Febrero de 2022
Economía política de la crisis mundial actualAntonio Romero Reyes
El discurso malthusiano y eugenésico de las elites globalistas sobre la despoblación del mundo, que constituye el leitmotiv oculto de la Agenda 2030 del “desarrollo sostenible”, está montado para desviar la atención del verdadero problema que aqueja al mundo: un sistema histórico de explotación-dominación-conflicto, así como un patrón global de poder, que ya no dan para más, porque se están agotando, y este proceso de acelerado agotamiento está llevándonos hacia el suicidio planetario. Por eso necesitan reiniciarlo, para lo cual les resulta imperativo arrasar con una parte de la población.
Revoluciones tecnológicas con “destrucción” de fuerzas productivas
Las revoluciones tecnológicas (RT) proporcionaron las pautas del desenvolvimiento del capitalismo en el pasado, a través de las denominadas ondas largas. La RT basada en la máquina a vapor, se correlacionó con la onda larga de 1848-1893 (la primera onda larga correspondió a la primera revolución industrial, desde fines del siglo XVIII hasta 1847); la siguiente RT, sustentada en los motores eléctricos y de combustión, en base al petróleo, generó la onda larga de 1894-1939; la RT más reciente (la tercera) provino de la revolución electrónica, cuya respectiva onda larga va de 1940 hasta 2008-2009, aproximadamente, coincidiendo con el periodo de vigencia del sistema surgido de la conferencia de Bretton Woods entre las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial, incluyendo a la URSS de Stalin.
Para transitar de una RT a otra y, por ende, para pasar de una a otra onda larga, el capitalismo tuvo que crear en el ínterin nuevas fuerzas productivas; en otras palabras, revolucionarlas para, llegado el momento, poder destruir o suplantar a las existentes. A comienzos de los años 40 Joseph Schumpeter, historiador y economista austriaco, denominó a este proceso una “destrucción creadora”, llegando esta idea a ser considerada la fiel expresión de un mecanismo adaptativo, como algo necesario para resolver las crisis cíclicas (p. ej. una profunda recesión) y contrarrestar las caídas de las ganancias en todo el sistema (al menos en las industrias, sectores y/o actividades líderes); es decir, destruyendo o desechando fuerzas productivas para recomenzar otro ciclo de expansión y crecimiento sobre nuevas bases (máquinas más modernas, innovaciones tecnológicas y sistemas de gestión más eficientes).
Del imperialismo al imperio del Kapital
El mecanismo de destrucción-creación-destrucción (y así sucesivamente), si bien ha guardado una estrecha relación con su respectiva onda larga, se fue agotando con el paso del tiempo y volviéndose inoperante para el crecimiento sostenido de la tasa de ganancia, porque el proceso de valorización del capital y por ende la generación de nuevo valor ha ido acercándose, si es que no rozando o topándose, con su límite técnico. La lógica de la acumulación (desde los años 60 y 70 del siglo XX) fue reorientada entonces hacia los procesos de recentralización y reconcentración del capital. Surgieron así las empresas multinacionales o transnacionales, posteriormente las mega corporaciones y los grandes conglomerados, superando con creces (por su gigantismo y globalismo, redes y circuitos de valorización, poder económico e influencia en todo el mundo) a sus predecesoras del llamado “imperialismo” (trust, monopolios, carteles). Lo que sí se ha mantenido y hasta reforzado como un poder cada vez más autónomo, en el tránsito del imperialismo a la globalización y a la era del imperio (del capital, se entiende), en pleno siglo XXI, son los bancos, el capital financiero y la oligarquía financiera (términos utilizados por Lenin que los retomó a su vez de otro economista austriaco: Rudolf Hilferding).
El llamado “sector financiero” ha jugado, en el contexto señalado, un papel clave en la acentuación de la reconcentración y recentralización del capital, convirtiéndose ese mismo “sector” en un nicho de acumulación y ganancias ficticias, adquiriendo un inmenso poder en la esfera de la circulación (préstamos y créditos, inversiones financieras, especulación con las monedas de los países, cotizaciones en bolsas) y a través de la financierización de las economías. Junto a todo ello fueron emergiendo (también desde los años 70) las llamadas industrias tecnológicas (incluyendo la información y comunicación), hasta haber logrado consolidarse y posicionarse como industrias líderes junto con sus ramificaciones en el conjunto de la estructura global del capital.
China y Rusia en la disputa geopolítica por la dominación planetaria
Aquel fue el contexto en el que se insertó la República Popular China para desarrollarse en la dirección capitalista de las reformas después de Mao; y por eso constituye un argumento falaz sostener la existencia de un supuesto “comunismo” a escala global. China hizo lo que la URSS en su momento no pudo lograr en el marco de la consigna estalinista del “socialismo en un solo país”, habiendo además recogido el guante de la “coexistencia pacífica” que fuera lanzada por Kruschev en 1955 (la idea se cree que fue formulada antes por Lenin), en el marco de su política de desestalinización y en el contexto internacional de la Guerra Fría. China, como la URSS en su momento, fundamentó su desarrollo tecnológico e industrial en el “primado de las fuerzas productivas”. A diferencia de la URSS, y en el contexto de un mundo más globalizado, la habilidad de los dirigentes chinos consistió en saber negociar, como Estado y de igual a igual, las condiciones de inversión, acumulación y transferencia tecnológica con las grandes transnacionales que buscaban sacar provecho de sus inmensos capitales y ampliar sus mercados fuera del mundo occidental. Así fue como la República Popular China se convirtió en un país capitalista y en la segunda potencia económica mundial, sometiendo a su población a métodos de control social y político heredados del estalinismo, con un Estado totalitario sin oposición política ni ejercicio pleno de libertades y derechos, excepto las permitidas por el PCCh. Este es el “comunismo” sui generis de los chinos del que Occidente, en la parte social y política (esta última concerniente a la organización estatal), quiere implantar; lo cual no va a convertir a Estados Unidos, ni a Europa ni a Japón en países “comunistas”. Quienes propagan este tipo de interpretación de la realidad actual siguen prisioneros o prisioneras de la geopolítica mundial proveniente de la Guerra Fría en el s. XX.
Por primera vez en la historia de la humanidad, en el presente siglo XXI, presenciamos un único sistema (el capitalismo global), del que Rusia y China ya forman parte, disputando con Estados Unidos y sus aliados (Europa occidental y Japón) el liderazgo interestatal no solamente en Asia sino a escala mundial; siendo este el contexto que rodea el conflicto en torno de Ucrania. Las innovaciones y los progresos, en el marco de la cuarta revolución tecnológica, provienen de la competencia entre unos y otros (tanto del capitalismo occidental como del “comunismo” chino y su aliado ruso); se fueron desplegando y acelerando desde la biología molecular, la nanotecnología, la microelectrónica, la tecnología de materiales y otros campos de investigación avanzada, cuyos desarrollos han tenido lugar a lo largo de varias décadas (al menos desde los años 70 del siglo pasado). Bajo la fachada de una “pandemia” dichas innovaciones, avances o supuestos progresos tecnológicos (en este caso, provenientes de los laboratorios farmacéuticos) se están experimentando masivamente sobre toda la población del mundo.
El trasfondo político de la “sobrepoblación”
En las RT precedentes la “destrucción creadora” implicaba también la destrucción del empleo (y concomitantemente la generación de sobrepoblación relativa) debido a la innovación de máquinas más productivas y procesos técnicos más eficientes, que permitían elevar la productividad por unidad de tiempo. Con la cuarta RT en curso se nos anuncia, en cambio, no solo la completa suplantación del trabajo vivo por procesos productivos robotizados (al menos en los países del centro del sistema), sino también la subsunción total de la vida humana al nuevo sistema de valorización del capital que se está montando con las tecnologías más avanzadas (inteligencia artificial, internet de las cosas, nanotecnología, identificación digital). Esta subsunción es justamente la gran novedad que se avecina en el tiempo acelerado que estamos viviendo. Constituye la base (que no implica determinismo de ningún tipo) del nuevo sistema de dominación y patrón de poder hacia los que estamos siendo llevados.
Se puede sostener que en las tres revoluciones tecnológicas que antecedieron, las elites capitalistas nunca antes se habían preocupado por el tema de la sobrepoblación, porque sus economistas teóricos suponían que el mecanismo automático llevaría a un nuevo equilibrio del mercado laboral, después de cada crisis. Suponían también que el salario era suficiente para cubrir las necesidades del obrero o trabajador y su familia. Lo que jamás tomaron en cuenta es que la población trabajadora sobrante (al menos una parte importante), expulsada de los circuitos de valorización, generaron con el tiempo sus propias economías y emprendimientos, en una relación paradójica de estar dentro y al mismo tiempo fuera del mercado y de toda relación mercantil. Esto proporcionó asimismo el sustento del crecimiento demográfico posterior, cuyo control se le fue escapando de las manos a los globalistas, y de ahí también las alarmas del “cambio climático” que fueron presentando bajo la etiqueta de la sobrepoblación; ocultando o evitando el reconocimiento (una potencialidad real) de nuevas formas de vida y de formas económicas reñidas con las lógica de la acumulación.
Un horizonte de futuro distinto, una manera diferente (mejor dicho, muchas y heterogéneas formas) de organizar el mundo, un poder alternativo en ciernes desde el mundo de los marginados, expulsados y excluidos del “sistema”, era lo que emergía y se proyectaba antes de la “pandemia”. Esto es lo que el globalismo puso en cuestión, camuflado y etiquetado como “sobrepoblación”; asunto que las izquierdas “progresistas” y parlamentarias (desde América Latina) tampoco la ven.
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