Mayo de 2022
Latinoamérica y el desarrollo. Respuesta a una pregunta.MARCELO COLUSSI
Un camarada de Venezuela me hace llegar la siguiente pregunta, lo cual da pie a una respuesta que, me parece, excede un intercambio epistolar entre ambos. Mi intento de contestar su pedido/reflexión puede servir para esclarecer algunos puntos importantes, lo que terminó convirtiendo mi mensaje de devolución a él en un texto para compartir y, eventualmente, debatir con quien desee hacerlo. Quizá peque de exagerado, y la respuesta no responde nada en definitiva. Espero, sin embargo, poder abrir una discusión enriquecedora o, al menos, alimentar un intercambio que está ya presente en el ambiente.
Esta es la pregunta:
¿Cuáles crees tú han sido las razones para que Venezuela y, en general, Latinoamérica no hayan logrado un desarrollo importante y equitativo? Me importa más el caso Venezuela por varias razones, entre ellas, sus numerosos y abundantes recursos naturales y, me atrevería a decir, humanos.
Desarrollo importante y equitativo. El tema del “desarrollo” da para muchísimo. Excede enteramente el ámbito económico. La idea de “desarrollo humano”, que se viene usando ya desde hace algunas décadas, pretende ir más allá de un economicismo ramplón, centrado en el acceso al consumo. De hecho, esa noción de desarrollo humano fue introducida en el discurso de Naciones Unidas por gente de la izquierda italiana, con Luciano Carrino como su cabeza visible. El concepto trata de “medir” –o entrever, mejor dicho– el desarrollo como una compleja sumatoria donde se articulan elementos de acceso a satisfactores materiales (alimentación, vivienda, salud, educación, infraestructura básica) con respeto a las libertades individuales, así como con el imprescindible cuidado del medio ambiente para lograr la sostenibilidad en el tiempo. Las asimetrías (cada vez más marcadas en el capitalismo) entre quienes poseen y los desposeídos no es un tema meramente económico: es producto de cómo está armada la sociedad.
Equidad y lucha contra la pobreza. Las diferencias en el acceso a todos los satisfactores que posibilitan un desarrollo integral armónico, a una óptima calidad de vida (o “buen vivir”, como se ha dado en llamar últimamente), no se deben a cuestiones económicas, como si la economía fuera un ente con vida propia. Son asuntos político-sociales, que se dan en un marco histórico. Por eso, desde el materialismo histórico, se habla de modo de producción y de formaciones económico-sociales. En otros términos: radican en cómo se reparte la riqueza producida, en quién se la apropia y en quién queda con migajas. Para ejemplificarlo: Guatemala es, en volumen, la novena economía de Latinoamérica, más grande en su producción de riqueza que Cuba, o que Bolivia, o que Uruguay; pero en ese país centroamericano las diferencias sociales son tremendamente enormes: un 0.001% de la población detenta el 56% del patrimonio nacional, mientras que el 70% de guatemaltecas y guatemaltecos vive en pobreza o pobreza extrema. Gran economía, pero no hay desarrollo. Por tanto, la lucha contra la pobreza, concebida superficialmente, es un imposible, porque solo se está atacando un efecto; la cuestión pasa por atacar y transformar las causas. Si hay alguna lucha posible, es contra la explotación, contra la injusticia estructural. La falta de desarrollo es un síntoma de esto último.
Estados Unidos ¿es un país desarrollado? Siendo coherentes con lo expuesto más arriba, con esa idea de desarrollo integral y armónico, ninguna potencia capitalista (de las que Estados Unidos es la principal) puede considerarse efectivamente “desarrollada”. Su gran esplendor económico se basa en la explotación: de su clase trabajadora en principio (la que, gracias a ese poderío como países “centrales” que explotan a los “periféricos”, no la pasa tan mal como el pobrerío del resto del mundo). Pero además, a las injustas diferencias del Norte próspero con el Sur empobrecido, al que diezman continuamente. Y además, cosa que nunca hay que olvidar, a la acumulación originaria que puso en marcha el capitalismo como sistema global, hace ya varios siglos, consistente en la explotación y el robo inmisericorde de grandes zonas geográficas del planeta, con trabajo esclavo de por medio, destruyendo con total impunidad el equilibrio ecológico. Hoy, mantener fuerzas armadas impresionantemente poderosas (Estados Unidos, OTAN) no es desarrollo: es una expresión sanguinaria de un sistema que se sigue manteniendo a base de destrucción y muerte. ¿Quién podría decir que el negocio de la guerra es desarrollo? Curiosamente, ese negocio es el más grande del mundo.
¿Por qué Latinoamérica no ha logrado un desarrollo importante y equitativo? Porque dentro de los marcos del capitalismo no puede haber equidad. Puede haber un gran desarrollo considerado en términos de economicismo; ahí están esas grandes potencias consumiendo en forma desaforada, acabando con los recursos naturales y con la humanidad “desechable”. En esos países (Estados Unidos y Canadá, Europa Occidental, Japón) hay “desarrollo”, considerado en términos de consumo. Pero sigue habiendo una injusticia estructural global. Cambiar el vehículo o el teléfono celular cada año, ¿es desarrollo? En Latinoamérica, salvo exclusivas islas de esplendor –viviendo en barrios amurallados, custodiados con policías armados– no hay desarrollo, pensado en los términos de cambio continuo del vehículo y del teléfono. Hay pobreza, atraso comparativo, hambre, penurias, falta de oportunidades, pocas expectativas. Eso no es producto de la “haraganería” de la población: es producto del sistema vigente. Un rico guatemalteco, en términos comparativos, puede ser más rico que un millonario europeo o estadounidense, pero su país no se considera desarrollado (la mitad de su niñez está desnutrida). Argentina, en la primera mitad del siglo XX, llegó a estar entre las diez primeras economías del mundo; ¿por qué cayó? Porque el sistema capitalista global lo decidió: “consumía demasiado petróleo”. Entonces, se desindustrializó y pasó a ser un productor neto de productos agropecuarios para el mercado mundial. ¿Quién diría que Cuba es desarrollada? Bueno… no hay que olvidar que tiene los mejores índices socio-económicos de Latinoamérica, aunque no se cambie el auto y el móvil cada año. ¿Con qué criterio, entonces, medir el desarrollo?
Pese a sus numerosos y abundantes recursos naturales y humanos, ¿por qué no se desarrolla Venezuela? Porque el sistema capitalista no lo permite, así de simple. La “Venezuela Saudita”, como se la conoció durante las décadas del 70 y 80 del pasado siglo, cuando la producción petrolera estaba en su apogeo y se derrochaban petrodólares –con la aparición de “las mejores Miss Universo” del planeta y los interminables viajes a Miami con el “ta’barato, deme dos” como lema– produjo un artificial esplendor consumista. Pero no desarrollo. El Caracazo como respuesta a los planes neoliberales en 1989 y la posterior aparición de Hugo Chávez con la Revolución Bolivariana mostraron que ese “desarrollo” era un puro castillo de naipes. La monoproducción petrolera –produciendo crudo básicamente, los derivados provenían de refinerías estadounidenses– creó solo ilusiones… y cantidades interminables de pobres que poblaban los cerros aledaños a Caracas y a las grandes ciudades ligadas al oro negro. El desarrollo de un país no está en sus “recursos naturales”. El África tiene sobrados recursos (agua dulce, petróleo, minerales estratégicos, enormes cubiertas boscosas, tierras fértiles, litorales oceánicos) y no hay desarrollo. Japón tiene muy pocos recursos naturales, nada de petróleo, continuos eventos naturales catastróficos, pero –según los estándares capitalistas– es un país desarrollado. La única riqueza es el trabajo humano.
Con todos los progresismos que hubo o hay hoy día en Latinoamérica, ¿por qué sigue sin haber desarrollo? La llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, en medio de la marea neoliberal (capitalismo sanguinariamente salvaje) que inundaba el mundo en ese entonces y que se fortaleció luego de la desintegración de la Unión Soviética, fue una bocanada de aire fresco para el campo popular y las izquierdas. Ese hecho sirvió de inspiración a otros gobiernos con talante social-popular en Latinoamérica, que a inicios del presente siglo fueron llegando a las respectivas casas de gobierno. El auge económico de China, gran comprador de materias primas en América Latina, catapultó los precios de esos productos primarios, por lo que la región vivió un momento de cierta bonanza. Ello permitió a los diferentes gobiernos –llegados todos por vía electoral en el medio de las restringidas y raquíticas democracias parlamentarias, que no son democracias directas– disponer de ciertos recursos para impulsar programas redistributivos, asistenciales en general, clientelares incluso. Pero ninguno de ellos logró cambiar –pues en realidad no se lo proponían– las estructuras de base del capitalismo. Programas de capitalismo con rostro humano, en todo caso. En definitiva: más de lo mismo, con una presentación amable, pero capitalismo al fin.
¿Cómo se logra el desarrollo entonces? Según lo que entendamos por tal. La Venezuela de la socialdemocracia petrolera de décadas pasadas aparecía refulgente, luminosa, “muy desarrollada”. Impresionantes edificios y monumentales autopistas, similares a las de muchas ciudades estadounidenses, daban la ilusión de prosperidad. Muchos llegaron a ufanarse de no necesitar producir alimentos, pues con petrodólares todo se podía comprar: comida, whisky, silicona para los implantes mamarios, carros V8 despampanantes. La realidad demostró que ahí no había ningún desarrollo. Con la Revolución Bolivariana se iniciaron ciertos cambios que, para los sectores históricamente dominantes –la oligarquía nacional y la Casa Blanca de Washington– sí resultaban peligrosos: la población comenzó a decidir un poco más su destino, se alimentó mejor, se alfabetizó, visitó por vez primera el Teatro Teresa Carreño, reservado a la élite “distinguida”. Pero eso no fue permitido por esos centros de poder, dado el mensaje “peligroso” que enviaban: que el pueblo organizado puede ser artífice de su destino. Por eso se bombardeó sin clemencia el proceso bolivariano. ¿Se puede llamar “desarrollo” a lo que hace la presidencia de Estados Unidos? Sabotear, matar, complotar, crear malestar social, ya no digamos implementar armas biológicas de destrucción masiva como las que se encontraron en Ucrania con la actual guerra que se libra contra Rusia, ¿podemos llamarlo “desarrollo”? Parece que todo eso está más cerca de la enfermedad mental (psicopatía) que del desarrollo armónico y sostenible. ¿Qué es entonces el dichoso desarrollo? Para Marx, la historia de las sociedades de clase (modo de producción despótico-tributario, esclavista, feudal, capitalista) representa la prehistoria de la humanidad. El socialismo iniciaría la verdadera historia. Reflexión interesante, ¿verdad?
Marcelo Colussi
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