ala neoliberal progresista. La corriente liberal que estaba en consonancia con el electorado y los programas cercanos a la agenda del “feminismo, el antirracismo, el ecologismo, el antirracismo, los derechos LGBTTI, por un lado; y, por otro lado, los sectores económicos históricamente más dinámicos de la nación, los financieros, como Wall Street, Hollywood y Silicon Valley” (p.172). Afirma Fraser que “el bloque neoliberal-progresista combinó un programa económico plutocrático/expropiador con una política de reconocimiento liberal-meritocrático. […] Las clases que dirigían ese bloque, decididas a liberar las fuerzas del mercado de la pesada mano del estado y de la piedra de molino de los impuestos y gastos, pretendían liberalizar y globalizar la economía capitalista, lo que significaba, en realidad, su financiarización: el desmantelamiento de barreras y protecciones contra la libre circulación de capital; la desregulación del sector bancario y el crecimiento vertiginoso de la deuda depredadora; así como la desindustrialización, el debilitamiento de los sindicatos y la difusión del trabajo precario y mal pagado” (p.173).
Este neoliberalismo era visto por “eruditos” ultraconservadores como Friedrich von Hayek, Milton Friedman, James Buchanan y Ronald Reagan, entre otros millonarios fundamentalistas del mercado como una visión izquierdista y hasta comunista de lo que la vida económica y política debía ser para no afectar los derechos y las libertades individuales, esenciales a toda democracia. Este neoliberalismo no se mostró antiprogresista en lo que se refiere a la esfera del reconocimiento, por el contrario, hizo publicidad sobre la importancia de la sociedad civil recurriendo a las fuerzas más importantes de esta, como el empoderamiento de las mujeres, la comunidad afroamericana y otras minorías, como los derechos de la comunidad LGBTI, retorizando sobre la importancia del ecologismo y el multiculturalismo. Los derechos de propiedad siguieron estando marcados por una igualdad aparente que escondía racismo, discriminación y xenofobia, entre otras cosas. La emisión de contaminantes pasó a mercadearse: “se puede contaminar tanto como estés dispuesto a pagar”. La meritocracia liberal nunca dejó de estar impregnada de discriminación en función de la raza, el género y la nacionalidad, entre otras cosas.
Por su parte, el neoliberalismo reaccionario ubicado en las filas del Partido Republicano de los Estados Unidos, “se centraba en apoyar el fortalecimiento de las finanzas, la producción militar y la energía extractiva, todo ello en beneficio, principalmente, del 1 por 100 global. Lo que suponía que debía hacerlo digerible para la base que pretendía reunir, era una visión excluyente de un orden de estatus justo: etnonacional, antiinmigrante y poscristiano, cuando no abiertamente racista, patriarcal y homófobo” (p.176). Haciendo a un lado ciertas fórmulas de carácter sectorial, geográfico, socioeconómico e ideológico, ambos “bloques” “apoyaban el libre comercio, los bajos impuestos a las empresas y el recorte de derechos laborales, la primacía de los intereses de los accionistas, las retribuciones estratosféricas de los altos directivos y la desregulación financiera. Ambos bloques eligieron líderes que buscaban grandes acuerdos destinados a recortar derechos. Las diferencias clave entre ellos se referían al reconocimiento, no a la distribución” (p.176). Ambos bloques coincidían entre otras cosas, con la desindustrialización y la financiarización de la economía, sin importarles los costos sociales y sobre la vida de sus conciudadanos. En virtud de lo anterior, los votantes menos favorecidos en la pirámide socioeconómica, muy probablemente se vieron obligados a votar por aquella facción política que al menos les “aseguraba” de algún modo, el reconocimiento, y hasta allí.

Afirma Fraser que, “En su mejor momento, la retórica de la campaña de Trump sugería un nuevo bloque contrahegemónico, que podríamos denominar populismo reaccionario. Parecía combinar una política ultrareaccionaria de reconocimiento con una política de distribución: el muro en la frontera mexicana más el gasto en infraestructuras a gran escala. El bloque Sanders representaba, en cambio, el populismo progresista. Pretendía unir una política inclusiva de reconocimiento con una política de distribución en favor de las familias trabajadoras: reforma de la justicia penal más Medicare para todos; justicia reproductiva más matrícula universitaria gratuita; derechos LGTBI más la desagregación de los grandes bancos” (p.179).

Muchas de las sugerencias trumpistas resultaron un ejemplo del populismo reaccionario y bajo la esfera de los ideales hayekianos, de los cuales “el millonario” republicano podría contarse como discípulo ejemplar. Luego de abandonar la política populista de distribución “redobló la política reaccionaria de reconocimiento, enormemente intensificada y cada vez más virulenta. […] Las distintas prohibiciones de entrada al país de determinados grupos de personas, fundamentalmente procedentes de los países de mayoría musulmana, disfrazadas posteriormente por la cínica adición de Venezuela; el enorme debilitamiento de los derechos civiles en la administración de justicia que ha abandonado el uso judicial del mutuo acuerdo entre las partes, y en los asuntos laborales (que ha puesto fin a la discriminación positiva por parte de los contratistas federales); la negativa a defender casos judiciales sobre derechos LGTBI. […] Los pronunciamientos públicos en apoyo de un trato policial más duro a los sospechosos. […] El resultado no es un mero conservadurismo republicano del tipo habitual, sino una política de reconocimiento ultrareaccionario” (pp.108-109).

Pensando en el contexto actual latinoamericano tras el triunfo parcial de la ultraderecha en Argentina, el terreno ganado por los neopinochetistas en Chile, lo sucedido en Perú luego del golpe de estado, el oscurantismo que atraviesa Nicaragua y el Jacobinismo en El Salvador, por un lado; y la vida pública en los polarizados Brasil postbolsonarista y México morenista, por otro lado: ¿Podríamos considerar al populismo en Latinoamérica como algo distinto precisamente a una reacción “natural” a los excesos y faltas de los gobiernos derechistas, ultraderechistas o conservadores, apoyados por Washington y apadrinados por las oligarquías locales, que han resultado deficitarios tanto por el lado del reconocimiento como del de la distribución? ¿Es posible, más allá de que la reflexión entre los dos tipos de neoliberalismo y populismo aquí aludidos haya sido a colación del imaginario político-ideológico estadounidense, sirva para “regionalizar” la necesidad teórica, metodológica y epistemológica de además de continuar estudiando de manera más imaginativa y crítica el capitalismo contemporáneo, nos pueda ofrecer la evidencia suficiente de que el neoliberalismo es el enemigo por vencer por parte de la izquierda latinoamericana?

Referencias

Fraser, Nancy. (2020). Los talleres ocultos del capital. Madrid: Traficantes de sueños.


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