Octubre de 2021
¿Cómo leer el neoliberalismo contemporáneo?Gisela Catanzaro
“Luego de la crisis de la utopía multiculturalista y de la fantasía de un capitalismo libre de fricción, la ideología neoliberal entró en una nueva inflexión en la cual los énfasis en la potencia ilimitada de todos y la híper responsabilización de los individuos típicas del discurso emprendedorista, se combinan con un nuevo protagonismo de la figura del castigo y el auto-castigo. En esta nueva inflexión, el neoliberalismo ofrece, por una parte, una canalización para los temores y frustraciones generados por el capitalismo ‘liberando’ a los sujetos para descargar altos niveles de agresión sobre otros; y, por otra, provee una codificación moral que apela a léxicos teológicos de culpa y redención del pecado para justificar los efectos de las políticas de austeridad y el aumento de las desigualdades, así como los estragos que ambos producen sobre las vidas”, plantea la socióloga y Doctora en Ciencias Sociales Gisela Catanzaro en la introducción a su nuevo libro “Espectrología de la derecha”.
Introducción
¿Cómo leer el neoliberalismo contemporáneo?
En lugar de compenetrarse con la suerte del héroe, debe el público aprender el asombro acerca de las circunstancias en las que aquél se mueve.
Walter Benjamin, “¿Qué es el teatro épico?”
¿Cuáles son los modos de la lectura crítica requeridos por el capitalismo neoliberal contemporáneo? Esta pregunta surge de una sospecha doble respecto de las tendencias dominantes en el pensamiento histórico-social con intenciones críticas. De un lado parecería que, en un proceso convergente con la especialización y profesionalización crecientes de las ciencias sociales y las humanidades, la reflexión sobre la actualidad histórica tendiera a unilateralizarse, perdiendo una serie de tensiones relevantes para producir una interpretación crítica de la coyuntura. De otro lado, algunas de las categorías con las que demasiado a menudo intentamos pensar lo actual parecen afectadas de una modalidad inercial, por la cual lo ya pensado para momentos anteriores resulta proyectado sobre un presente ante el que hemos perdido la capacidad de asombro.
Luego de la crisis de la utopía multiculturalista y de la fantasía de un capitalismo libre de fricción, la ideología neoliberal entró en una nueva inflexión en la cual los énfasis en la potencia ilimitada de todos y la híper responsabilización de los individuos típicas del discurso emprendedorista, se combinan con un nuevo protagonismo de la figura del castigo y el auto-castigo. En esta nueva inflexión, el neoliberalismo ofrece, por una parte, una canalización para los temores y frustraciones generados por el capitalismo “liberando” a los sujetos para descargar altos niveles de agresión sobre otros; y, por otra, provee una codificación moral que apela a léxicos teológicos de culpa y redención del pecado para justificar los efectos de las políticas de austeridad y el aumento de las desigualdades, así como los estragos que ambos producen sobre las vidas.
En un contexto semejante, ¿podríamos seguir pensando al cinismo, otrora caracterizado como un mecanismo privilegiado por la subjetividad posmoderna de los años noventa, como un concepto útil para comprender la interpelación neoliberal del presente? ¿O bien, antes que de desapegados cínicos, resultaría más propicio hablar de combativos cruzados, dispuestos a todo tipo de sacrificios en pos de la recuperación justiciera de un “orden” que habría sido mancillado? ¿Es posible seguir mentando la figura de la tecnocracia y de la administración anti-política y pseudo neutral para referirse a este neoliberalismo? ¿O acaso la emergencia de nuevas derechas a nivel mundial nos confronta, más bien, con nuevas formas de politización de un autoritarismo social cuyos niveles de exhibición pública habrían sido inimaginables unos pocos años atrás? Como sucede con las ideas de desapego cínico y tecnocracia, muchos de los conceptos elaborados para dar cuenta del neoliberalismo mundialmente imperante a fines de siglo pasado –multiculturalismo posmoderno, despolitización, anti-conflictivismo, entre otros– posiblemente deban hoy ser re-interrogados en función de una pregunta por su potencia analítica.
De la serie Lobos, 2017. Germán Quibus
Pero junto a esta pregunta por los conceptos más fértiles para iluminar los perfiles del presente, se impone también el interrogante respecto de las modalidades de la crítica exigidas por la actual coyuntura político-ideológica. Por eso este libro se hace cargo de cierto malestar respecto a la actualidad de un modelo de crítica que, habiendo demostrado su capacidad para confrontar las pretensiones del orden en momentos anteriores, parecería a veces demasiado ingenuamente humanista o bien impotente frente al imperio de rituales eficaces e indiferentes a la denuncia de la falsedad de sus contenidos. Sólo que en este nivel –que podríamos llamar metodológico– el desafío al que nos enfrentamos tal vez sea opuesto al que surge en el plano categorial. Mientras en lo que respecta a los conceptos resultaría cuestionable cierta inercia que a veces impulsa al pensamiento a persistir en lo ya pensado privilegiando una continuidad no problematizada, en el plano del método podríamos estar enfrentándonos al peligro de absolutizar la discontinuidad entre tradiciones críticas y entre períodos históricos, sancionando con excesiva premura la caducidad de estilos de pensamiento ligados al marxismo y la tradición dialéctica. Más valdría preguntarse: ¿qué ganamos y qué damos por supuesto cuando oponemos la crítica de las falsas pretensiones de un discurso –clásicamente asociada a la crítica ideológica– al estudio posestructuralista de la productividad de rituales y dispositivos, y los tratamos como si fueran modalidades mutuamente excluyentes entre sí, desprovistas de afinidades inmanentes y entre las cuales nos sería dado, además, imponer nuestra decisión soberana?
La crítica de nuestra contemporaneidad no podría obviar el señalamiento de eventuales límites no solo teóricos sino también históricos asociados a la clásica idea de crítica ideológica como negación determinada de las falsas pretensiones de un discurso, frente a formaciones subjetivas marcadas por lo que hoy se denomina “posverdad”, o frente a discursos escasamente provistos de justificaciones y relativamente indiferentes respecto de la búsqueda de coherencia argumental. Sin embargo, como puede observarse revisitando viejos textos de Karl Kraus, o aquellos que Walter Benjamin o Theodor Adorno dedicaron a pensar las diferencias entre el liberalismo y el nacionalsocialismo, ni las dudas respecto a la actualidad de los modelos críticos heredados del pasado, ni los mismos fenómenos a los que esos cuestionamientos se refieren, constituyen una novedad absoluta de nuestra época. Por otra parte, reconocer los riesgos del dogmatismo implícito en el supuesto de que podría existir un único modelo de crítica ideológica válido para todos los tiempos e inmune al cambio histórico, no necesariamente nos debe conducir a sancionar la caducidad e improductividad de estilos de la crítica que tal vez continúen siendo operativos en registros específicos. Junto con una fetichización de la novedad o del acontecimiento que omite las continuidades existentes entre los fenómenos en cuestión, ese énfasis en la novedad absoluta del presente podría tener como efecto un aplanamiento de los procesos ideológicos estudiados a una única dimensión en detrimento de su complejidad interna.
En las interpretaciones críticas del presente neoliberal que componen este volumen, la pregunta por los modos de la lectura encuentra inspiración en clásicas reflexiones sobre el materialismo formuladas por autores como Karl Marx, Walter Benjamin, Theodor Adorno o Louis Althusser. Por paradójico que parezca, asumir esa herencia filosófico-política significa, sin embargo, y antes que ninguna otra cosa, sostener que el pensamiento no es dueño de su origen y que tiene lugar forzado por circunstancias que le salen al paso. Imprevisibles y acuciantes, ellas nos impiden elegir soberanamente qué pensar, pero también alertan contra esa forma más sutil y actual de subjetivismo que resulta exaltada en la figura del vagabundeo errático del pensamiento. Así, los análisis que proponemos se esfuerzan por persistir en aquella práctica interpretativa aludida como “materialismo”, menos en el sentido de intentar imponer algún origen simple más determinante o más originario que otros, que como disposición a no abandonar la sospecha teórica y práctica de que las preguntas teórico-metodológicas por la lectura no suceden en la pura inmanencia del pensamiento, sino que se plantean siempre en relación a lo no idéntico a él, algo que lo excede y a menudo lo hiere, algo que en cierto sentido se le impone y que Adorno a veces refería como “la fuerza de la historia”[1].
Tal como la entendemos, la crítica de la ideología se constituye, en este sentido, a partir de una tensión insuperable. Por una parte, sus posiciones ciertamente no resultan deducibles de la realidad, de lo dado tal como viene dado, y por ello esa actitud crítica no puede evitar el gesto de trascendencia respecto de lo existente que toda la tradición occidental asoció con el movimiento de la autorreflexión, y que plantea dilemas propiamente teóricos. Por otra parte, no obstante, ese pensamiento que tiene su densidad propia o su “autonomía relativa” –como la llamaba Louis Althusser–, nunca sigue su propia voluntad sino que, en tanto permanente interrogación del cambio histórico, está expuesto a las emergencias concretas de lo ideológico que interroga. Como sugiere Adorno en el marco de una reflexión sobre la relevancia y mutaciones del concepto de ideología que consideraremos más adelante, esto significa que la crítica de las ideologías siempre se ha configurado y sólo puede configurarse a partir de un doble límite, puesto que “si la determinación y comprensión de las realidades ideológicas presuponen una teoría, a la inversa y en igual medida, la definición teórica de lo que es ideología depende de lo que efectivamente actúa como producto ideológico”[2].
De la serie Lobos, 2017. Germán Quibus
Es precisamente de esa paradójica dependencia de la historia de donde provienen muchas de las transformaciones que el hoy desacreditado concepto de ideología ha tenido que sufrir en su prolongada existencia para poder seguir pensando fenómenos dispares, tanto en lo referente a sus circunstancias como respecto de los mecanismos de subjetivación y las representaciones del proceso histórico involucradas en cada caso. Suponer que las actuales circunstancias nos liberan de todos estos dilemas y desafíos podría representar, en cambio, lo contrario de una liberación, si ello nos conduce a la crítica solipsista o bien al isomorfismo acrítico. Por eso creemos que necesitamos más intérpretes y menos soldados[3] también para la crítica; que necesitamos más lectores críticos de y conmovidos por las complejas tendencias históricas que nos atraviesan, y menos aplicadores de marcos teóricos consagrados que, por lo demás, probablemente serán abandonados con solicitud por sus acólitos ni bien los aires de época académicos siembren la sospecha sobre su actualidad. Y es que la teoría no se parece en nada a una apacible caja de herramientas. Ella es, de un lado, aquello de lo que siempre estamos desesperando porque nunca resulta suficiente para comprender justamente lo que resulta imperioso comprender aquí y ahora. Pero a veces es también la frágil posibilidad de iluminación que surge cuando el pensamiento se hace chispa y por un instante deja ver –como quería Walter Benjamin– zonas del pretérito y del presente clausuradas hasta entonces[4]. Así comprendido, el trabajo teórico no podría tener generales ni soldados dispuestos en bandos, sino sólo solicitantes descolocados que perseveran en una interpretación siempre urgida de la realidad.
De la serie Lobos, 2017. Germán Quibus
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Como el primero de los capítulos que componen este libro, el último fue inicialmente una intervención en la coyuntura. Pero si aquél intentaba dar respuesta a la necesidad de caracterización de la situación política cuando tanto en Argentina como en la región una nueva derecha se consolidaba en el poder, este último fue escrito poco antes de que las urnas confirmaran la derrota electoral de la alianza gobernante en el país desde 2015, y en medio de un agitado clima político en América Latina, donde convivían inesperadas rebeliones populares –como las de Chile y Ecuador– y viejas prácticas golpistas, como las que derrocaron, en Bolivia, al gobierno democráticamente electo. Entonces se imponía menos el “Qué es esto” de Martínez Estrada, que una pregunta por las marcas dejadas en el tejido social y, sobre todo, por las persistencias más o menos inaparentes que a nivel ideológico rehúsan los cortes nítidos de los tiempos electorales. Se imponía, como sigue haciéndolo hoy mismo, la pregunta por la vitalidad de los espectros y sensibilidades de derecha, tan crucial como la lectura atenta de los impulsos emancipatorios, a la hora de imaginar los potenciales sociales y límites de los tiempos porvenir.
Esas luchas entre sensibilidades, cuerpos y espectros insomnes nos recuerdan que el neoliberalismo, aun cuando sea razón dominante, es también efecto y sin-razón. Nos recuerdan que es algo devenido, inestable resultado de un cierto estado del mundo; y uno al que no convendría entregarle sin más la idea de racionalidad.
*El libro, de la editorial Cuarenta Ríos, está disponible en versión digital en la Tienda online de Las cuarenta y su versión impresa se publicará en octubre.
Gisela Catanzaro
Socióloga y Doctora en Ciencias Sociales
Notas
[1] Adorno, Theodor: Sobre Walter Benjamin, Madrid, Cátedra, 1995, p. 43.
[2] Adorno, Theodor: “La ideología”, en Adorno, Theodor y Horkheimer, Max: La sociedad. Lecciones de Sociología, Buenos Aires, Proteo, 1969, p. 200.
[3] Como una vez sostuvo María Pía López en un plano estrictamente político refiriéndose críticamente a ciertos encolumnamientos partidarios que bloqueaban la sensibilidad militante para auscultar las densas tramas de la política argentina.
[4] Benjamin, Walter: “Sobre el concepto de historia”, en La dialéctica en suspenso, Santiago de Chile, ARCIS/LOM, 1996.
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