Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Febrero de 2024

Reflexiones sobre los mínimos éticos que debería contener una teoría del desarrollo
Alberto Navarro


betoballack@yahoo.com.mx

Aquí podríamos explicar brevemente algunas - no todas - teorías del desarrollo más significativas y sus conceptualizaciones acerca de este y el subdesarrollo o atraso en esta misma línea, que ya han aparecido en otros textos. Toda propuesta de desarrollo, incluso como crítica a otras teorías o como ausencia de esta, tenderá a ser necesariamente subjetiva desde el simple hecho de que se enfrenta a un conjunto de “datos” ya existentes, perceptibles o no perceptibles de la realidad que llamamos objetivos. El desarrollo se ubicará por tanto como una teleología (deber ser) frente a lo que ya es o está siendo, pero no por separado, sino a partir de allí. No es el objetivo, al menos por el momento en este texto, ofrecer una nueva economía política para el desarrollo, ni presentar todo un conjunto o compendio de políticas públicas a implementarse. Más bien intentaremos presentar breve y concisamente algunos de los intentos teórico/prácticos fallidos hasta ahora, resaltando algunos de los elementos y variables más importantes que los han conformado, así como aquellos que tal vez podría valer la pena reincorporar, considerando una explicación al menos descriptiva del porqué de su inclusión con sus matizaciones pertinentes, pues sin duda el contexto histórico-cultural en el cual aquellas aparecieron es hoy distinto.

El capitalismo global con sus políticas llamadas neoliberales en construcción, desde Bretton Woods y la Guerra Fría por un lado, y un liberalismo integral despojándose de su adjetivo hasta convertirse en uno económico a ultranza, por otro lado, mientras en dicha dialéctica, el desarrollo sólo producía discursos, experimentos fallidos y más subdesarrollo desde el Imperio y sus organismos desconcentrados y descentralizados aparentemente autónomos. El resultado: mayor racismo, pobreza, exclusión, pauperización, autoritarismo, desastres ecológicos, escuadrones de la muerte, devastación ecológico-ambiental, migración y desplazamientos forzados, esquizofrenia y muerte. Siempre que se hable de desarrollo (social o económico) por incipiente y rudimentario que sea lo referido, incluirá ya una idea y una realidad material e inmaterial del capitalismo, por sencillo, sobrio y fundamental que parezca ser. Es decir, si hablamos de la Conquista de América por los Ibéricos, de la Colonización europea en África, así como de las teorías y escritos en materia económica y comercial que nos legaron gente como Adam Smith y David Ricardo en sus textos más importantes, encontramos más coherencia y conciencia de la relación que tienen estas teorías y estos eventos históricos con el crecimiento y desarrollos económico y social en diferentes partes del mundo, a partir de la realidad de un capitalismo ya en expansión, de lo que nos dicen o nos quieren convencer teorías económicas y sociales actuales que parecen haberse ya rendido a los pies de los mercados como si se tratasen de manifestaciones providenciales, entelequias o tautologías pensantes, conscientes y axiomáticas.

Innegable entre otras cosas es también el progreso histórico que va dando el capitalismo en su versión “acumulativista” y “financiarista” al interior de su sórdido monólogo dogmático, precisamente y siempre, antagónico y contradictorio consigo mismo, con la economía y el desarrollo a nivel mundial, salvo acaso en la esfera tecnocientífica; deficitario o terriblemente deudor en términos de probidad moral y ética si hablamos de justicia social distributiva, calidad de vida y vida digna en el plano social. Históricamente, el capitalismo y como ejemplo, el proceso generado en Europa y llevado a América por los ibéricos y luego a África (luego del éxito de la Revolución Industrial) por los británicos, era sinónimo de modernización y progreso (expansión y dominio: otra forma de decirlo podría ser también, la tradición que se opone al progreso, a lo moderno, a la acumulación y al desarrollo material / civilizacional). De allí, la historia y las historias que se han escrito y se siguen escribiendo. Dado el estado actual de pobreza en el que viven la mayoría de los mexicanos en México, y los americanos en el subcontinente latinoamericano, independientemente de lo que los índices macroeconómicos y bursátiles nos dicen, ¿será “ético” continuar afirmando que se va por buen camino a pesar de que la concentración de la riqueza y el capital continúan acumulándose más y más, cada vez en menos manos, en detrimento de millones de seres humanos en la región latinoamericana?

Hoy más que nunca es importante esclarecer que el crecimiento y el desarrollo a diferencia de lo que aseguran los liberales más radicales – o ultraconservadores, dependiendo desde dónde se les mire -, pueden llegar a ser antagónicos al ir en direcciones distintas precisamente por el paradigma que suscita el régimen actual de acumulación de la versión neoliberal del capitalismo. Con lo anterior, no se pretende afirmar ni mucho menos, que no se necesite crecer para poder distribuir e incentivar al desarrollo, pero sí, que no obstante de crecer, si no hay distribución de la riqueza en términos más equitativos y justos, dicho crecimiento económico puede convertirse en el peor enemigo de la gran mayoría de los seres humanos que habitan Latinoamérica. El desarrollo se tiene que pensar partiendo de la realidad, de lo que está y de lo que somos, sin escisiones absurdas entre lo material y lo inmaterial, el cuerpo y el espíritu, el conocimiento científico y la tradición. El capitalismo ha venido funcionando como disector por excelencia, ignorando lo que no se ajusta a sus intereses. Lo anterior, como ya ha sido expresado en este trabajo, al excluir escindiendo, niega, marginaliza, invisibiliza, discrimina y por si fuera poco, criminaliza. El capitalismo, por tanto, por lo que ha demostrado ser históricamente y, sobre todo hoy en día en su etapa global-neoliberal, se presenta como el peor enemigo del desarrollo. Su actuación global en el espacio latinoamericano no sólo ha demostrado su carácter racista en contra de los seres humanos, sino el lugar en el que viven y habitan, y tal vez lo han venido haciendo durante siglos. Esto es, pone en peligro la sustentabilidad misma, por el desprecio que demuestra en el tratamiento de los recursos naturales y el medio ambiente. Su dialéctica parece ser la de construir y destruir para pervivir y reproducirse, para no agotar su fuerza “creativa”. Así, el capitalismo “competitivo” no sólo enfrenta a los hombres entre sí, sino con su entorno y lo que hay en él; socava las relaciones sociales dejándolas en un estado de vulnerabilidad e impotencia nunca visto.

Desde finales del siglo XIX, el paradigma todavía existente de la agricultura como pilar de la economía, fue sustituido por el de la industria y más tarde, como ahora podemos constatar, por el sector servicios y de progresiva incorporación tecnológica e informática, el cual pasó a ocupar el nuevo “estado de cosas” (paradigma) en el mundo. Asimismo, la economía en su afán cientificista se desprende de la ética y es cooptada por su hija: las finanzas (algo así como la “crematística” que refería Aristóteles, guardando las debidas proporciones), la cual sin duda ha demostrado saberse mover mejor en el paradigma global imperante. Afirma Walt Rostow,

Se sabe bien que, a fines del siglo XIX, en Occidente mismo, hubo voces disidentes que no compartían el optimismo y la arrogancia de las elites. Las teorías marxistas del imperialismo, las diversas corrientes anarquistas, los populistas, todos denunciaron con vehemencia la inmensa brecha que separaba el discurso exaltado del nuevo orden de cosas y las sombrías realidades del impacto que este último causaba sobre la inmensa mayoría de los pueblos y de las poblaciones del Norte y del Sur. Este discurso al cual las elites y sus autores prestan oídos sordos, volviéndose sumisión, represión y condenación a la marginalidad para las grandes mayorías del mundo (1969: 16).

Así, llegamos a la era de la globalización, que como todo tiene sus idólatras y sus detractores, para unos es la etapa final que impulsará y nos llevará al fin a alcanzar el progreso tan buscado, para otros, en cambio, puede significar la destrucción definitiva de la vida –al menos como la hemos conocido hasta hoy – en nuestro planeta. El concepto de desarrollo que pretendemos utilizar y el cual comprendemos que puede ayudarnos en el objetivo que perseguimos de que los latinoamericanos puedan vivir con bienestar para alcanzar la felicidad, es sin duda complejo, pero a la vez deseable y alcanzable. “A nivel individual, el desarrollo implica un aumento progresivo de su habilidad, creatividad, autodisciplina, responsabilidad y bienestar material” (Mutsaku, 2003: 168-169). Como puede observarse, el enfoque teórico del desarrollo ya no parte ni considera sólo a la nación, al pueblo, al país: No, parte del individuo mismo, del individuo como agente racional, autónomo y libre que busca lo mejor para sí -y en el mejor de los casos, de la sociedad a la cual pertenece-. La forma en la cual va a evaluarse el desarrollo tiene que ser más compleja dada la misma realidad reflexionada. En la actualidad, la subjetividad y mejor aún, la intersubjetividad y el diálogo entran a jugar un papel más proactivo e intercultural de lo que sucedía con las concepciones anteriores del desarrollo. El desarrollo es ahora, antes que nada, aunque no sólo, una categoría prioritariamente moral (humanista) y luego económica, primero cualitativa y luego cuantitativa, no solo del reconocimiento sino también de la distribución. Para Amartya Sen, el desarrollo es concebido como un proceso de expansión de las libertades reales que disfrutan los individuos. Así, este último afirma que,
El papel constitutivo de la libertad está relacionado con la importancia de las libertades fundamentales para el enriquecimiento de la vida humana. Entre las libertades fundamentales se encuentran algunas capacidades fundamentales como, poder evitar privaciones como la inanición, la desnutrición, la morbilidad evitable y la morbilidad prematura, o gozar de las libertades relacionadas con la capacidad de leer, escribir y calcular, la participación política y la libertad de expresión, etc. (2000: 55).
Como puede verse, el desarrollo para este autor de origen hindú tampoco es exclusivo del crecimiento económico ni de la economía por sí sola, sino que sólo es posible en la medida en que las libertades fundamentales en forma de capacidades vitales son ampliadas o aumentadas, siendo su reducción el elemento contrario al desarrollo. En esta misma línea, Sen definirá la pobreza como una privación de capacidades que produce el subdesarrollo, desde esta perspectiva, la pobreza quedaría concebida como la privación de capacidades básicas y no sólo como ausencia o recepción exigua de ingresos, que es el criterio habitual con el que solemos referirnos a la pobreza. Así, si una persona se encuentra capacitada por edad y conocimiento para desempeñar un trabajo y no tiene acceso a este por condicionantes económico-sociales, se está produciendo un efecto grave en la vida de estos individuos, aun cuando pueda acceder iteradamente a un seguro contra el desempleo. La necesidad y el imperativo de lograr el desarrollo en términos de bienestar, se suma a lo dicho anteriormente por Sen desde una perspectiva de ampliación de las capacidades humanas y del desarrollo como libertad. El filósofo norteamericano Denis Goulet propone la participación de las poblaciones beneficiarias en las decisiones y actividades que les afectan. Su análisis se centra en cuestiones como la búsqueda de indicadores del desarrollo más adecuados que los indicadores económicos habituales, indagar las posibilidades de un modelo de desarrollo más autónomo y respetuoso con la naturaleza, y proponer una especial atención a las transferencias de tecnología como una cuestión clave en la que se debería tener mucho más cuidado del que se ha tenido hasta la fecha.

Para Goulet, el problema del desarrollo implica inevitablemente cuestiones económicas, políticas, sociales y culturales (habría que sumar y/o especificar ecológicos) que exigen que la ética del desarrollo sea pensada, teorizada, conceptualizada, ejecutada y evaluada transdisciplinarmente, en el sentido de que las decisiones deben ser tomadas según un modelo de interacción plural, esto es, no vertical entre los tres modos de racionalidad posibles: la tecnología, la política y la ética. Según Goulet, el mayor grado de conflictividad ético se ubica en el nivel de criterios que especifican cuándo se consiguen realmente los fines y en el sistema de medios que se emplean para obtener los objetivos. Lo que significa una preferencia por aquellas estrategias, programas, proyectos y modos de obtener decisiones que den más importancia a las consideraciones éticas que a los meros criterios técnicos de eficiencia. Las tareas esenciales del desarrollo han de consistir en humanizar las acciones del desarrollo, esto es, asegurar que los cambios impuestos bajo la bandera del desarrollo no se conviertan en antidesarrollo, destruyendo la naturaleza, las culturas humanas y a los individuos, y que exija sacrificios desproporcionados. Es importante convocar a las personas y a las sociedades a dar lo mejor de sí mismas para crear estructuras de justicia que sustituyan la explotación y la competencia agresiva.

Goulet especifica, “en la economía, como en otras esferas de la vida, es más fácil crear algo bueno de la nada más que corregir algo que está estructuralmente defectuoso” (2002: 10-25). El bienestar económico es un fin por sí mismo, debido a que los bienes materiales son necesarios para la supervivencia y la actividad humana. Pero es también un medio para alcanzar verdadera riqueza humana, la cual está basada en bienes más cualitativos como la habilidad de ‘vivir una buena vida’, riqueza espiritual y el bien común. “La plenitud del bien humano no es un sinónimo de poseer muchos bienes” (Goulet, 2002: 11). Además, si el crecimiento económico promueve desarrollo, esto va a tener que ser hecho en un modo de equidad. Una economía justa debe poseer dos atributos: eficiencia y equidad. La eficiencia está definida en términos de mayor obtención de producción con menor cantidad de entradas. De esta manera, la producción es redefinida como una unión general efectiva en los planos social, ambiental y cultural. Por el otro lado, la equidad ha sido socavada por la prevalencia de las reglas económicas, oponiéndose a la visión aceptada por la cual se cree que la inequidad es inevitable en el proceso de crecimiento económico, Goulet argumenta que el crecimiento económico puede estar acompañado de una inequidad decreciente, dependiendo simplemente de la naturaleza del proceso del desarrollo. El mercado debiese estar subordinado a valores prioritarios como, por ejemplo: equidad, suficiencia para todos, integridad ecológica y la eliminación sistemática a larga escala de la violencia al interior de la vida humana y contra otras formas de vida no racional. El segundo obstáculo para la creación de una economía justa es la globalización neoliberal, pues la movilidad financiera exagerada y la creciente hegemonía de las corporaciones globales promueven injusticias económicas disfrazadas de múltiples categorías económicas que no podrían aprobar ningún examen de “mínimos éticos”.

Las situaciones anteriores se crean cuando la globalización produce exclusión excesiva, pauperización y derogación de poder de los estados a favor de los intereses económicos particulares nacionales y extranjeros. No convenir en una suerte de sistema económico combinado o mixto, el cual contenga componentes de desarrollo propio y complementario, conlleva a sobredeterminar y legitimar un tipo de dualismo como oposición ante los antagonismos producidos por la globalización. A su vez podría implicar la domesticación y normalización cínica de las peores características de la globalización haciendo imposible cualquier posibilidad política alternativa en el futuro. Para que este sistema dual pueda trabajar eficientemente, macro y micropolíticas (políticas públicas) deben servir como complementos con acciones locales de las poblaciones y comunidades articuladamente. Por ejemplo, para aplicar tecnología apropiada y poder producir un desarrollo equitativo y eficiente, el estado debe aumentar y apoyar nuevas tecnologías. La globalización no debe ser una necesidad extrema. “La creciente resistencia a la globalización es seguramente un signo de que la ‘globalización desde abajo’ ha lanzado una lucha para liberarse de la perjudicial servidumbre impuesta por la globalización vertical” (Goulet, 2002: 23). De esta forma, la crisis financiera puede ser vista como una dosis de medicina correctiva contra la mirada que sugiere que la globalización guiada por la tecnología es el camino del bienestar económico.

Goulet destaca la importancia de que las naciones pobres practiquen la autoconfianza, este concepto que ya algunos críticos de la Modernidad como Anthony Giddens llamaban “Trust”; Nicholas Luhmann: “Confidence”; y, Ulrich Beck: “libertad reflexiva”, al elegir estrategias de desarrollo, ya que este implica el compromiso con la creación y adaptación innovadora a la luz de los imperativos, valores, prioridades y herencia cultural de la región, cualquier estrategia de desarrollo debe responder a las cuestiones relativas a qué acuerdos institucionales promueven mejor los fines del desarrollo; cuáles son los papeles a cumplir por los diferentes actores; cuál el tiempo tolerable para la consecución efectiva de los beneficios; cuánta autonomía o dependencia del exterior permite o se impulsa; qué tipo de incentivos (materiales o morales) adquieren prioridad, bajo qué principio organizador (socialismo, variante del neocolonialismo o una nueva perspectiva indígena) se dirige el esfuerzo social. Goulet escribe, “el desarrollo consistía en identificar y cuantificar los componentes de crecimiento económico” (2000: 29). El crecimiento económico era considerado un bien absoluto, y el desarrollo era entendido como un crecimiento hacia la modernización. Sin embargo, de forma creciente, ha llegado a ser obvio que no existe una única disciplina que tenga todas las respuestas a los problemas del desarrollo. Aunque la economía tiene origen en la ética, ambos campos han llegado a separarse de forma gradual, y los aspectos normativos de la economía han quedado, cada vez más, a un lado, enfatizando en su lugar su estatus como disciplina científica “madre”.

La economía positiva no está tan libre de valores como proclama, lo que queda claro con su énfasis en el individualismo, la competitividad, la productividad, la optimización, el propio interés y la expansión ilimitada de los bienes es que, bajo esta perspectiva teórica, el desarrollo se hace más ambiguo por el hecho de que, el término, se refiere tanto al objetivo como a los medios de cambio social. Tradicionalmente, el enfoque ha estado en los muchos beneficios del desarrollo, tales como la mejora de los estándares de vida, el progreso tecnológico, liberando a la gente de trabajos tediosos y pesados, y más oportunidades y elecciones, particularmente para mujeres y niños. Los costes del desarrollo, incluyendo cierto grado de cambio social hasta hace poco tiempo, habían recibido mucha menos atención. Tal y como lo presenta Goulet, el desarrollo trae consigo costes que exigen sacrificios en cuatro áreas: el nexo vital de valores, los sistemas de solidaridad, las sabidurías y el equilibrio deseado. Los nexos vitales de valores son el pegamento que enlaza sociedades tradicionales, y consiste en valores normativos que proscriben comportamientos y valores significativos que dan sentido a nuestra existencia. Retando el nexo vital entre valores normativos y significativos, el desarrollo puede causar una severa disrupción de valores y una fragmentación cultural.

El desarrollo generalmente conlleva además a la urbanización, empujando a los pobres de las zonas rurales hacia lo que Goulet llama “circuitos monetarios competitivos”, destruyendo los sistemas de solidaridad basados en el parentesco, o en las redes étnicas y de cada aldea. En sociedades donde predominan las imágenes de cambio centradas en el grupo, los proyectos de desarrollo comunitario y las actividades de asistencia técnica, tales como el control de la malaria, o la mejora del sembrado contarán con aprobación, mientras que, aquellos proyectos que se considera que traerán ventajas desiguales para los diferentes grupos o personas, encontrarán resistencia. Los modelos predominantes de desarrollo enfatizan los beneficios acumulados para los individuos, diluyendo por tanto los sistemas de solidaridad que aseguran la unidad social en las sociedades en desarrollo. Un tercer elemento que sufre es la sabiduría, descrita como la unidad de significado derivado de las experiencias de vida. La sabiduría juega un papel importante en muchas sociedades tradicionales, guiándolas a través de cambios lentos durante largos períodos de tiempo. La moderna racionalidad tecnológica –enfatizando que todo es conocible y verificable, con la verdad siendo relativa a su contexto y tiempo– inevitablemente chocará con la sabiduría tradicional, que es incapaz de manejar el rápido cambio que caracteriza al desarrollo. Mientras no todos los valores tradicionales necesitan sobrevivir, como Gandhi reconoció cuando atacó al sistema de castas de la India: una rotura con las identidades culturales demasiado rápida puede ser una experiencia traumática.

Finalmente, el “equilibrio deseado” está también afectado por el desarrollo. Este equilibrio consiste en el balance, en las sociedades tradicionales, entre el acceso a los recursos y los deseos codiciosos. Como un acceso limitado a los recursos en las sociedades premodernas significaba que la abundancia de material para todos era imposible, fue necesario limitar los instintos codiciosos de los miembros individuales para limitar el conflicto. El deseo de adquirir más de lo que, generalmente, conlleva al desarrollo, puede tener un efecto positivo, tal como animar al empresariado o al gobierno a hacer inversiones orientadas a desarrollar el desarrollo, pero también supone una fuente de conflicto, pues hace desaparecer los elementos que frenaban los instintos codiciosos antes de que los individuos tengan los medios para expandir los recursos, de tal forma que los deseos se multiplican más rápido de lo que pueden ser satisfechos de una forma realista. De esta forma, es necesario que las actividades económicas sean vistas como instrumentos, mejor que como objetivos en y de ellas mismas. El desarrollo económico es valioso solamente en la medida en que crea posibilidades para el desarrollo humano. La veneración actual del libre mercado está equivocada, porque confunde el papel del mercado como mecanismo de reparto de los recursos con su papel como principio organizador de la sociedad. Al quitarse de encima su herencia ética (como sucede con Sen también), la disciplina de la economía pervirtiéndose y corrompiéndose como materia, se ha empobrecido también. La economía puede ser más productiva (y más realista) prestando más atención a las consideraciones éticas que dan forma al comportamiento y juicio humanos.

Después de la revisión sobre las cuestiones claves a resolver y sobre las diferentes respuestas posibles en relación con las estrategias de desarrollo, podemos afirmar la necesidad de estrategias de desarrollo pluralistas dentro de cada nación y en el plano internacional. El desarrollo económico es un objetivo legítimo, pero no es un acto de caridad, sino la exigencia moral y racional de un planteamiento justo y equitativo de distribución de los recursos mundiales. “De hecho, el problema de la desigualdad se agrava cuando en lugar de centrar la atención en la desigualdad de la renta se centra en la desigualdad de la distribución de las libertades y las capacidades fundamentales, debido principalmente a la posibilidad de que la desigualdad de la renta vaya acompañada de desigualdad de las ventajas para convertir las rentas en capacidades” (Sen, 2000: 151).

El mejoramiento en el nivel de renta no asegura que el individuo vaya a mejorar sus capacidades en la utilización de esta, así como tampoco el bienestar que buscamos que los mexicanos alcancen asegura que estos sean felices, pero el mejoramiento en el nivel de ingreso, así como en el bienestar, predisponen a los individuos para que puedan llevar una vida con mayor calidad y felicidad. Para Sen, el desarrollo humano, permite “la creación de oportunidades sociales contribuyendo a la expansión de las capacidades humanas y a la mejora de la calidad de vida, la asistencia social, influyendo en las capacidades productivas de los individuos y, por tanto, en el crecimiento económico, beneficiando a todo el mundo (Sen, 2000: 151. Una hambruna para Sen se explicaría como la pérdida de un derecho económico, que a su vez es una pérdida de una libertad fundamental para comprar alimentos, lo cual afecta su desarrollo, impidiendo así su bienestar y trayéndole infelicidad. Lo mismo en el caso de que a las mujeres se le impida el acceso a la educación, ya que afecta no sólo su capacidad para desarrollarse humanamente siendo el desarrollo un derecho y libertad fundamental, sino algunos otros agravantes sociales importantes, como tasas de natalidad, mortalidad, discriminación sexual, laboral y longevidad.

Como hemos venido estableciendo a lo largo de este ensayo, así como no podemos negar el proceso de globalización que se vive en el mundo, tampoco podemos hacerlo con el capitalismo que, en su forma neoliberal, es el quid pro quo en el cual la globalización se realiza. El capitalismo como cada día sabemos mejor es sumamente limitado en muchos aspectos de interés para la “ética del desarrollo”, como son el bienestar y la felicidad de los latinoamericanos que queremos plantear en este ensayo, tales como: el tecnológico, el ecológico, el axiológico, el reconocimiento y el institucional asociado a la distribución, entre otros; y, cómo todos los anteriores se relacionan con la ética. Esta forma de pensar el desarrollo que comentamos va pareciéndose más al concepto de desarrollo que queremos proponer en este texto, que como hemos visto reúne elementos tanto teleológicos (Aristóteles) como deontológicos (Kant), los cuales podemos reunir esquemáticamente en una lista de 10 bienes ligados al desarrollo propuesta por Martha Nussbaum en una obra compilada por ella y Amartya Sen intitulada La calidad de vida (1986):

a) Ser capaz de vivir hasta el fin una vida humana completa, no muriendo, por ejemplo, prematuramente.
b) Ser capaz de tener una buena salud mediante una alimentación adecuada.
c) Ser capaz de evitar dolores innecesarios y no beneficiosos.
d) Ser capaz de imaginar, pensar y razonar.
e) Ser capaz de mantener vínculos con cosas y personas.
f) Ser capaz de formarse una concepción de la vida buena.
g) Ser capaz de vivir para otros, sintiendo preocupación por ellos.
h) Ser capaz de relacionarse con el mundo de la naturaleza.
i) Ser capaz de disfrutar de la vida con humor.
j) Ser capaz de vivir la propia vida y la de nadie más.

Para esta autora, son tres las habilidades a desarrollar vía educativa para “cultivar la humanidad” en el mundo actual (Nussbaum, 2005: 28-29).

a) Examen crítico de uno mismo y de la tradición propia (autoexamen-Sócrates).
b) Ciudadanos vinculados a otros seres humanos por lazos de reconocimiento y mutua preocupación.
c) Imaginación narrativa.

Referencias
Goulet, Denis (1965). Ética del desarrollo. España: Iepala. Citado en el documento Teorías Éticas del Desarrollo: Aproximación a cuatro de ellas, presentado por Jacqueline Longitud Zamora, incluido dentro de la Biblioteca digital de la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pp. 43. www.iadb.org/etica Goulet, Denis (2002). ¿Qué es una economía justa en un mundo globalizado? Internacional Journal of Social Economics, Vol. 29, no. 1-2, pp.10-25.

Goulet, Denis (2000). “Análisis ético en la economía del desarrollo”. Ethical and Methodology Issues in Economics. Notre Dame: University of Indiana Press, pp.29-51.

Mutsaku Kande (2003). Desarrollo y liberación: utopías posibles para África y América Latina. México: Ed. Porrúa.

Nussbaum, Martha (2005). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. España: Paidós.

Rostow, Walt (1961). Las etapas del desarrollo económico. México: FCE.

Sen, Amartya (2000). Desarrollo y Libertad. Barcelona: Planeta.

Sen, Amartya y Martha Nussbaum (Compiladores) (1986). La calidad de vida. México: FCE.




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