Agosto de 2023
Guatemala: ¿estamos ante una «nueva primavera»? Marcelo Colussi
Definitivamente el campo popular ha perdido muchísimo en estos últimos años. Conforme con lo sucedido en todo el mundo, el triunfo de los planes neoliberales y el anticomunismo feroz que nos dejó la primera Guerra Fría (ya estamos viviendo la segunda), los avances y conquistas de los de a pie retrocedieron en forma fenomenal. En Guatemala, si bien después de la Firma de la Paz en 1996, se habían abierto algunas tímidas esperanzas de cambio, con las últimas administraciones presidenciales (Otto Pérez Molina, Jimmy Morales, Alejandro Giammattei) esos mínimos avances desaparecieron completamente.
La actuación de la Cicig durante un corto período de tiempo (cuando así lo determinó Washington, solo a su conveniencia) marcó un momento de respiro en la sociedad, porque se sentía que se actuaba contra la corrupción galopante que se había instalado. No debe olvidarse al respecto, tal como dijo uno de los apresados por esa cruzada anticorrupción que se desató en el 2015, que se detuvo a la Línea 1, pero jamás se tocó ?ni parece que se vaya a tocar nunca? a la Línea 2.
Desde ese entonces, la corrupción pasó a ser, en términos mediáticos, el problema principal del país. Los malos de la película fueron los mandatarios venales que, con sus robos y fechorías, «empobrecen al pueblo». Verdad a medias. La corrupción existe, sin dudas, pero es efecto de un sistema basado en la explotación de las grandes mayorías trabajadoras al que llamamos «capitalismo». Los hechos corruptos, que aparecen en todos los gobiernos del mundo, en el Norte próspero y en el Sur empobrecido, no son la real causa de las penurias de las poblaciones: es la forma en que se distribuye la riqueza. Esos funcionarios corruptos, que se mueven con características delincuenciales ?¿qué diferencia sustancial hay entre un ladrón de celulares, un pandillero que pide extorsión o un político robando un presupuesto público?? son producto de un sistema injusto en sus raíces. Esos funcionarios, que lo que menos parecen ser es servidores públicos, son una excrecencia dentro de un sistema en sí mismo perverso y corrupto.
De todos modos, desde hace un tiempo el llamado Pacto de Corruptos (clase política impresentable, crimen organizado, cierto empresariado voraz) ha ido copando todas las estructuras del Estado, asegurándose un clima de completa impunidad para sus oscuros negociados, manejados como mafias al peor estilo de Al Capone. Para la presente elección contaban con que repetían un triunfo en la presidencia, afianzando y profundizando una sangría a los recursos públicos de forma inmoral. Pero la población reaccionó. El voto popular dijo no a esa avanzada gangsteril, dando como ganador a una propuesta renovadora: el Movimiento Semilla.
Definitivamente, el triunfo de Bernardo Arévalo constituye una bocanada de aire fresco en una atmósfera irrespirable como la que se tenía en el país últimamente, con grupos mafiosos manejando los gobiernos (nacional y municipales) con criterios de banda delincuencial, con un tufillo que apestaba y que llevó a la población a decir «basta».
En medio de la desazón generalizada que se vivía, con abusos de poder por parte del gobierno, rayanos ya en el autoritarismo de una dictadura disfrazada de democracia, la aparición de Semilla es una buena noticia. Ahora bien: ¿qué se puede esperar realmente de este nuevo gobierno a partir de enero del 2024? Seamos realistas sin perder la dimensión en el análisis. Tan bochornoso era el clima imperante que una propuesta de reforma quiere verse como una «nueva primavera» (remedando así la «primavera democrática» de 1944). Ojalá lo sea, pero todo indica que no deberíamos hacernos especiales expectativas.
Esto no es un llamado al derrotismo, sino al realismo. Las propuestas del Movimiento Semilla, surgidas a partir de las movilizaciones anticorrupción del 2015, no representan en realidad proyectos de transformación social. Se centran básicamente en un esquema de transparentización de la función pública, intentando eliminar la corrupción. Pero es sabido que esas estructuras enquistadas en el Estado desde hace décadas, harán lo imposible por resistir. De hecho, en el Congreso no tiene mayoría, y el Gobierno será una disputa permanente contra los poderes más oscuros.
En este momento, recién transcurridas las elecciones, se puede vivir un clima de euforia, sintiéndose el triunfo del Movimiento Semilla como un auténtico avance popular. En un sentido, muy limitadamente, lo es: la población votante no se dejó embaucar y dijo «no» al Pacto de Corruptos. Pero ¡cuidado!: tengamos bien en cuenta qué representa haber ganado el Poder Ejecutivo. Desde la casa presidencial se podrán impulsar cambios, sabiendo que los verdaderos factores de poder no quieren cambios sustanciales. El nuevo gobierno, si es que llega asumir sin contratiempos el próximo 14 de enero, se las verá difícil. Ante todo, debemos estar preparados para todo tipo de juego sucio en estos meses, previéndose que las mafias enquistadas en el Estado puedan hacer cualquier cosa para no perder espacio. La lucha, por tanto, será ardua.
Por otro lado ?y quizá esto es lo fundamental? el Movimiento Semilla no trae un proyecto revolucionario. Las acusaciones de la derecha más troglodita ahí están presentes, preparando el camino para neutralizarlo. Como se ha leído en las redes sociales: «Arévalo y seguidores apoyan el aborto, la mariquitación social mal llamada inclusión, la pérdida de valores, la desintegración de la familia, la legalización de las drogas, el aumento del gasto público, el incremento del populismo y el nepotismo y la eliminación del ejército. Buscan hacer de Guatemala, una Venezuela». Para tomar distancia de todo esto Semilla aclaró, casi con vehemencia, que «no es comunista», que no habrá expropiaciones ni cosas por el estilo. La embajada de Estados Unidos y ciertos grupos económicos de los más poderosos del país le dan su beneplácito, lo cual indica por dónde podrá transitar próximamente. Revolución socialista a la vista: no. Eso está claro. Por tanto, las expectativas de mejora económica para las grandes masas seguramente no podrán cumplirse; eso sirve a la derecha para mostrar que «las izquierdas en el poder son inoperantes».
Apoyemos el clima de cambio, pero no esperemos maravillas allí donde no puede haberlas. Terminar con la corrupción ?si eso fuera posible? es loable; pero eso no barre con las injusticias de base. No olvidarlo.
Fotografía principal, Bernardo Arévalo y Karin Herrera, presidente y vicepresidenta electos, por EFE, tomada de Latinus.
https://www.gazeta.gt/69790/Visitas: 80