Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Mayo de 2021

LA ORGÍA DE LA MUERTE Negacionismo y peste en la Argentina
Carlos A. Villalba



“...afirmaban que la medicina certísima para tanto mal
era el beber mucho y el gozar y andar cantando de paseo y divirtiéndose
y satisfacer el apetito con todo aquello que se pudiese,
y reírse y burlarse de todo lo que sucediese;
y tal como lo decían, lo ponían en obra como podían
yendo de día y de noche ora a esta taberna ora a la otra,
bebiendo inmoderadamente y sin medida.”
Giovanni Boccaccio, El Decamerón. Florencia (1351/1353)



Cuenta la leyenda que en el medioevo, cuando se daban por “terminadas” las pestes que arrasaban millones de vidas, en plena mortandad, arrancaba la fiesta y, sobre los cadáveres, nacía la orgía, el desenfreno. “Hoy comamos y bebamos y gocemos y cantemos, que mañana ayunaremos”, dice el canto preciso de los trovadores de Giovanni Boccaccio, apenas antes de que sus carnes empiecen el tránsito hacia su descomposición.

Desde hace meses recorre las redes esa pregunta pícara acerca de si alguien tiene noticias sobre el lugar en el que tendrá lugar la “partusa”, esa diversión descontrolada, con bebidas alcohólicas y sexo (de acuerdo al saber de la Real Academia Española), que le correspondería a la peste del Siglo XXI, la covid-19 que provoca el virus de la triple corona.


Sin embargo, a la pésima noticia que constituye la pandemia en curso, debe sumarse el desencanto de saber que, después, no habrá festejo... Porque no es la mejor idea organizar una parranda en medio del cementerio, con los países fundidos y las desigualdades -que existían antes del 2020- potenciadas hasta lo inhumano.

La falsa opción entre “salud y economía” -levantada por quienes desde el comienzo mismo de la crisis defendieron los intereses de las grandes corporaciones- intenta colgarles el cartel de “infectadores”, contrarios a la libertad, la producción y el comercio,
a quienes trabajan para ralentar los tiempos del contagio masivo, garantizar cotas básicas de reserva de camas con respiradores para los enfermos más comprometidos y, en definitiva, salvar vidas.



La batalla de la vacuna

Un año después de iniciados los tiempos del barbijo, la lavandina y el alcohol en gel, se instaló el escenario de la “Batalla de la Vacuna”, después de que la “inmunidad del rebaño” fuese desmentida por la realidad, desde Suecia hasta los cuarteles argentinos de Mauricio Macri. En su lugar se produjo el “acostumbramiento” de ese grupo de supuesto ganado doméstico, algo tan diferente como peligroso en términos epidemiológicos a una supuesta defensa lograda por cantidad de contagios.

Durante 2020 la pobreza extrema aumentó en todo el mundo y las desigualdades, en especial en las economías emergentes y los países de ingresos bajos. El impacto de la pandemia sobre el mercado laboral, además de devastador, es extremadamente desigual según las características de los empleos, las y los trabajadores implicados y el tipo de empresa afectada. Ese efecto negativo, no solo se registra con mayor intensidad en los hogares más pobres, sino que su recuperación posterior es y será mucho más lenta. Y estas conclusiones no son difundidas por un partido o un pensador de izquierda, sino por el mismísimo Banco Mundial.



Ese marco socioeconómico, junto a los más de 143 millones de casos y de 3.000.000 de decesos a nivel global al cierre de esta nota, en 192 países soberanos afectados (de 194 reconocidos por Naciones Unidas) y a las sucesivas “olas” de contagio, deberían ser razones más que atendibles para tratar el tema con seriedad, colaborar con la gestión de la peor crisis sociosanitaria mundial ocurrida en más de un siglo, liberar el escenario de cualquier interés partidario y, ni qué decir, olvidarse de los manejos electorales.

Negacionismo electoral



En la Argentina, por ejemplo, sucede exactamente lo contrario. La experiencia de “Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio” (ASPO) arrancó a las 0 horas del viernes 20 de marzo de 2020, con el objetivo de “planchar la curva” de contagios, con el apoyo de todos los gobernadores de la Argentina y del Jefe de la Ciudad con Gobierno Autónomo de Buenos Aires, en su mayoría presentes en la Quinta de Olivos para escuchar al presidente Alberto Fernández y respaldar los motivos de su decisión, a partir de concebir al coronavirus como un “enemigo” al que había que combatir.

La administración del Frente de Todxs llevaba apenas 90 días de haber recibido un país con la economía quebrada, endeudamiento imposible de pagar y números de pobreza, indigencia, desocupación y ocupación informal exorbitantes, consecuencia de los 4 años de gestión Macri, el mandatario constitucional que más daño causó en menos tiempo.

En lo específico, el aparato sanitario estatal estaba en ruinas, con falta de hospitales, obras abandonadas, sin insumos y con menos personal del necesario para enfrentar situaciones, incluso, de “normalidad epidemiológica”. La disolución del Ministerio de Salud, degradado al rango de “secretaría” de otra cartera, constituyó la expresión exacta del pensamiento liberal sobre uno de los derechos inalienables de las personas y refugio único de quienes deben acudir a la salud pública estatal y gratuita.

Con la epidemia ya aterrizada, esas carencias quedaron expuestas y los riesgos se potenciaron. La cuarentena fue la herramienta utilizada para “ganar” un tiempo que se empleó en comprar y fabricar insumos -desde respiradores hasta barbijos-, multiplicar las camas de terapia intensiva específicas, generar nuevas zonas de internación, construir espacios de aislamiento alternativos y diseñar herramientas de integración de la organización de la comunidad a los dispositivos formales de alimentación, detección y confinamiento.

Durante los primeros dos meses, los grupos económicos más fuertes y la oposición macrista que los había representado en la Casa Rosada y acababa de ser expulsada de la gestión por los votos acumulados por la unidad del peronismo, los sindicatos y los movimientos populares, asumieron una suerte de “tregua” informal. La imagen del presidente Fernández, el gobernador Alex Kicillof y el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, compartiendo el escenario de los anuncios de cuarentena, armonizando decisiones, coordinando en público, contribuía a metabolizar preocupaciones de millones de personas paralizadas por el miedo, la inmovilidad, la incertidumbre.

Ese “período de gracia” estalló por los aires a partir del endurecimiento de alcalde porteño, exigido por el sector más duro de su espacio, el menos vinculado a la gestión y con mayor cercanía a las corporaciones económicas que controlan la economía del país: el de Mauricio Macri y su grotesca presidenta partidaria, Patricia Bullrich.

Apegados al diseño de campañas en función del pensamiento de sus propios seguidores, intentaron aprovechar angustias de cuarentena, desesperaciones de padres y madres con hijos escolarizados, malestares de consumidores de productos cada día más caros, elaborados y comercializados por los propios grupos que los financian y apuestan a un proceso inflacionario que, no solo les genere mayores ganancias, sino que también potencien el malhumor ciudadano.

Recorrieron caminos impensados en el siglo XXI y, también, ante la situación de emergencia sanitaria global que se vive desde hace más de un año. Bombardearon las posibilidades de reflexionar sobre la situación con expresiones sobre el “envenenamiento” de la vacuna (en este caso con guión de la inefable Elisa Carrió), la exigencia de una distribución inmediata de un producto que escasea en el mercado mundial y se disputa a punta de cheques y amenazas, con “marchas anticuarentenas” o llamando a la “resistencia” contra “la oligarquía de los burócratas”.

El mismo bloque (PRO-UCR-CC, “justicia” de Comodoro Py, las corporaciones económicas más poderosas y su aparato propagandístico de comunicación) que hizo lo imposible para evitar que el peronismo regresase a la Casa Rosada cuatro años después de haber perdido la elección de 2015 apuntó a que la población confunda políticas de salud con “ataques a la libertad”. En definitiva eligieron el camino improvisado de discutir la existencia del sol, promover la desobediencia, renegar del barbijo y no privarse de aquellas “fiestas” de las que hablaba Boccaccio. En el medio, queda el tendal de contagios y sus funestas consecuencias.

Sin condiciones... pero empujando

Antes de comenzar ese trabajo de limado, los jefes de la maquinaria comprendieron que no tenían condiciones para desestabilizar al gobierno, más allá de la pregunta de algún trasnochado al filo de La Cornisa sobre “la renuncia” de Fernández.

Sin embargo, con el sistema sanitario colapsado en el AMBA y la política sanitaria judicializada en clave electoral por Rodríguez Larreta, el pasado 20 de abril el altoparlante radial más poderoso del país (Radio Mitre-Grupo Clarín) usó su bocina más escuchada (Cada Mañana, 46,3 % de encendido) para que el conductor Marcelo Longobardi considerase que los niveles de pobreza estructural que sufre el país, hagan que “no estén dadas hoy en la Argentina” las condiciones para el ejercicio de la democracia.

Las expresiones golpistas, sectarias, racistas y cargadas de odio que se escuchan en cada convocatoria a violar la cuarentena y expresarse en calles o balcones, cuajaron en el discurso público, dejaron de ser “individuales” o de grupos minoritarios para encontrar la potencia de la “validación” comunicacional y aquella decisión de serruchar el piso electoral del oficialismo escaló hasta el límite de lo “destituyente”, para no hablar de la apertura del camino hacia consensos negativos que se acercan a aquella figura del “golpe blando”, puesta en práctica en los últimas décadas en las Américas.



“Algún día tendremos una sorpresa, porque vamos a tener que formatear la Argentina de un modo más autoritario para poder manejar este descalabro”, afirmó Longobardi mientras pasaba el aire de la emisora a “Lanata sin Filtro”, cuyo homónimo conductor quedó sorprendido por lo “fuerte” de la postura.

Más que frase, fue un anticipo; las serpientes, antes de serlo, siempre fueron, apenas, un huevo.

Cálculo y uso del alumnado y sus familias



El crecimiento exponencial de casos de coronavirus en la Argentina, atribuible a la “segunda ola” estructural de la pandemia y potenciado por las “oleadas cortas” generadas, por ejemplo, por aglomeraciones turísticas como las de Semana Santa o por manifestaciones de distinto color sectorial en defensa de derechos o protesta contra medidas llevó al sistema sanitario a una tensión que no había vivido durante el primer pico de Covid-19.

El menos leído de los interesados en el tema sabe que una forma de evitar la extensión de cualquier epidemia es cortar la cadena de transmisión del virus. Tal vez no alcance a conocer que el número suficiente de individuos para lograr el objetivo debe superar al 60% de la población, a lo que se llega después de haber transitado la enfermedad o de haberse vacunado. Al cierre de esta nota la población total contagiada en la Argentina desde el comienzo de la pandemia supera las 2.800.000 personas y la tasa de letalidad (contagiados fallecidos) es del 2,18%, es decir que habrá más de dos nuevas muertes cada 10.000 nuevos casos. Con el proceso de vacunación en su fase inicial y 6.642.655
aplicaciones al 21/IV/21 y 2.796.552 casos al mismo día, estaría faltando inmunizar, por lo menos, a unos 18 millones de personas para alcanzar la teórica “inmunidad de grupo”.

Hay dos formas de alcanzar esa meta sanitaria:

La primera es sostener la campaña vacunatoria, acelerar el ritmo a partir de la llegada de nuevas partidas y de la fabricación local de la Sputnik-VIDA y frenar la celeridad de contagios, para evitar muertes y permitir que el sistema de salud vaya absorbiendo los casos que necesiten internación.



La alternativa es galopar, guadaña en mano, hacia la “inmunidad del rebaño”, probadamente fracasada, y que en el camino queden los cadáveres que queden (en su mayoría población mayor, personas con enfermedades preexistentes específicas y, con las nuevas cepas, niñas y niños. Es el criterio que Macri le propuso a Fernández desde un principio: “que se mueran los que se tengan que morir”.

Una cosa es haber gerenciado un país contra los intereses de sus mayorías y otra aún más grave es proponer el abandono masivo de personas en medio de una peste y limitarse a enterrar sus muertos. El Medievo, con sus Torquemada y sin los recursos del presente, no hubiese podido mejorar la apuesta.

Cada una de las medidas se pueden discutir, las que propone el gobierno nacional, las postuladas por cada provincia y, por supuesto, si es que lo tiene, cualquier plan que impulse la Ciudad de Buenos Aires. La única medida inaceptable, desde una visión tan social como científica de la salud pública, es no hacer todo lo posible para proteger a la población. Impulsar la circulación de personas cuando el virus están en todas partes y las y los profesionales ya sufren la condena de tener que elegir a qué paciente se le aplica el respirador y a quién se deja al margen de una posible salvación es de una gravedad que las apetencias electorales, lejos de justificar la acción, agravan la responsabilidad de quienes las impulsan y de quién la ejecuta.



A diferencia de aquel huevo plantado con la intención de que un día aparezca reptando la peor de las serpientes, en este caso puede ser el alimento de un “cisne negro” que lleve a la oposición a la peor de sus derrotas, en esas elecciones que tanto la ocupan, con las que juega a pesar de que el promedio de nuevos contagios roza los 25.000 casos diarios en la última semana.



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