Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Agosto de 2021

Alerta Roja: Una sola Tierra
Tricontinental


Un nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), Hacer las paces con la naturaleza (2021), destaca “la gravedad de la triple emergencia medioambiental de la Tierra: el clima, la pérdida de biodiversidad y la contaminación”. Estas tres “crisis planetarias autoinflingidas ponen en un riesgo inaceptable el bienestar de la actual y las futuras generaciones”, dice el PNUMA. Esta Alerta roja, publicada el Día Mundial del Medioambiente (5 de junio), fue elaborada junto a la Jornada Internacional de Lucha Antiimperialista.

¿Cuál es la escala de la destrucción?

Los ecosistemas se han degradado a un ritmo alarmante. El informe de 2019 de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES por su sigla en inglés) entrega ejemplos impresionantes de la escala de la destrucción:

De los estimados ocho millones de especies de plantas y animales existentes, un millón están en peligro de extinción.
Las acciones humanas han llevado al menos a 680 especies vertebradas a la extinción desde 1500, y la población mundial de especies vertebradas ha disminuido un 68% en los últimos 50 años.

La cantidad de insectos silvestres ha disminuido un 50%.

Más del 9% de las razas de mamíferos domesticados utilizados para la alimentación y la agricultura se habían extinguido en 2016, y mil razas más están actualmente en peligro de extinción.

La degradación de ecosistemas se ve acelerada por el capitalismo, que intensifica la contaminación y el vertido de residuos, la deforestación, la explotación y el cambio de uso de la tierra, y los sistemas de energía basado en el carbono. Por ejemplo, el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, El cambio climático y la tierra (enero de 2020), señala que solo queda el 15% de los humedales, ya que la mayoría de ellos han sido degradados más allá de la posibilidad de regenerarlos. En 2020, la UNEP informó que, entre 2014 y 2017, los arrecifes de coral han sufrido el evento de blanqueamiento más largo que haya sido registrado. Se proyecta que los arrecifes de coral disminuyan dramáticamente a medida que aumentan las temperaturas. Si el calentamiento global aumenta 1,5°C, solo quedará un 10-30% de los corales; mientras que si aumenta 2°C, quedará apenas un 1%.

Como están las cosas, hay muchas probabilidades de que el océano Ártico se quede sin hielo en 2035, lo que alterará tanto el ecosistema ártico como la circulación de corrientes oceánicas, probablemente transformando el clima y la meteorología regional y mundial. Estos cambios en la cubierta de hielo del Ártico ya desencadenaron una carrera entre grandes potencias por la dominación militar de la región y por el control sobre valiosos recursos energéticos y minerales, abriendo la puerta para una devastación ecológica aún mayor. En enero de 2021, en un artículo titulado “Recuperando la dominación en el Ártico”, el Ejército estadounidense caracterizó el Ártico como “simultáneamente un escenario de competencia, una línea de ataque en conflictos, una zona vital que alberga muchos de los recursos naturales de nuestra nación, y una plataforma para la proyección de poder global”.

El calentamiento de los océanos se produce junto al vertido anual de hasta 400 millones de toneladas de metales pesados, solventes y residuos tóxicos (entre otros desechos industriales), sin contar los desechos radioactivos. Estos últimos son los desechos más peligrosos, pero representan una pequeña proporción del total de residuos vertidos en los océanos, incluyendo millones de toneladas de desechos plásticos. Un estudio de 2016 señala que, para 2050, es probable que en los océanos haya más peso de plásticos que de peces. En el mar, el plástico se acumula en remolinos, uno de los cuales es la Gran mancha de basura del Pacífico, también conocida como Isla de basura, una masa estimada de 79 mil toneladas de plástico que flotan concentradas en un área de 1,6 km2 (aproximadamente del tamaño de Irán). La luz ultravioleta del sol degrada los residuos en “microplásticos”, que no se pueden limpiar, alteran las cadenas alimenticias y arruinan los hábitats. El vertido de residuos industriales a las aguas, incluyendo ríos y otros cuerpos de agua dulce, genera al menos 1,4 millones de muertes anuales por enfermedades prevenibles que se asocian al agua contaminada con patógenos.

Los residuos en las aguas son solo una pequeña fracción de los residuos producidos por los seres humanos, que se estiman en 2.010 millones de toneladas al año. Solo el 13,5% de estos residuos son reciclados, mientras solo el 5,5% es compostado. El 81% restante es desechado en vertederos, incinerado (lo que emite gases tóxicos y de invernadero), o va a parar de algún modo al océano. Al ritmo actual de producción de residuos, se estima que esta cifra aumentará en un 70% hasta alcanzar los 3.400 millones de toneladas anuales en 2050.

Ningún estudio muestra una disminución de la contaminación, incluyendo la generación de residuos, o una desaceleración del aumento de la temperatura. Por ejemplo, el Informe sobre la Brecha de Emisiones de la UNEP (diciembre de 2020) muestra que, al ritmo actual de emisiones, el mundo está en camino a aumentar su temperatura al menos 3,2°C sobre los niveles preindustriales para 2100. Esto está muy por sobre los límites establecidos en el Acuerdo de Paris de 1,5°C-2,0°C. El calentamiento global y la degradación medioambiental se alimentan entre sí: entre 2010 y 2019, la degradación y transformación de la tierra —incluyendo la deforestación y la pérdida de carbono del suelo cultivable— contribuyeron con un cuarto de las emisiones de gases invernadero, y el cambio climático agravó aún más la desertificación y la alteración de los ciclos de nutrición del suelo.



¿Cuáles son las responsabilidades comunes y las diferenciadas?

En la declaración de 1992 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medioambiente y Desarrollo, el séptimo principio común de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” —acordado por la comunidad internacional— establece que todas las naciones deben tomar acciones respecto a algunas responsabilidades comunes para reducir las emisiones, pero que los países desarrollados tienen las mayores responsabilidades diferenciadas debido al hecho histórico de su contribución mucho mayor a la emisión global acumulada que causa el cambio climático.

Si observamos la información del Proyecto Global de Carbono del Centro de Análisis de Información sobre el Dióxido de Carbono, se evidencia que Estados Unidos, por sí solo, ha sido la fuente principal de emisiones de dióxido de carbono desde 1750. Históricamente, los principales emisores de carbono han sido las potencias industriales y coloniales, especialmente los Estados europeos y Estados Unidos. Desde el siglo XVIII, estos países no solo han emitido la mayor parte del carbono a la atmósfera, sino que además siguen excediendo la parte que les corresponde del Presupuesto Mundial de Carbono en proporción a su población. Los países con la menor responsabilidad en la creación de esta catástrofe climática —como los pequeños Estados isla— son los más golpeados por sus desastrosas consecuencias.

La energía barata basada en el carbón y los hidrocarburos, junto con el saqueo de los recursos naturales por parte de las potencias coloniales, ha permitido que los países de Europa y Norteamérica aumenten el bienestar de su población a expensas del mundo colonizado. En la actualidad, la extrema desigualdad entre la calidad de vida de una persona promedio en Europa (747 millones de habitantes) y una persona promedio en India (1.380 millones) es tan impresionante como hace un siglo. La dependencia de China, India y otros países en desarrollo en el carbono, especialmente en el carbón, es efectivamente alta; pero incluso este uso reciente del carbono por parte de China e India es muy inferior al de EE. UU. Las cifras de 2019 de emisiones de carbono per cápita de Australia (16,3 toneladas) y EE. UU. (16 toneladas) es más del doble de las de China (7,1 toneladas) e India (1,9 toneladas).

Cada país en el mundo debe hacer avances para salir de la dependencia en la energía basada en el carbono y para evitar la degradación a gran escala del medioambiente, pero los países desarrollados deben hacerse responsables de dos acciones urgentes:

Reducir las emisiones dañinas. Los países desarrollados deben hacer urgentemente una reducción drástica de las emisiones de al menos un 70-80% de los niveles de 1990 para 2030, y deben comprometerse con una vía que profundice esas reducciones para 2050.
Capacitar para la mitigación y adaptación. Los países desarrollados deben ayudar a los países en desarrollo mediante la transferencia de tecnología para fuentes de energía renovable, así como también proporcionando financiamiento para mitigar y adaptarse a los impactos del cambio climático. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992 reconoció la importancia de la división geográfica del capitalismo industrial entre el Norte y el Sur Global y su impacto en las respectivas partes no equitativas del presupuesto global de carbono.
Es por esto que todos los países en las diversas Conferencias del Clima acordaron crear el Fondo Verde del Clima en la Conferencia de Cancún en 2016. El objetivo actual es 100.000 millones anuales para 2020. Estados Unidos, bajo la nueva administración de Biden, se comprometió a duplicar su contribución financiera internacional para 2024 y a triplicar su contribución para la adaptación; sin embargo, dado el bajo punto de partida, esto resulta completamente insuficiente. La Agencia Internacional de la Energía sugiere cada año en su World Energy Outlook (‘Perspectivas de la energía en el mundo’) que en realidad la cifra para el financiamiento internacional del clima debiera ser en billones. Ninguna de las potencias de Occidente ha hecho un compromiso de esa escala con el Fondo.



¿Qué se puede hacer?

Llegar a cero emisiones de carbono. Los países del mundo en su conjunto, liderados por el G20 (que representa el 78% del total de emisiones mundiales), deben establecer planes realistas para hacer llegar a cero emisiones netas de carbono. En la práctica, esto significa cero emisiones de carbono para 2050.

Reducir la huella de carbono del Ejército de EE. UU. Actualmente, el Ejército estadounidense es la mayor institución emisora de gases invernadero. Una reducción de la huella de carbono de dicho Ejército reduciría significativamente los problemas políticos y medioambientales.

Proporcionar compensaciones climáticas a los países en desarrollo. Garantizar que los países desarrollados proporcionen compensaciones climáticas por las pérdidas y los daños causados por su emisiones de carbono. Exigir que los países que contaminan las aguas, el suelo y el aire con residuos tóxicos y peligrosos —incluyendo residuos nucleares— asuman los costos de la limpieza. Exigir el cese de la producción y uso de residuos tóxicos.
Proporcionar financiamiento y tecnología a los países en desarrollo para la mitigación y la adaptación. Además, los países desarrollados deben aportar 100.000 millones de dólares anuales para atender las necesidades de los países en desarrollo, incluyendo la adaptación y resiliencia a los desastrosos impactos reales del cambio climático. Los países en desarrollo (especialmente los de baja altitud y los pequeños Estados isla) ya están lidiando con esos impactos. También debe haber una transferencia tecnológica a los países en desarrollo para la mitigación y la adaptación.

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