Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Marzo de 2022

Reflexiones históricas sobre el Proceso de la Globalización y su actualidad
Carlos Alberto Navarro Fuentes


betoballack@yahoo.com.mx


Reflexionamos sobre algunos aspectos claves de la historia mundial y nacional que acaban por tener influencia en la realidad nacional mexicana, sin que ésta se haga de una manera cronológica ni historicista, ni tampoco busque encontrar orígenes o fundamentos del fenómeno de la globalización ni del neoliberalismo, sino por el contrario, recurriendo a la historia, es decir, de una manera tal que nos permita entender la relación y el cómo se da ésta entre ciertos fenómenos históricos “exteriores” y la evolución de la realidad mexicana en torno a los temas que trataremos. Nos parece que esta globalización es el resultado histórico del capitalismo como sistema político-ideológico antes que socioeconómico y, en el que el capital cobra una dimensión casi autoexpansiva.

El funcionamiento y las consecuencias humanas que ha venido provocando el proceso globalizatorio en el “Sur global”, nos permite situar de manera más clara la relación entre el fenómeno de la globalización y el impacto que éste tiene sobre la población, de modo que la pregunta sobre el desarrollo comienza a surgir como algo necesario para enfrentar el acuciante contexto que se viene produciendo, a pesar de la apoteosis que circula mediática y retóricamente por las instituciones oficiales nacionales e internacionales, a propósito de la globalización. El neoliberalismo de la globalización ha venido ocasionando la demolición de las economías tradicionales que, cualesquiera fueran sus ineficiencias, eran muy intensivas en generación de empleos y por eso, ayudaban a la supervivencia y desarrollo económicos de muchísima gente. Asimismo, ha creado más y más "puentes" a través del comercio y las telecomunicaciones, conectando a la población de muchos países alrededor del mundo. No obstante, paralelamente a través de las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), han contribuido a aumentar el grave endeudamiento de más y más naciones fuera del Primer Mundo.

Entre las consecuencias más inmediatas se encuentra el hecho de que la lucha por la supervivencia ha conculcado en estrategias y formas más violentas, temerarias y rapaces para subsistir en esta aldea global: individuos enfrentados en las propias comunidades a las que pertenecen; individuos que teniendo que desplazarse de su lugar de origen se ven confrontados por grupos o sectores sociales en la comunidad de destino, muchas veces orillados y empujados cada vez con mayor fuerza y frecuencia a optar por sumarse a la dinámica de los tráficos ilegales: drogas, contrabando humano (tráfico ilegal de mujeres y niños para su comercio sexual ha crecido) y de animales en peligro de extinción, recursos naturales (extracción de minerales como oro, litio, plata, materias primas, maderas preciosas, etc.), entre otras formas criminales de ganarse el sustento diario. La dinámica, logística y ciclo vicioso de estas formas de intercambio comercial ocurren en parte como producto y resultado a la vez de la realidad e infraestructura que implica la globalización. La utilización masiva del “dinero negro” es un escándalo que debería movilizar a la opinión pública, ya que constituye una clara situación de alarma social, pero no lo hace. Es deprimente constatar que nos vamos acostumbrando a convivir con la delincuencia organizada que lucra del tráfico de drogas y de la venta de armas a países pobres, con las mafias que operan desde hace años en la inversión y construcción de infraestructura, y con todo el dinero del crimen organizado que se blanquea impunemente en nuestros bancos, los mal llamados “paraísos fiscales” y en contubernio con las elites locales incrustadas dentro y alrededor del estado-gobierno, sea en su disfraz de políticos y servidores públicas, sea en su rol como empresarios y hombres de negocios.

Pero lo más inadmisible socialmente de estos paraísos fiscales no es que faciliten la delincuencia criminal a gran escala, sino que constituyan el instrumento más importante para hacer posibles y legales los escandalosos beneficios de las grandes empresas transnacionales, la banca internacional y otras entidades financieras. Las economías ilícitas así, van convirtiéndose poco a poco en parte de la idea de “desarrollo” económico y social del programa de la globalización neoliberal a nivel local, regional y mundial. El grado de deshumanización y desmoralización que esta situación provoca no es fácilmente medible. Las grandes corporaciones transnacionales evaden a veces legalmente y otras de forma fraudulenta el pago de sus impuestos, lo cual sumado a la repatriación de capitales y la creación de empresas fantasma utilizadas para lavar dinero, empeoran el presente y el futuro de las poblaciones de los países en desarrollo, puesto que si ponemos en relación lo anterior con la también penuria dramática de los recursos públicos de sus respectivos gobiernos, el desarrollo continúa siendo apenas un discurso de promesas de campaña política. Las empresas transnacionales escapan del pago de impuestos de múltiples formas, bien aprovechando lagunas legales, bien actuando directamente de manera ilegal. Lo más frecuente es utilizar mecanismos perfectamente conocidos como son las transferencias de precios, la liquidación de activos o el traslado de la propiedad intelectual.

El último informe de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) reveló que Estados Unidos perdió millones de dólares de recaudación impositiva por el uso de las transferencias de precios. Grandes empresas como Boeing, Halliburton, Morgan Stanley, Pepsi, Citigroup y Xerox están constituidas en paraísos fiscales o tienen en ellos gran parte de sus filiales, lo que les permite declarar menos ganancias de las que tienen y pagar muchos menos impuestos, lo que no les impide seguir beneficiándose del dinero de los contribuyentes a través de contratos gubernamentales. El secretario general de la CIOSL declaró en la presentación pública de este revelador informe que la cantidad de dinero que se pierde anualmente debido a los paraísos fiscales equivale a seis veces lo requerido para financiar una educación primaria universal. En este momento en que las empresas están obteniendo mayor rentabilidad que nunca por productividad, cuando las empresas están declarando mayores ganancias que nunca y cuando se están erosionando las redes de seguridad social patrocinadas por los empleadores, ¿no sería justo que las grandes empresas devolvieran algo al fondo destinado a gastos públicos? Después de todo, dichas empresas pueden seguir siendo competitivas precisamente gracias a las inversiones que los gobiernos hacen en infraestructura y educación.

Algunos empresarios han dado un paso más y se encargan personalmente de conseguir los trabajadores ilegales, prescindiendo de agencias. Regularmente se descubre tanto a grandes empresas como a subcontratistas de menor envergadura empleando “inadvertidamente” a trabajadores indocumentados…En los países ricos preferidos por los emigrantes, la afluencia de indocumentados está causando estragos en unos mercados laborales que, por otra parte, ya han sufrido recesiones y cambios estructurales como la deslocalización. Y si se erosiona la protección laboral y decae la afiliación sindical, los indocumentados se convierten meramente en “ejército de reserva” en el sentido que daba Marx al término: una reserva de trabajadores dóciles y baratos cuya disponibilidad presiona a la baja sobre el precio del trabajo y la calidad de las condiciones laborales (Naím, 2006: 124-125). Cada vez se justifica menos que los gobiernos sigan argumentando que tienen que bajar los impuestos porque necesitan atraer inversiones extranjeras directas, pues en el informe se demuestra claramente que no existe ninguna correlación entre las generosas exenciones de impuestos a las empresas en los distintos países y el aumento de las inversiones extranjeras en ellos. Incluso hay evidencias de que las empresas que más se han beneficiado de las exenciones fiscales, más han reducido sus inversiones marchándose a otros países o a los propios paraísos fiscales. La escandalosa injusticia que supone la evasión generalizada de impuestos y el fraude a la sociedad seguirá acrecentándose mientras continúe la promoción impune de los paraísos fiscales extraterritoriales.
El problema es grave porque este universo paralelo y secreto plagado de testaferros y fideicomisos, donde resulta cada vez más difícil que las autoridades fiscales y judiciales investiguen lo que está realmente sucediendo y quién se está beneficiando, acaba socavando las bases de las sociedades democráticas y creando oportunidades para toda clase de actividades ilícitas. No sólo posibilita que la evasión y el fraude fiscal pasen desapercibidos a los ojos de los ciudadanos, sino que permite que no se detecten otros delitos igualmente graves como el blanqueo de capitales, el narcotráfico, el tráfico de personas, la financiación de grupos terroristas, y un largo etcétera. “Los economistas y sociólogos han llegado a la conclusión de que lo que impulsa la emigración no es la penuria, o la pobreza absoluta, sino la pobreza relativa, esto es, el sentimiento de que a uno le podría ir mucho mejor en algún otro lugar” (Naím, 2006: 140). Muchos pequeños estados con actividades extraterritoriales, y también otros países más grandes como Suiza, Reino Unido y Luxemburgo que ejercen igualmente como paraísos fiscales, son en gran parte responsables del problema de la injusticia fiscal en el planeta. Pero son las naciones más ricas las que tienen la mayor responsabilidad, porque se benefician de ellos y han contribuido de alguna manera a crear unos sistemas que contribuyen al desequilibrio en la distribución de la riqueza en el mundo, condenando a la pobreza a la gran mayoría de la población del planeta. ¿Qué se puede hacer?

En Adam Smith y David Ricardo entre otros, el sistema de acumulación de capital era imposibilitado de una u otra manera, ya fuese por la guerra, los rendimientos decrecientes de las tierras cultivables conforme crecía la población y se necesitaban producir más alimentos en detrimento de la tasa de ganancia y sus efectos en la reducción del excedente en la industria de manufacturas, las pestes y las guerras de religión como la de Los Treinta Años (1618-1648) entre otras, la competencia por el aumento en el intercambio producido entre naciones y la importación de bienes suntuosos por parte de la aristocracia y/o burguesía -lo cual se hizo más notorio durante el establecimiento de las colonias en ultramar-, solo para mencionar algunos ejemplos. Recordemos que las tasas de ganancia para los economistas clásicos - incluyendo a Marx-, estaban en función de teorías del valor-trabajo, lo cual a su vez impulsaba a que los valores de cambio estuviesen realmente relacionados con los costos de producción y valores de uso de las mercancías en cuestión. Las cuestiones relativas al capital eran un asunto basado en los factores de la producción, como los trabajadores, la tierra y las mercancías. En el panorama de la sociedad global las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales en las que se constituye y desarrolla el individuo son nuevas. En el proceso de socialización, están en juego procesos y estructuras que organizan y mueven, a nivel mundial, las nuevas perspectivas del individuo, de la individualización, de la realización del individuo en su ámbito que trasciende lo local, lo regional, lo nacional… (Smith, 1958: 79).

Históricamente, el propietario, una vez acumulaba el capital suficiente para asegurar los salarios de los trabajadores y el pago de las materias primas necesarias, reinvertía las ganancias, reiniciando así el proceso de producción. No obstante, comúnmente ocurrían interferencias en alguna parte del proceso: guerra, velocidad de la circulación del dinero inadecuada, catástrofes naturales, aparición de sustitutos, movimientos en los precios por innovaciones tecnológicas. En virtud de lo anterior, una de las soluciones que intentaron tomar personajes como Smith y Ricardo, fue la de intentar acumular más capital mercantilizando a su vez aspectos de lo social económicamente. Tal es el caso de la división del trabajo y la especialización, la importación, manejo estratégico de divisas y aranceles, como promotores de la extensión del mercado. “El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que este se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo” (Smith, 1958: 299). Adam Smith estaba convencido de que la división del trabajo diversificaría el empleo y las actividades económicas, principalmente en aquellos países donde la productividad era más alta. Asimismo, consideraba que la agricultura por su propia naturaleza no podría permitirse tantas divisiones del trabajo, como si resultara factible en las manufacturas. Esta división del trabajo era para Smith una propensión natural del hombre hacia el intercambio, por tanto, había que ampliar las posibilidades de cambio entre los hombres, para lo cual la intervención del Estado para financiar infraestructura era indispensable. Así, se volvía necesario aumentar el capital para aumentar los beneficios y/o riqueza total, lo cual era para Smith y Ricardo complicado en la medida en que los salarios continuaran aumentando, situación que sucedía en mayor medida en las ciudades que en las zonas rurales.

Puede desprenderse de las líneas anteriores que la acumulación de capital se daba bajo un contexto de competencia, en el que el monopolio y la tendencia hacia este eran mal vistos. Las recompensas más elevadas eran acaso para aquellos que demostraban mayores capacidades y destrezas para juzgar las posibilidades de acceso y restricciones a los mercados para competir. No obstante, la tendencia natural del sistema conforme las mejoras tecnológicas iban dándose, “naturalmente” iba favoreciendo a unos capitalistas más que a otros. El resultado de esta acumulación requería que se expandiera la demanda, es decir, de que el número de consumidores aumentase. Asimismo, por otro lado, la necesidad de reducir los costos de producción reducía la cantidad de circulante en la sociedad, por lo que los potenciales compradores se quedaban en eso, afectando el proceso de acumulación. Lo contrario, aunque hubiese podido aumentar la demanda y el consumo, habría impactado en la tasa de acumulación en detrimento de los intereses del capitalista. Por esta razón, la lógica del capitalismo comenzó a virar cada vez más hacia la incesante acumulación de capital. La concepción sobre la acumulación de capital por los capitalistas no sólo va a volverse más importante hacia finales del siglo XIX y aún más en este comienzo del siglo XXI, sino que su teorización y practicidad económica va a virar de los economistas llamados clásicos a los neoclásicos, donde la teoría del valor de los primeros deja de ser una valor-trabajo, a una que va a hablar de “utilidad marginal” (Ver, Fischer, Dornbusch & Schmalensee, 2000: 983).

La situación planteada acerca del fenómeno de la acumulación de capital en los tiempos de Smith y Ricardo (siglo XVIII), relativa a buscar excedentes mayores en las manufacturas que en la producción agrícola, también se vio acentuada desde la Revolución Industrial (1761-1829) en Inglaterra y su expansión hacia algunas regiones de Europa. Para Smith, existe una especie de trabajo que añade valor al objeto al que se incorpora, y otra que no produce aquel efecto. Al primero, por el hecho de producir valor, se le llama productivo; al segundo, improductivo. Así, el trabajo de un artesano en una manufactura agrega generalmente valor a los materiales, tales como su mantenimiento y los beneficios del maestro. El de un criado doméstico, por el contrario, no añade valor alguno. Hoy día, estas categorías de productivo e improductivo en torno al trabajo tal vez merecerían ser revisadas, pues la consideración de improductivo de Smith era relativa a una mera actividad de subsistencia, como podría ser en la actualidad la de una agricultura que no recibe apoyos suficientes para generar márgenes de ganancia atractivos -como es el caso de la inmensa mayoría salvo quizá las diez o doce naciones más ricas del orbe-, mientras que la relativa a la de “ser productivo” podría asignársele a un especulador, a alguien que asesora y trabaja en la realización de transacciones financieras offshore y a todo aquél que produce dinero con su dinero en los mercados financieros. El capitalista del siglo XX va a tratar de acumular capital, produciendo tanto como sea posible mercancías y servicios expandiendo y contrayendo la oferta, buscando ofrecerla con el mayor margen de ganancia alcanzable. Del otro lado, los demandantes o posibles compradores tienen preferencias de consumo fluyentes y cambiantes, unas más que otras. Pero también hay competidores que pueden y quieren ofrecer productos en función de los factores de producción de los cuales disponen, como sería la más nueva y efectiva tecnología para manufacturar sus bienes. Tal vez los mismos que los otros competidores en el mercado, pero buscando hacerlo a precios más bajos como resultado de un costo de producción y distribución menor. Este último, dependiendo de si se encuentra en un mercado local o global, estaría en posibilidades de vender mayores volúmenes, aumentar sus tasas de ganancia, invertir en mejoras tecnológicas que le permitan reducir el precio del trabajo, es decir, de causar desempleo al menos temporal, tendiendo así por el poder de mercado que va obteniendo, a convertirse en un monopolio o un oligopolio, en detrimento como suele suceder de los consumidores, por lo general, ante la reducción de competidores y/o el acceso por parte del consumidor a bienes sustitutos (por lo general de importación y a precios más bajos).

Probablemente, el capitalismo actual (electrónico, virtual, financiarizado, especulativo, neoliberal, transnacional, global, salvaje, más un eterno etcétera de “atributos” adicionales) diría que este “ser productivo” recién enunciado es precisamente la más rentable, la más productiva y la menos riesgosa, en virtud de la “exterioridad” que permite respecto de las economías nacionales en las cuales la riqueza es generada. La concentración del capital (de la riqueza y del ingreso) no se haría esperar de acuerdo con esta dinámica durante el proceso histórico aquí contemplado. A partir de aquí, algunas teorías del desarrollo como la Teoría de la dependencia, aprovecharía para estudiar estos fenómenos a partir de plantear el problema como parte de las dicotomías norte-sur y centro-periferia. Así, la acumulación de capital se convertiría en la tendencia permanente que habría de asegurar la rentabilidad a largo plazo. Los monopolios comenzarían a predominar y su regulación a enmascararse con rapidez, y la riqueza a concentrarse en los estratos más altos de la sociedad. Para Immanuel Wallerstein, “La economía del capitalismo ha estado, pues, gobernada por el intento racional de maximizar la acumulación. Pero lo que era racional para todos los empresarios, no era necesariamente racional para un empresario determinado. Por tanto, no basta decir que cada uno velaba por sus propios intereses…El capitalismo histórico es, pues, ese escenario integrado, concreto, limitado por el tiempo y el espacio, de las actividades productivas dentro del cual la incesante acumulación de capital ha sido el objetivo o ley económica que ha gobernado o prevalecido en la actividad económica fundamental (2006: 6-7)”.

La acumulación de capital era la puerta de acceso a la competencia y la búsqueda de nuevos mercados a abrir, generando así una explosión de actividades nuevas que proponer, emprender, reproducir, exportar y perfeccionar. Lo anterior no era posible sin el Estado. La acumulación cobraba la forma “económica” del Progreso de la Ilustración, pues era la base fundamental del bienestar, el crecimiento y la prosperidad. En el territorio hoy llamado México, los aztecas habían montado un aparato estructural y social complejo, que les permitía extraer excedentes de los pueblos sometidos allende la Ciudad Imperial, lo cual incluía esclavos y “carne” para algunos rituales y sacrificios. Según Aldo Ferrer, “En vísperas del descubrimiento, la esperanza de vida y los consumos esenciales de alimentos, vestido y vivienda prevalecientes en los imperios azteca e incaico no eran sustancialmente menores a los que imperaban en las grandes civilizaciones del resto del mundo. El producto per cápita debía ser del orden de los 400 dólares y alrededor de dos tercios del predominante en Europa hacia la misma época. Sin embargo, los límites culturales y tecnológicos bastaban por sí solos para impedir cualquier posibilidad de crecimiento a largo plazo de la productividad y de los niveles de vida” (1996: 279).

Los principales productos que comenzaron a exportar los conquistadores a sus territorios europeos fueron metales, minerales y azúcar. La acumulación de capital que lograron los españoles y los ingleses -entre otras naciones ya fuera en el rol de “conquistadores” o en el de “piratas”- no habría sido posible sin el oro y la plata extraídos de México, Perú, Colombia, Brasil y Bolivia, bajo el salvaje régimen de explotación montado por los europeos. Lo anterior sin considerar que otros pueblos como el holandés y el francés se veían también beneficiados al interceptar embarcaciones provenientes del Nuevo Mundo antes de llegar a la Península Ibérica. Dicho proceso de acumulación se basó por tanto en la sobreexplotación de la mano de obra indígena, originaria y nativa americana que transcurrió desde la Conquista (1492) hasta ya entrado el siglo XX, lo cual por cierto prevalece y no solo desde Europa ni desde fuera de las naciones americanas mismas, las elites gobernantes de la mano de las oligarquías nacionales se han convertido en expertas a la hora de hacer de sus “patrias” su más celoso negocio personal. El principal interés de los peninsulares en estas tierras radicaba en hacer llegar hasta la península lo que obtenían de la minería y otras materias primas de la naturaleza. Lo anterior trajo un proceso de concentración de riqueza durante todo este período, aunado a los beneficios que produjeron los centros extensivos de cultivos, las encomiendas, estancos como el del tabaco y ciertas formas de cobro de impuestos que se impusieron al comercio interno, lo cual contribuyó en buena medida al el nacimiento de las primeras ciudades en la Nueva España y congregaciones masivas de personal en zonas específicas del territorio en paralelo: Durango, Puebla, Guadalajara, la Ciudad de México, Veracruz, Morelia, Oaxaca, Mérida, San Luis Potosí, Zacatecas, Loreto, entre otras. Los diversos grados de explotación humana y las enfermedades provocaron una disminución extraordinaria de población, se calcula que a principios del siglo XVII Mesoamérica contaba con alrededor de 30 millones de habitantes, mientras que al final de este difícilmente llegaría a los 750,000. Así mismo, Mark Burkholder y Lyman Johnson exponen en su obra Colonial Latin America (1990) que “la importación de esclavos africanos fue la otra fuente de la mano de obra. El ingreso de esclavos africanos entre mediados del Siglo XVI y fines del siglo XVIII, ascendió a cerca de un millón” (citado en Ferrer, 1996: 303).

Todavía después de haber logrado México su independencia de la Corona Española en 1821, hombres como Ponciano Arriaga, Francisco Zarco y Manuel Olvera, entre otros de los que participaron en el Constituyente de 1857, se seguían preguntando qué hacer con las tierras, con la propiedad y la incipiente industria e infraestructura mexicana, pues las guerras no paraban, las inmensas masas desposeídas no tenían tierra que trabajar ni donde vivir. La tecnología importada no se ajustaba a las circunstancias y muchas veces no había quien la supiese utilizar. El mercado interno era incipiente intensiva y extensivamente. Las leyes liberales de Reforma habrían de quitarle las tierras a la Iglesia para reglamentar y regular la propiedad de estas para fines productivos y de desarrollo. Sin embargo, al serles entregadas a los hacendados, la situación de los desposeídos, en su mayoría indígenas tendió a empeorar, pues muchas de estas tierras se conservaron inactivas y sin ser trabajadas. La acumulación de capital de esta manera sería bastante lenta, difícil y limitada; el desarrollo económico y social, una tarea postergada aun después de la Revolución que concluyó en 1921. Alrededor de 1830, bajo el gobierno de Lucas Alemán: liberal en lo económico y conservador en lo político, da inicio en México un proceso de industrialización incipiente con la producción masiva, rentable y de exportación de algodón hacia otros países, con el afamado empresario Antuñano, amigo del presidente en turno y cuyo comercio tendría su verdadero despegue y desarrollo durante el gobierno de Porfirio Díaz (1873-1911), a cargo de los loables ministros de Hacienda, Matías Romero y José Ives Limantour. El país seguía esperando poder alcanzar un bienestar de mayor calidad. Con Lázaro Cárdenas (1934-1940), se va a dar la nacionalización del petróleo, la reforma agraria y un proceso de institucionalización antes nunca visto, tanto en el sector obrero como en el sector agrario, con miras al crecimiento y el desarrollo económico y social.

Luego vendría entre 1946 y 1970 lo que llamarían el “desarrollismo” y el “desarrollo estabilizador”, en el que México, mediante la aplicación de políticas económicas -de marcado espíritu keynesiano- basadas en el gasto y la inversión pública, así como inversión extranjera limitada, ahorro interno y ahorro externo, lograría impulsar la participación del sector privado, el cual capitalizaba las externalidades producidas por la intervención del Estado, llevando a la economía nacional a lo que muchos llamarían “el milagro mexicano”, pues se logró crecer por encima de la inflación que además fue muy baja durante aquel período, acabando así con los ciclos históricos de inflación-devaluación-deflación, aumentar los salarios reales por encima de la inflación e impulsar la formación del mercado interno, coadyuvando así a una mejor distribución del ingreso y de la riqueza. Es importante señalar, que parte de este éxito se debió al denominado modelo de “sustitución de importaciones”, aunque posteriormente se vería también que esta medida que resultara exitosa en su momento estaría sentando las bases de una crisis que saltaría posteriormente, al volverse tendencia internacional la liberalización de los mercados. A partir de 1970, bajo el gobierno de Luis Echeverría, llamado por muchos “populista” o “desestabilizador”, la economía y la vida social en general comenzarían a complicarse, producto en cierta medida de las disputas entre el sector privado y el sector gubernamental, el malestar social y la influencia exterior -y las circunstancias históricas nacionales- de movimientos sociales: estudiantiles, obreros, campesinos, gremiales, la Revolución Cubana, entre otros por doquier, los cuales buscaban mayores libertades y una participación más activa en el espacio público, conformados principalmente por actores provenientes de sectores de la sociedad que habían estado excluidos hasta entonces, llevando al Gobierno no pocas veces a la represión autoritaria, la persecución, la violencia, la tortura, la desaparición forzada y el asesinato. Bajo el mandato de José López Portillo (1976-1982), el despilfarro y la corrupción exhiben y empeoran las condiciones estructurales de nuestro país.

Posterior a la “petrolización” de la vida nacional que llevó a niveles de endeudamiento realmente críticos, produjo que bajo el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), México tuviese que recurrir a los organismos internacionales tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, para poder reestructurar y estabilizar la economía, principalmente mediante la aceptación de medidas económicas que tenían entre otros objetivos, la de comenzar una proceso de reducción máxima y urgente de la participación del Estado en la economía nacional y a la apertura indiscriminada de la vida económica e institucional a los mercados financieros y no financieros internacionales. Sería a partir del Gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), que el proyecto económico llamado ampliamente en la literatura “de corte neoliberal” se implantaría en nuestro país, bajo la justificación única y paradigmática de que este era el único camino para el crecimiento económico, asumiendo esta receta como dogma aquellos tecnócratas que conformaron el “Salinismo” o “Salinato” como sinónimo de desarrollo y haciendo eco de aquellas palabras pronunciadas apenas unos años atrás por “La Dama de hierro”, Margaret Tatcher: “There is no alternative (TINA)”. De las vecindades ideológicas y prostibularias entre este imaginario, el Consenso de Washington, la Teoría neoclásica de la economía, la Escuela de Viena y los Chicago Boys, hablaremos en otro momento.

El tamaño de las urbes actuales, devoradoras de las anteriores ciudades en crecimiento viene asociado con diversos problemas sociales, económicos y políticos. En muchos sentidos, el término “globalización”, con sus efectos y costos sociales es visto generalmente como un fenómeno negativo para el Sur global. Aunado a lo anterior, la creciente privatización (neoliberal) sobre el espacio público y sobre el espacio rural pone a millones de seres humanos, en su mayoría campesinos, al borde de la muerte. Para muchos de ellos, el narcotráfico -entre otros tráficos- ha podido significar como hemos visto en los últimos años, una de las pocas oportunidades que les restan para sobrevivir; la otra, la migración hacia las urbes o hacia Estados Unidos. Empeorando en el primer caso muchas veces su situación propia y la de aquellos que habitan en el lugar de llegada, luego de aumentar la presión sobre la oferta laboral y los precios de los bienes, servicios e inmuebles, en particular; y, espacial en general, donde principios asociados a la identidad, pertenencia, lengua y otros aspectos de índole cultural entran en tensión. Este tipo de privatización ha creado con el tiempo una masa de migrantes empobrecidos que buscan en la ciudad el último lugar donde creen que pueden encontrar mejores oportunidades para subsistir y resistir. El alejamiento de las formas clásicas de explotación capitalista ubica a estos sujetos marginales en situaciones caracterizadas por la “persistencia de formas de fijación”, determinadas, en algunos casos, por la coacción física y económica –utilización de indígenas y formas semiserviles en obrajes y plantaciones-, y en otros, por la imposibilidad de acumulación a los fines de obtener las condiciones de un trabajador estable.

Al tiempo que crece la desocupación y se multiplica el trabajo precario e informal, este fenómeno es presentado cada vez más desligado de las relaciones capitalistas. Sin embargo, esto mostraría no un trabajo independiente sino la imposibilidad de intercambiar la propia fuerza de trabajo o de vender servicios a cambio del pago de jornadas de trabajo o de trabajos realizados. Si bien esto muchas veces es leído como un fenómeno de trabajadores flotantes sin inserción, desde esta perspectiva se trataría de sectores establecidos en la estructura y funcionales a ella, a pesar de que se insista en demostrar que la presencia de estos sectores es negativa para el sistema, ya que en primer lugar, representan una carga social a la que se debe proveer de salud, educación, etc.; en segundo lugar, no son sectores políticamente estables, y, en tercer lugar, supuestamente no aportan al crecimiento económico. Irradian marginalidad y se constituyen así en “los no absorbidos”, “los inarticulados”, “los innombrables”, “los excluidos”; una “masa marginal”, excedente, considerada como constitutiva de la superpoblación relativa de Marx (2004: 65). En alusión a la cita anterior, podeos ejemplificar con lo que podríamos denominar: “delincuencia organizada transnacional”, la cual, examinando cuidadosamente varios elementos fundamentales, nos lleva a la siguiente definición que se utilizó en el informe sobre los resultados del Cuarto Estudio de las Naciones Unidas sobre tendencias delictivas y funcionamiento de sistemas de justicia penal, y que podría aplicarse a una diversidad de casos, como: las infracciones cuyo inicio, consumación o efectos directos abarcan a más de una jurisdicción nacional. Sin embargo, “delincuencia transnacional” es un concepto amplio que abarca delitos distintos que corresponden, principalmente y a veces de modo simultáneo, a las categorías de delincuencia organizada, delincuencia de empresa, delincuencia profesional y delincuencia política. En términos analíticos parecería fácil distinguir entre estos tipos de delitos, por ejemplo, “puede sugerirse que los delitos de carácter organizado son perpetrados normalmente por empresas ilícitas, mientras que la delincuencia de empresa puede identificarse con la conducta ilícita de sociedades legítimas para reducir costos y aumentar al máximo las utilidades” (Fijnaut, Bovenkerk, Bruinsma & Bunt, Henk, 1998: 10).

Asimismo, citando a Howard Abadinsky, podría postularse también que, “mientras que los delincuentes profesionales se abstienen por lo general de intimidar a los funcionarios y organismos oficiales y ejercer violencia contra ellos, los miembros de los grupos delictivos organizados tienden a utilizar la intimidación y la violencia y están en condiciones de hacerlo” (Abandinsky, 1983: 25). También es cierto que los grupos terroristas que se dedican a la delincuencia organizada tienen características que los distinguen de las organizaciones delictivas más convencionales, y una de las principales diferencias es que persiguen objetivos distintos. “Sin embargo, estas distinciones no alteran el hecho de que es extremadamente difícil definir distinciones precisas entre delincuencia organizada y de empresa” (Ruggiero, 1996). Pueden suscitarse controversias si se centra la atención en el adjetivo “transnacional”, que implica que los tipos de delitos que se examinan se cometen invariable y exclusivamente en el plano transfronterizo. Ello no siempre es así. La mayoría de los mercados ilícitos proporcionan un ejemplo. Los bienes ilícitos se producen a nivel local y sólo su distribución es internacional. Otro ejemplo es la trata de personas, en que se engancha a los migrantes indocumentados en determinadas localidades y únicamente las operaciones de trata adquieren carácter internacional. Además, muchos grupos organizados convencionales deben su poderío internacional a los recursos que acumulan en su entorno local específico y a la utilización de dinero negro en su financiación mediante los paraísos fiscales y los mercados financieros globales.

¡Al fin llegamos! A pesar de los saltos cuánticos y los “zooms” geopolíticos, podemos aventurar que la Globalización es principalmente un nuevo orden económico supranacional, en donde las disputas entre los espacios nacionales e internacionales tiene lugar dentro y fuera del territorio nacional de modos muy diversos, llegando a provocar más conflictos que integraciones, por ejemplo las transnacionales, que difícilmente respetan y menos obedecen a una sola economía, mercado, regulación o normatividad nacional, bajo la amenaza permanente de abandonar el país y situarse en un lugar más competitivo y acorde a sus intereses: política fiscal laxa o inexistente, menor responsabilidad social, más inversión pública para instalarse, condiciones laborales y contractuales infrahumanas, nula regulación ambiental y sobre prácticas monopólicas y oligopólicas, entre otras. En el caso de esta forma empresarial, tenemos el claro ejemplo de una muy libre situación de movilidad del capital con escasa o nula movilidad de la fuerza de trabajo (trabajadores), y considerando las diferencias socioeconómicas que puede haber de un país a otro, la competencia o lo que más compite en transacciones entre la economía de dos países puede resultar sumamente asimétrica, como sería el caso entre la de México y la de los EUA, pagando la mayor parte de los costos de esta relación sumamente desigual, los trabajadores y sus familias del país en más desventaja. Lo anterior, reasegurando y reproduciendo las condiciones de desigualdad transgeneracionalmente, lo cual no solo debiese ser calificado por al menos la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre muchas otras instituciones y organizaciones también de índole presuntamente global, como faltas a los derechos humanos, y por tanto, por las consecuencias a lo que conllevan estas realidades, ser clasificadas bajo el derecho internacional (global) como CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD.

Aquel que vive en el país débil como obrero o campesino en la relación, en comparación con aquel que está en una posición más favorable por vivir en un país como los EUA, trabaja más horas y compite no solo con sus compañeros al interior de la sociedad nacional a la cual pertenece y donde existe una alta tasa de desempleo, sino con todos los obreros del planeta que producen manufacturas que pueden funcionar o de hecho funcionan como posibles sustitutos, siendo el salario de estos últimos varias veces mayor que el del primero y existiendo una menor tasa de desempleo y seguros contra el desempleo. En esta globalización financiera como ya señalamos, los inversionistas institucionales y brokers de divisas internacionales han llegado a ser agentes con un poder extremo, producto de las grandes cantidades económicas que movilizan y el mínimo riesgo con que manejan y transfieren los recursos. De lo anterior, tal vez podríamos aducir que el proceso de la globalización en su versión neoliberal, no se trata solamente de un nuevo ciclo de expansión capitalista, sino de todo un proceso civilizatorio, hegemónico y global, gracias al cual el capitalismo procedimentalmente va reestructurando desde la economía y el comercio todo el mundo de la vida, hasta volverse entelequia y gen, la subjetividad y el imaginario, la cultura y el paradigma del devenir único, todo esto en aras de lograr las tasas de ganancia más elevadas y reproduciendo con carácter de permanencia así al sistema. En la medida en que se desarrolla, el capitalismo revoluciona tanto las otras formas de organización social y técnica del trabajo y de la producción con las cuales entra en contacto, como transforma reiteradamente las formas de organización social y técnica del trabajo y de la producción ya existentes en moldes capitalistas. Esto significa que la acumulación originaria puede ser vista como un proceso inherente al capitalismo, que se desarrolla todo el tiempo, en todas partes. La dinámica de este modo producción crea y recrea, continúa y reitera, las formas productivas y las relaciones de producción, tanto por el desarrollo extensivo como por el intensivo. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, pueden volver las otras tecnologías obsoletas, de la misma forma en que se pueden volver obsoletas otras formas de movilización de la fuerza de trabajo (Ianni, 2002: 116-117).

El sistema conlleva a una flexibilización de las condiciones de trabajo, de los sindicatos, de la seguridad social y las conquistas históricas institucionales, de modo que dicho contexto y circunstancias le permitan operar más libremente, sin sentirse responsable de sus acciones y siempre dentro del ámbito o espíritu de la “libre empresa”, las libertades individuales y la democracia. La globalización no es un resultado histórico automático de los modos de producción industriales o postindustriales, estos son una consecuencia o un síntoma reflejo de los anteriores. El malestar y la movilización social que se ha visto alrededor del mundo por cuestiones tales como el daño ambiental, el empobrecimiento generalizado de grandes agregados humanos alrededor del mundo por cuestiones tales como los desplazados ecológicos o climáticos, el endurecimiento de las políticas estatales en contra de los migrantes, de los excluidos, de los inconformes, demuestran que se puede y se debe actuar en consecuencia para lograr un desarrollo más equitativo y nutrido que conlleve a elevar los niveles de bienestar de la población en su comunidad de origen. La globalización debe reorientarse, y eso pone en serios cuestionamientos si dicha encomienda puede realizarse bajo los “modos del capitalismo”. Consideramos que el capitalismo en sus versiones monopólica u oligopólica provoca tal quebrantamiento de mercados internos y subdesarrollados a nivel glocal, que este y la democracia no pueden coexistir en un mismo espacio donde lo humano acontece y tiene lugar. Por si fuese poco, estimamos que mientras eso que llamamos democracia en México, continúe en poder de sólo la oligarquía y/o una pequeña elite, en detrimento de las otras clases sociales o del resto de la sociedad, la democracia acaso será un aburrida e inoportuno tema de conversación para trasnochados. El aumento de la pobreza en México a partir de la entrada del Tratado de Libre Comercio (TLC) y su actual “renegociación”, no dejan de mostrar que tanto el sistema capitalista como el régimen que lo legitima es profundamente antidemocrático y excluyente, más allá de las cifras récord que no dejan de anunciarse todos los días a toda hora, independientemente del mayor volumen de intercambio comercial con otros países (más del 70% con los EUA) y de los aparentemente estables índices macroeconómicos que miden el “valor” del capital acumulado, la economía financiarizada concentrada en unas cuantas manos a expensas del desarrollo material e inmaterial que requiere con urgencia para enfrentar sus problemas más fundamentales y las necesidades más básicas la mayoría de la población mexicana.

Existen muchos campos en los que una presión social bien canalizada puede ayudar a dar pasos sustantivos en la abolición de los “paraísos fiscales”, y sin duda uno de gran significación política sería conseguir el no reconocimiento jurídico en ningún país de las sucursales financieras y empresas pantalla creadas en los centros financieros extraterritoriales considerados paraísos locales. En el campo de la responsabilidad social corporativa, por ejemplo, hay que presionar socialmente para conseguir que exista un registro público de pagos fiscales de las empresas en el que figuren la totalidad de los países en que opera cada corporación transnacional, los nombres de las filiales en dichos países, las ventas de la empresa, tanto a empresas de su propio grupo como a otras compañías; y, los costes laborales y los impuestos pagados en cada país. Igualmente, habría que lograr una nueva base para la tributación de las empresas transnacionales y decretar el término en términos absolutos del secreto bancario. Por un lado, al menos en el caso mexicano, si una persona física por el motivo que sea no paga a tiempo su cargo de telefonía celular es reportado y acusado de “impago” y deudor en el buró de crédito, incluso si el adeudo es de 20 centavos. Pero el secreto bancario permite -extraoficialmente- operaciones económicas y transferencias financieras de naturaleza ilícita, ilegítima y con cero transparencia: financiación de campañas políticas, lavado de dinero, depósitos y movimientos derivados del narcotráfico y otros tipos de tráfico, evasión de impuestos, compra-venta de armamento (lotes) o de expropiación de tierras bajo el régimen de expropiación disfrazada y/o propiedad de la nación para usufructo de particulares, entre muchos otros. El neoliberalismo como dogma del capitalismo contemporáneo (global) hace aparecer a la globalización como insuperable, como paradigma del desarrollo sin otras alternativas posibles. La globalización neoliberal va haciendo realidad el capitalismo de estado, siendo el neoliberalismo la economía política de la globalización y el tejido social fragmentario y atomizado sobre el cual los ciudadanos intentan practicar su subjetividad en las facetas de votante, cliente, consumidor, espectador, usuario, entre otros, por un lado; y de ser humano, habitante, persona, trabajador, individuo perteneciente a una comunidad en la que se comparten lengua, historias, tradiciones y costumbres, entre otros, por otro lado.

El hegemonismo del capitalismo en expansión globalizadora dota a la democracia, a la libertad y a la ciudadanía, entre otras cosas, de matices y perfiles más concernientes a la economía de libre mercado, que a categorías antes más identificables con la esfera sociopolítica. Si el globalismo es facilitado por este status quo en una sociedad con poca o nula oposición, se habla de una sociedad liberal y democrática, moderna; si hay oposición, se alude al antiprogresismo, enemigos de la democracia o de “la sociedad abierta”: las libertades individuales y el progreso. Afirma Moisés Naím: “Además, puede resultar demasiado caro, mermar su competitividad nacional, estimular la fuga de capitales, constituir una amenaza para poderosos grupos de electores, y en algunos países incluso ir contra los intereses personales de destacados políticos, funcionarios y altos mandos militares. Y ahí radica, precisamente, otro de los problemas a los que he aludido (2006: 197). De esta manera, el capital financiero abiertamente acumulacionista y cada vez más alejado del capital productivo, se espera neoliberalmente que actúe como “mano invisible” tan inteligente como providencialmente, como si con estos atributos fuese capaz de realizar por sí sola la distribución del ingreso, la riqueza y las tareas que el desarrollo humano requiere, lo cual como se ha visto en México y en otras naciones pobres, no ha ocasionado sino una mayor injusticia social. “El fenómeno actual de globalización es resultado de una tendencia inherente al capitalismo, desde sus inicios y sus componentes tiene una raíz histórica que cubre buena parte de la historia moderna. En otras palabras: su significado presente incluidas las contradicciones que niegan el fenómeno tiene un pasado ineludible” (Flores & Flores, 1999: 14). Lo anterior, puede traducirse también en que, finalmente el neoliberalismo se da en el imaginario de la globalización. La globalización neoliberal acaba por agudizar injusticias y desigualdades históricas existentes y crea otras nuevas, al entrar en contradicción con las necesidades sociales más importantes, como la educación, la salud, la vivienda, la posibilidad de alimentarse nutritivamente, con paz y bienestar, sin las cuales ningún desarrollo humano y democrático es posible. Continuar con esta lógica en donde todo queda sometido a los designios del mercado y el capitalismo financiero ocasionará que en todo momento la amenaza de la violencia, la barbarie y la guerra estén presentes, pues este operar es profundamente antidemocrático en esencia y formalmente.

Bibliografía
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