Diciembre de 2021
De la revolución verde a la transición verdeClara Sánchez Guevara
Cumbres mundiales de alimentación (1963 – 2021)
Después de la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas han desarrollado contadas veces, entre sus principales cumbres y conferencias[1] el tema de la alimentación o de los sistemas alimentarios, como se le ha denominado a la del año 2021. ¿Qué se ha impulsado? ¿Cuáles han sido sus objetivos? ¿Cuál su cumplimiento? ¿Quiénes sus principales actores? ¿Y bajo que contexto mundial se han realizado? Estas preguntas y sus respuestas ponen de manifiesto la relación existente entre el poder y los alimentos en el mundo que, dicho sea de paso, no será diferente en esta oportunidad.
Primer Congreso Mundial de la Alimentación (1963)
En 1963, a través de la FAO, se realizó el primer Congreso Mundial de la alimentación, para impulsar el plan de desarrollo agrario a nivel mundial, mejor conocido como la Revolución Verde, aunque aún no se le denominaba así, dirigida principalmente para los países en desarrollo, particularmente para impulsar el uso de semillas de alto rendimiento genético y mayor utilización de fertilizantes, cuyo objetivo era incrementar la producción de alimentos, ante el problema del crecimiento de la población en el mundo, como estrategia clave para la lucha contra el hambre, con el apoyo por la Fundación Ford y la Fundación Rockefeller, entre otros.
Un avance tecnológico para una agricultura moderna, donde la producción de alimentos pasó de depender en forma directa de los recursos naturales vitales como agua y tierra a necesitar adicionalmente, petróleo y gas, haciéndola dependiente de los hidrocarburos y, por tanto, de una mayor utilización de energía necesaria para el desarrollo de este modelo agroindustrial y la necesidad de varios medios de producción como semillas, maquinarias[2] (tractores, cosechadoras, fumigadoras, abonadoras), fertilizantes inorgánicos (N, P, K), agroquímicos (herbicidas, fungicidas, insecticidas), riego artificial, industria procesadora, infraestructura de silos y almacenamiento, transporte, entre otros. Trayendo consigo, al mismo tiempo, los daños ambientales que se han acarreado al planeta y la falta de sostenibilidad.
Para dar un ejemplo, se estima que el uso de fertilizantes, principal insumo asociado al aumento de los rendimientos de los cultivos en los inicios de la ‘Revolución Verde’, se incrementó anualmente en un 14 % durante la década de 1960 y desde entonces ha ido aumentando en un 10 % cada año[3].
Antes de este congreso, se habían dictado directrices para la utilización de los excedentes de productos básicos como “promoción del desarrollo”, que realmente estuvieron destinados a la contención del comunismo por parte de EEUU a partir de 1954, a través de la ley pública Lp-480; la Campaña Mundial de la Semilla para la instalación de infraestructura a nivel mundial; el mapeo de suelos; y hasta el Programa de Fertilizantes, que se ejecutó en el marco de la Campaña mundial contra el hambre en el año 1961.
Con este congreso, se inició una mayor influencia del poder de EEUU para controlar el suministro de los alimentos en el mundo como parte de su política exterior, iniciada en 1940 y que reforzaba en los sesenta con la creación de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), y el lanzamiento del Programa de alimentos para el mundo en el mismo 1963, convirtiéndose en el principal programa de asistencia alimentaria del país norteamericano en el extranjero, sentando las bases para una expansión permanente de las exportaciones de productos agrícolas con beneficios para Estados Unidos.
Que posteriormente, reconfiguró con la aprobación de la Ley Publica Lp-808, pasando de la eliminación de excedentes, a la producción planificada para la exportación, con el fin de satisfacer las necesidades mundiales de alimentos.
El contexto mundial de este primer congreso era el fin de la Crisis de los misiles, Crisis de octubre (Cuba) o Crisis del caribe (Rusia), considerada uno de los peores escenarios de confrontación entre las dos primeras potencias mundiales durante la Guerra fría en 1962: la Unión Soviética y Estados Unidos.
Crisis que incidía en una nueva dirección en la política exterior de EEUU, revelada en junio de 1963 (mismo mes del congreso de alimentación) por el presidente norteamericano John F. Kennedy, cuándo anunciaba conversaciones para la firma de un tratado y eventual desarme nuclear entre la URSS y EEUU, que los historiadores consideran truncado al haber sido asesinado tres meses después.
En resumen, con este primer congreso que atrajo la atención del mundo en una forma nunca vista, se ponía de manifiesto la convicción “de que a merced del progreso científico y tecnológico era posible liberar al mundo del hambre (…) mediante un desarrollo económico y social equilibrado, los recursos humanos y naturales”[4]
Y en concreto, además de la promoción e instalación mundial de la Revolución verde, sirvió como objeto para la creación del Programa Mundial de Alimentos (PMA), que desde 1961 trabajaba la FAO y Naciones Unidas, coincidentemente desde el mismo año, que EEUU creó su Oficina de alimentos para la paz, como proyección de su política exterior.
Primera Conferencia Mundial de Alimentación: erradicar el hambre en 10 años (1974)
En 1974, se realizó la primera Conferencia mundial de alimentación, para que “en el término de un decenio, no existiera ningún niño que tuviera que acostarse sin haber satisfecho su hambre, ninguna familia que tema por el pan del día siguiente y que, ni el futuro, ni la capacidad de los seres humanos resulten menoscabados por la malnutrición”.
Se planteaba en esta oportunidad, la erradicación del hambre en diez años, mediante el aumento de la producción alimentaria en el mundo en desarrollo, pero también en los países desarrollados, mejorando el consumo y la distribución de alimentos, con el establecimiento de un mejor sistema de seguridad alimentaria mundial, la organización del comercio y el reajuste agrícola[5].
Se sugirió la expansión de los mercados para las exportaciones de los países en desarrollo. Así como, para el socorro de emergencia y la ayuda alimentaria. Aunque el problema del comercio agropecuario fue realmente el tema controvertido durante toda la Conferencia.
Conferencia que reconoció el papel fundamental de los fertilizantes y plaguicidas en el incremento de la producción de alimentos, fijándose como meta el logro de un equilibrio deseable entre población y suministros alimentarios.
Desde este espacio se fomentaba la reducción de los gastos militares para aumentar la producción de alimentos, la industria de las semillas, la asistencia alimentaria a las víctimas de las guerras en África; y desde el BIRF se proponía la organización conjunta de un programa para ayudar a los países en desarrollo a mejorar el rendimiento de sus fábricas de fertilizantes.
Originalmente, fue planteada en la Conferencia de Países no Alineados celebrada en Argel del 5 al 9 de septiembre de 1973 y, luego por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, durante el 28° Período de Sesiones de la Asamblea General, del mismo mes, considerando de acuerdo a sus observaciones la existencia de una “creciente amenaza para el abastecimiento de alimentos del mundo”, por lo cual, EEUU “proponía que se convocara en 1974 una Conferencia Mundial de la Alimentación, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, a fin de examinar los medios de mantener un abastecimiento adecuado de alimentos, y aprovechar los esfuerzos de todas las naciones para hacer frente al hambre y la nutrición deficiente como resultado de los desastres naturales”.
El contexto de esta cumbre era la Crisis Mundial del Petróleo, que en los últimos cuatro meses de 1973 y en la primera parte de 1974, planteó graves problemas de escasez de combustible y aumento de sus precios y, generando además el desabastecimiento y altos precios de los fertilizantes.
Mismo año en el cual Henry Kissinger, exsecretario de Estado de los Estados Unidos y consejero de seguridad nacional en plena crisis del petróleo, durante los gobiernos de Richard Nixón y Gerald Ford, planteaba la relación de los alimentos y los recursos naturales estratégicos, en la presentación de un proyecto de independencia energética para los Estados Unidos en 1974, sosteniendo que “quien controla los alimentos, controlará a la gente, quien controla el petróleo, controlará a las naciones”; por lo tanto, se convertía a los alimentos, como un tema de seguridad nacional[6].
En este tiempo, se discutía si la Revolución Verde había empezado a perder su impulso inicial, el cual dependía de que siguiera incrementándose el uso de fertilizantes, que en ese contexto mundial escaseaban y eran costosos, pero más allá de lo que se consideraban algunas salvedades, se afirmaba que no existían razones técnicas para suponer que la Revolución Verde no tenía más nada que ofrecer y aunque habían otras condiciones en juego, el programa estaba encaminado a incrementar la producción de alimentos; y mantener su empuje, necesitaba de la disponibilidad de factores esenciales de la producción, en especial de fertilizantes, esto quiere decir, garantizar los suministros de gas natural.
Termino de Revolución Verde, utilizado por primera vez por William Gaud, director de la USAID, el 8 de marzo de 1968 durante una charla en la Sociedad Internacional para el Desarrollo, realizada en Washington, cuándo se refería a la acelerada difusión de la tecnología: “estos y otros desarrollos en el campo de la agricultura contienen los elementos de una nueva revolución. No es una revolución roja violenta como la de los soviéticos, ni es una revolución blanca como la del Sha de Irán. Sino más bien, lo que llamo una revolución verde basada en la aplicación de la ciencia y la tecnología”[7].
De ahí se acuña la terminología con la que se expande la política food power de EEUU, para la contención de países durante la guerra fría y “destinada a obtener nuevas técnicas para la producción de alimentos en las condiciones del llamado ‘Tercer Mundo’”[8].
Sin embargo, esta Revolución verde no solo fue un impulso netamente técnico pensado para los países no industrializados; quienes la llevaban adelante, eran las principales corporaciones norteamericanas relacionadas al sector agroalimentario y de los hidrocarburos, con el fin de concretar la política exterior estadounidense.
Diez años más tarde, en 1984, en medio de la globalización económica (1981 – 1990) el objetivo de erradicar el hambre desde 1974, no se había cumplido, estando 450 millones de personas hambrientas según la FAO, mientras que la OMS afirmaba que eran 850 millones y, la UNICEF sugería que 40.000 niños morían diariamente por este flagelo. Sin embargo, se seguía discutiendo que era por las cosechas pobres y el incremento de la población que había que llevar a cero, según el Club de Roma para disminuir el consumo de alimentos.
Por otra parte, se mantenía que la causa principal del lento crecimiento de la producción alimentaria en los países en desarrollo recaía en las instituciones y los servicios gubernamentales que no respondían a las necesidades de los agricultores.
Sin embargo, la producción mundial de cereales aumentaba entre un 9 y un 10 por ciento, elevando los suministros estimados a comienzos de la temporada de 1984-85 al nivel más alto nunca alcanzado.
Haciéndose desde ese entonces, cada día más evidente, que el aumento de la producción mundial no garantizaba automáticamente por sí solo, el acceso a los alimentos disponibles a las personas que más los necesitaban.
Cumbre Mundial sobre la Alimentación: reducir el hambre a la mitad (CMA-1996)
Para resolver el problema del hambre que la Revolución Verde no resolvió, en 1996 se convocaba a otro acontecimiento considerado histórico, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, cuyo objetivo era reducir a la mitad el número de personas que pasaban hambre en el mundo, o sea a 400 millones, para el año 2015.
Nuevamente se consideraba un acontecimiento histórico para el debate, sobre una de las cuestiones más apremiante que debían enfrentar los dirigentes mundiales en el nuevo milenio: la erradicación del hambre.
Se convocó por la desnutrición generalizada y nuevamente, la creciente preocupación por la capacidad para cubrir las necesidades futuras de alimentos.
En esta oportunidad, 22 años después, la FAO afirmaba que el objetivo planteado en 1974, “no se alcanzó por diversos motivos, entre los que se incluyen fallos en la formulación de las políticas y en la financiación”, estimando que, a menos que se aceleraran estos progresos, podría seguir habiendo unos 680 millones de personas hambrientas en el mundo para el año 2010, de los cuales, más de 250 millones vivirían en el África subsahariana”[9].
El contexto de esta cumbre era el fin de la Guerra Fría y la imposición de un Nuevo Orden Mundial, caracterizado por el ascenso de Estados Unidos como poder hegemónico. En medio de la “renovación” de los organismos multilaterales, encargados de regular al libre comercio internacional, acompañado con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995, donde se incorporaba a los países del bloque socialista, al mismo tiempo que sucedía la época neoliberal, con la aplicación de las medidas de ajustes impartidas por el FMI, particularmente en América Latina, que conllevaron a los procesos de privatización y transnacionalización, con mayores oportunidades para los grupos norteamericanos.
Años noventa en que EEUU “buscaba una justificación de Postguerra Fría para su desarrollo”[10] y que en el área agrícola se inicia en el año 1990, cuando George W. Bush firmaba la Ley de alimentos, agricultura y conservación, como una reforma a la Lp-480 de 1954, en la cual se comienza a transitar de sólo política exterior, al tema de la “seguridad alimentaria”.
Concepto aprobado por la FAO en 1996 en la Cumbre Mundial sobre Alimentación, adoptándose por todos los países del mundo, hasta el presente, quedando redactado en el Punto 1 del Plan de Acción: “cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida activa y sana”[11].
Se insistía en la necesidad de nuevos e importantes aumentos de la producción mundial de alimentos, por medio de la ordenación sostenible de los recursos naturales, para hacer frente al crecimiento demográfico y mejorar la alimentación, en combinación con las importaciones de alimentos a través del comercio internacional, ya establecido, para fortalecer la seguridad alimentaria en cada país.
Y finalmente, 1996 se constituye con el cambio tecnológico, en la introducción en el sistema agroalimentario mundial de la ingeniería genética y las semillas genéticamente modificadas, traduciéndose en el principal recurso para la producción de alimentos, asociadas a la misma matriz agroindustrial desplegada con la Revolución Verde, y cuyos protagonistas propietarios son las corporaciones de biotecnología transnacional.
Cumbre Mundial Sobre la Alimentación: cinco años después (2002)
En 2002, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después, buscaba acelerar la acción encaminada a reducir el hambre en el mundo, adoptando por unanimidad una declaración que pedía a la comunidad internacional cumplir el anterior compromiso de reducir el número de personas hambrientas alrededor de 400 millones para el año 2015, cuyo cumplimiento iba “decepcionantemente lento”.[12]
Del total de hambrientos, se afirmaba que, por lo menos la mitad de las personas con mayor inseguridad alimentaria del mundo eran pequeños agricultores pobres de los países de bajos ingresos, y cultivando en tierras marginales, los cuales, para comer, tenían que producir los alimentos que necesitaban. Como si producir los propios alimentos fuera un pecado. Más no se criticaba el modelo impuesto, sin acceso para los pequeños productores.
El contexto mundial fueron los ataques perpetrados a Estados Unidos principalmente a las torres gemelas, y con ellos, la declaración de la Guerra al Terrorismo, por parte de George W. Bush, iniciada inmediatamente con la invasión militar norteamericana a Afganistán de forma unilateral.
Y, por supuesto, en este escenario, el presidente de la cumbre, el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi consideraba que, “además del terrorismo, el hambre era uno de los mayores problemas que afrontaba la comunidad internacional»[13] en ese entones. Porque justamente el terrorismo, se imponía como “la nueva amenaza” mundial.
Para avanzar en la lucha contra el hambre, se proponía mayor voluntad política, recursos financieros, tecnología y condiciones comerciales más justas.
La nueva forma tecnológica para avanzar en esa lucha contra el hambre se había instalado desde 1996, y en el 2002, se enfrentaban en el debate, la Unión Europea y Estados Unidos por la liberación del mercado para los productos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos.
Con EEUU, estaban principalmente Canadá, Australia y Argentina, que no querían limitaciones a la libertad del comercio de los transgénicos, y por el otro lado, la Unión Europea que pedía moratoria sobre estos.
Entre los acuerdos, se creó la Alianza Internacional Contra el Hambre, que en su declaración pedía a la FAO promover la investigación de nuevas tecnologías, incluida la biotecnología y la introducción de estas a los países en desarrollo y economías de transición para sacar mayor provecho de las oportunidades que representaba la globalización, en particular en relación con la agricultura y la seguridad alimentaria.
Para ello, aseguraban se estudiaría, compartiría y facilitaría el uso responsable de la biotecnología con miras a hacer frente a las necesidades del desarrollo, como forma de contribuir al aumento de la productividad agrícola en los países en desarrollo[14].
La realidad actual, es que los eventos genéticamente modificados, en este caso de semillas, pueden ser usados sólo mediante patentes por las que hay que pagar para tener acceso. Al mismo tiempo, que se terminaron introduciendo en la carrera mundial por el control de los recursos naturales, por ende, de la biodiversidad del planeta, donde un puñado de corporaciones han llegado a controlar las ventas de estas en el mundo; que en el año 2020 alcanzaron el 65 % entre Bayer – Monsanto, Corteva Agriscience y Syngenta.
Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria (2009)
En el año 2009, nuevamente se convocaba a otro evento con relación a los alimentos, mediante la renovación del compromiso para la erradicación del hambre del planeta en la mayor brevedad. Entre los asuntos más importantes a tratar estaban la seguridad alimentaria, los efectos del cambio climático, el desarrollo rural y la crisis económica.
Justamente porque el contexto era la Gran Crisis Financiera Global del 2008, desatada por el colapso de la burbuja inmobiliaria en el seno de los Estados Unidos desde 2006, la inestabilidad de los precios del petróleo de 2009, y la crisis alimentaria mundial entre 2007 – 2008.
Crisis alimentaria, generada según la misma FAO[15], por el mal funcionamiento y manipulación de los mercados; la especulación estrechamente relacionada entre la subida de los precios mundiales de los alimentos con la volatilidad y agitación del mercado financiero, hipotecario e inmobiliario desencadenada por el colapso del mercado estadounidense de las hipotecas de alto riesgo y, por otra parte, las restricciones de las exportaciones en el mercado de alimentos básicos.
Además, el alto costo de la energía, encareciendo la producción agrícola y la elaboración y distribución de alimentos a través de los insumos como abonos (ver imagen siguiente), semillas y plaguicidas, el uso de la maquinaria agrícola, sistemas de riego y transporte. Sin olvidar la industria de los biocombustibles, entre otros.
En este tiempo, se debatía la ‘Segunda Revolución Verde’, con la cual, se preveía que, en los próximos 20 años, el aumento del rendimiento de los cultivos obedecería sobre todo a la aplicación de la tecnología ya disponible, pero pendiente de aplicarse plenamente, en especial para elevar su límite, acompañado con la necesidad de mecanizar más las actividades agrícolas, con el fin de sustituir la anterior utilización de mano de obra intensiva, que posiblemente no estaría disponible, por el aumento de la migración de la población rural a las ciudades.
Para el desarrollo rural, se asumía la creación de condiciones necesarias para el incremento de la producción, en particular mediante el acceso a semillas mejoradas y a insumos, así como para la adaptación de la agricultura al cambio climático.
La preocupación en este caso era por la desaceleración del máximo rendimiento del potencial genético de los cultivos, el cual se necesitaba elevar al tope, y cuyas investigaciones en arroz, trigo y maíz ya estaban adelantadas.
Por otra parte, comienza a tomar protagonismo, el cambio climático[17], sosteniendo que, aunque había opiniones diversas, existían consensos sobre tres cosas: primero, la probabilidad de que se incrementaran los episodios de clima extremo, a través de fuertes tormentas, más inundaciones y, más sequías, más frecuentes e intensas.
En segundo lugar, la posibilidad de que las mejores tierras disfrutaran de condiciones aún más favorables, así como las zonas de más inundaciones y sequía, sufrieran mayor devastación.
Y, por último, que toda la investigación agrícola apuntaba a la superación de los efectos del calor, la sequía y las presiones bióticas y abióticas asociadas, con muchas posibilidades de contribuir a mejorar los posibles efectos negativos del calentamiento del planeta.
Cambio climático que suponía graves riesgos adicionales para la seguridad alimentaria y el sector agrícola. Pero, con mayores efectos y especial peligro para los pequeños agricultores de los países en desarrollo, y menos adelantados, como para las poblaciones que ya eran vulnerables[18]. Porque desde 1963, las políticas de la desarrolladas en estas cumbres siempre han estado dirigidas a los más pobres, los menos desarrollados e industrializados, que casualmente siguen estando en las mismas condiciones.
En esta cumbre, finalmente se adoptaba el uso de biotecnologías y otras tecnologías nuevas e innovaciones para la creación de los eventos transgénicos, que fueran “seguras, eficaces y ambientalmente sostenibles”, considerando siempre la creciente demanda de alimentos, limitaciones en la cantidad de tierras y agua para la producción alimentaria.
En resumen, la FAO apostaba finalmente a los transgénicos, después de años de negociación, para la lucha contra el hambre en el mundo.
Incluso, eliminando las restricciones a la importación de estos alimentos. Y es que, a pesar de las posiciones en contra de los cultivos transgénicos, entre 1996 y 2009, la superficie cultivada aumentó de 1,7 millones de hectáreas a 67,8 millones en (2003) y a 134 millones de hectáreas en 2009 y extendidos en 25 países según el ISAAA (International Service for de Acquisition of Agri-Biotech Applications). Siendo EEUU, Brasil y Argentina, los mayores productores a nivel mundial.
Con este nuevo cambio tecnológico denominado ‘Segunda Revolución Verde’, el rasgo más importante de estos cultivos, es la resistencia a herbicidas, mediante la introducción de expresiones en las plantas para que sean resistentes al glifosato, o las conocidas semillas “terminator”, las cuales se auto esterilizan tras la primera cosecha, no pudiéndose usar nuevamente; y presentada por las grandes transnacionales del agronegocio desde el 2008[19], como el “futuro de la agricultura”, que ahora sí, cumplirá lo que la primera revolución no logró, “resolver el problema del hambre del mundo”, con la ayuda de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), insertados desde mediados de los años 90.
Y son precisamente, los organismos genéticamente modificados o cultivos transgénicos, que desde el 2004, en el 30° período de sesiones de la FAO del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, se espera sean adoptados como un vigoroso instrumento “natural” para dar mayor protección al medio ambiente; y por parte de las principales transnacionales del agronegocio, como Bayer, desde el 2008, realizaba inversiones por el orden de los 3.400 millones de euros hasta el 2012, para continuar la investigación y desarrollo de nuevos métodos de protección y variedades de plantas, asegurando que la ingeniería genética “jugará un papel muy importante en hacer que las plantas se estresen menos, que sean menos susceptibles a los cambios del clima”, por lo tanto “permitirán combatir el cambio climático y aprovechar mejor el agua”. El futuro para enfrentar el cambio climático.
Finalmente, este ciclo de cumbres consideradas históricas llegó a su final en 2015, sin lograr los objetivos que a través de la ‘Revolución Verde’ y la ‘Segunda Revolución Verde’ se habían propuesto. Nuevamente no se cumplían, en este año los Objetivos del Milenio (ODM) con relación a la disminución del hambre a la mitad.
Sólo 72 países de 129 alcanzaban la meta de los ODM de reducir la proporción de hambrientos en el 2015, y de ellos 29 nada más, lograron la meta ambiciosa de la Cumbre Mundial de Alimentación (CMA) de 1996. Sólo 216 millones de personas fueron liberadas del hambre y no los 400 millones que se había planteado.
Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios (2021)
En 2021, se realizó la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas (CSANU), en la sede principal de la Asamblea General ONU, en Nueva York, nuevamente con críticas a favor y en contra por los actores involucrados en su convocatoria.
El contexto, la pandemia mundial por la Covid-19, la cual se consideró al inicio, una amenaza para los sistemas alimentarios del mundo, en medio del debate sobre la necesidad de un nuevo orden post pandemia, post capitalista, que vaya más allá de un nuevo modelo económico, a una vida sustentada en el equilibrio, contra aquellos que considerando lo complejo de la actual crisis económica, como Henry Kissinger, demandaba “salvaguardar los principios del orden mundial liberal”[20], o sea, garantizar que todo se mantenga tal cual está, y al mismo tiempo, desde el Foro Económico Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), se impulsó ‘el gran reseteo’ de la economía global.
Estos últimos, han convocado a “apretar el botón reset del capitalismo”, para un “nuevo contrato social” postpandemia, por la evidente “ruptura de larga data en las economías y sociedades”, por lo tanto, consideran que es “el momento de un gran reinicio del capitalismo”[21].
Y según, Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, tomando en consideración al cambio climático como el próximo desastre global, con consecuencias más dramáticas para la humanidad, es preciso descarbonizar la economía, y en este contexto, existe la necesidad de evolucionar el modelo económico actual, poniendo esta vez, “a las personas y al planeta en el centro”, con lo que han denominado “la era de la cuarta revolución industrial” y un “nuevo sistema económico verde”, cuya transición acelerada está en marcha, precisamente por la Covid-19.
Mientras tanto, desde la ONU, el Secretario General Antonio Guterres, ha llamado a transformar los sistemas alimentarios, no sólo para erradicar el hambre, sino para reducir la incidencia de las enfermedades relacionadas con la alimentación y curar el planeta[22], considerando que “los sistemas alimentarios estaban fallando y con la pandemia del coronavirus empeoraban aún más”, por cual es necesario tomar medidas de inmediato, ante una emergencia alimentaria mundial inminente, con repercusiones a largo plazo, particularmente por la interrupciones en las cadenas de suministros.
Y, en resumen, que la transformación de los sistemas alimentarios es necesaria en el contexto del cambio climático, porque estos contribuyen con el 29 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero, incluido el 44 % de metano, con efectos negativos sobre la biodiversidad, por lo cual, es necesario apoyar y efectuar la ‘transición verde’.
Transición verde que, con relación al sistema agroalimentario mundial, ya está en marcha, porque justamente los organismos genéticamente modificados son los considerados, para afrontar el cambio climático y el calentamiento global desde el 2004.
Sin embargo, en este contexto, se impone un nuevo cambio tecnológico que comenzó a expandirse justamente en medio de la pandemia mundial: los alimentos 4.0, bioimpresión 3D, food tech (food and technology), carne sintética o del futuro, pero que ha ido extendiéndose a otros comestibles, con réplicas de leche, mayonesa o helados, mediante la inteligencia artificial, big data y otras tecnologías, para recrear sabores, aromas y texturas de alimentos, bajo dos pilares: la ecología y la salud.
Y, en este sentido, los más ricos del mundo, han iniciado la carrera por el control de esta nueva tecnología, e inversiones en relación con el sistema agroalimentario mundial, entre ellos, Bill Gates, que se ha convertido en el mayor propietario de tierras agrícolas en Estados Unidos, no por su preocupación por el clima, si no por su interés en la ciencia de semillas y el desarrollo de biocombustibles[23], así como Jeff Bezos, está invirtiendo en tierras, principalmente en Texas; pero también la Fundación Rockefeller y diferentes socios, que han agrupado más de 1300 organizaciones colaborativas centradas en la construcción de nuevos sistemas alimentarios.
Ahora, con esta nueva forma de elaboración de productos comestibles, en sus diferentes versiones, bien sea, provenientes de la proteína de soja, pero también del cultivo de células de origen animal, utilizando muestras de razas genéticas ganaderas, y de vegetales, se espera una nueva revolución en la producción de alimentos, creados en laboratorios, bajo la etiqueta de “mayor calidad, más saludables y éticos”, que supone dejarán menor huella ambiental, que los alimentos consumidos en la actualidad. Pero, que evidentemente desataran una nueva carrera por el control de la biodiversidad.
Entre los objetivos, desarrollar la dieta denominada “flexitariana” que evitará o reducirá el consumo de carne en el mundo, para disminuir las emisiones de gas metano proveniente de la ganadería, y con ello, la disminución del calentamiento global, reproduciendo de células, músculos que luego pasaran a hamburguesas o bisteck.
La nueva forma de luchar contra el cambio climático, disminuyendo los efectos catastróficos que se esperan, mientras se promete, nuevamente, garantizar con estos alimentos, la seguridad alimentaria para los 9 mil millones de personas que se estiman en el mundo para el año 2040, los cuales serán imposibles de seguir produciendo con menores cantidades de tierras cultivables y agua para riego disponibles porque, “simplemente no es posible producir suficiente carne para que todos coman como lo hace la gente en los países más ricos”[24].
Y finalmente, como supuestamente la demanda de carne en el mundo, ya está llevando al medio ambiente a sus límites, y sólo el sistema agroalimentario agregaría suficiente temperatura adicional para llevar a más de 1,5 grados el calentamiento global, del cual “todos somos responsables”, no son precisamente las poblaciones de los países menos desarrollados, pobres y los más hambrientos, los que contribuyen a esta emisión, al contrario, son las poblaciones de los países más desarrollados las que tiene mayor consumo por persona al día, llámese EEUU o Reino Unido, entre otros.
Lo cierto es que, en 2021, transcurridos 25 años más desde 1996, existen 768 millones de personas o el 9,9 % de la población mundial con hambre, encontrándose 418 millones de hambrientos en Asia, 282 millones en África, 60 millones en América Latina y el Caribe y, 8 millones entre América del Norte, Europa y Oceanía[25].
Y según la Prevalencia de la Escala de Inseguridad Alimentaria (FIES), existen 2368 millones de personas en inseguridad alimentaria moderada y grave, indicando al 30,4 % de la población mundial, sin acceso a alimentación adecuada por falta de disponibilidad o por recursos económicos para poder adquirir los alimentos.
Planteamientos finales:
Desde 1963, cada Cumbre Mundial de Alimentación ha servido para reforzar el modelo instalado con la ‘revolución verde’, con el cual no se pudo alimentar a toda la población, aun con cosechas récord cada año, y trayendo consigo, que los complejos de trigo, maíz, soja y arroz fueran el 60 % de las calorías que se consumen, cambiando las dietas, llevando a un proceso de acaparamiento de tierras, donde el 1 % de grandes empresas, explota el 70 % de las tierras agrícolas del planeta.
Además, es responsable de las grandes áreas de deforestación y quema de bosques, y promueve la venta de pesticidas altamente peligrosos, sobre todo para los países en desarrollo, con los cuales se siguen fumigando escuelas o pueblos enteros cercanos a los campos de siembra, e impactando en la biodiversidad. Incluso, apunta a convertir el agua en una mercancía más[26].
Pudiéndose afirmar, en el marco de la Cumbre Mundial de 2021, que si hay un sistema alimentario fracasado, que ha fallado, es justamente este modelo de producción agroindustrial, implantado desde el primer Congreso Mundial de Alimentación; cuyos objetivos planteados de acabar con el hambre, no se cumplieron, ni cumplirán, y lo que se ha reforzado es un poder hegemónico alimentario estrechamente relacionado a la energía que se necesita para funcionar, dependiente de combustibles fósiles, particularmente de los hidrocarburos poniendo de manifiesto la relación existente entre los alimentos y la competencia internacional por los recursos naturales estratégicos como el petróleo y el gas, pero también, la tierra, el agua y la biodiversidad.
Y si hay algo que demostró la crisis global por el coronavirus tal cual como lo afirmó el Papa Francisco, fue “el fracaso del sistema capitalista” y que, “el mercado por sí solo no puede resolver todos los problemas, por mucho que se pida creer en este dogma de la fe neoliberal[27]. Tan cierto, que ni siquiera puede acabar con el hambre en el mundo, haciendo que después de 58 años de haber instalado la ‘Revolución verde’, haga que el mismo poder hegemónico alimentario decida, la necesidad de “transformar los sistemas alimentarios”, mediante la llamada ‘transición verde’.
Pero más allá, la realidad es que el modelo económico mundial, incluyendo esta forma de producir alimentos, está amparado en prácticas insostenibles para el planeta, que ni la ralentización económica durante el primer año de pandemia tendrá impacto significativo a largo plazo en cuanto a las emisiones de dióxido de carbono u otros gases de efecto invernadero, porque se sigue dependiendo de la misma matriz energética para su funcionamiento: el petróleo, el carbón y el gas, su principal savia, que comprende más de 83 % de la demanda actual de energía y es la fuente de las tres cuartas partes de las emisiones globales de gases de efecto invernadero[28] (ver imagen siguiente).
Y es que, el petróleo siguió teniendo la mayor parte del mix energético mundial (31,2 %) en el 2020, seguido del carbón, el cual es el segundo combustible más utilizado del mundo, representando el 27,2 % de la energía primaria total, consumo que tuvo un ligero aumento en comparación con el año 2019. En tercer lugar, el gas natural se siguió elevando a máximos históricos de 24,7 %, mientras que la energía hidroeléctrica representa sólo el 6,9 %, las energías renovables apenas el 5,7 % y la nuclear ocupa el 4,3 % de la matriz energética[29] (ver próxima imagen).
Cumbres mundiales de alimentación (1963 – 2021)
Después de la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas han desarrollado contadas veces, entre sus principales cumbres y conferencias[1] el tema de la alimentación o de los sistemas alimentarios, como se le ha denominado a la del año 2021. ¿Qué se ha impulsado? ¿Cuáles han sido sus objetivos? ¿Cuál su cumplimiento? ¿Quiénes sus principales actores? ¿Y bajo que contexto mundial se han realizado? Estas preguntas y sus respuestas ponen de manifiesto la relación existente entre el poder y los alimentos en el mundo que, dicho sea de paso, no será diferente en esta oportunidad.
Primer Congreso Mundial de la Alimentación (1963)
En 1963, a través de la FAO, se realizó el primer Congreso Mundial de la alimentación, para impulsar el plan de desarrollo agrario a nivel mundial, mejor conocido como la Revolución Verde, aunque aún no se le denominaba así, dirigida principalmente para los países en desarrollo, particularmente para impulsar el uso de semillas de alto rendimiento genético y mayor utilización de fertilizantes, cuyo objetivo era incrementar la producción de alimentos, ante el problema del crecimiento de la población en el mundo, como estrategia clave para la lucha contra el hambre, con el apoyo por la Fundación Ford y la Fundación Rockefeller, entre otros.
Un avance tecnológico para una agricultura moderna, donde la producción de alimentos pasó de depender en forma directa de los recursos naturales vitales como agua y tierra a necesitar adicionalmente, petróleo y gas, haciéndola dependiente de los hidrocarburos y, por tanto, de una mayor utilización de energía necesaria para el desarrollo de este modelo agroindustrial y la necesidad de varios medios de producción como semillas, maquinarias[2] (tractores, cosechadoras, fumigadoras, abonadoras), fertilizantes inorgánicos (N, P, K), agroquímicos (herbicidas, fungicidas, insecticidas), riego artificial, industria procesadora, infraestructura de silos y almacenamiento, transporte, entre otros. Trayendo consigo, al mismo tiempo, los daños ambientales que se han acarreado al planeta y la falta de sostenibilidad.
Para dar un ejemplo, se estima que el uso de fertilizantes, principal insumo asociado al aumento de los rendimientos de los cultivos en los inicios de la ‘Revolución Verde’, se incrementó anualmente en un 14 % durante la década de 1960 y desde entonces ha ido aumentando en un 10 % cada año[3].
Antes de este congreso, se habían dictado directrices para la utilización de los excedentes de productos básicos como “promoción del desarrollo”, que realmente estuvieron destinados a la contención del comunismo por parte de EEUU a partir de 1954, a través de la ley pública Lp-480; la Campaña Mundial de la Semilla para la instalación de infraestructura a nivel mundial; el mapeo de suelos; y hasta el Programa de Fertilizantes, que se ejecutó en el marco de la Campaña mundial contra el hambre en el año 1961.
Con este congreso, se inició una mayor influencia del poder de EEUU para controlar el suministro de los alimentos en el mundo como parte de su política exterior, iniciada en 1940 y que reforzaba en los sesenta con la creación de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), y el lanzamiento del Programa de alimentos para el mundo en el mismo 1963, convirtiéndose en el principal programa de asistencia alimentaria del país norteamericano en el extranjero, sentando las bases para una expansión permanente de las exportaciones de productos agrícolas con beneficios para Estados Unidos.
Que posteriormente, reconfiguró con la aprobación de la Ley Publica Lp-808, pasando de la eliminación de excedentes, a la producción planificada para la exportación, con el fin de satisfacer las necesidades mundiales de alimentos.
El contexto mundial de este primer congreso era el fin de la Crisis de los misiles, Crisis de octubre (Cuba) o Crisis del caribe (Rusia), considerada uno de los peores escenarios de confrontación entre las dos primeras potencias mundiales durante la Guerra fría en 1962: la Unión Soviética y Estados Unidos.
Crisis que incidía en una nueva dirección en la política exterior de EEUU, revelada en junio de 1963 (mismo mes del congreso de alimentación) por el presidente norteamericano John F. Kennedy, cuándo anunciaba conversaciones para la firma de un tratado y eventual desarme nuclear entre la URSS y EEUU, que los historiadores consideran truncado al haber sido asesinado tres meses después.
En resumen, con este primer congreso que atrajo la atención del mundo en una forma nunca vista, se ponía de manifiesto la convicción “de que a merced del progreso científico y tecnológico era posible liberar al mundo del hambre (…) mediante un desarrollo económico y social equilibrado, los recursos humanos y naturales”[4]
Y en concreto, además de la promoción e instalación mundial de la Revolución verde, sirvió como objeto para la creación del Programa Mundial de Alimentos (PMA), que desde 1961 trabajaba la FAO y Naciones Unidas, coincidentemente desde el mismo año, que EEUU creó su Oficina de alimentos para la paz, como proyección de su política exterior.
Primera Conferencia Mundial de Alimentación: erradicar el hambre en 10 años (1974)
En 1974, se realizó la primera Conferencia mundial de alimentación, para que “en el término de un decenio, no existiera ningún niño que tuviera que acostarse sin haber satisfecho su hambre, ninguna familia que tema por el pan del día siguiente y que, ni el futuro, ni la capacidad de los seres humanos resulten menoscabados por la malnutrición”.
Se planteaba en esta oportunidad, la erradicación del hambre en diez años, mediante el aumento de la producción alimentaria en el mundo en desarrollo, pero también en los países desarrollados, mejorando el consumo y la distribución de alimentos, con el establecimiento de un mejor sistema de seguridad alimentaria mundial, la organización del comercio y el reajuste agrícola[5].
Se sugirió la expansión de los mercados para las exportaciones de los países en desarrollo. Así como, para el socorro de emergencia y la ayuda alimentaria. Aunque el problema del comercio agropecuario fue realmente el tema controvertido durante toda la Conferencia.
Conferencia que reconoció el papel fundamental de los fertilizantes y plaguicidas en el incremento de la producción de alimentos, fijándose como meta el logro de un equilibrio deseable entre población y suministros alimentarios.
Desde este espacio se fomentaba la reducción de los gastos militares para aumentar la producción de alimentos, la industria de las semillas, la asistencia alimentaria a las víctimas de las guerras en África; y desde el BIRF se proponía la organización conjunta de un programa para ayudar a los países en desarrollo a mejorar el rendimiento de sus fábricas de fertilizantes.
Originalmente, fue planteada en la Conferencia de Países no Alineados celebrada en Argel del 5 al 9 de septiembre de 1973 y, luego por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, durante el 28° Período de Sesiones de la Asamblea General, del mismo mes, considerando de acuerdo a sus observaciones la existencia de una “creciente amenaza para el abastecimiento de alimentos del mundo”, por lo cual, EEUU “proponía que se convocara en 1974 una Conferencia Mundial de la Alimentación, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, a fin de examinar los medios de mantener un abastecimiento adecuado de alimentos, y aprovechar los esfuerzos de todas las naciones para hacer frente al hambre y la nutrición deficiente como resultado de los desastres naturales”.
El contexto de esta cumbre era la Crisis Mundial del Petróleo, que en los últimos cuatro meses de 1973 y en la primera parte de 1974, planteó graves problemas de escasez de combustible y aumento de sus precios y, generando además el desabastecimiento y altos precios de los fertilizantes.
Mismo año en el cual Henry Kissinger, exsecretario de Estado de los Estados Unidos y consejero de seguridad nacional en plena crisis del petróleo, durante los gobiernos de Richard Nixón y Gerald Ford, planteaba la relación de los alimentos y los recursos naturales estratégicos, en la presentación de un proyecto de independencia energética para los Estados Unidos en 1974, sosteniendo que “quien controla los alimentos, controlará a la gente, quien controla el petróleo, controlará a las naciones”; por lo tanto, se convertía a los alimentos, como un tema de seguridad nacional[6].
En este tiempo, se discutía si la Revolución Verde había empezado a perder su impulso inicial, el cual dependía de que siguiera incrementándose el uso de fertilizantes, que en ese contexto mundial escaseaban y eran costosos, pero más allá de lo que se consideraban algunas salvedades, se afirmaba que no existían razones técnicas para suponer que la Revolución Verde no tenía más nada que ofrecer y aunque habían otras condiciones en juego, el programa estaba encaminado a incrementar la producción de alimentos; y mantener su empuje, necesitaba de la disponibilidad de factores esenciales de la producción, en especial de fertilizantes, esto quiere decir, garantizar los suministros de gas natural.
Termino de Revolución Verde, utilizado por primera vez por William Gaud, director de la USAID, el 8 de marzo de 1968 durante una charla en la Sociedad Internacional para el Desarrollo, realizada en Washington, cuándo se refería a la acelerada difusión de la tecnología: “estos y otros desarrollos en el campo de la agricultura contienen los elementos de una nueva revolución. No es una revolución roja violenta como la de los soviéticos, ni es una revolución blanca como la del Sha de Irán. Sino más bien, lo que llamo una revolución verde basada en la aplicación de la ciencia y la tecnología”[7].
De ahí se acuña la terminología con la que se expande la política food power de EEUU, para la contención de países durante la guerra fría y “destinada a obtener nuevas técnicas para la producción de alimentos en las condiciones del llamado ‘Tercer Mundo’”[8].
Sin embargo, esta Revolución verde no solo fue un impulso netamente técnico pensado para los países no industrializados; quienes la llevaban adelante, eran las principales corporaciones norteamericanas relacionadas al sector agroalimentario y de los hidrocarburos, con el fin de concretar la política exterior estadounidense.
Diez años más tarde, en 1984, en medio de la globalización económica (1981 – 1990) el objetivo de erradicar el hambre desde 1974, no se había cumplido, estando 450 millones de personas hambrientas según la FAO, mientras que la OMS afirmaba que eran 850 millones y, la UNICEF sugería que 40.000 niños morían diariamente por este flagelo. Sin embargo, se seguía discutiendo que era por las cosechas pobres y el incremento de la población que había que llevar a cero, según el Club de Roma para disminuir el consumo de alimentos.
Por otra parte, se mantenía que la causa principal del lento crecimiento de la producción alimentaria en los países en desarrollo recaía en las instituciones y los servicios gubernamentales que no respondían a las necesidades de los agricultores.
Sin embargo, la producción mundial de cereales aumentaba entre un 9 y un 10 por ciento, elevando los suministros estimados a comienzos de la temporada de 1984-85 al nivel más alto nunca alcanzado.
Haciéndose desde ese entonces, cada día más evidente, que el aumento de la producción mundial no garantizaba automáticamente por sí solo, el acceso a los alimentos disponibles a las personas que más los necesitaban.
Cumbre Mundial sobre la Alimentación: reducir el hambre a la mitad (CMA-1996)
Para resolver el problema del hambre que la Revolución Verde no resolvió, en 1996 se convocaba a otro acontecimiento considerado histórico, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, cuyo objetivo era reducir a la mitad el número de personas que pasaban hambre en el mundo, o sea a 400 millones, para el año 2015.
Nuevamente se consideraba un acontecimiento histórico para el debate, sobre una de las cuestiones más apremiante que debían enfrentar los dirigentes mundiales en el nuevo milenio: la erradicación del hambre.
Se convocó por la desnutrición generalizada y nuevamente, la creciente preocupación por la capacidad para cubrir las necesidades futuras de alimentos.
En esta oportunidad, 22 años después, la FAO afirmaba que el objetivo planteado en 1974, “no se alcanzó por diversos motivos, entre los que se incluyen fallos en la formulación de las políticas y en la financiación”, estimando que, a menos que se aceleraran estos progresos, podría seguir habiendo unos 680 millones de personas hambrientas en el mundo para el año 2010, de los cuales, más de 250 millones vivirían en el África subsahariana”[9].
El contexto de esta cumbre era el fin de la Guerra Fría y la imposición de un Nuevo Orden Mundial, caracterizado por el ascenso de Estados Unidos como poder hegemónico. En medio de la “renovación” de los organismos multilaterales, encargados de regular al libre comercio internacional, acompañado con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995, donde se incorporaba a los países del bloque socialista, al mismo tiempo que sucedía la época neoliberal, con la aplicación de las medidas de ajustes impartidas por el FMI, particularmente en América Latina, que conllevaron a los procesos de privatización y transnacionalización, con mayores oportunidades para los grupos norteamericanos.
Años noventa en que EEUU “buscaba una justificación de Postguerra Fría para su desarrollo”[10] y que en el área agrícola se inicia en el año 1990, cuando George W. Bush firmaba la Ley de alimentos, agricultura y conservación, como una reforma a la Lp-480 de 1954, en la cual se comienza a transitar de sólo política exterior, al tema de la “seguridad alimentaria”.
Concepto aprobado por la FAO en 1996 en la Cumbre Mundial sobre Alimentación, adoptándose por todos los países del mundo, hasta el presente, quedando redactado en el Punto 1 del Plan de Acción: “cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida activa y sana”[11].
Se insistía en la necesidad de nuevos e importantes aumentos de la producción mundial de alimentos, por medio de la ordenación sostenible de los recursos naturales, para hacer frente al crecimiento demográfico y mejorar la alimentación, en combinación con las importaciones de alimentos a través del comercio internacional, ya establecido, para fortalecer la seguridad alimentaria en cada país.
Y finalmente, 1996 se constituye con el cambio tecnológico, en la introducción en el sistema agroalimentario mundial de la ingeniería genética y las semillas genéticamente modificadas, traduciéndose en el principal recurso para la producción de alimentos, asociadas a la misma matriz agroindustrial desplegada con la Revolución Verde, y cuyos protagonistas propietarios son las corporaciones de biotecnología transnacional.
Cumbre Mundial Sobre la Alimentación: cinco años después (2002)
En 2002, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después, buscaba acelerar la acción encaminada a reducir el hambre en el mundo, adoptando por unanimidad una declaración que pedía a la comunidad internacional cumplir el anterior compromiso de reducir el número de personas hambrientas alrededor de 400 millones para el año 2015, cuyo cumplimiento iba “decepcionantemente lento”.[12]
Del total de hambrientos, se afirmaba que, por lo menos la mitad de las personas con mayor inseguridad alimentaria del mundo eran pequeños agricultores pobres de los países de bajos ingresos, y cultivando en tierras marginales, los cuales, para comer, tenían que producir los alimentos que necesitaban. Como si producir los propios alimentos fuera un pecado. Más no se criticaba el modelo impuesto, sin acceso para los pequeños productores.
El contexto mundial fueron los ataques perpetrados a Estados Unidos principalmente a las torres gemelas, y con ellos, la declaración de la Guerra al Terrorismo, por parte de George W. Bush, iniciada inmediatamente con la invasión militar norteamericana a Afganistán de forma unilateral.
Y, por supuesto, en este escenario, el presidente de la cumbre, el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi consideraba que, “además del terrorismo, el hambre era uno de los mayores problemas que afrontaba la comunidad internacional»[13] en ese entones. Porque justamente el terrorismo, se imponía como “la nueva amenaza” mundial.
Para avanzar en la lucha contra el hambre, se proponía mayor voluntad política, recursos financieros, tecnología y condiciones comerciales más justas.
La nueva forma tecnológica para avanzar en esa lucha contra el hambre se había instalado desde 1996, y en el 2002, se enfrentaban en el debate, la Unión Europea y Estados Unidos por la liberación del mercado para los productos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos.
Con EEUU, estaban principalmente Canadá, Australia y Argentina, que no querían limitaciones a la libertad del comercio de los transgénicos, y por el otro lado, la Unión Europea que pedía moratoria sobre estos.
Entre los acuerdos, se creó la Alianza Internacional Contra el Hambre, que en su declaración pedía a la FAO promover la investigación de nuevas tecnologías, incluida la biotecnología y la introducción de estas a los países en desarrollo y economías de transición para sacar mayor provecho de las oportunidades que representaba la globalización, en particular en relación con la agricultura y la seguridad alimentaria.
Para ello, aseguraban se estudiaría, compartiría y facilitaría el uso responsable de la biotecnología con miras a hacer frente a las necesidades del desarrollo, como forma de contribuir al aumento de la productividad agrícola en los países en desarrollo[14].
La realidad actual, es que los eventos genéticamente modificados, en este caso de semillas, pueden ser usados sólo mediante patentes por las que hay que pagar para tener acceso. Al mismo tiempo, que se terminaron introduciendo en la carrera mundial por el control de los recursos naturales, por ende, de la biodiversidad del planeta, donde un puñado de corporaciones han llegado a controlar las ventas de estas en el mundo; que en el año 2020 alcanzaron el 65 % entre Bayer – Monsanto, Corteva Agriscience y Syngenta.
Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria (2009)
En el año 2009, nuevamente se convocaba a otro evento con relación a los alimentos, mediante la renovación del compromiso para la erradicación del hambre del planeta en la mayor brevedad. Entre los asuntos más importantes a tratar estaban la seguridad alimentaria, los efectos del cambio climático, el desarrollo rural y la crisis económica.
Justamente porque el contexto era la Gran Crisis Financiera Global del 2008, desatada por el colapso de la burbuja inmobiliaria en el seno de los Estados Unidos desde 2006, la inestabilidad de los precios del petróleo de 2009, y la crisis alimentaria mundial entre 2007 – 2008.
Crisis alimentaria, generada según la misma FAO[15], por el mal funcionamiento y manipulación de los mercados; la especulación estrechamente relacionada entre la subida de los precios mundiales de los alimentos con la volatilidad y agitación del mercado financiero, hipotecario e inmobiliario desencadenada por el colapso del mercado estadounidense de las hipotecas de alto riesgo y, por otra parte, las restricciones de las exportaciones en el mercado de alimentos básicos.
Además, el alto costo de la energía, encareciendo la producción agrícola y la elaboración y distribución de alimentos a través de los insumos como abonos (ver imagen siguiente), semillas y plaguicidas, el uso de la maquinaria agrícola, sistemas de riego y transporte. Sin olvidar la industria de los biocombustibles, entre otros.
Aumento de los precios mundiales de los fertilizantes a base de nitrógeno, fósforo y potasio, con impacto en los precios mundiales del arroz, el trigo y el maíz. Fuente: Enseñanza de la crisis alimentaria 2006 – 2008. FAO (2011)[16]
En este tiempo, se debatía la ‘Segunda Revolución Verde’, con la cual, se preveía que, en los próximos 20 años, el aumento del rendimiento de los cultivos obedecería sobre todo a la aplicación de la tecnología ya disponible, pero pendiente de aplicarse plenamente, en especial para elevar su límite, acompañado con la necesidad de mecanizar más las actividades agrícolas, con el fin de sustituir la anterior utilización de mano de obra intensiva, que posiblemente no estaría disponible, por el aumento de la migración de la población rural a las ciudades.
Para el desarrollo rural, se asumía la creación de condiciones necesarias para el incremento de la producción, en particular mediante el acceso a semillas mejoradas y a insumos, así como para la adaptación de la agricultura al cambio climático.
La preocupación en este caso era por la desaceleración del máximo rendimiento del potencial genético de los cultivos, el cual se necesitaba elevar al tope, y cuyas investigaciones en arroz, trigo y maíz ya estaban adelantadas.
Por otra parte, comienza a tomar protagonismo, el cambio climático[17], sosteniendo que, aunque había opiniones diversas, existían consensos sobre tres cosas: primero, la probabilidad de que se incrementaran los episodios de clima extremo, a través de fuertes tormentas, más inundaciones y, más sequías, más frecuentes e intensas.
En segundo lugar, la posibilidad de que las mejores tierras disfrutaran de condiciones aún más favorables, así como las zonas de más inundaciones y sequía, sufrieran mayor devastación.
Y, por último, que toda la investigación agrícola apuntaba a la superación de los efectos del calor, la sequía y las presiones bióticas y abióticas asociadas, con muchas posibilidades de contribuir a mejorar los posibles efectos negativos del calentamiento del planeta.
Cambio climático que suponía graves riesgos adicionales para la seguridad alimentaria y el sector agrícola. Pero, con mayores efectos y especial peligro para los pequeños agricultores de los países en desarrollo, y menos adelantados, como para las poblaciones que ya eran vulnerables[18]. Porque desde 1963, las políticas de la desarrolladas en estas cumbres siempre han estado dirigidas a los más pobres, los menos desarrollados e industrializados, que casualmente siguen estando en las mismas condiciones.
En esta cumbre, finalmente se adoptaba el uso de biotecnologías y otras tecnologías nuevas e innovaciones para la creación de los eventos transgénicos, que fueran “seguras, eficaces y ambientalmente sostenibles”, considerando siempre la creciente demanda de alimentos, limitaciones en la cantidad de tierras y agua para la producción alimentaria.
En resumen, la FAO apostaba finalmente a los transgénicos, después de años de negociación, para la lucha contra el hambre en el mundo.
Incluso, eliminando las restricciones a la importación de estos alimentos. Y es que, a pesar de las posiciones en contra de los cultivos transgénicos, entre 1996 y 2009, la superficie cultivada aumentó de 1,7 millones de hectáreas a 67,8 millones en (2003) y a 134 millones de hectáreas en 2009 y extendidos en 25 países según el ISAAA (International Service for de Acquisition of Agri-Biotech Applications). Siendo EEUU, Brasil y Argentina, los mayores productores a nivel mundial.
Con este nuevo cambio tecnológico denominado ‘Segunda Revolución Verde’, el rasgo más importante de estos cultivos, es la resistencia a herbicidas, mediante la introducción de expresiones en las plantas para que sean resistentes al glifosato, o las conocidas semillas “terminator”, las cuales se auto esterilizan tras la primera cosecha, no pudiéndose usar nuevamente; y presentada por las grandes transnacionales del agronegocio desde el 2008[19], como el “futuro de la agricultura”, que ahora sí, cumplirá lo que la primera revolución no logró, “resolver el problema del hambre del mundo”, con la ayuda de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), insertados desde mediados de los años 90.
Y son precisamente, los organismos genéticamente modificados o cultivos transgénicos, que desde el 2004, en el 30° período de sesiones de la FAO del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, se espera sean adoptados como un vigoroso instrumento “natural” para dar mayor protección al medio ambiente; y por parte de las principales transnacionales del agronegocio, como Bayer, desde el 2008, realizaba inversiones por el orden de los 3.400 millones de euros hasta el 2012, para continuar la investigación y desarrollo de nuevos métodos de protección y variedades de plantas, asegurando que la ingeniería genética “jugará un papel muy importante en hacer que las plantas se estresen menos, que sean menos susceptibles a los cambios del clima”, por lo tanto “permitirán combatir el cambio climático y aprovechar mejor el agua”. El futuro para enfrentar el cambio climático.
Finalmente, este ciclo de cumbres consideradas históricas llegó a su final en 2015, sin lograr los objetivos que a través de la ‘Revolución Verde’ y la ‘Segunda Revolución Verde’ se habían propuesto. Nuevamente no se cumplían, en este año los Objetivos del Milenio (ODM) con relación a la disminución del hambre a la mitad.
Sólo 72 países de 129 alcanzaban la meta de los ODM de reducir la proporción de hambrientos en el 2015, y de ellos 29 nada más, lograron la meta ambiciosa de la Cumbre Mundial de Alimentación (CMA) de 1996. Sólo 216 millones de personas fueron liberadas del hambre y no los 400 millones que se había planteado.
Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios (2021)
En 2021, se realizó la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas (CSANU), en la sede principal de la Asamblea General ONU, en Nueva York, nuevamente con críticas a favor y en contra por los actores involucrados en su convocatoria.
El contexto, la pandemia mundial por la Covid-19, la cual se consideró al inicio, una amenaza para los sistemas alimentarios del mundo, en medio del debate sobre la necesidad de un nuevo orden post pandemia, post capitalista, que vaya más allá de un nuevo modelo económico, a una vida sustentada en el equilibrio, contra aquellos que considerando lo complejo de la actual crisis económica, como Henry Kissinger, demandaba “salvaguardar los principios del orden mundial liberal”[20], o sea, garantizar que todo se mantenga tal cual está, y al mismo tiempo, desde el Foro Económico Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), se impulsó ‘el gran reseteo’ de la economía global.
Estos últimos, han convocado a “apretar el botón reset del capitalismo”, para un “nuevo contrato social” postpandemia, por la evidente “ruptura de larga data en las economías y sociedades”, por lo tanto, consideran que es “el momento de un gran reinicio del capitalismo”[21].
Y según, Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, tomando en consideración al cambio climático como el próximo desastre global, con consecuencias más dramáticas para la humanidad, es preciso descarbonizar la economía, y en este contexto, existe la necesidad de evolucionar el modelo económico actual, poniendo esta vez, “a las personas y al planeta en el centro”, con lo que han denominado “la era de la cuarta revolución industrial” y un “nuevo sistema económico verde”, cuya transición acelerada está en marcha, precisamente por la Covid-19.
Mientras tanto, desde la ONU, el Secretario General Antonio Guterres, ha llamado a transformar los sistemas alimentarios, no sólo para erradicar el hambre, sino para reducir la incidencia de las enfermedades relacionadas con la alimentación y curar el planeta[22], considerando que “los sistemas alimentarios estaban fallando y con la pandemia del coronavirus empeoraban aún más”, por cual es necesario tomar medidas de inmediato, ante una emergencia alimentaria mundial inminente, con repercusiones a largo plazo, particularmente por la interrupciones en las cadenas de suministros.
Y, en resumen, que la transformación de los sistemas alimentarios es necesaria en el contexto del cambio climático, porque estos contribuyen con el 29 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero, incluido el 44 % de metano, con efectos negativos sobre la biodiversidad, por lo cual, es necesario apoyar y efectuar la ‘transición verde’.
Transición verde que, con relación al sistema agroalimentario mundial, ya está en marcha, porque justamente los organismos genéticamente modificados son los considerados, para afrontar el cambio climático y el calentamiento global desde el 2004.
Sin embargo, en este contexto, se impone un nuevo cambio tecnológico que comenzó a expandirse justamente en medio de la pandemia mundial: los alimentos 4.0, bioimpresión 3D, food tech (food and technology), carne sintética o del futuro, pero que ha ido extendiéndose a otros comestibles, con réplicas de leche, mayonesa o helados, mediante la inteligencia artificial, big data y otras tecnologías, para recrear sabores, aromas y texturas de alimentos, bajo dos pilares: la ecología y la salud.
Y, en este sentido, los más ricos del mundo, han iniciado la carrera por el control de esta nueva tecnología, e inversiones en relación con el sistema agroalimentario mundial, entre ellos, Bill Gates, que se ha convertido en el mayor propietario de tierras agrícolas en Estados Unidos, no por su preocupación por el clima, si no por su interés en la ciencia de semillas y el desarrollo de biocombustibles[23], así como Jeff Bezos, está invirtiendo en tierras, principalmente en Texas; pero también la Fundación Rockefeller y diferentes socios, que han agrupado más de 1300 organizaciones colaborativas centradas en la construcción de nuevos sistemas alimentarios.
Ahora, con esta nueva forma de elaboración de productos comestibles, en sus diferentes versiones, bien sea, provenientes de la proteína de soja, pero también del cultivo de células de origen animal, utilizando muestras de razas genéticas ganaderas, y de vegetales, se espera una nueva revolución en la producción de alimentos, creados en laboratorios, bajo la etiqueta de “mayor calidad, más saludables y éticos”, que supone dejarán menor huella ambiental, que los alimentos consumidos en la actualidad. Pero, que evidentemente desataran una nueva carrera por el control de la biodiversidad.
Entre los objetivos, desarrollar la dieta denominada “flexitariana” que evitará o reducirá el consumo de carne en el mundo, para disminuir las emisiones de gas metano proveniente de la ganadería, y con ello, la disminución del calentamiento global, reproduciendo de células, músculos que luego pasaran a hamburguesas o bisteck.
La nueva forma de luchar contra el cambio climático, disminuyendo los efectos catastróficos que se esperan, mientras se promete, nuevamente, garantizar con estos alimentos, la seguridad alimentaria para los 9 mil millones de personas que se estiman en el mundo para el año 2040, los cuales serán imposibles de seguir produciendo con menores cantidades de tierras cultivables y agua para riego disponibles porque, “simplemente no es posible producir suficiente carne para que todos coman como lo hace la gente en los países más ricos”[24].
Y finalmente, como supuestamente la demanda de carne en el mundo, ya está llevando al medio ambiente a sus límites, y sólo el sistema agroalimentario agregaría suficiente temperatura adicional para llevar a más de 1,5 grados el calentamiento global, del cual “todos somos responsables”, no son precisamente las poblaciones de los países menos desarrollados, pobres y los más hambrientos, los que contribuyen a esta emisión, al contrario, son las poblaciones de los países más desarrollados las que tiene mayor consumo por persona al día, llámese EEUU o Reino Unido, entre otros.
Lo cierto es que, en 2021, transcurridos 25 años más desde 1996, existen 768 millones de personas o el 9,9 % de la población mundial con hambre, encontrándose 418 millones de hambrientos en Asia, 282 millones en África, 60 millones en América Latina y el Caribe y, 8 millones entre América del Norte, Europa y Oceanía[25].
Y según la Prevalencia de la Escala de Inseguridad Alimentaria (FIES), existen 2368 millones de personas en inseguridad alimentaria moderada y grave, indicando al 30,4 % de la población mundial, sin acceso a alimentación adecuada por falta de disponibilidad o por recursos económicos para poder adquirir los alimentos.
Planteamientos finales:
Desde 1963, cada Cumbre Mundial de Alimentación ha servido para reforzar el modelo instalado con la ‘revolución verde’, con el cual no se pudo alimentar a toda la población, aun con cosechas récord cada año, y trayendo consigo, que los complejos de trigo, maíz, soja y arroz fueran el 60 % de las calorías que se consumen, cambiando las dietas, llevando a un proceso de acaparamiento de tierras, donde el 1 % de grandes empresas, explota el 70 % de las tierras agrícolas del planeta.
Además, es responsable de las grandes áreas de deforestación y quema de bosques, y promueve la venta de pesticidas altamente peligrosos, sobre todo para los países en desarrollo, con los cuales se siguen fumigando escuelas o pueblos enteros cercanos a los campos de siembra, e impactando en la biodiversidad. Incluso, apunta a convertir el agua en una mercancía más[26].
Pudiéndose afirmar, en el marco de la Cumbre Mundial de 2021, que si hay un sistema alimentario fracasado, que ha fallado, es justamente este modelo de producción agroindustrial, implantado desde el primer Congreso Mundial de Alimentación; cuyos objetivos planteados de acabar con el hambre, no se cumplieron, ni cumplirán, y lo que se ha reforzado es un poder hegemónico alimentario estrechamente relacionado a la energía que se necesita para funcionar, dependiente de combustibles fósiles, particularmente de los hidrocarburos poniendo de manifiesto la relación existente entre los alimentos y la competencia internacional por los recursos naturales estratégicos como el petróleo y el gas, pero también, la tierra, el agua y la biodiversidad.
Y si hay algo que demostró la crisis global por el coronavirus tal cual como lo afirmó el Papa Francisco, fue “el fracaso del sistema capitalista” y que, “el mercado por sí solo no puede resolver todos los problemas, por mucho que se pida creer en este dogma de la fe neoliberal[27]. Tan cierto, que ni siquiera puede acabar con el hambre en el mundo, haciendo que después de 58 años de haber instalado la ‘Revolución verde’, haga que el mismo poder hegemónico alimentario decida, la necesidad de “transformar los sistemas alimentarios”, mediante la llamada ‘transición verde’.
Pero más allá, la realidad es que el modelo económico mundial, incluyendo esta forma de producir alimentos, está amparado en prácticas insostenibles para el planeta, que ni la ralentización económica durante el primer año de pandemia tendrá impacto significativo a largo plazo en cuanto a las emisiones de dióxido de carbono u otros gases de efecto invernadero, porque se sigue dependiendo de la misma matriz energética para su funcionamiento: el petróleo, el carbón y el gas, su principal savia, que comprende más de 83 % de la demanda actual de energía y es la fuente de las tres cuartas partes de las emisiones globales de gases de efecto invernadero[28] (ver imagen siguiente).
Y es que, el petróleo siguió teniendo la mayor parte del mix energético mundial (31,2 %) en el 2020, seguido del carbón, el cual es el segundo combustible más utilizado del mundo, representando el 27,2 % de la energía primaria total, consumo que tuvo un ligero aumento en comparación con el año 2019. En tercer lugar, el gas natural se siguió elevando a máximos históricos de 24,7 %, mientras que la energía hidroeléctrica representa sólo el 6,9 %, las energías renovables apenas el 5,7 % y la nuclear ocupa el 4,3 % de la matriz energética[29] (ver próxima imagen).
Y aunque se crea que la ‘transición verde’ está a la vuelta de la esquina y que, disminuyendo la cantidad de animales, resolveremos de inmediato parte del problema, porque supuestamente se usará 11 % menos de agua, 8 % menos de tierra, e incluso 24 % menos de nitrógeno y 18 % menos de fósforo[30], o sea, de fertilizantes, en sí mismo, no se está cambiando el modelo de producción.
Por lo tanto, “cambiemos el sistema”[31] sobre el que se quiere “evolucionar”, el que se quiere reiniciar, porque lo que ha sucedido durante cada cumbre mundial de alimentación, es el reforzamiento del mismo poder hegemónico alrededor de los alimentos, para mantener el estatus quo, implantado con la Revolución verde, que en esta oportunidad no es diferente.
Es el reacomodo de los principales actores del sistema internacional buscando controlar el suministro de alimentos en medio de la competencia mundial por los recursos naturales, decidiendo que se comerá en el planeta, y a la vez, garantizando la seguridad alimentaria para sus poblaciones, mientras transitan su camino hacia una supuesta e inmediata ‘transición verde’, sin perder su estatus de poder, al mismo tiempo que el mundo avanza hacia lo que se ha denominado la ‘Tripolaridad’[32] y de seguro, marcará el contexto de las futuras cumbres de alimentación.
[1] (Naciones Unidas, 2021) Principales cumbres y conferencias. Obtenido de Departamento de Asuntos Económicos y Sociales:
https://www.un.org/development/desa/es/about/conferences.html
[2] Mecanización (reemplazo la labor manual y humana) que, a su vez, es impulsada por combustibles fósiles.
[3] (FAO, 2021) 70 aniversario de la FAO. Obtenido de
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[4] (FAO, 1963) El estado mundial de la agricultura y la alimentación 1963. Obtenido de
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[5] (ORGANIZACION DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA AGRICULTURA Y LA ALIMENTACION, 1974) EL estado mundial de la agricultura y la alimentación 1974. Obtenido de
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[6] (Sánchez, Venezuela en la geopolítica de los alimentos, 2019) Venezuela en la geopolítica de los alimentos. Obtenido de Alimentos y Poder.:
https://alimentosypoder.com/2019/06/05/venezuela-en-la-geopolitica-de-los-alimentos/ [7] (Sánchez, Venezuela en la geopolítica de los alimentos, 2019) Ibid.
[8] (Borlaug & Dowwsell, 2004) CONFERENCIA DE UNA PERSONALIDAD EMINENTE SOBRE LA SEGURIDAD ALIMENTARIA: “LA REVOLUCIÓN VERDE: UN PROGRAMA INCONCLUSO”. Obtenido de FAO – Comité de Seguridad Alimentaria Mundial. 30 ° Período de sesiones:
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[10] (USAID, 2013) USAID’S LEGACY. IN AGRICULTURE DEVELOPMENT. 50 Years of Progress. U.S. Agency for International Development . Obtenido de 50 YEARS OF PROGRESS .
[11] (FAO, 1996) Op Cit.
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[14] (FAO, 2002) Ibid.
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[17] (Borlaug & Dowwsell, 2004) Op Cit.
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[20] (Kissinger, 2020) The Wall Street Journal. Recuperado el 12 de 04 de 2020, de La pandemia de coronavirus alterará para siempre el orden mundial. Los Estados Unidos deben proteger a sus ciudadanos de la enfermedad al comenzar el trabajo urgente de planificar una nueva época.:
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[26] (Sánchez, El mundo pandemia y post pandemia del agronegocio, 2021)
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[30] (Universidad de Oxford, 2021)
[31] (Chávez Frías, 2009) ¡No cambiemos el clima, cambiemos el sistema! XV Conferencia Internacional de la Organización de Naciones UNidas sobre CAmbio Climático (pág. 31). Copenhague, Reino de Dinamarca: MPPCI. Obtenido de XV Conferencia Internacional de Organización de Naciones Unidas sobre Cambo Climático.
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