Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Agosto de 2022

Lenguaje, promesas y realidades del proceso global en la estructura socioeconómica mexicana
Alberto Navarro


¿Por qué la necesidad de reflexionar éticamente sobre la actualidad de la Globalización Neoliberal en México?

La Globalización debe ser repensada y reorientada. El capitalismo al ‘socializarse’ produce deshumanización, por lo que debe buscarse con urgencia e inteligencia otra alternativa para la coexistencia y la vida humana y no humana en el planeta, la cual tendrá que ser necesariamente de un rostro ecosocialista. En la medida en que esto vaya aconteciendo, el desarrollo tendrá oportunidad de ir floreciendo o el capitalismo belicista continuará eligiendo a quienes han de concentrar el capital y la riqueza, por un lado; y, asignando los muertos, los sobrevivientes, los heridos, los desparecidos y los muertos, por otro lado.

Lo anterior de ninguna manera implica ir en contra del libre comercio, ni de la libre empresa, pero si se requiere de una profunda moral, política, histórica y social, de lo que “libre” abarca, puesto que allí puede estar la clave de la desigualdad y la injusticia que provoca el capitalismo con sus políticas económicas neoliberales en el marco de la globalización, para la inmensa mayoría de los seres humanos en general, y de los mexicanos en particular.

Entre las muchas medidas en torno al trabajo que se tomaron entre el ejecutivo y los empresarios en México a partir de 1988, estuvieron la ola de privatizaciones que facilitaron la concentración de la riqueza y de allí del poder en una elite conocida e identificable, conformada por empresarios y políticos principalmente, entre las cuales confluyeron una radical y vertiginosa flexibilización laboral y otras medidas que llevaron al estancamiento del salario y el consecuente empobrecimiento de millones de familias en el país. Lo anterior, ha permitido y sido a su vez propiciado por el ingreso e interés de las transnacionales en territorio mexicano en todos los ámbitos de la vida nacional, como es el caso de los sectores primario, secundario y terciario, incluyendo los relativos a la educación, el tecnocientífico, el energético y el financiero.

La globalización neoliberal se ha convertido en muchos sentidos en la ‘mano invisible’ organizadora del sector laboral y de la actividad económica en todos los ámbitos, abandonándose a estas en su mayor parte la función de captar inversión extranjera directa, dependiendo de ellas el mayor peso del empleo, la ocupación, los criterios salariales y de contratación, así como que no se les pueda impedir la repatriación de los excedentes o utilidades en ningún porcentaje so pena de distorsionar el principio de libre empresa e incentivos a la inversión.

Tecnología, investigación científica, economía y mercado parecen ya no poder explicarse por separado. Así, la liberalización comercial, el progreso tecnológico, la desregulación financiera y las privatizaciones de instituciones sociales básicas y fundamentales para atender a los sectores sociales menos favorecidos por el orden económico imperante (capitalismo global y neoliberal), han llevado a nuevas formas de organización social para resistir y sobrevivir. La libre competencia impulsó la acumulación de capital alcanzándose un grado sin precedentes, derivando en una paradoja puesto que la situación alcanzada evidenciaba precisamente una reducción notoria de la competitividad y del desarrollo en paralelo producto de las prácticas monopólicas, oligopólicas y proteccionistas de los países más ricos sobre los más pobres, teniendo como resultado para las economías ‘en desarrollo’ y más pobres canibalismo económico entre sí, devastación y miseria más que competitividad, productividad y desarrollo sostenible y sustentable para sus poblaciones respectivas. En algunos casos, sectores productivos enteros desaparecieron por completo, se abandonaron.

Independientemente del tamaño de la empresa, bajo la presión de la competencia toda iniciativa empresarial se ve prácticamente obligada a integrarse para subsistir en el mercado. Lo anterior conlleva a equiparar o tratar de equiparar no sólo estrategias de marketing, sino consorcios tecnológicos, criterios financieros y de competencia, visiones económicas, marcos legales, regulaciones y especificaciones de responsabilidad social y ecología. El espacio y lo público nacional cambian. Los acuerdos se reducen a eliminar el mayor número de barreras que puedan encontrar los inversionistas en el mercado para operar con la mayor libertad posible, esto incluye reducciones o exenciones de impuestos, derecho a contaminar, acceso libre e indiscriminado a fuentes de recursos naturales escasos no sin –frecuentemente- violentar y obligar al desplazamiento de comunidades históricas de estos lugares en los que han vivido durante siglos, entre muchas otras acciones y sus respectivas consecuencias.

En virtud de lo anterior, el espacio se vuelve subconjunto del tiempo y signo cuantitativo monetario o económico. Aquí, claramente a mi parecer, las transnacionales se colocan por encima del Estado, de la legislación y las autoridades locales. De hecho, aquella famosa “Ronda de Uruguay” (1985) en la que México participaba con la finalidad de abrirse al comercio internacional, no debió haber resultado de mucho agrado al capitalismo transnacional, a la vez que el regional TLC (NAFTA) decidía imponer aun condiciones más rigurosas e injustas en detrimento de nuestro país y en beneficio de Canadá y sobre todo de EUA. Por ejemplo, el TLC prohíbe el balance de comercio, es decir, que se traten de equilibrar las importaciones y exportaciones (déficit). Esto es importante, pues no sólo la economía mexicana, estadounidense y canadiense tiene infraestructuras y niveles de desarrollo muy distintos, sino que las necesidades sociales – en virtud de las desigualdades históricas socioeconómicas - son extraordinariamente distintas.

Por lo tanto, un déficit en la balanza comercial tiene que ser financiado con deuda y/o excedente nacional, lo cual suele afectar las partidas relacionadas con el presupuesto dedicado al gasto público o social orientado al desarrollo como: la construcción de vivienda, infraestructura para la educación, seguridad social y pública, combate a la pobreza e inversión en el campo. Otra prohibición es la relacionada con los requisitos de contenido nacional, es decir que, si en un momento se va a producir una manufactura y se tienen los insumos o algunos de los insumos en territorio nacional para producirla, no podemos hacerlo.

La transnacional o empresa multinacional tiene la entera libertad (global) de producir como mejor le plazca. Lo cual tiene la consecuencia de que la posibilidad de incorporar algo de valor agregado a lo producido que se convierta en riqueza nacional desde la potencial creación de empresas y cadenas productivas queda excluida, entre otras prerrogativas que inciden negativamente en el desarrollo nacional en todas las esferas de la vida humana. Por otra parte, también prohíbe la transferencia de tecnología o know-how reservado salvo por proveeduría exclusiva y distribución autorizada. Esto impide que la tecnología que utiliza este tipo de empresas pueda ser utilizada sin licencia transfiriéndola a otros sectores de la economía.

La Globalización Financiera, considera que la inversión extranjera es importante para el crecimiento económico, pero su efecto no es inmediato y a veces ha resultado a costa de la destrucción del mercado interno como ha sucedido en México. No obstante, inversión extranjera no es igual a crecimiento económico. Los hechos demuestran en México, que la ola de privatizaciones suscitada luego de la entrada en vigor del TLC, provocó que la inversión extranjera se dirigiera si a las empresas públicas, pero también a la compra de empresas privadas, provocando transferencias de activos nacionales al extranjero de tal magnitud, que el escaso capital fijo que se forma impide la creación de empresas productivas.

Así, la mayor parte de la inversión se ha dirigido a los mercados financieros, a la adquisición de activos y a reinvertir en empresas multinacionales y/o maquiladoras ya existentes apoyando las importaciones y generando así déficits en la balanza comercial, y realmente muy poco a la creación de nuevas empresas industriales y/o productivas generadoras de empleos extensiva e intensivamente, bien remunerados y con condiciones éticas y legítimas de trabajo.
De hecho, al priorizar la exportación como actividad clave para el crecimiento y el desarrollo económicos, menospreciando el mercado interno y sin invertir en innovación y desarrollo tecnológico, es tal vez la mejor manera de asegurar el subdesarrollo, la dependencia, la concentración de la riqueza y la pobreza masiva. Si bien apostar por un mercado interno fuerte, reduciría los problemas del desempleo aumentando así el consumo efectivo de la población y el interés de los inversionistas extranjeros, éstos últimos más que buscar beneficios económicos “competitivos”, buscan grandes excedentes oligopólicos y monopólicos que por lo general resultan repatriados en su totalidad aprovechando la laxa y siempre postergada reforma fiscal que requiere el país.

Por lo anterior, la libre competencia puede acabar con la libre competencia e ir mermando por las consecuencias sociales que produce, la libertad humana misma en vastas regiones de nuestro país, pues el abandono del campo, el escaso empleo y la pobreza, provocan injusticia que conduce a los descontentos a manifestarse y movilizarse socialmente, cuando no a enriquecer las filas del crimen organizado y a la migración hacia el país del norte. La economía debe estar regida por lo político y eso implica hablar del estado y la vida institucional.

Consideramos que no podemos seguirnos creyendo que hasta que no logremos una tasa de crecimiento económico similar a la de EUA o Canadá, seremos capaces de equilibrar las diferencias en la distribución del ingreso. Ningún país rico piensa en su mercado de exportaciones sin antes haber desarrollado y consolidado su mercado interno. Tal vez habría que plantear algo así y no sin ironía como el “Disenso de Washington” y/o “la mano visible del Estado”.

Alfredo Guerra-Borges afirma que

El capitalismo en su versión global no podrá eliminarse y tal vez tampoco podrá reducir las desigualdades sociales, máxime si este pervive y se preserva, lo cual se debe creo, a que se instala en la cultura y se reproduce, se asume como una entelequia. En efecto, no se debe pensar que la caída del muro fue apenas la superación de uno de nuestros problemas específicos generados por el sistema. Entre nosotros, al igual que en el pasado, la insensibilidad del sistema económico de mercado con relación a sus costos externos sobre el medio ambiente social y natural, no toma en cuenta que se trata de una vía de crecimiento económico en crisis, con las sabidas disparidades y marginaciones en el plano interno, con sus atrasos y regresiones económicas, es decir, con las condiciones inhumanas de la vida, con las expropiaciones culturales y devastaciones alusivas a enfermedades y morbilidad que podrían evitarse en el tercer mundo con niveles de desarrollo ligeramente superiores a los actuales, aunado lo anterior a los riesgos de alcance mundial que significa una intensa utilización de la naturaleza más allá de su capacidad para rehacerse y regenerarse (2002, p. 138).

Debemos considerar importante la participación del Estado en la economía, porque las estructuras productivas no pueden mantenerse intactas para los fines del desarrollo. Estas tienen que transformarse, y esto debe hacerse en aras de alcanzar una mayor equidad tanto en los costos como en los beneficios que genera la misma producción, tanto en la distribución de estos como en el consumo. El mercado “abierto” por sí solo tiende a repartir los beneficios en la parte alta de la sociedad y los costos en la parte baja, contribuyendo así a acentuar la inequidad y las diversas formas de violencia a las cuales conlleva la injusticia social actual.

El comercio es mundial y México está en el mundo, tenemos que pensar a este último desde nuestra singularidad y no dejar que ‘piense’ por y sobre nosotros. Integración y apertura no se oponen entre sí, en la medida en que el desarrollo general de la población se vaya logrando y la apertura hacia el mundo pueda ser de mayor provecho para los mexicanos en conjunto, pero una apertura como la actual o mayor deja a la intemperie y en gran desventaja a amplios sectores de la sociedad. La soberanía y la autonomía misma de México se verían fortalecidas simultáneamente a su vez, en la medida en que el desarrollo regional y nacional fuese cobrando forma en lo económico, lo social, lo político, lo cultural y lo institucional.

El modelo actual favorece en demasía la apertura, a veces también llamándola ‘integración a la economía mundial’ y cosas por el estilo, la cual resulta ser a costa del mercado interno y los sectores productivos nacionales, donde bajo la justificación de optimizar la competitividad, sólo unas cuantas empresas nacionales normalmente con una estructura oligopólica o monopólica en el mercado interior tienen la capacidad para competir con otras empresas transnacionales en los mercados internacionales, siendo normalmente competitiva de manera relativa, puesto que los costos laborales y sociales resultan elevados y una estructura distributiva del ingreso regresiva termina por atraer el maldesarrollo, la desintegración y todo esfuerzo por reestructurar y redistribuir los beneficios tienen como corolario una malformación en el itinerario colectivo mexicano.

Ahora, lo anterior no significa que la integración y la participación estatal asegurasen la equitativa distribución de la riqueza que a su vez permitiese per se el desarrollo de los mexicanos. Como ya se mencionó, cambios estructurales en los ámbitos económicos, sociales, culturales, políticos, pedagógico-educativos, deben ser llevados a cabo holística y paralelamente. Lo que sí es un hecho es que la liberalización, desregulación y privatización del espacio público, así como los mercados globales, por si solos, no van a cambiar la situación de manera favorable salvo para los menos que se benefician de la inequitativa distribución del ingreso y la riqueza y se hayan en la cúspide de dicha arquitectura social.

Fundamental resulta por tanto que importantes y radicales modificaciones se realicen con relación al modelo económico. La teología del mercado global para el desarrollo, en el curso en el que se encuentra ofrece muy pocos buenos augurios. La integración no es sólo de un tipo ni de un solo nivel, por el contrario, esta debe darse entre capital privado y capital estatal, entre espacio urbano y espacio rural, entre mercado interno y mercado externo, entre recursos naturales y actividades comerciales e industriales, entre sectores de economías de subsistencia y de exportación, entre macroeconomía y microeconomía. Esto es, se requiere imaginación, creatividad, teorizar para poner en práctica las condiciones que permitan satisfacer más las necesidades reales que los deseos mercadológicamente convertidos en aparentes necesidades típicas de la sociedad de consumo global. Esto por supuesto, va en contra de los paradigmas de la teoría neoclásica de la economía y sus políticas neoliberales.

La propuesta de desarrollo deberá ser una multitidimensional, estudiada y puesta en práctica transdisciplinarmente, por lo que no será una que sea propuesta, reflexionada y dictada exclusivamente por economistas, y mucho menos una que paradigmáticamente acepte que para ser competitivos y generar los márgenes deseados de acumulación y tasas de beneficio o excedente aceptables para los capitalistas, sea la represión de los salarios el ancla y el desempleo elevado la justificación teórica de estabilidad del modelo.

La competitividad debe basarse más en mercados e industrias integrados por seres humanos más y mejor educados, con menores carencias de salud, nutrición, vestido y vivienda, independientes en el sentido de tolerancia y autonomía, y no de indiferencia y abandono de sus identidades e identificaciones, y por supuesto, de la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico basados en un horizonte de sentido fundamentado en una suerte de pluralismo epistemológico, jurídico y ético. Esta competitividad sería tanto causante como resultado de la propuesta de desarrollo, lo cual, se realizaría tendiendo en términos mucho más éticos y humanos, a disminuir la pobreza y el descontento social que originan el alto desempleo, la explotación laboral y la miseria que acompañan la concentración y la acumulación de capital y riqueza en unas cuantas manos. Afirma Clauss Offe que “la profundización de los procesos de integración no es incompatible con el perfeccionamiento del mercado. Una cosa es una economía orientada hacia el mercado y otra muy distinta una economía coordinada por el mercado” (citado por Habermas, 1991: p. 56).

La competitividad tampoco puede sólo basarse en una cuestión à la David Ricardo de ventajas comparativas en función de los factores o recursos existentes en el espacio local, como mano de obra barata y excedente o abundancia de un recurso natural o materia prima nacional, porque entonces habrá acumulación y concentración de la riqueza, en lugar de desarrollo, por el alto costo social que representa al descuidar ciertos sectores en aras de dirigir todas las energías al supuesto campo económico más rentable de acuerdo a las ventajas comparativas “naturales” de las que se dispone. Si partimos de que los recursos naturales y el descontento social que ha generado el capitalismo global-neoliberal en las últimas décadas en nuestro país, estos supuestos pilares donde se apoya la competitividad no tendrían probablemente larga vida que la justificara.

Llevar a cabo los pocos planteamientos que se han descrito brevemente en las líneas anteriores también conlleva a que la vida nacional se vaya democratizando en general. La gente estará mejor informada y educada para tomar decisiones en los diferentes ámbitos de la vida, contribuyendo y convirtiéndose así en los agentes de su propio desarrollo y de nuestro país México, pues no sólo serían incorporados a las estrategias del desarrollo y las acciones que este conlleva explícita e implícitamente, sino que ellos y ellas serían los actores necesarios para que este se hiciese posible.
La globalización debe ser gobernada democráticamente para que el desarrollo sea posible. A su vez, sin el avance real del desarrollo, la democracia no será posible. Dicha transformación podría permitir también que las necesarias relaciones de dependencia – hasta hoy día vistas como normal necesidad - que ocurren globalmente entre nuestro país y cualquier otro, tengan buenas posibilidades de darse también en términos de una interdependencia más ética, digna, justa y complementaria, no basadas en una lógica de hegemonía.

Otro aspecto fundamental, que ya hemos tocado en otros trabajos anteriores es la llamada “reproducción ampliada del capital” (RAC). La RAC en la globalización complica, a veces de manera muy aguda la posibilidad de desarrollo económico y por tanto humano para amplios sectores de la población de un país. Lo anterior debido principalmente a que concentra y centraliza la riqueza y los medios y factores de producción en manos de unos cuantos. Esto se traduce en desigualdad e injusticia estructural, que a su vez provoca descontento y movilización social, por lo que el Estado suele recurrir a medidas represivas, regresivas y autoritarias.

Los seres humanos se sienten desarraigados de su propio espacio, su identidad es sentida como en peligro de desaparecer, se les hace creer que toda actividad que realicen estará siendo vigilada, convirtiéndose en ocasiones el castigo en una actividad previa a la anterior. Los “mundos” quedan reducidos a un mínimo de significaciones que pocas o nulas veces sirven al contexto del mercado, y por tanto caen en la superfluidad – transnacional y local -, perdiendo para los mismos integrantes de la comunidad toda referencialidad significativa posible y viéndose su identidad entretejida a una amalgama de sentimientos de culpabilidad, frustración e impotencia, la cual confluye no pocas veces en un ‘vórtice’ de despliegues y manifestaciones motivadoras de violencia que no quedan sin afectar a nada ni a nadie. La pobreza y la exclusión se recrudecen o se intensifican en este proceso global a nivel local y en el mundo entero.

La división internacional del trabajo, la especialización y la sofisticación técnica alcanzan su máximo esplendor en el debilitamiento del Estado y las instituciones que habrían de regular entre lo público y lo privado de las diferentes esferas sociales, los grandes superávits de algunos países se vuelven los grandes déficits de otros. Esta situación de malestar genera movilizaciones sociales de distintas índoles, magnitudes y frecuencias, las cuales a su vez suelen desencadenar antagonismos en contra del Estado o instancias de este en sus formas ampliadas – Althusser dixit - y/o entre grupos específicos de la sociedad misma. La integración, la democracia y el bienestar entendido como bien común quedan así suspendidos, anulados o pospuestos. Las contradicciones entre el capitalismo global de corte neoliberal, por un lado; y, el desarrollo, la justicia y la paz, por otro lado, quedan así evidenciados como una clara contradicción irresoluble y cuyo enigma debe ser replanteado.

La supuesta interdependencia global entre los países ha mostrado que esta es mucho más benéfica para unos países que para otros. En el siglo XX, el capitalismo continúo desarrollándose como un modo de producción material y espiritual, resultando en un claro e innegable proceso ‘civilizador’ mundial. Al margen de las oscilaciones cíclicas, crisis y contradicciones, el capitalismo se generaliza y se recrea como un modo de producción material y espiritual de carácter global. “Abarca las relaciones, procesos y estructuras regionales, nacionales y mundiales, incluyendo a individuos y colectividades, grupos y clases sociales, etnias y minorías, naciones y continentes” (Guerra-Borges, 2002: p. 267).

La mundialización generada por el capitalismo ha venido dando lugar a lo que llamamos globalización. La dinámica que este ha adquirido globalmente le ha permitido absorber capitales en donde antes no los buscaba o no los requería, volviéndose así cada vez más fuerte su presencia y sus ‘fantasmagorías’ como correlato de otros imaginarios que han dado forma a Occidente – casi una necesidad a la vez que paradigma -, reduciendo simultáneamente no obstante, el número de actores y participantes en el mercado, a la vez que cobrando tamaños inmensos (transnacional) y estructuras (monopolio y oligopolio) que le permiten desplazarse más cómodamente en los mercados mundiales y obtener tasas de ganancias en ocasiones exorbitantes, que se concentran y se reproducen nacional e internacionalmente – con ayuda de las innovaciones tecnológicas existentes bien explotadas en los mercados financieros a través del ciberespacio electrónica e informáticamente -, y presentándose ufanamente como el paradigma, la entelequia y sostén cultural mundial: Teología neoliberal.
Así, la globalización en su versión neoliberal va extendiendo sus campos de acción al mundo entero, va produciendo y transformando, cuando no imponiendo, las pautas y/o modos de producción, distribución y consumo. Crea nuevas industrias no sin a su paso y proceso de implantación, destruir mercados comunitarios, locales, regionales y nacionales, lo cual tiene como resultado un magma resultado de una hiperexplotación espaciotemporal a favor de otra sociedad, la de otro país. Las carabelas, los buques mercantes, los tanques, aunque presentes, ya no resultan tan necesarios ni son tan eficientes en esta nueva teología mercadocentrista.

El capitalismo como producto occidental, occidentaliza todo lo que toca, al menos en su versión de volverlo superfluo, invisible o destruirlo. Las creencias, las sabidurías locales son mal vistas cuando no incluso perseguidas. La tradición es vista como enemiga del capital y los buenos negocios. Los patrimonios culturales y las tradiciones ancestrales, incluyendo sus instituciones, memorias, narrativas y literaturas, son despreciados, hasta que estas acaban por volverse absurdas e incomprensibles para sus propios miembros al no poder más encontrarse en dicho imaginario cultural y vital. Su propia historia queda expuesta y en entredicho, y así para sus descendientes aparece como un relato oral con poco apego a la realidad de lo cotidiano-inmediato. Los medios, los fines y las racionalidades se les vuelven ajenos e indecodificables. La riqueza ancestral se vuelve en el motivo y la razón de su pobreza, la privatización de su espacio mítico-simbólico-vital les ‘priva’ de este que por historia y mundanidad les corresponde más que a nadie y en el cual sus ritos y rituales que alimentan su identidad y su devenir quedan anegados. Desde la Conquista y hasta ahora, las ideas europeas y estadounidenses se imponen a todo rincón el mundo; y así, la propiedad, la libertad, la justicia, el progreso, lo moderno, el mercado, etc., confirman que el capitalismo es antes que nada una cultura desde la cual la globalización centrífuga y centrípetamente realiza su actividad y su existencia sin interrupciones.
Los medios de comunicación se vuelven artífices fundamentales de la aculturación capitalista en el orbe de toda cultura, con la intención de reeducar masivamente todo espacio local aprovechando los avances tecnológicos, tratando de homogeneizar hacia el orden económico mundial imperante. Octavio Ianni concluye que “así, la formación de la sociedad global puede ser vista como el horizonte en el que se revela la multiplicidad de las formas de ser, vivir, sentir, actuar, pensar, soñar e imaginar” (1999: p. 33).

Lo que resulta y evidencia también este proceso globalizatorio entre otras cosas, es una serie de afectaciones agudas y dramáticas con relación a lo que se concibe como “lo plural”, por naturaleza lleno de tensiones, de límites en movimiento, reconformación y reconfiguración constantes y transgredibles, de antagonismos y contradicciones, así como de nuevas singularidades e identidades. Lo mundano es permuta constante y fluida, sin rumbo definitivo, en diferimiento y permanencia, abriendo y descubriendo el corrimiento hacia nuevos campos de acción y formas de agruparse como individuos, comunidades y naciones.

La geografía física se virtualiza en muchos aspectos, los significados se vuelven flotantes, las verdades se relativizan quedando en un estado de minusvalorización jerárquica, mientras que lo diferente y plural exigen reconocimiento y espacios para desarrollarse, para desplegar sus fuerzas vitales ontogenéticas y filogenéticas. Las fronteras y los territorios se vuelven translúcidos, de cristal; lo real y/o imaginario se traslapan, el reino de lo real aumenta y crece incesantemente con “materiales” nuevos y compartidos, mixturas y apocrifaciones. Lo local se torna aparentemente mucho más global y lo global ‘entinta’ más no proscribe del todo lo local, sus intersecciones no siempre resultan evidentes ni claras, pero son insoslayables.

Es entre estos entramados y entresijos que produce o revela la globalización que podemos y debemos articular los pilares y entretejimientos necesarios para la propuesta de desarrollo de los mexicanos. La globalización cambia los márgenes de referencia de lo universal, lo singular, lo particular, simbólicos, se sentido, etc. Actuar sobre la globalización puede llevarnos a transformar la historia a favor del desarrollo y el bienestar de los mexicanos. La manera en que la interconexión global crea cadenas de decisiones políticas y resultados relacionados entre los estados y sus ciudadanos que alteran la naturaleza y la dinámica de los propios sistemas políticos nacionales (Ianni, 1999: p. 50). La globalización del capitalismo impone valores culturales y marcos de referencia adonde llega, lo que estaba pasa a segundo plano, a veces apenas prevaleciendo en la clandestinidad. Así,
La globalización no borra ni las desigualdades ni las contradicciones que constituyen una parte importante del tejido de la vida social nacional y mundial. Al contrario, desarrolla unas y otras, recreándose en otros niveles y con nuevos ingredientes. Las mismas condiciones que alimentan la interdependencia y la integración, alimentan las desigualdades y contradicciones en los ámbitos tribal, regional, nacional, continental y global (Ianni, 1999: p. 73).
El capitalismo global convierte todo en intercambiable, pone todo a circular, en movimiento, todo se vuelve traficable y mercancía, es la conquista y la absorción del tiempo y el espacio; la trasnacional, su mejor exponente planifica desde la centralidad la globalización mundial, el Estado-nación un mecanismo importante componente del todo, un medio para el buen funcionamiento del todo. La sociedad de consumo se entroniza en el individuo-consumidor, insaciable y despilfarrador, mientras el neoliberalismo se asume como la economía política de la globalización y su teoría política es la “democracia” liberal del mercado.

Referencias
Guerra-Borges, Alfredo (2002). Globalización e integración latinoamericana. México: Siglo XXI.
Habermas, Jurgen. “¿Qué significa socialismo hoy?” en Novos Estudos Cebrap, núm. 30, Sao Paolo, julio de 1991, pp.43-61.
Ianni, Octavio (1999). La sociedad global. México: Siglo XXI.


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