Mayo de 2022
El derecho de autodeterminación de pueblos y nacionesGilberto López y Rivas
I
En la Primera Guerra Mundial se produce una identificación entre el principio de las nacionalidades y el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, fundamentalmente a través de la teoría y la acción políticas, por un lado, de los bolcheviques, y por el otro, del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, quien interpreta este principio en la variante de self-goverment; esto es, como el derecho de los gobernados a contar con un gobierno que gozara de su consentimiento. Autodeterminación para Wilson es un sinónimo de soberanía popular, que en el contexto de la tradición estadunidense tenía un sentido totalmente distinto al que le otorgarían millones de personas en esos años de guerra, para quienes autodeterminación significaba, más que nada, independencia nacional. La aportación involuntaria de Wilson a la historia de la autodeterminación, como recurso ideológico de relaciones internacionales en conflicto, se da en el contexto de la Primera Guerra Mundial, que representa el ingreso de Estados Unidos a la arena política europea y el inicio de su preminencia en el campo internacional, sin que esto le impidiera intervenir militarmente en México, Cuba, Panamá, Nicaragua, Haití y República Dominicana.
En el otro extremo del espectro político, Lenin elabora teórica y políticamente en torno a la autodeterminación como el derecho de los pueblos y naciones a la independencia, a la separación estatal, a la formación de estados propios. Para Lenin, la autodeterminación era una reivindicación democrática que emergía precisamente de los principios liberales de la democracia burguesa, aunque en su análisis teórico fue más allá de la interpretación liberal. En realidad, la revolución rusa fue el acontecimiento decisivo que influyó en la elaboración y en la radicalidad de este principio. En marzo de 1917, el gobierno provisional de la Rusia revolucionaria anuncia que desea establecer la paz unilateralmente, sobre la base del derecho de las naciones a decidir sobre sus destinos. Lenin y los bolcheviques comprendieron el valor que tenía el sentimiento nacional para sus fines de transformación social. Lenin logró ligar el paradigma socialista del internacionalismo proletario con el paradigma democrático-burgués del derecho a la autodeterminación nacional. Partiendo el mismo presupuesto teórico de Marx sobre la revolución mundial, Lenin vislumbra –sin embargo– la importancia de la cuestión nacional como un elemento que fortalecería la lucha por el socialismo. En su balance de la discusión sobre la autodeterminación, Lenin señalaba que los socialistas: “Deben estar en favor del aprovechamiento para los fines de la revolución socialista de todos los movimientos nacionales dirigidos contra el imperialismo. Cuanto más pura sea hoy las luchas del proletariado contra el frente común imperialista, tanto más esencial será, evidentemente, el principio internacionalista de que ‘el pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre’”. En encendido debate con Rosa Luxemburgo, Lenin propugnaba por el reconocimiento del derecho a la autodeterminación como el derecho a la fundación de un Estado independiente propio. Lenin, desde su óptica de revolucionario ruso, ve aliados en todos los enemigos del zarismo, incluyendo los nacionalismos de los países oprimidos, como Polonia, reafirmando por ello el principio de autodeterminación nacional de pueblos y naciones. La gran aportación leninista fue fundamentar teórica y políticamente el derecho a la autodeterminación como uno de los principios básicos de la convivencia entre pueblos y naciones.
Pese a la involución posterior de la revolución bajo Stalin, que niega en los hechos este principio, Lenin dejó constancia de su preocupación por la cuestión nacional. El último documento dictado por Lenin se refiere precisamente a los problemas causados por Stalin en Georgia, su tierra natal: “Es necesario distinguir entre el nacionalismo de una nación opresora y el nacionalismo de una nación oprimida, entre el nacionalismo de una nación grande y el nacionalismo de una nación pequeña… Respecto del segundo nacionalismo, los integrantes de una nación grande tenemos casi siempre la culpa de cometer en el terreno práctico de la historia infinitos actos de violencia; e incluso más aún: cometemos sin darnos cuenta infinitos actos de violencia y ofensas… y creo que en este caso, respecto a la nación georgiana, presenciamos un ejemplo típico de cómo la actitud verdaderamente proletaria exige cautela, delicadeza y transigencia extremas por nuestra parte. El georgiano [refiriéndose a Stalin] que trata con desdén este aspecto del problema, que hace despectivas acusaciones de ‘social nacionalismo’ (cuando él mismo es no sólo un social nacionalista auténtico y verdadero, sino un burdo esbirro ruso), ese georgiano vulnera, en el fondo los intereses de la solidaridad proletaria de clase”. ¿Ucrania hoy?
II
El principio de autodeterminación, entendido como el derecho de pueblos y naciones a elegir libremente su régimen político, económico y cultural, incluida la formación de un Estado independiente, y resolver todas las cuestiones relacionadas con su existencia, se consolida como un elemento fundamental del marco jurídico internacional, al menos formalmente, a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Carta de las Naciones Unidas especifica la igualdad de derechos entre las naciones y la autodeterminación de los pueblos. El principio de autodeterminación se encuentra asentado en varios documentos internacionales, como la Carta del Atlántico de 1941, la Declaración de las Naciones Unidas de 1942, la Conferencia de Yalta de 1945, entre otros. La finalización del conflicto bélico en 1945, sus repercusiones ideológicas y políticas, y el movimiento liberador de los pueblos de África y Asia durante las décadas siguientes, traen como consecuencia la formación de más de 50 estados, los cuales surgen en oposición a los poderes coloniales y neocoloniales triunfantes en esa guerra, como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, así como en contra de otras metrópolis como Portugal, Bélgica, Holanda, Alemania, Italia y Japón. El principio de autodeterminación aparece formulado como un criterio genérico, en el que circunstancias concretas son las que se encargan de dar contenido preciso a ese derecho y, la mayoría de las veces, con escaso acatamiento por parte de los estados.
Históricamente, la autodeterminación tiene sus orígenes tempranos en el principio de las nacionalidades, el cual encuentra las mismas bases doctrinales que dieron lugar al surgimiento de la nación moderna y del principio de la soberanía nacional. El principio de las nacionalidades se formula plenamente en la primera mitad del siglo pasado, en un momento de efervescencia nacionalitaria que implicaba, en esencia, que cada nacionalidad tenía derecho a contar con un Estado propio. Con todo, el principio de la nacionalidad surge de las ideas de la Revolución Francesa y de la Constitución de 1791, en la que se señala que pueblos y estados gozarán de iguales derechos naturales y estarán sometidos a las mismas normas de justicia. Al introducir el principio de soberanía popular, la Revolución Francesa altera fundamentalmente la concepción prevaleciente del Estado, al unificar la idea de una unidad política, junto con la voluntad formal de un pueblo que deviene en nación. De la teoría revolucionaria de que el pueblo tiene el derecho a elegir su propio gobierno, esto es, un proceso que tiene lugar de abajo hacia arriba, se pasa a la reivindicación de que igualmente puede integrarse a uno u otro Estado, o de que puede constituir un Estado propio.
Como consecuencia de la democratización de la idea del Estado como producto de la voluntad popular y la integración del ciudadano a una forma política común, el Estado-nación, el nacionalismo, que se esparce a todos los confines del mundo, toma la forma teórica de la independencia o autodeterminación nacional, más allá de la intención de sus creadores originales. El principio de las nacionalidades por parte de los revolucionarios franceses se aplicó de manera selectiva y de acuerdo con los intereses de las nacientes burguesías, las cuales negaban ese derecho a los pueblos de sus propias colonias de ultramar o a los pueblos cuya independencia no era pertinente para la estabilidad del espacio político europeo.
El principio de las nacionalidades constituyó en realidad la expresión política de las burguesías europeas en el proceso de consolidación de sus estados nacionales y un instrumento de lucha contra los sistemas dinásticos que disponían de poblaciones y territorios a su arbitrio. Bajo este principio se lleva al cabo la unificación de Alemania e Italia, y de otros estados europeos que se establecieron a costa de los viejos imperios multinacionales ruso, turco y austrohúngaro.
No obstante, en el periodo de la expansión capitalista mundial, la burguesía de los países en los que había sido proclamado el principio de las nacionalidades renuncia a su aplicación, ya que el ideal de sus clases dirigentes en este momento no es el Estado nacional basado en la continuidad territorial, sino un Estado multinacional de tipo particular: el imperio neocolonial. Los capitalistas de estas metrópolis exportan sus capitales a las colonias frente a la estandarización de la producción masiva provocada por la Revolución Industrial, en búsqueda de nuevos mercados y nuevas fuentes de materias primas. De aquí que las burguesías europeas no tenían el menor propósito de extender el principio de las nacionalidades a los pueblos coloniales, expresándose las contradicciones entre el ideal metropolitano y las realidades y prácticas colonialistas que en su momento los teóricos de los movimientos anticoloniales habrían de reprocharle a la vieja Europa.
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