Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Diciembre de 2022

Repensar el Desarrollo para América Latina frente a la resilencia del Capitalismo Global Neoliberal
Carlos Alberto Navarro Fuentes


betoballack@yahoo.com.mx
CDMX, México

La globalización es o podría ser desde el estudio de la historia, la nueva totalidad contemporánea. El exceso de fragmentación que produce como la forma de socialización por excelencia de la globalización, conlleva a la movilización social como la política en acción de la sociedad civil y/o como la forma de resistencia civil y colectiva frente a las fuerzas hegemónicas del mercado y la globalización neoliberal, avivándose así cuestiones como la migración, el etnocentrismo y el racismo. “La sociedad global puede ser vista como una nueva y aun poco conocida totalidad histórica y lógica, en el seno de la cual todo se recrea, en otras palabras, con base en nuevas determinaciones” (Ianni, 1999, 74).

Del neoliberalismo se dicen muchas cosas como ya vimos, por momentos parece ser el culpable de todo cuanto pasa malo en el mundo, y en otros casos, parece que se habla de un fantasma inexistente del cual lo mejor sería no hablar nada. Para Ianni,

El neoliberalismo se ha convertido en la doctrina hegemónica no por un proceso de decantación en el que haya demostrado su mayor coherencia lógica o su mayor capacidad para resolver las dificultades económicas, sino por razones que tienen que ver con la naturaleza de clase del sistema capitalista…es necesario restaurar la tasa de rentabilidad del capital y todas las recomendaciones neoliberales se orientan a ello. En segundo lugar, porque permite unas relaciones internacionales que benefician a los países poderosos económicamente en detrimento de los más débiles (1999, 84).

Ante la nostalgia producto de la pérdida del Estado de Bienestar, el neoliberalismo se presentó como el proyecto que convenía de manera más inmediata a los capitalistas que buscaban incrementar sus tasas de ganancia y veían en el Estado interventor en la economía al peor enemigo. Claro que, al retirarse masivamente el Estado de la economía, los más afectados eran los habitantes más pobres de las naciones.

En materia de desarrollo, bienestar y distribución del ingreso, el neoliberalismo ha resultado tener efectos regresivos a los que se habían alcanzado durante la etapa del Estado de Bienestar favoreciendo la concentración y la acumulación del ingreso y la riqueza, por un lado; y poniendo en serios peligros el equilibrio ecológico por el desmedido uso de los recursos naturales, por otro lado. Sobre las consecuencias generales y más inmediatas que ha tenido el neoliberalismo en México, Pedro Montes afirma que la Política restrictiva en lo económico y regresiva socialmente, apertura exterior descontrolada, acuerdo de libre comercio con economías incomparablemente más potentes, deuda exterior abrumadora, control implacable del FMI, sistema político corrompido hasta la medula, economía dual, sistema social extremadamente injusto, miseria de una gran parte de la población, represión y violencia política…se hablaba del milagro mexicano y simbólicamente la patraña quedó al descubierto el uno de enero de 1994, día en que entraba en vigor el TLC. Ese mismo día, irrumpió en escena el EZLN, denunciando ante la opinión público internacional las condiciones de vida miserables en que vive la población indígena y desenmascarando la farsa que se pretendía difundir de una sociedad en intensa evolución asentada en una economía moderna, abierta y prestigiada…” (1999, 14).

Contrario al Estado de Bienestar y a las políticas expansivas keynesianas, la teoría neoclásica apuesta por el predominio del mercado, la liberalización, la desregulación y la privatización de lo público comenzando por los mercados laborales, teniendo como consecuencias inmediatas la reducción de los salarios y el desmantelamiento del Estado de Bienestar. Estas políticas económicas orientadas a la oferta se alejaban de las necesidades humanas, y se acercaba más a la producción de lo que dejara los mejores márgenes de ganancia para el capitalista. La fácil movilidad global del capital, contraria a las dificultades puestas para que los trabajadores se desplacen libremente, pone en desventaja a los obreros de ambos países de maneras distintas.

Los de los países pobres se encontrarán en un contexto de alto desempleo con salarios precarios y altos niveles de explotación, por lo que muy probablemente se verán obligados a migrar a un país más rico y con condiciones salariales mejores aun con los mismos o mayores niveles de explotación. Los de los países ricos podrían ver amenazados sus puestos de trabajo y sus condiciones salariales, pues los migrantes estarán siempre dispuestos a ganar mucho menos ingreso que los obreros locales, por lo que serán atractivos para los capitalistas del lugar creando conflictos y problemáticas que rebasan en la sociedad lo estrictamente laboral.

Esta situación es clara de los migrantes mexicanos cuando cruzan la frontera norte. El segundo caso sucede con centroamericanos principalmente, pero existe. La situación imperante en México con las políticas económicas neoliberales conlleva a la sustitución de trabajo por capital, donde la acumulación y la concentración a través de las transnacionales, y sobre todo, los mercados financieros internacionales cobra una magnitud importante. Afirma Montes que el neoliberalismo sostiene una política regresiva que profundiza la distribución desigual de la renta, con la consecuencia que agudiza una contradicción permanente del capitalismo: la necesidad de encontrar una demanda suficiente para unas mercancías que tienden a producirse cada vez con menores costes laborales. La evolución económica, tras el prolongado predominio de las políticas neoliberales, está marcada por esa insuficiencia de la demanda, que ha abierto una brecha insalvable entre el producto potencial y la capacidad de absorción del mercado (1999, 18).

Esa carrera concentracionista y acumulativista del capital como prioridad del capitalismo global en torno a la riqueza, es lo que ha conducido a la monopolización y oligopolización de la economía, en detrimento de los mercados internos, los empleos y los salarios, la pauperización y la marginalización de sectores sociales que ya se encontraban en serios aprietos. Las justificaciones categoriales: productividad y competitividad.

Hablando de capital extranjero y empresas transnacionales, estas en nuestro país y claro, en cualquier otro, no tienen como objetivo –evidentemente- el desarrollo de los mexicanos, sino aprovechar las “ventajas comparativas” que ellos puedan trocar en “ventajas competitivas” en su propio beneficio. Tan es así, que la repatriación y/o movilidad de capitales, excedentes y beneficios, la realizan de manera libre y sin que el Estado mexicano pueda (aunque debiese porque puede) interferir, esta situación tiene consecuencias directas negativas en las posibilidades del desarrollo de los mexicanos. “El neoliberalismo es una superestructura ideológica y política que acompaña una transformación histórica del capitalismo moderno” (Montes, 1999, 139).

Achacarle a la competencia entre cada vez menos actores en el mundo, una cuestión de naturalidad que produce año tras año pobres exponencialmente, no puede ser el mejor modelo para el bienestar y el desarrollo. Lo público es mucho más que lo estatal. El capital (financiero) que en tiempos de Smith era indispensable para invertir y reinvertir en tecnología y en la producción de nuevas manufacturas, en los países ricos hoy en día tuvo y tiene que buscar nuevos nichos y oportunidades en el extranjero.

Los países pobres no tienen ni el grado de industrialización, ni las posibilidades de invertir en investigación científica, desarrollo tecnológico y educación, y menos la posibilidad de generar la acumulación de capital para competir con los primeros países. Debido a lo anterior, la competencia y la distribución de la riqueza al interior de una economía como la mexicana se tornan más complicadas en aras de mejorar el bienestar y el desarrollo de sus habitantes. Aunado a la infraestructura y el marco institucional existente. De hecho, hablar hoy en día de mercados financieros sin la revolución informática no es posible. Nos parece que desarrollar y/o poseer la tecnología productiva más avanzada es realmente más importante en términos de productividad y competitividad que el hecho de contar con una moneda depreciada aduciendo ventajas orientadas a la exportación.

Consideramos que parte del capital debe destinarse a desarrollar tecnología, de otra manera seguiremos tratando de elevar la productividad y la competitividad en los mercados internacionales ya con desventajas, máxime si consideramos que de acuerdo con los tratados de libre comercio en los que participamos, la transferencia tecnológica no es una dependencia menor negativa, cuando no, imposible de superar. Esta misma situación de no inversión de capital financiero en investigación y desarrollo tecnológico, así como en educación, provocan ya una exclusión hacia el interior mismo de la sociedad en la que aún no podemos al menos directamente, echarle la culpa al capitalismo global (al menos directamente por la historicidad de tal defecto). Es algo muy propio del capitalismo financiero en la actualidad, desacoplarse de la economía real, en perjuicio de ésta última y así, de la reinversión necesaria que pudiese orientarse a una menos inequitativa distribución de la riqueza. Para Montes,

El capital financiero se retira de la vista pública para ir a los salones de directorio y a las oficinas. Desde allí apoya cada vez más a las grandes empresas productoras que generan verdadera riqueza, y crece con ellas, al paso que éstas marcan. Para ese momento, ya las principales compañías pueden ser el resultado de fusiones y pueden haberse convertido en lo que en cada periodo serán las grandes corporaciones, las cuales con frecuencia operan como oligopolios (Montes, 1999, 139).

En una economía como la mexicana, la inequitativa distribución del ingreso impide la expansión del consumo en general y sobre todo el de los más pobres, incidiendo esto menos en el crecimiento que en el desarrollo en términos éticos y humanos. Producir nuestras propias tecnologías, sobre todo al principio y producto de la curva de aprendizaje puede tener costes económicos superiores a los que tendría en un país más desarrollado, pero no podemos pensar lo económico separado de lo tecnológico, van de la mano y su difusión es importante no sólo en términos de competitividad internacional, sino para la conformación de mercados internos en crecimiento que conlleven a una mejor distribución de la riqueza y del desarrollo.

La tecnología es fuerza motriz y necesaria para el desarrollo, por tanto, no está exenta de un marco institucional ni fuera de uno sociopolítico e histórico. Por lo anterior, esta viene a afectar los modos en los que la sociedad y las comunidades se agrupan, se dan movimientos en lo más profundo de las estructuras sociales. De hecho, sin el Estado e instituciones públicas, hacer que la tecnología sirva para el desarrollo y que efectivamente sirva, sería dejárselo a las fuerzas del mercado. No obstante, el desempeño de los mercados no puede achacarse per se al impacto que la tecnología tiene en la economía, pues aspectos socioinstitucionales como la participación del Estado, la educación tecnológica y en general entre otras cosas, sirven como efectos contra restantes y promotores tanto de los beneficios como de los daños que esta pueda causar. Mientras mayor sea el impacto negativo que ésta causa o su inexistencia cuando ésta debiese existir, el rezago socioeconómico y la pobreza comenzarán a gestarse o a empeorarse, traduciéndose en desempleo, explotación, ingobernabilidad y movilidad social.

Independientemente del impacto que causa la tecnología cuando es introducida en un espacio social determinado, ésta sólo podrá ser o acabar siendo asimilada si el o los usuarios de la comunidad en donde ésta es introducida está capacitada, es decir, si cuenta con las habilidades y conocimientos necesarios para sacarle el provecho necesario, tal que le permita orientarla y orientarse para los fines del desarrollo. Si la tecnología es de última “generación” y/o la más adelantada en su campo, pero no puede ser manejada por los destinatarios, ésta no podrá ser aprovechada, el desarrollo quedará en suspenso. Por tanto, tanto para el desarrollo la adquisición “práctica” o selectiva de las mejoras tecnologías es importante, como que los usuarios y consumidores de éstas estén bien capacitados, educados e informados de sus posibilidades, beneficios y riesgos.

El uso de la tecnología tiene que ser responsable, para que el desarrollo pueda ser sustentable. En la medida en que la tecnología va adaptándose mejor a los medios productivos y a la sociedad, la productividad tiene mayores posibilidades de aumentar sin que esto se traduzca necesariamente en desempleo, ni en explotación, ni en caídas en la tasa de ganancia.

La expansión del capital productivo comienza a atraer al capital financiero, lo cual potencia las fuerzas necesarias para el crecimiento económico y el desarrollo. Por el contrario, si el capital productivo es mínimo y por tanto poco atractivo para los inversionistas, el capital financiero preferiría seguir en la lógica de la concentración y de la acumulación, en detrimento de la distribución del ingreso, el bienestar y el desarrollo. Lo anterior, motivaría tal vez a que los capitalistas se asumieran como emprendedores y estuviesen dispuestos a invertir no sólo mayor capital, sino en innovación tecnológica, potenciando así el fortalecimiento económico nacional necesario para la distribución del excedente más equitativamente.

Los avances tecnológicos al interior de un Estado-Nación, se socializan pasando de un sector a otro, afectando no sólo el espectro económico, sino el social, político, cultural, etc., y convirtiéndose en sentido común. Una política tecnológica por tanto se vuelve necesaria, pues si los usos, los beneficios y los costos no se distribuyen de manera equitativa, ésta funciona como un factor más de inclusión-exclusión. Si, por el contrario, estos se distribuyen de manera más justa, su difusión, expansión y provecho ocurren con menores barreras, se evita la imposición a favor de una democratización de los resultados.

Es a partir del punto anterior, donde debe darse o producirse el marco institucional desde el cual gestar la infraestructura y la expansión de la demanda y la producción necesarias para el desarrollo y el fortalecimiento del mercado interno, beneficiando así sectores de la población que bajo el paradigma de la competitividad internacional y las exportaciones, jamás podrían lograr, contribuyendo así a que éstos puedan encontrar mayores oportunidades para desenvolverse, elegir, actuar y autorrealizarse, debido principalmente a que dicho marco, sería uno que creara empleos, mejorando así las posibilidades de llevar una vida con mayor bienestar y más justa pata todos los miembros de la sociedad.


Por otro lado, en la medida en que los excluidos de los beneficios que provoca la tecnología sean muchos, manifestándose por ejemplo en altas tasas de desempleo, podrían venirse abajo esos pocos avances por la exclusión, desencanto y movilización social que dicha situación provoca. Una muestra de lo anterior es la dislocación que la economía de papel ha venido teniendo respecto de la economía real y no se diga del capital financiero, cada vez más alejado del capital productivo y de las regulaciones socioinstitucionales, como el medio ambiente, la pluralidad cultural y los derechos humanos.

El capital financiero acumulativista no es la respuesta a una distribución de la riqueza más equitativa que permita pensar en el desarrollo, pues esto causa severos desequilibrios sociales importantes al no poder agregar la demanda suficiente, por un lado; y por otro, al no integrar del lado de la demanda las necesidades más acuciantes de los “consumidores”, localizados normalmente en los sectores más pobres de la sociedad.

El descontento y las movilizaciones sociales una vez más no se hacen esperar. Aquí es donde la regulación producto de la participación del Estado y otras instituciones pueden y deben intermediar entre lo que se produce y lo que se consume en o para los mercados, se vuelve un asunto de distribución que permite la operación más justa de los mercados y donde los usuarios o consumidores tienen una mayor participación en las decisiones en torno a éstos. En este punto, la democratización social en general estaría en proceso dinámico de construcción.

Por otro lado, considero importante el hecho de que los países más ricos del orbe por las ventajas de las que disponen como son riqueza acumulada y desarrollo tecnológico de punta, sus mercados se ven saturados más rápido y más fácilmente, por lo que sólo buscando incursionar en otros mercados en el exterior pueden seguir manteniendo o aumentando sus tasas de beneficio. Lo anterior acaba originando la forma transnacional de empresa y la estructura económica mejor conocida como oligopolio, cuyo mejor funcionamiento encuentra en esta era de la globalización. Esta situación se torna compleja y complicada para el sostenimiento y buen funcionamiento de los mercados internos necesarios para el desarrollo más equitativo de los mexicanos.

Nos gustaría proponer, que el capital financiero regresara a jugar el papel que originalmente tenía en los tiempos de Smith y Ricardo, donde este era precisamente el que mejor distribuía y reasignaba recursos con el objetivo de redistribuir los recursos y la riqueza necesarios para el desarrollo económico y social de la población en conjunto. Es precisamente en el sentido de que el capital financiero es más fácilmente movible que debe ser orientado, regulado de cierta manera para que pueda contribuir e impulsar mejor al capital productivo necesario para expandir la demanda, el empleo, el consumo, el ingreso y la riqueza al mayor número de mexicanos. El capital financiero, hoy cómplice de la innovación tecnológica insoslayable, deberá ir ganando confianza en la medida en que las tasas de beneficios de las inversiones directas en los sectores productivos comiencen a dar luz de que no sólo acumular es rentable, lo cual, a su vez, permitiría que éste se sintiera incentivado para refrescar, rejuvenecer y facilitar mercados en declive o en maduración, alargando sus ciclos productivos en beneficio de grandes sectores de la población.

La misma participación del gobierno en la economía, generando inversiones en infraestructura, en el campo y la agricultura y apoyando así el entrelazamiento de mercados internos regionales, generaría externalidades que podrían llegar a incentivar aun en estos sectores de bajas “tasas de ganancias” el interés de la iniciativa privada y hasta de la inversión extranjera. Hay que desvirtualizar un poco al capital financiero, para que pueda servir realmente a la economía y esta última a la sociedad en términos más justos y democráticos. Esto podría producir un círculo virtuoso, en el que conforme aumente “el poder” de la economía, se puedan ir mejorando las tareas de inversión en investigación y desarrollo tecnológico, sinergiando a su vez la relación entre capital productivo y capital financiero, inversión nacional, inversión privada nacional e inversión extranjera. Mientras más numerosos vayan siendo los productos y servicios ofrecidos a nuestra sociedad, el consumo y las inversiones aumentarán, mejorando las condiciones de la población.

Hasta ahora, la lógica financiera ha sido la de que la revolución tecnológica ha llevado al capital financiero a reproducirse así mismo buscando mayor rentabilidad, que a acercarse a sustentar al capital productivo y a la economía real, desarrollando para ello instrumentos para producir dinero a partir del dinero, polarizando las oportunidades de los sectores sociales en México, y distanciándose de su rol de propulsor de la riqueza general y no sólo de unos cuantos, como es característico de lo que el capitalismo global y el neoliberalismo están produciendo en nuestro país. Otra característica del capital financiero ha sido la volatilidad demostrada hasta ahora, al primer movimiento contingencial en el mercado se retira súbitamente llevando a la contracción de los mercados y la descapitalización de la economía, en detrimento del interés social y por encima –aunque no pocas veces con la colaboración – de los Estados nacionales. Afirma Göran Therbon que,

Para quienes persiguen la acumulación de riqueza, los inmensos beneficios obtenibles en la esfera financiera desestimulan el compromiso directo con las actividades productivas – a excepción de las relacionadas con las tecnologías más nuevas y dinámicas- y atraen cada vez más dinero hacia las finanzas. Esto aumenta la disparidad entre la masa de dinero que compite por altos retornos en el sistema financiero y el ritmo agregado de creación de riqueza existente en la producción y el comercio de bienes y servicios (2003, 93).

Sin coherencia económica, no habrá coherencia política ni social que permita replantear y orientarse hacia el desarrollo. Mientras mayor sea la concentración de la riqueza en una economía, es de esperarse sobre todo en una como la mexicana, que el mercado se sature más rápido que en una en expansión y/o consolidada globalmente, produciendo también así exclusión y marginalidad. Debe ser el capital productivo quien informe al capital financiero de la necesidad o recomendación de invertir en tecnología, modificando, alterando o imprimiendo los cambios que faciliten el cambio o la continuidad tecnoeconómica hacia el desarrollo.

Por lo anterior mismo, al menos en principio y mientras no haya una mejor opción al capitalismo, lo anterior puede permitirnos democratizar sus reglas y su funcionamiento. Un capitalismo así podría generar y fortalecer mercados internos y una competencia más justa que conduzcan al fortalecimiento de los mercados, la cohesión social y la adaptación y transformación cultural, por ejemplo, crear la estructura ad hoc institucional para el desarrollo de los mexicanos, acorde con sus necesidades y el crecimiento de su demanda. Sin una serie de regulaciones a nivel local, regional y global, complica la posibilidad de llevar a cabo realmente un intento planeado de desarrollo donde la globalización pueda ser de beneficio para la inmensa mayoría de la población.

Aunque se ha insistido en ello durante las páginas anteriores, quiero recalcar, que sin las instituciones adecuadas, la participación regulatoria del Estado y el marco socioinstitucional en torno al mercado y los capitales financieros, el desarrollo justo y equitativo para la mayoría de los mexicanos no va a poder emprenderse. Continuar con la polarización existente en la actualidad, sólo empeorará el descontento social y la movilización que ésta provoca, afectando el crecimiento, la riqueza y la acumulación de capital posible mismas.

El desarrollo, así como la libertad, es una responsabilidad que cada ciudadano latinoamericano debe asumir. Tanto como la imaginación y la creatividad son indispensables para poder concientizar y emprenderse a sí mismo de manera transformativa como agente social de su entorno y realidad. Considero que no se puede ser en el mundo si no hay posibilidad de ser en el espacio, ser en el espacio tanto de interioridad como de la exterioridad, es decir, poder desplegarse así mismo en su entorno sin ser acometido violentamente por ser diferente, por pensar diferente. La violencia y el racismo que ha venido produciendo de manera cada vez más aguda el capitalismo global mediante las políticas económicas llamadas de corte neoliberal, reducen el espacio público, los espacios libres para la convivencia y la interacción donde los individuos puedan desarrollarse libremente.

El mercado ha venido invadiendo mediante privatizaciones y un régimen rapaz de propiedad privada, el espacio público histórico y diverso. El espacio se ha transnacionalizado, se ha puesto a la venta, aun cuando éste ha sido vital y estructurado para las mínimas posibilidades de supervivencia de sus habitantes que apenas y logran realizar actividades de subsistencia como la agricultura, la ganadería y muchas veces estableciendo prácticas económicas ilícitas.

Esta violencia capitalista actúa no sólo contra lo material, sino también y tal vez más efectivamente sobre lo simbólico, las cosmovisiones, las creencias y los mitos, entre otras cosas, se apropia para su propio beneficio o para destruir, que también es en su beneficio de los universos culturales y de sentido bajo los cuales grupos poblacionales se han regido durante siglos, paradigmatizando y así negando, la libertad y pluralidad de estos seres humanos que también existen y son mexicanos. Las manos voraces del capitalismo no dejan de buscar en territorio mexicano, las fuentes inagotables de energía necesarias para la producción.

A veces estos insumos, materias, etc., están a la vista de todos, a veces en el subsuelo, a veces en los mares o en las costas, en las cuevas o en las selvas, etc., rara vez están donde no hay habitantes. La necesidad del capital nacional o extranjero, normalmente extranjero, de tener acceso a estas fuentes de energía al menor costo posible (económico y unilateral) le lleva a infringir el orden social e histórico existente en dicha región o localidad. Lo anterior llega a provocar y de hecho ha provocado, desalojos violentos, expropiaciones, exterminios y genocidios, ecocidios, encarcelamientos y asesinatos, con la colaboración del Estado nacional en todos los niveles de gobierno y su espacio de representación territorial respectivo. La violencia sobre el espacio y lo que hay en él se vuelve el tráfico y el fluir cotidiano, aterradoramente natural y programada con tecnocrática precisión efectiva.

Del lado del sujeto que padece la violencia, ésta acaba causando estigmas en su cuerpo y en su espiritualidad, en su pasado y en su presente, aceptar lo inaceptable se convierte en la única opción para la supervivencia. Su historia no sólo se disuelve, se sustituye; no se recrea, se niega, se les cancela y se les indispone para un presente que en todo momento puede ser el último suspiro. Se les niega el habla y la escucha, se hace dialecto de su lengua para no oírlos. Pensarlos, considerarles es ineficaz, no es rentable, no es negocio, poco o nada tienen que ofrecerle al mercado, con sus presencias físicas más bien podría obstruirle. Su caza, a veces no tiene no que ser furtiva, se vuelve obsesión para los capitalistas, para los que leen el espacio en términos de tasas de ganancias. Holocaustos sangrientos, descarados y frecuentes: Acteal. Los medios circundan el espacio de lo que sucede en él, lo que se puede oír, lo que se pude ver, lo que se puede leer, lo que se puede escribir; así, los medios de comunicación legitiman la pragmaticidad del violento régimen capitalista que el Estado mexicano antidemocrático produce y reproduce en el espacio vital.

La pantalla, se convierte en el tribunal de la verdad. El asesinato del pobre, del excluido, del inservible a la lógica capitalista, se hace parte de la dinámica social, del costo que debe cubrirse para que los beneficios del capitalismo y la democracia puedan dar a luz al subcontinente latinoamericano. La realidad, como ya se ha visto, en particular en el caso de México, es la de un país cada vez más polarizado, dividido y confrontado entre sí. Tecnología, capital y medios tejen una urdimbre que da lugar a una síntesis, llamada “realidad”, donde si bien alcanzan a colarse elementos de la realidad, el contenido que resulta de este contexto apenas es mínimo para crear conciencia, una subjetividad solidaria, libre y emancipadora, una que facilite la reflexión, la participación y la responsabilidad. Todo lo anterior necesario para construir un régimen verdadero democrático, donde el desarrollo pueda darse para la inmensa mayoría de los mexicanos.

El poder y sobre el despliegue violento del poder contra estos individuos que son minorías, comúnmente indígenas y casi por antonomasia campesinos y desplazados, e indefectiblemente pobres, provoca una enajenación y una violencia que se incrusta en las mentes de los afectados como condenados e inferiores, que se reproduce culturalmente y se transmite transgeneracionalmente. Esta discriminación histórica, este racismo-capitalismo basado en la propiedad privada, se convierte en la unidad y coherencia del sistema. Las motivaciones, las intenciones y los comportamientos de estos mexicanos se reducen a una intencionalidad y /o subjetividad de aislamiento para la supervivencia. La irresponsabilidad inhumana de sus perseguidores les culpabiliza.

La voluntad se reduce a los oscuros designios inciertos de los capitalistas, nacionales o internacionales independientemente del disfraz que lleven: hacendado, cacique, servidor público, experto en políticas públicas, economista negociador. El racismo y la discriminación dejan de cuestionarse, adentro y afuera del espacio, pues son pilares de la funcionalidad del sistema y la cultura. Quien teme por su pronta muerte, quien vive atemorizado por que mañana o tal vez hoy pueda ser el último día de su vida, ¿qué conciencia y qué imaginación puede esperarse de él o ella si vive exiliado en su propia tierra y de sí mismo?

La globalización neoliberal ha venido a mostrar a cuentagotas y con el esfuerzo consciente de mucha gente, todos los Méxicos que existen en la República Mexicana; la pluralidad real, concreta y abstracta que hay, la complejidad y la diferenciación tan vasta que encierra este sistema social que históricamente siempre ha querido ser encerrado en una sola Nación identitaria de pocos y extraña a muchos. Una integración artificial que, en su intento por unificar, disgrega y fragmenta más lo existente en el espacio. Una unificación imposible.

Los defectos del individualismo egoísta se hacen evidentes al quedar manifiesta la poca participación y crítica de la sociedad no afectada directamente por estos males que acaecen a aquellos también mexicanos. En estos espacios, el cambio parece nunca ser en beneficio de quienes los habitan, por el contrario, dichos males se entrelazan y se difieren en el tiempo y en el espacio como permanencia. La historia la escriben otros que no son ellos, aun la de ellos mismos en su aparente inalterabilidad, continuum sobrecogedor de vacío insuperable a pesar de la vasta acumulación de riquezas históricas que son humanas y también son nuestras.

No hay construcción nuestra sin la suya previa y coexistente. Parece no importar lo injusto y racista que sea este sistema capitalista neoliberal que globalmente planea sobre “territorios” mexicanos, el paradigma es el que conlleva a la estabilidad del sistema, es decir, a la permanencia del status quo, un sistema en el cual ningún tipo de desarrollo en términos de justicia, equidad, bienestar, solidaridad y fraternidad son realmente posibles para la mayoría de los pueblos latinoamericanos. Se nos ha vendido una imagen y movedizamente debemos orientarnos a ella, nos imponen los cómos y nos ilusionan con el para que, pero no coinciden los medios, los fines, ni nuestra realidad con los qués, los con qués y los con quiénes.

Son imágenes que no son nuestras, son sombras ajenas a nuestros cuerpos y a nuestras ideas de cuerpos, de un mundo que no es nuestro y no hemos acabado de comenzar a comprender. ¿Qué instituciones? Las instituciones que surgen de aquí pueden ser de lo más deplorable, pues son y dan lugar a universos y prácticas culturales muy poco o nada propicia para el desarrollo. El sujeto ve reprimidas, sesgadas, coartadas sus capacidades, y así se “nutre” de esto para comportarse, actuar y manifestarse al interior de su comunidad y de la sociedad, en el mundo que es eso que llamamos México o Venezuela o Brasil o Costa Rica, etc. La congregación acaso se vuelve en amorfas gregarizaciones fragmentarias para la supervivencia ante lo ajeno, lo extraño, lo desconocido. Las contradicciones no se hacen esperar en el interior mismo de nuestro país, se habla de un México moderno, libre y democrático, donde millones viven en extremo atraso, pobreza, sojuzgamiento y autoritarismo.

Todo se vuelve inmediato, efímero, inmediato, inaprensible, incomprensible, la violencia lo distorsiona todo. El capitalismo global nos ha visto con su único ojo homogeneizador y nos ha dado el nombre de “Nadie”, nos ha robado la visión, nos ha dado las respuestas que considera necesitamos para actuar globalmente aquí y ahorita sin las oportunidades ni las capacidades para ello, pero ninguna de esas respuestas contesta ninguna de nuestras preguntas; además se nos ha prohibido preguntar, cuestionar, criticar, disentir.

Nos hemos vuelto ficciones en nuestra propia realidad, en nuestro espacio vital histórico, lo virtual ha suplantado a lo real haciendo la más real de las realidades. El sujeto se ve distanciado de su propia subjetividad; lo real y lo humano parecen desconectarse. ¿Qué desarrollo para los mexicanos buscar si se ha perdido el sentido frente a la univocista modernidad progresista del capitalismo global? Las situaciones anteriormente expuestas, atentando contra la libertad humana, lo achican, lo reducen, si acaso su resistencia y su movilidad se vuelven sólo defensivas y huidizas, no liberadoras. Se actúa para que se actúe menos sobre ellos, no para transformarse y transformar su entorno. Sólo un individuo poético, creativo, con un mínimo de bienestar material y desarrollo económico puede transformar su realidad para que los suyos y con la suma de los demás en la misma calidad, puedan permitir y sinergiar que los Otros acaben por producir las condiciones necesarias para el desarrollo económico más equitativo y amplio, social, cultural, político, sustentable, etc.
Al pobre se le persigue bajo distintas categorías y calificativos adjetivales, las palabras siempre bien elegidas, la realidad: ser pobre, ese es su delito, su crimen. La problemática anterior no es fácil de superar, sin embargo, en su irse superando radica la apuesta por el desarrollo ético y equitativo. La recuperación de lo público como espacio socializador por excelencia del espacio privatizado es parte del proceso democratizador que requiere este país para inducirse al desarrollo necesario. El choque que la globalización capitalista ha producido en nuestro país provoca que no todos los mexicanos podamos beneficiarnos de esta por igual, por el contrario, son menos los que se benefician y en su afectación por los motivos que ya hemos anteriormente señalado, la tendencia a empeorar podría ser de esperarse.

Esta situación dada la exclusión y marginalidad a los que son llevados millones de mexicanos y latinoamericanos produce y reproduce violencia de distintos tipos, convirtiéndose en parte de la cotidianeidad, lo cual conduce a enfrentamientos entre individuos, grupos, comunidades e incluso a la autoviolencia: alcoholismo, drogadicción, suicidio, crimen, feminicidio. Lo anterior se manifiesta en el espacio vital, ya sea público o privado, recayendo y reproduciendo instituciones, cuyos resultados y manifestaciones, más no sus causas, buscan ser atacadas normalmente también con la violencia institucional, la del Estado, reprimiendo los hechos y no las causalidades. Esta violencia institucional, sólo reprime y acumula mayor gestación de violencia. La coacción, y no la prevención aparece con mayor frecuencia.

Para el Estado y el Capital, la estabilidad del sistema, es decir, su mantenimiento independientemente del grado de injusticia que éste genera, es lo más importante. La población a veces se organiza para resistir, para defenderse, a veces recurre a la violencia también y es reprimida. Esto causa dificultades para el desarrollo, y el desarrollo a su vez como ausente o aparente, provoca que esta espiral de violencia se intensifique. La violencia se vuelve característica indispensable institucional, como el mercado libre y la libre empresa para el “buen” y “sano” funcionamiento del sistema.

Los cuestionamientos y la crítica social se enfocan al momento, y no a los signos si bien ya existentes, agudizados por el capitalismo global “competitivo” que los provoca y acentúa. La ignorancia, la pobreza y el abandono, entre otras razones, provocan que los seres humanos que viven y padecen estas condiciones de vida, busquen reforzar sus lazos de vida, identidad, organizacionales y afectivos, de manera tal que su cohesión se torne muchas veces no sin presencia de fundamentalismos encerrados y ensimismados en torno a tradiciones y costumbres que adoptan o conllevan a posturas inferioristas, victimizadoras, culpabilistas, que no sólo resultan enajenantes y marginalizadoras en tanto formas de autoviolencia, sino que al impedir la liberalización de los individuos que conforman dichos grupos, las energías y sinergias necesarias para impulsar las fuerzas del desarrollo se ven interrumpidas cuando no negadas por completo.

Esa cohesión recalcitrante, suele en ocasiones llamarse identidad, pertenencia y/o autonomía, por los estudiosos desde fuera, como objeto de manipulación por los políticos y los medios de comunicación. Las culturas, en este contexto, caen en una lógica de autoacumulación en su seno, sumada a la ya existente también desde el exterior a éstas, mediante las instituciones de la globalización capitalista que acentúan la brecha entre ricos y desposeídos hacia el interior de México y el espacio latinoamericano.

La organización privatista del espacio instrumentada por la globalización, impacta no sólo y directamente sobre los individuos, sino también sobre el medio físico, geográfico, la naturaleza y el hábitat donde éstos desarrollan sus vidas, por lo que sus sistemas tanto naturales como sociales se ven trastocados y afectados. Nuevos y/o distintos modos de producción, distribución, organización y consumo se imponen, los cuales, siguiendo la lógica del mercado global capitalista, se realiza de acuerdo con los criterios y parámetros de rentabilidad, productividad, tasas de ganancia, márgenes, donde la existencia de riqueza natural al ser mínima o inexistente, no sufran la violencia de la persecución, de la negación y del acorralamiento, reduciendo al máximo su calidad de vida y bienestar.

Estructuras sociopolíticas de desigualdad inherentes al capitalismo global, provocan y reproducen arbitrariamente realidades iguales o mayores de inequidad, que conducen a lógicas de destrucción al interior de estos grupos y desde afuera de éstos hacia estos mismos. Los sistemas de creencias, de valores, de funcionalidad sociohistórica, son violentados en torno a criterios de eficiencia y razones de mercado que afectan a todo el conjunto en cuestión. El determinismo exterior de esta lógica se impone al fluir endógeno histórico-cultural, como inevitabilidad y proyecto único insoslayable para la vinculación de la individualidad y la colectividad.

Así, la destrucción natural se torna también destrucción cultural, el presente inmediatista se superpone al contexto y la realidad histórica, no suprimiendo por completo lo que hay, pero si englobándole para que “tenga que haber”. Todo queda en y bajo un nuevo dominio, formas imperialistas se conforman en torno a lo diverso, plural y fragmentario de la realidad. Nuevos signos y símbolos se imponen, la Cultura rige sobre las culturas, legitimando acciones y deslegitimando otras, las mentes y los cuerpos quedan invadidos de éstos, extendiéndose a todos cuantos territorios existen y podrían existir. El grupo social, su historia y su cultura quedan consignados al tiempo global, único e inefable de los mercados.

La biología y el organismo humano no queda exento de estas nuevas condiciones de vida, el impacto será tal vez más dramático en las zonas rurales y el campo que en las urbanas. Habituarse a nuevos intentos de hábito, estilos de vida inhabituales por condiciones materiales y geográficas desconocidas y por tanto imposibilitantes. Han sido sólo algunas de las situaciones que los mexicanos más marginados y pobres están teniendo que afrontar hoy en día. Adaptabilidades imposibles. Vivir apenas la sobrevivencia no es ni conduce al desarrollo.

La coherencia lógica de lo que se impone choca con los universos y lazos de referencia existente, produciendo la pérdida de sentido, de ser en el mundo, de rumbo y continuidad compartida de los miembros, las huellas y los lazos subjetivos e históricos se desreferencían o se nidifican, se vuelven ruinas, las tramas trampas y caminos de confusión, la vida violencia, la creación destrucción. La agresión apenas puede ser respondida con mayor agresión aun cuando no se de esta en contra del agresor. La apatía, la anomia, la resignación, la invisibilidad, la indiferencia, la desesperanza, la frustración y la impotencia aparecen como principales actitudes humanas de quienes padecen estas condiciones, en lugar de la imaginación y la acción creadora necesarias para emprender actividades de autoliberación que permitan u orienten hacia las aspiraciones de desarrollo.

Referencias

Ianni, Octavio. La sociedad global, Siglo XXI, 2ª. Edición, México, 1999.
Montes, Pedro. El desorden neoliberal, Trotta, 2ª. Edición, España, 1999.
Therbon, Göran. La trama del neoliberalismo, Clacso, 2ª. Edición, Argentina, 2003.



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