Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Febrero de 2024

La ecología, Marx y el metabolismo social
Víctor M. Toledo


La historia de las ideas, que estudian historiadores y filósofos de la ciencia, es un campo fascinante. Este es el caso del concepto de metabolismo social. Para comprender a cabalidad su surgimiento es necesario entender la atmósfera intelectual que dominaba el pensamiento científico del siglo XIX. Si bien la ciencia como institución surge desde el siglo XVII con la aparición de las primeras sociedades científicas en Europa, en el siglo XIX se producen las grandes síntesis. A diferencia de lo que sucede hoy, con la especialización y la fragmentación, en el siglo XIX existía un interés recíproco entre los naturalistas y los sociólogos de la época, y un genuino interés por descubrir patrones, principios y leyes universales, aplicables a todos los órdenes de organización de la materia. Las metáforas surgían de la tesis analógica de que dos sistemas o fenómenos pueden ser evidentemente diferentes pero estructuralmente similares. La idea de que la sociedad es como un organismo vivo fue acompañada por otra: las leyes del comportamiento y la evolución no sólo gobiernan a los seres vivos, sino a la sociedad humana. De ahí la necesidad de estudiar a la sociedad en sus intercambios de materia y energía con el mundo natural.

Con estas inquietudes intelectuales reverberando en las cabezas de los pensadores, no fue difícil encontrar no solamente sociólogos bebiendo de las contribuciones de los científicos naturales, sino naturalistas (zoólogos, botánicos, geólogos y geógrafos) hurgando las tesis de los sociales. Entre estos últimos destaca E. Haeckel, quien acuñó el término de oekologie (1866), y desarrolló innumerables contrapunteos entre el organismo social y el organismo biológico. En el otro lado, sociólogos organicistas, como Herbert Spencer y Auguste Comte, hicieron numerosos aportes, varios de los cuales hoy se han retomado en los análisis socio-ecológicos. La tesis de Spencer de que la naturaleza es un espejo para que la sociedad se organice, se transforme y evolucione, antecedió por más de un siglo al moderno concepto de biomímesis y especialmente a la sociobiología, de Edward O. Wilson.

El siglo XIX fue la era del imperio inglés y Londres se convirtió no sólo en la ciudad más grande del mundo (pasó en 100 años de un millón a 6.7 millones de habitantes), sino en la capital mundial de las finanzas, el comercio, la política, y el conocimiento. Ahí vivieron y trabajaron innumerables estudiosos e investigadores de la intelectualidad más avanzada, incluyendo a dos de los grandes pensadores del siglo: Charles Darwin (1809-92) y Karl Marx (1818-83). El primero estableció su hogar en una villa cercana a la capital inglesa en 1842 tras su largo viaje por el sur del mundo. El segundo arribó a Londres siete años después tras un periplo que lo llevó por varias ciudades europeas, y ahí permaneció hasta su muerte. Aunque ambos se encontraban a menos de 16 millas de distancia, jamás se encontraron personalmente. Sólo una breve correspondencia epistolar iniciada por Marx, quien intentó dedicarle el tomo dos de El capital. Tras la aparición en 1859 de El origen de las especies, cuya edición se agotó en un día, Engels escribió a Marx: Darwin, a quien estoy justamente leyendo ahora, es absolutamente espléndido. Su libro ha logrado demoler una cierta teleología que desde hace tiempo se mantenía. En respuesta, Marx escribió a Engels (19/12/1860): Este es el libro que contiene las bases histórico naturales de nuestra concepción.

Debemos a Alfred Schmidt (1931-2012), filósofo de la Escuela de Fráncfort, lo que ha resultado una revelación crucial: su libro The Concept of Nature in Marx, su tesis de doctorado. La obra resultó a la larga un texto seminal y a través de los años el libro se tradujo a 18 idiomas, y se convirtió en lectura obligada para quienes se interesan en la articulación entre marxismo y ecología. Marx, no sólo había leído extensamente a los naturalistas de su época, también había abrevado de un autor clave, el holandés Jacob Moleschött (1822-93), quien escribió varios libros entre los que destaca Der Kreislauf des Lebens ( El ciclo de la vida, 1852), un verdadero tratado de ecología decimonónico. De esa lectura Marx derivó el concepto clave que le permitió construir su teoría sobre el capitalismo: Stoffwechsel, que significa intercambio orgánico o metabolismo. Marx utilizó el término en borradores escritos al final de 1850 y en el volumen primero de El capital. Marx usó el concepto en dos sentidos: para ilustrar la circulación de las mercancías y, de manera más general, como un intercambio entre hombre y tierra, o un intercambio entre sociedad y naturaleza. La importancia del concepto de metabolismo en Marx, quedó certificado por la carta enviada a su esposa el 21 de Junio de 1856: No es el amor por el hombre de Feuerbach, ni por el metabolismo de Moleschöt, ni por el proletariado, sino el amor por la mujer querida, en este caso por ti, lo que hace que un hombre vuelva a ser hombre ( Annali dell’Istituto Giangiacomo Feltrinelli, Milano, Italia, 1959).

Todo lo descrito en la primera parte de este ensayo ( La Jornada, 13/2/24) permaneció en estado latente por más de un siglo, hasta que en 1997 Marina Fisher-Kowalsky, economista austriaca, publicó el capítulo de un libro con un título extravagante: “Society’s Metabolism: on the Childhood and adolescence of a Rising Conceptual Star” (“El metabolismo societario: la infancia y adolescencia de un naciente concepto estrella). Su revisión, que sólo incluyó media página sobre Marx y Engels ignorando todo lo escrito por A. Schmidt, logró, sin embargo, atraer la atención de los economistas interesados por los temas ambientales, especialmente los dedicados a la ecología urbana e industrial. Por los mismos años varios marxistas puros y duros (James O’Connor, André Gorz, Paul Burkett,) publicaron sendos libros sobre ecología y marxismo, aunque sólo la obra Marx’s Ecology (2000), de John Bellamy-Foster, incluyó un capítulo dedicado al concepto de metabolismo social (MS). Esas publicaciones originaron una bifurcación, dos corrientes que durante las últimas dos décadas se han dedicado a escribir profusamente sobre el tema desde visiones, enfoques y objetivos diferentes. La primera, que se ubica dentro de la economía ecológica, se ha dedicado a generar teoría pero también metodologías sobre los intercambios de energía y materiales que fluyen entre la sociedad y la naturaleza. La segunda, de carácter filosófico, histórico y epistemológico, se empeña en demostrar que la tremenda crisis ecológica contemporánea sólo puede ser comprendida desde las lentes exclusivas de Marx y el marxismo. La primera parte de la necesidad de elaborar instrumentos para los análisis cuantitativos, la segunda se afana por meter la realidad a la teoría en vez de construir la teoría a partir de la realidad. Ambas se ignoran mutuamente y ambas, como se puede constatar por el número de investigadores, publicaciones y citas, posee su propio público o coro académico.

Es dentro de la economía ecológica, que Manuel González de Molina y quien esto escribe, él historiador andaluz y yo ecólogo mexicano, ambos comprometidos en el estudio del campesinado, decidimos en 2000 escribir un libro sobre MS, a partir de una percepción común. La inmensa mayoría de las investigaciones estaban centradas en la cuantificación de los flujos de materia y energía, y no existía un modelo coherente entre los procesos biofísicos y sociales. Los análisis seguían manteniendo sólo cajas negras, y se ignoraban los mecanismos propiamente sociales de carácter inmaterial o intangible. En otras palabras, el MS se había convertido en mero enfoque cibernético cuantificador de los flujos de materiales y energía a diestra y siniestra.

La tarea nos tomó una década y en 2011 apareció Metabolismos, naturaleza e historia (Editorial Icaria). Años después dedidimos publicar una versión inglesa agegando todo lo que habíamos avanzado y entonces se publicó The Social Metabolism: a Socio-ecological Theory of Historical Change (2014), cuya segunda edición, revisada, actualizada y aumentada, comenzó a circular hace dos semanas (Springer). En estas tres obras desarrollamos teoría que aporta cinco novedades mayores, partiendo de las contribuciones de autores claves, como N. Georgescu-Roegen, I. Prigogine, L. Tyrtania, N. Luhmann, M. Giampietro, M. Fisher-Kowalski, E. Tello y J. Martínez-Alier. Nuestros libros: a) ofrecen un modelo básico del MS; b) distinguen entre las dimensiones materiales e inmateriales (simbólicas, culturales, legales, institucionales); c) reconocen la existencia de tres tipos de flujos (de materia, energía e información); d) integran la segunda ley de la termodinámica, pues independientemente de su grado de complejidad, todo sistema (físico, biológico o social) opera sin violar las leyes más generales de la materia, aunque exploramos en detalle cómo existen mecanismos virtuosos que logran convertir el caos en orden (estructuras disipitativas) asegurando la existencia de organismos vivos y sociedades, y e) desarrollan un abordaje espacio-temporal del MS al distinguir cuatro escalas (local, regional, nacional y global) y tres regímenes metabólicos (cinegético, agrario e industrial) existentes a lo largo de la historia.

A pesar de que nuestro libro de 2014 ha sido consultado unas 8 mil veces (Google Scholar y Research Gate), el número de citas permanece relativamente bajo (unas 450). Pensamos que las deformaciones provocadas por el paperismo, además de la explosiva multiplicación de artículos, libros y tesis (un análisis bibliométrico derivado del Google Scholar arrojó más de 10 mil publicaciones sobre MS en seis lenguas (ver: https://redibec.org/ojs/index.php/revibec/article/view/99/17) explican lo anterior. Hoy por hoy, el concepto de MS es clave para visualizar una nueva civilización sustentable, poscapitalista y posindustrial. Mientras, seguiremos contribuyendo desde las trincheras del pensamiento complejo y crítico.


https://www.jornada.com.mx/2024/02/13/opinion/014a1pol

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