Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Febrero de 2022

LA GLOBALIZACIÓN DE LA DELINCUENCIA
Patricia Buedo Martínez


Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM)

Patricia Buedo Martínez. Grado en trabajo social y Máster en antropología aplicada (UCLM). Email de contacto: patriciabuedomartínez@gmail.com

RESUMEN
En estos últimos años, el fenómeno de la delincuencia se ha globalizado, extendiendo sus acciones a lo largo de todo el planeta. En este progreso el fenómeno de la globalización ha ocupado un papel fundamental contribuyendo a que la delincuencia organizada alcance y avance a unos niveles escalofriantes.
Este trabajo tratará de analizar como el fenómeno de la delincuencia se ha globalizado, las consecuencias de la globalización en la actual sociedad, así como reflexionar sobre la relación entre los conceptos de pobreza, delincuencia y globalización.

1.1 PALABRAS CLAVE:
Globalización, Delincuencia, Seguridad, Conflicto, Cooperación.

ABSTRACT

In recent years, the phenomenon of crime has become globalized, spreading their actions throughout the world. In this progress the phenomenon of globalization has played a key role contributing to organized crime scope and progress to a frightening levels.
This work will try to analyze the phenomenon of crime has become globalized, the consequences of globalization in todays society and reflect on the relationship between the concepts of poverty, crime and globalization.

1.3 KEYWORD
Globalization, Crime, Security, Conflict, Cooperation.


INTRODUCCIÓN
En la actualidad el fenómeno de la globalización forma parte de nuestra vida, de nuestra identidad, pasando de ser una elección a una realidad.
Hoy día entendemos el fenómeno de la globalización como “un modo de percibir, comprender y relacionarse en la sociedad, un fenómeno en interacción del que emana un discurso que conduce a la propia sociedad” (Aresti, A., 2002).

En los últimos años no solo se ha globalizado la economía, la tecnología, el conocimiento, el consumo, etc. también se ha globalizado la pobreza, los conflictos, las guerras, la exclusión social y con ellos la delincuencia (De Haro, A., 2014).

Con la globalización el fenómeno de la delincuencia ha adquirido dimensiones internacionales organizándose a nivel global a lo largo de todo el planeta. Esto ha sido posible debido al progreso de las comunicaciones (nuevas tecnologías, transportes, etc.) y de la economía, el declive de los Estados nacionales (ausencia de seguridad, desconfianza entre unos países y otros), el desarrollo de nuevas formas de explotación, discriminación y esclavitud, entre otros.
Las nuevas formas de criminalidad son el efecto de una situación de “anomia colectiva”, en un mundo cada vez más integrado, desigualdad e interdependiente, que no ha sido capaz de avanzar en todos los ámbitos de la misma manera (seguridad, protección, igualdad, etc.) (Ferrajoli, L., 2011).

Algunas de las personas de las que parte este trabajo se fundamentan en los siguientes motivos:

La globalización de la delincuencia se ha convertido en un fenómeno cotidiano presente en nuestro mundo global (todo es producto de este fenómeno):

“En el último decenio, el número de productos falsificados interceptados en la frontera de Europa se ha multiplicado por 10” (UNODC, 2010).
“En 2014 la Policía capturó un 10 por ciento más de mulas que el año pasado” (Nación, 2014)
“Aduanas incautó 15 toneladas de cocaína en 2013, un 117% más que el año anterior” (Ruíz, J., 2014)

Según Bauman en Europa existen millones de personas al margen del mercado de trabajo (De Haro, A., 2012), desde el comienzo de la crisis la brecha entre ricos y pobres ha aumentado, en España el 10% de los españoles más ricos disponen de la mitad de la riqueza nacional (A. R., 2014), asimismo en el año 2014 cinco millones de españoles se encuentran en situación de exclusión social extrema en España (Prats, J., 2014) y uno de cada tres niños vive bajo el umbral de la pobreza (EFE, 2014), situaciones que tal vez faciliten el incremento de la comisión hacia el hecho delictivo, de manera que como podemos observar en muchas ocasiones los conceptos de pobreza, globalización y delincuencia parecen estar relacionados.

La actual crisis económica ha provocado que “más de 12 millones de personas sufran trabajos forzosos por impago de deudas” (Cambra, L. & Rojas, A., 2009).

El desarrollo de los medios de comunicación y medios de transporte han sido imprescindibles para establecer el contacto entre las naciones. Como mencionaba David Hume el comercio acercaba a las sociedades, incrementando la humanidad de las personas (López Sastre, G., 2014), pero actualmente el problema es cómo se comercializa, de qué manera y con qué productos.

La delincuencia organizada ha cambiado en los últimos años y se ha vuelto más global y precisa (González, I. & Lara, M., 2012).

Los países que cultivan la mayor parte de las drogas ilícitas del mundo, como Afganistán (opio) y Colombia (coca), son el blanco perfecto de estigmas y prejuicios. Sin embargo, la mayoría de las ganancias del narcotráfico se obtienen en los países “desarrollados” de destino (UNODC, 2010).

La explotación ilegal de los recursos naturales está contribuyendo a la destrucción de determinados ecosistemas, impulsando la extinción de algunas especies (UNODC, 2010).

La actual crisis económica ha dado lugar a una nueva aparición de “esclavos contemporáneos”, reflejo de los nuevos rostros de pobreza, conocido bajo el término de “precariado”, es decir, aquellas personas cuyo empleo está caracterizado por un empleo inseguro, inestable y temporal, soportando condiciones abusivas (trabajo extra no remunerado), lo cual deriva hacia una pérdida del status y derechos del trabajador (Standing, G., 2014), convirtiendo los concepto de trabajo y pobreza en complementarios. Esta nueva situación laboral unida a una oleada de recortes de derechos sociales por parte de un gobierno corrupto y un Estado ausente (vulneración del derecho a la vivienda, a la sanidad, a la educación, a la libre expresión, etc.) pueden desembocar en conductas delictivas como método de supervivencia o de protesta.


El fenómeno de la delincuencia ha incorporado nuevos conceptos como por ejemplo “multiculturalismo”. Como denunciaba Appiah, K. (2007) en su obra “la ética como identidad”, en este mundo global parece que la diversidad en muchas ocasiones no tiene cabida pues imponemos una única cultura (la occidental), infravalorando al resto de culturas. De ahí la necesidad de empezar a apreciar el valor de que ciertas culturas minoritarias continúen conservando su cultura, educando en la igualdad y en la diversidad cultural con el objetivo de evitar el desarrollo de nuevos conflictos.


LA GLOBALIZACIÓN DEL DELITO

Durante años, el fenómeno de la delincuencia se ha atribuido a factores internos de la personalidad propia de cada individuo, así por ejemplo, hasta el siglo XX, se sostenía que la mayoría de la delincuencia se explicaba por razones hormonales, de manera que era la testosterona en los hombres, y el síndrome premenstrual en las mujeres, la explicación de su inclinación a delinquir (Aponte, E., 2004). Con el tiempo, las causas de la delincuencia evolucionaron, pasando de teorías biológicas a culturales.

Al ser un fenómeno cultural se encuentra influenciado por el contexto, de manera que con el paso del tiempo se entiende como la delincuencia se encuentra influenciada por el fenómeno de la globalización.

Al igual que sucede en el ámbito económico, social y financiero, la delincuencia evoluciona y se extiende de manera alarmante. En pocos años, se ha pasado de una delincuencia artesanal a una delincuencia muy desarrollada, gracias al avance de la tecnología, el contacto con otros países, el turismo, etc., apareciendo términos hasta ahora desconocidos como ciberdelincuencia o delincuencia a través de la red, delincuencia supranacional, etc. Esta delincuencia se caracteriza por ser altamente profesionalizada, con multitud de contactos e influencias en distintos lugares del mundo y con capacidad de movilidad y desplazamiento a niveles insospechados, propiciando el ocultamiento de personas y bienes ilegales en diferentes países, lo que dificulta la persecución de los delincuentes y la recuperación de los productos comercializados de manera ilegal (UNODC, 2010).

A partir del X Congreso de Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento al Delincuente desarrollado en el año 2000 en Viena se extrajo lo siguiente:

¨En la nueva era de la mundialización, las fronteras se han abierto, las barreras comerciales han caído y la información se transmite rápidamente por todo el mundo. Los negocios están floreciendo... y también lo está la delincuencia organizada transnacional. Se están forjando fortunas como resultado del tráfico de drogas, la prostitución, las armas de fuego y todo un conjunto de delitos transfronterizos”.

Como podemos observar, hoy día el fenómeno de la delincuencia se extiende por todo el planeta. Si en el pasado se le consideraba una amenaza a escala local o regional, hoy día la delincuencia organizada se ha convertido en una cuestión muy compleja debido a que “los productos ilícitos provienen de un continente, se trafican a través de otro, y se comercializan en un tercero” (UNODC, 2010). De esta manera, el fenómeno de la delincuencia se ha extendido por todo el mundo, distinguiendo distintos tipos de delitos: nacionales, internacionales y transnacionales (Mendoza, E., 2002):

En los delitos transaccionales la delincuencia se despliega en diferentes países: iniciándose en uno, desarrollándose en otro y ejecutándose en un tercero (tráfico de drogas, terrorismo…)

Fuente extraída de UNODC (2013).

Los delitos internacionales suceden cuando el delito se verifica en lugares que se consideran internacionales, al no pertenecer a la jurisdicción directa de ningún país en especial, como los mares o los cielos internacionales (blanqueo, etc.)

Los delitos nacionales son los que tienen lugar en el ámbito nacional, desarrollados a pequeña escala como: violencia callejera, robo, asesinato, etc.

En estos últimos años al globalizarse el planeta, no solo se ha globalizado la economía, la tecnología… También se ha globalizado la pobreza, la miseria, el terrorismo, el crimen y la delincuencia, convirtiéndose en una amenaza para la paz, el progreso y la seguridad de cualquier habitante del planeta (UNODC, 2013), lo cual unido a una inmensa cantidad de mensajes discriminatorios y prejuiciosos hacia ciertos colectivos provocan un fuerte sentimiento de inseguridad y rechazo por parte de la población hacia determinadas minorías, al percibirnos como sostiene Zygmunt Bauman como posibles “víctimas colaterales” (De Haro, A., 2012). De esta manera, la seguridad en el espacio público se ha transformado en peligro, “al convertirse en un espacio de guerra, donde todos somos un peligro para los demás” (De Haro. A., 2012).

Asimismo, al ampliarse la delincuencia ha nacido un nuevo tipo de esclavitud pues “existen en todo el mundo millones de esclavos modernos comercializados a un precio no superior, en términos reales, al de hace siglos” (UNIS, 2010) reflejado a través del nuevo “precariado”, la figura de las “mulas”, de las victimas del “terrorismo”, etc.

Por otro lado, todo delito (corrupción, terrorismo, etc.) afecta y deteriora la esencia de un Estado social y democrático de Derecho, especialmente cuando son cometidos por los gobernantes, situación que está ocurriendo en la actualidad en nuestro país, provocando un distanciamiento entre la ciudadanía y el gobierno, lo que promueve un espacio inseguro y desprotegido. Por esta razón, al igual que se globaliza la pobreza, la delincuencia, entre otros, debería globalizarse los Derechos Humanos y la conciencia de la justicia social debido a que es imprescindible educar en la igualdad y en la cooperación entre los diferentes países con el objetivo de conseguir una sociedad más libre y segura.


LA DELINCUENCIA GLOBALIZADA EN EL SIGLO XXI

La globalización encaminada al desarrollo económico, no ha sido capaz de garantizar un desarrollo armónico y progresivo en el espacio de libertad, entendiendo éste como el ámbito de desarrollo de la libre circulación de personas, mercancías y capitales en el espacio de seguridad (UNODC, 2010) de ahí que surja la pregunta… ¿es la globalización una amenaza para la seguridad?

Como mencionaba Edgar Morín en su obra “Globalización y violencia” (2009), la globalización trae consigo consecuencias: positivas (desarrollo, progreso…) y negativas, las cuales se traducen en conflictos, crisis, pérdida de valores y derechos, violencia y delincuencia, presentes en cada comunidad.
Actualmente, el fenómeno de la delincuencia lo podemos dividir en delincuencia ordinaria (violencia callejera, etc.) y delincuencia organizada (terrorismo, mafias organizadas, etc.) (Ferrajoli, L., 2011):

La criminalidad organizada, ha existido siempre. Pero hoy día ha adquirido un desarrollo transnacional y un poder sin precedentes. Esta criminalidad utiliza su poder para abusar de los sectores más vulnerables. A esta criminalidad la desigualdad de poder y la pobreza le benefician, pensemos por ejemplo en las mafias encargadas del tráfico ilegal de personas, organizando el transporte e ingreso de inmigrantes clandestinos en diferentes países occidentales, o en los delitos de tráfico de drogas aprovechándose de la situación de precariedad de muchas mujeres para que estas acepten “transportar droga” en su cuerpo de un país a otro o en los delitos de terrorismo, cuando se recluta mano de obra entre los grupos más pobres y estigmatizados por la sociedad occidental. Como podemos observar en la mayoría de las ocasiones los últimos eslabones de la cadena de la delincuencia son personas en situación de exclusión social, lo que demuestra la relación existente entre delincuencia, pobreza y exclusión social.

- Otra forma de delincuencia globalizada es la que llevan a cabo los grandes poderes económicos, que se manifiestan en diversas formas de corrupción, de apropiación de los recursos naturales y de devastación del medio ambiente. Estos Estados permiten el desarrollo de la delincuencia organizada cuando debido a la corrupción de sus elites dirigentes, se permiten y consienten devastaciones ambientales, explotación y abusos contra la ciudadanía y ausencia o eliminación de derechos y garantías en materia social, laboral y ambiental (UNODC, 2010).

La violencia callejera presente en nuestra sociedad es un fenómeno asociado a la globalización. En los últimos años, ha existido un incremento progresivo de las protestas, movilizaciones que se han visto acompañadas de brotes de violencia (Aresti, A., 2002).

Algunas razones que explican el desarrollo de la delincuencia son:

El desarrollo de las nuevas tecnologías ha promovido el avance de la delincuencia organizada al facilitar el contacto y las relaciones entre los diferentes países, al igual que el desarrollo de los transportes, que facilita la libre circulación de personas y bienes de un lado al otro del mundo con gran rapidez. Por otro lado, la implantación de una moneda única ha facilitado la libre circulación de personas, mercancías y capitales ilegales, promoviendo que el nivel de delincuencia organizada en la Unión Europea esté aumentando (Aresti, A., 2002).

Asimismo debido a la actual crisis económica se ha agudizado la desigualdad social afectando a grandes grupos de la población que se encuentran cada día en peores condiciones de vida. Además, nuestro gobierno esta corrompido siendo incapaz de garantizar el bienestar de la ciudadanía, pues la distribución de la riqueza ha beneficiado a muy pocos (clases privilegiadas), con una división de la riqueza de un rico entre mil pobres destinados a morir de hambre (Mendoza, E. 2002). Y es que con la globalización el Estado se derrumba, pierde fuerza, siendo incapaz de garantizar la seguridad y bienestar de la ciudadanía, esto provoca una deslegitimación del Estado del Bienestar y del sistema político en su conjunto. Habermas nos hablaba de la crisis de legitimación en el capitalismo, que se manifiesta en forma de inmoralidad política y falsa democracia. Esta deslegitimación se traduce en que en el espacio público o social reina la desconfianza, incertidumbre, inseguridad por el aumento de la delincuencia, la violencia, el terrorismo, etc. contribuyendo a que el espacio público pierda valoración social (De Haro. A., 2014).

Actualmente, nuestra actual sociedad capitalista nos trasmite unos valores individualistas, consumistas, provocando una pérdida de los valores por lo que las personas pasan a ser vistas como mera mercancía en manos de un Estado corrupto. La sociedad actual se caracteriza por ser individualista, materialista, e injusta, preocupada por el tener y no por el ser, donde se nos vende la idea de que la calidad de vida depende de la cantidad de cosas de las que dispongamos, de manera que en esta sociedad consumista el carecer de recursos e ingresos unido a un Estado ausente puede desembocar hacia la comisión hacia el hecho delictivo.

Según Joseph E. Stiglitz (De Haro, A., 2012) esta crisis y pesimismo se encuentran agravados por la falta de acuerdos o consenso entre los diferentes líderes políticos (tanto nacionales como mundiales) sobre cómo solventar los diferentes problemas o conflictos (crisis económica, social, de alimentación, de recursos naturales y medioambientales). Según Ortega en nuestro mundo global domina el individualismo y las relaciones de poder desembocando en una “guerra de todos contra todos” y es que como decía Hobbes el “hombre es un lobo para el hombre” (De Haro, A., 2012), de ahí la necesidad como denunciaba Bartolomé de las Casas de descubrir la verdadera esencia del ser humano, encontrando y valorando su concepción como persona.

Porque… tal como está montado nuestro “mundo” ¿somos capaces de afrontar la delincuencia globalizada hoy en día? ¿Somos capaces de evitar el desarrollo de tanta fuente de conflictos? ¿Son capaces de responder nuestros Estados a la actual delincuencia organizada?

Hoy día, pobreza, marginalidad y desigualdad continúan caracterizando a las economías capitalistas avanzadas lo que promueve el avance de la delincuencia organizada. De ahí la necesidad de establecer como decía Morín (2009) una “metamorfosis social”, con el objetivo de que seamos capaces de cambiar la moral, valorando la necesidad de crear un espacio de seguridad y tolerancia, incentivando el nacimiento de una cooperación a nivel mundial entre los Estados que luchen por el bienestar de los ciudadanos de todo el planeta, creando un sistema y derecho penal que sea capaz de afrontar los nuevos desafíos que presenta el fenómeno de la globalización.


ESTIGMA HACIA LAS PERSONAS PRIVADAS DE LIBERTAD

Actualmente las personas que se encuentran en situación de encarcelamiento padecen un enorme estigma. El “estigma” es definido por Goffman (1998) “como la inhabilitación para una plena aceptación social” (Calvo, E., 2010).
La existencia de prejuicios se refleja:

Antes de la condena (represión policial), reflejada en la discriminación en la condena por motivo de raza, religión, etnia, etc. por ejemplo en “EEUU las personas de color tienen el doble o incluso el triple de posibilidades de ser detenidos y condenados” (Faus, J., 2014).

Durante la condena, reflejado en la existencia de estigma o prejuicios hacia determinados internos e internas producto del etnocentrismo (juzgamos las conductas de acuerdo a nuestros propios parámetros culturales o sociales).

Después de la condena debido a la inmensa cantidad de barreras que la sociedad presenta a todas estas personas privadas de libertad (ausencia de recursos y programas dirigidos a prevenir la delincuencia, prejuicios existentes en su reinserción laboral, etc.).

En los últimos años, el proceso de globalización ha generado sentimientos nacionalistas que provocan el distanciamiento entre los diferentes países. Actualmente, en nuestra actual sociedad, todos tenemos posibilidades de convertidos en portadores de estigma, como definía Carmelo Lisón en “Viaje por la antropología del extranjero” (De Haro, 2014): “Extranjero significa el de fuera, el prisionero, el esclavo, el que no tiene derechos, el enemigo. Extranjero es el otro, concretamente el antónimo respecto de todo lo nuestro”.

Y es que con la globalización, como defendía Arjun Appadurai (2007) el rechazo y el odio se proyectan sobre los grupos minoritarios, excluyendo sin cesar a refugiados, inmigrantes, indigentes y personas privadas de libertad, al ser considerados como denunciaba Zygmunt Bauman “residuos humanos de la globalización”, los cuales generan desasosiego e inseguridad (De Haro, A., 2014). Este sentimiento aflora apoyado por los medios de comunicación los cuales juegan un papel fundamental en este proceso debido a que la publicidad transforma positiva o negativamente a la sociedad a través de una visión estereotipada de la ciudadanía.

Como denunciaba Morín (2009) en el mundo global encontramos el temor a la exclusión, la crisis de los estados y el distanciamiento de la brecha entre ricos y pobres. Ese temor acompañado por la difusión en los medios de comunicación de imágenes de inseguridad, violencia, guerras y delincuencia traen consigo sentimientos de rechazo hacia los considerados como los culpables de estas inseguridades como son las minorías, de manera que pasan a ser considerados como los causantes de la disminución de los recursos nacionales, apareciendo como los culpables de las crisis de los proyectos nacionales. De ahí la necesidad de cambiar la mirada porque como el autor denuncia, con el proceso de globalización se han incrementado los prejuicios hacia las minorías, convirtiéndose en numerosas ocasiones en la excusa perfecta para muchos estados en crisis los cuales desplazan sus fracasos hacia esos grupos minoritarios, criminalizándolos y etiquetándolos incluso antes de haber cometido ningún delito.

El estigma hacia estas minorías es producto de nuestro propio etnocentrismo que nos empuja a juzgar a las personas de acuerdo a nuestros parámetros culturales o puntos de vista, fruto en la mayoría de las ocasiones de una fuente de prejuicios debido al miedo y sobre todo al desconocimiento, porque como afirmaba Bartolomé de las Casas cuando acusaba a Ginés de Sepúlveda de no haber estado en América, en la mayoría de las ocasiones ese miedo y estigma son fruto del desconocimiento hacia esas personas.

Como defendía Isidoro Moreno (2002), la globalización enmascara las desigualdades, aspirando hacia una sociedad planetaria, con una sola identidad y cultura (la occidental) y con un solo estilo de vida (consumista) lo que aumenta los conflictos, las guerras, la delincuencia… y es que en muchas ocasiones parece que “el sistema financiero actual y la criminalidad organizada se refuercen mutuamente” (Caño, X., 2002) de ahí la necesidad de una coordinación y cooperación a nivel mundial entre los diferentes países.

Hoy día vivimos en un “entumecimiento humanitario” (Appadurai, A., 2007) constante, pues el fenómeno de la globalización ha provocado el desmoronamiento de los valores llegando a legitimar incluso la violencia hacia esos grupos, como hacía Ginés de Sepúlveda cuando legitimaba la conquista de América o cuando Hitler justificaba la violencia ejercida hacia los judíos o cuando se continúan legitimando instituciones como Guantánamo, entre otros. De ahí la necesidad de cambiar la moral, concienciando sobre la necesidad de entender la verdadera concepción del ser humano, porque solo si promovemos una verdadera cultura de la paz a través del apoyo y la coordinación entre los países contribuiremos a conseguir una sociedad más igualitaria, fomentando un espacio de seguridad más habitable.


CAMBIO EN LA MIRADA

En estos últimos años se ha globalizado la delincuencia y con ella los prejuicios hacia todas estas personas privadas de libertad y los sistemas de represión ejercidos hacia los mismos.

Es curioso observar como la mayoría de las cárceles se encuentran apartadas de la ciudad, “desplazando” a las afueras a los que esta sociedad ha derogado. Las personas privadas de libertad se han convertido como denunciaba Bauman (2005) en “humanos residuales” productos de la globalización, alejados hacia una “zona prohibida” que se convierte en vertedero para los sectores más excluidos y estigmatizados de la sociedad, reciclados como residuos humanos que habitan en el espacio fronterizo que divide a los individuos considerados “normales” de los considerados como “residuos humanos” (De Haro, A., 2014).

Hoy día, vivimos en una “Cultura de residuos” (Bauman, 2005) donde la sociedad se caracteriza por un empobrecimiento de las relaciones sociales, donde valores como la solidaridad, el respeto… son derrotados por el individualismo, el poder, etc. Por otro lado, el no reconocimiento de la dignidad y el bienestar personal del otro nos arroja hacia la barbarie y ha sido, en palabras de Francis Fukuyama, fuente de todo conflicto humano (De Haro, A., 2012), de ahí la necesidad de valorar, comprender y entender al “otro”, pues solo a través del respeto, la confianza y la cooperación entre los diferentes países se podrá empezar a encaminar esta sociedad capitalista hacia una sociedad más segura, pacífica y transcultural. Por otro lado, es necesario concienciar sobre la necesidad de involucrarnos en el cambio tanto individual como colectivamente, motivando a los miembros de distintas comunidades a participar en la búsqueda de soluciones eficaces a los distintos problemas globales.


CONCLUSIONES

Como podemos observar todo es producto de la globalización. Este fenómeno que “facilita” el contacto entre naciones no asegura su acercamiento, ni igualdad, ni la distribución equitativa de recursos, ni mayor seguridad y cooperación… sino que alienta la desigualdad, la injusticia social, la inseguridad, el conflicto, la pobreza y la delincuencia.

En los últimos años, la delincuencia ha adquirido dimensiones mundiales por lo que las respuestas nacionales son insuficientes debido a que si se quiere hacer frente a la actual delincuencia organizada es necesario aportar respuestas globales a través de la cooperación y el apoyo entre los diferentes países. Pues como denuncia Manuel López-Rey (Mendoza, E., 2002): “El delito es un fenómeno sociopolítico en proceso de rápida expansión, estrechamente relacionado con la estructura global de la sociedad”. Como podemos observar, la delincuencia organizada avanza a niveles alarmantes de ahí la necesidad de conocer la extensión de su poder e influencias, con el objetivo de planificar políticas criminales eficaces que actúen a nivel global.

Por otro lado, el desarrollo de políticas no debe suponer la desaparición de garantías y derechos de las personas privadas de libertad, procesados o sentenciados con la justificación de la lucha contra la delincuencia. Asimismo, bajo mi punto de vista es necesaria una reforma del código penal equilibrando el tipo de delito con la condena, pues es una verdadera injusticia que se penalice más severamente la delincuencia ordinaria que la transnacional o internacional (corrupción, blanqueo de dinero), pues en muchas ocasiones parece que existe una desigualdad de trato en el proceso judicial entre ricos y pobres debido a que en la mayoría de los casos parece que las clases privilegiadas disponen de mayores beneficios o ventajas judiciales frente al resto de la ciudadanía (no se juzga de la misma manera la trasgresión realizada por un miembro del gobierno o de la monarquía que un ciudadano de clase media o baja) y es que como afirma Joseph E. Stiglitz (2002) “es necesaria una globalización que funcione para todos y no sólo para los ricos y los países industrializados” (De Haro, A. 2012).

Es necesario involucrar a todas las personas en el cambio, valorando como en la antigua Grecia la importancia de la participación activa de la ciudadanía en el ejercicio colectivo del poder. Hoy día, nuestros diligentes se han ido alejando de la esencia de su labor democrática, para pasar a ser meras marionetas en manos de un mercado sin escrúpulos, olvidando que la verdadera democracia es aquella en la que el poder reside en el pueblo.

Como denunciaba Bauman en su obra “En busca de la política” (2001), es necesario fijarnos en la democracia griega con el objetivo de conseguir una “política real”, en el que el poder pertenezca a los ciudadanos, claro que para conseguirlo es necesario que el individuo vuelva a recuperar y valorar su esencia como ser humano.

En estos últimos años, la inseguridad, el caos, el crimen y la delincuencia son fenómenos presentes en todas las sociedades. Como denunciaba Amin Maalouf en su obra “Cuando nuestras civilizaciones se agotan” (2011), las civilizaciones se están agotando, extinguiendo no solo los recursos sino también las relaciones humanas, de ahí la necesidad de una “metamorfosis social” que promueva una verdadera política del hombre encaminada a garantizar un espacio global seguro y libre de conflictos, pues como defendía Habermas la capacidad de una sociedad para aceptar lo diferente es indicador de una sociedad saludable pues si tuviéramos que clasificar a las sociedades por su grado de progreso, un elemento clave sería la facilidad para integrarse e integrar elementos ajenos o desconocidos valorando su riqueza y diversidad.

Para concluir, mencionar la necesidad de educar en valores debido a que en la mayoría de las ocasiones el problema del tirano no es la tiranía sino la ausencia de un valor moral, de ahí la necesidad de educar y valorar la diversidad cultural, así como eliminar determinadas condenas (pena de muerte) que vulneren otros Derechos Humanos o Sociales (como el derecho a la vida).

Para conseguir una sociedad más justa y segura es necesario que el poder este dividido entre los diferentes países de manera equitativa, valorando y respetando a todas las culturas por igual, con el objetivo de que se controlen los unos a los otros. De ahí la necesidad de crear una institución a nivel global que garantice el bienestar, la seguridad y el progreso de todos los habitantes del planeta porque… ¿Tenemos capacidad para frenar la delincuencia organizada?


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