Diciembre de 2021
La imprescindible lucha ideológicaMarcelo Colussi
El socialismo no está muerto. El materialismo histórico, como método de análisis de la realidad social, sigue siendo absolutamente vigente. Y el capitalismo, aunque quisiera, no puede solucionar los históricos problemas de la humanidad. Es un sistema que genera hambre y violencia: sobra comida en el mundo, pero por las relaciones socioeconómicas vigentes una buena parte de la población planetaria sufre desnutrición. Por otro lado, cuando el sistema se traba, tiene como mecanismo para desentramparse la generación de una guerra. Tal como dijera Rosa Luxemburgo ante este despropósito: «Socialismo o barbarie».
Como alternativa a esta monstruosidad surgió el socialismo científico. Fueron Marx y Engels quienes dieron precisión conceptual a esto en el siglo XIX, poniéndose en marcha las primeras experiencias socialistas ya entrado el siglo XX: Rusia, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua. Ningún proceso de esos llegó por vía pacífica (ni puede llegar), porque los propietarios capitalistas lo impiden. Fueron necesarias revoluciones contundentes. La democracia burguesa, representativa, no otorga jamás, bajo ningún punto de vista, el poder a los ciudadanos que votan. Es una farsa bien montada que sirve para mantener el orden capitalista dominante. La administración de turno no es más que el gerente político de los capitales manejando la estructura del Estado (que es, en definitiva, un mecanismo de opresión de clase). Cuando los oprimidos intentan levantarse, el Estado reprime.
Esas primeras experiencias mencionadas sin dudas dieron fabulosos resultados para la clase trabajadora, para los pueblos empobrecidos y oprimidos. En cualquiera de los países donde triunfó la revolución socialista, mejoraron sustancialmente las condiciones de vida de las mayorías: alimentación, vivienda, salud, educación, servicios básicos, acceso a la cultura pasaron a ser bienes de todos, y no privilegios de las elites dominantes. En definitiva, eso es el socialismo: medios de producción en manos de la clase trabajadora y poder popular.
Todas esas revoluciones fueron siempre sistemáticamente atacadas por el mundo capitalista de las más arteras y despiadadas maneras: guerras, sabotajes, bloqueos. Construir una sociedad alternativa en esas condiciones es tremendamente difícil. Pero siempre, en todos los casos, se logró. Los parámetros para comparar un sistema con otro -eso es lo cuestionable- se pusieron desde el capitalismo. Los sistemas socialistas de ningún modo priorizaron el consumo suntuario. Por eso, vistos con esa vara, los socialismos reales aparecían como «pobres». Mas no lo fueron: aunque sin lujos ni derroches, nadie, absolutamente nadie pasó hambre y todos tienen justicia social.
Los embates terribles creados por las potencias capitalistas, junto al hecho de ser esas experiencias socialistas los primeros pasos en la creación de un nuevo mundo (el capitalismo lleva cinco siglos, no olvidemos) hicieron que hacia fines del siglo XX muchas colapsaran: se desintegra la Unión Soviética, China se abre a mecanismos de mercado, Cuba vive su período especial. Todo ello sirvió para que los capitales gritaran triunfales: «¡el socialismo fracasó!».
En medio de la ola neoliberal que venía barriendo el mundo desde los 70 del siglo XX, y a partir de la derrota infligida al campo popular en todo el mundo con esas políticas, el discurso dominante mostró la supuesta inviabilidad del socialismo y el triunfo del modelo capitalista. El golpe fue grande, enorme, dejando a las izquierdas algo aturdidas. Por eso, desde hace décadas, el mensaje omnímodo del capitalismo tomó la hegemonía, y la ideología impuesta muestra las propuestas socialistas como total fracaso. ¡Pero no es así! La actual pandemia de COVID-19 ayuda a evidenciarlo.
Cada vez hay más pobres en el mundo, los problemas ancestrales (hambre, ignorancia, patriarcado, racismo), más el ecocidio fabuloso que se vive ahora, son producto exclusivamente del sistema capitalista. Mientras sobra comida, mucha gente fallece por falta de alimentos; las guerras no terminan; la desesperanza campea (el consumo creciente de drogas lo evidencia), la distancia entre ricos y pobres y entre Norte y Sur se profundiza. En medio de ese clima de retroceso para la gran mayoría planetaria de clase trabajadora golpeada y explotada, la ideología de derecha parece afianzarse. Las propuestas de izquierda no terminan de tener eco, faltando un horizonte revolucionario claro, con proyectos convincentes.
Los pueblos ya no aguantan más la explotación y miseria que el capitalismo (¡¡no el socialismo!!) ha traído estos años. Pero la ideología impuesta -muy sutilmente implementada- transformó el «comunismo» en una mala palabra. Por eso la desesperación popular no encuentra caminos transformadores. Las elecciones democrático-burguesas, curiosamente, muestran triunfos de candidatos de derecha y ultraderecha, lo que puede llegar a confundir. ¿Qué hacer ante este panorama, a veces un tanto desolador?
¡No rendirse! «Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera». En este momento, que no es precisamente de avance revolucionario, hay que reorganizarse. Una tarea básica ahora es retomar la iniciativa, recuperando la lucha ideológica. De ahí que sea tan importante, vital, decisivo, dar la batalla en ese campo. Hay que volver a darle credibilidad a la lucha revolucionaria, a los ideales socialistas. El desastre para la humanidad no lo provocan las «dictaduras comunistas» sino la dictadura del mercado, el modelo expoliador y criminalmente ecocida del capitalismo. Eso es lo que hay que volver a poner en el tapete ahora. Combatir con la mayor fuerza esa ideología de desmovilización y apatía política que se ha instalado, mostrando que solo la organización de las masas podrá cambiar el curso de la historia. En definitiva: recuperar desde una posición transformadora la hegemonía en el campo ideológico-cultural.
Imagen principal tomada de
Tal Cual
Marcelo Colussi
Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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