Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Mayo de 2021

¿Existe una “izquierda popular” en el Perú? A propósito de las elecciones presidenciales del 11 de abril
Antonio Romero Reyes


El Perú de la actualidad, mejor dicho desde siempre, desde que existe como República, es dominado por mafias, círculos de poder, así como por circuitos de re-distribución de prebendas, recursos y favores, que vendrían a constituir el verdadero poder detrás de las formalidades democráticas. Tanto en este país como en gran parte de América Latina, el "Estado profundo" es un poder oculto que actúa tras bambalinas y sobre el que se levanta la fachada de lo que los creyentes y opinólogos denominan Estado democrático o Estado de derecho. Para la derecha (económica y política) y sus ámbitos de influencia, la defensa de la institucionalidad, del régimen democrático y del Estado de derecho en el Perú, con todos los defectos que pueda tener, se reduce simple y llanamente a la defensa, el blindaje y la protección de intereses egoístas, mercantilistas y patrimonialistas, junto con todas las redes de corrupción que han promovido al interior de los poderes públicos. Todo eso se halla apañado y disimulado por un conjunto de relatos y discursos que hegemonizan sobre la forma de entender la democracia, el desarrollo, la economía y la política en el sentido común, mientras que la realidad y el verdadero sentido de esa democracia, de ese desarrollo, de esa economía y de esa política discurren por otros cauces y desde espacios de decisión que están fuera del alcance de la voluntad, muy distante de la vida diaria y que se desentiende de las presiones sociales de las mayorías. Lo que gobierna en un país como el Perú es un poder mafioso y enajenado.

Los medios de in-comunicación, en sí mismos un poder que depende de ese otro Poder, son parte del problema. Una política alternativa no puede quedarse limitada al tema de la construcción de nuevos relatos. El capitalismo en el Perú, que en las últimas décadas fue apuntalado por el neoliberalismo, ha mercantilizado las necesidades, ha impuesto el individualismo así como un egoísmo desenfrenado y fundamentalista, ha sometido las formas de organización social basadas en la cooperación, la reciprocidad y la solidaridad, viene arrasando con formas de existencia comunitarias o sustentadas en la comunidad. En suma, a estas alturas de la historia del país y de sus dramas históricamente irresueltos, es bastante clara la discordancia entre el relato oficial que viene empaquetado en términos de progreso-desarrollo-crecimiento y los ofrecimientos políticos en las campañas electorales (la "realidad simbólica" como señala Alejandra Dinegro en www.otramirada.pe/la-infamia-de-nuestra-democracia-la-cínica-resignación).

La comparación de ese relato con la realidad que de hecho viven los pueblos, las comunidades y las ciudadanías en el Perú, es la flagrante manifestación de una contradicción profunda que remite, quiérase o no, al problema del poder y de su conformación histórica en el país. Aquí se encuentra la raíz y la explicación al por qué la mayoría de peruanos y peruanas se dejan fácilmente ilusionar y engañar, allí están los orígenes de la resignación y del sometimiento, de las mentalidades que se han dejado colonizar, de las vidas sojuzgadas al poder del dinero, y de todos los fetiches que el capital ha creado a través de sus mecanismos automáticos del "libre mercado".

En las recientes elecciones presidenciales del 11 de abril, la votación obtenida por el candidato presidencial Pedro Castillo (19%), “profesor y rondero” oriundo de Cajamarca (Chota, 1969), le ha permitido pasar al balotaje como primera minoría junto con Keiko Fujimori (13.4%), la heredera directa del fujimontesinismo de los 90.

El apoyo electoral a Castillo habría provenido de tres fuentes (https://ricardojimeneza.blogspot.com/2021/04/al-fin-peru-ha-parido-una-izquierda.html): de los Andes profundos, del movimiento rondero campesino y urbano, y de los sectores sindicales de profesores. Esta es la “izquierda auténticamente popular” y “auténticamente autónoma” que se habría expresado a través de la candidatura del profesor Castillo y de Perú Libre. En esta lista es necesario considerar a los pueblos, nacionalidades y comunidades indígenas, amazónicas y afrodescendientes, que tal vez hayan votado a favor de Castillo o de otras candidaturas.

Se puede entender entonces que la “izquierda popular”, así considerada, es la que se encuentra relativamente fuera del radio de influencia del neoliberalismo o de cualquier expresión (ideológica o partidaria) desde la derecha; una “izquierda popular” a la que el neoliberalismo (económico, político, tecnocrático) no pudo someter del todo a lo largo de treinta años de dominio absoluto en el Perú; una “izquierda popular” que actúa con cierto grado de autonomía respecto de la posible influencia de cualquier izquierda tradicional y clasemediera. Los actores y actoras sociales de esta “izquierda popular” fueron dejados a su suerte, siendo abandonados, despreciados o marginados por el Estado mínimo que nunca dejó de ser hipercentralista. Dicha “izquierda popular” alguna vez formó parte del más amplio campo popular, pero que el fujimorismo logró fragmentar, dividir y maniatar a su regalado antojo; un campo popular que la izquierda partidaria contribuyó a construir a lo largo de tres décadas (sesentas, setentas y ochentas), pero que perdió irremediablemente en los noventas y “nunca pudo volver a recomponer”.

El término “izquierda” es un concepto político adscrito a la primera modernidad (la revolución francesa), que de ahí en adelante ha estado definido por su hacer y su actitud frente al poder establecido; la “izquierda” define al mismo tiempo un campo de opciones políticas y programáticas, en función de partidos, organizaciones o movimientos, desde el cual se actúa en la sociedad y con relación al Estado. La “izquierda popular”, en términos generales, es en cambio un fenómeno y movimiento práctico que desde la sociedad, las relaciones de producción y/o desde las regiones y territorios, se va conformando a lo largo del tiempo como “campo popular”; cuyo hacer en el siglo XX ha estado estrechamente vinculado con las luchas reivindicativas, de resistencia u oposición frente a los embates del Estado y sus políticas, de los grupos de poder y las clases dominantes, por fuera de la institucionalidad establecida (es decir, en las calles y plazas de las ciudades, en los pueblos y en el campo, en las movilizaciones y marchas, en huelgas y paros), cuando los canales formales de negociación, acuerdos y compromisos han resultado inútiles, o una pérdida de tiempo.

Desde el siglo XX y hasta la actualidad, el campo popular en el Perú ha atravesado por varios cambios. En los tiempos de José Carlos Mariátegui (1890-1930) la “izquierda popular” la conformaban el proletariado emergente de los centros minero-extractivos y urbano-industriales (Lima, Arequipa, Trujillo, Cusco), las diversas expresiones del artesanado, trabajadores marítimos, jornaleros agrícolas, panaderos, ebanistas, choferes, zapateros, amas de casa, el movimiento indigenista, los sectores medios de aquella época (estudiantes y profesores universitarios, comerciantes, pequeños y medianos propietarios). En los años cincuenta, sesenta y buena parte de los setentas, las diversas expresiones de la “izquierda popular” fueron los movimientos campesinos y de lucha por la tierra, los nuevos movimientos populares urbanos en los llamados “pueblos jóvenes” provenientes de las primeras oleadas migratorias, el proletariado industrial, trabajadores mineros y metalúrgicos, maestros, frentes de defensa, empleados públicos y trabajadores estatales, trabajadores municipales, trabajadores bancarios y del seguro social, trabajadores universitarios, estudiantes secundarios. Desde finales de los 90 en adelante, especialmente a partir de la descomposición y la caída del régimen fujimontesinista, el campo popular –y por ende la “izquierda popular”— atraviesa por una larga etapa de recomposición que aún no ha terminado, habiendo expresado sus expectativas de mejora en las urnas (aunque a la postre traicionadas) por Toledo, García, Humala y Kuczynsky, pero también votando por el fujimorismo y las candidaturas de izquierda. Es decir, hoy en día el “campo popular”, en términos de preferencias electorales, está repartido por todo el tradicional espectro de derecha-centro-izquierda así como en los votos nulos y en blanco (ambos suman 18.5% según el conteo oficial al 21 de abril).

Veamos de qué está conformado el campo popular hoy en el Perú, es decir, quiénes son y dónde están. La lista proviene de un artículo de hace más de diez años, publicado en ALAI ("Organizar el campo popular. Condición básica de unidad política para la transformación socioeconómica", 05.04.2010).

(*) Trabajadores del campo y la ciudad, de la costa y la sierra del país, formales e informales (obreros, empleados, eventuales, subcontratados, cooperativistas, microempresarios, ambulantes, autoempleados, transportistas, jornaleros agrícolas, pequeños productores, campesinos pobres) para quienes el “modelo económico” vigente solamente ofrece ilusiones junto con el “chorreo” de más miseria, desigualdad e inequidad.

(*) Comunidades originarias (indígenas y nativos de la Amazonía), pueblos afro descendientes; otras comunidades, etnias y pueblos a lo largo y ancho del Perú, que vienen liderando las luchas de resistencia y que en el 2009 dieron una lección de “dignidad” en el país.

(*) Las mujeres que con su trabajo y esfuerzo abnegado participan, acompañan y sostienen muchas luchas desde sus más diversos espacios de reproducción social (la familia, el comedor popular, el barrio, la comunidad, el centro poblado), asumiendo incluso roles de liderazgo.

(*) Los jóvenes y estudiantes de ambos sexos que viven hartados, hastiados y asqueados de tanta “politiquería”, cuentos chinos, corruptelas y “faenones”, en un país donde la política es conducida y liderada por caudillos sedientos de poder, burócratas que se creen sempiternos, empresarios mafiosos y tecnócratas sin escrúpulos, monigotes y vendedores de “cebo de culebra”, cuyas proezas y actuaciones han logrado hundir cada vez más a “lo público” y todo quehacer político –a nivel de “escenario oficial”— en el fango donde actualmente se encuentra.

(*) Actores locales y populares que mediante su práctica están incursionando en la experimentación y búsqueda de modalidades económicas alternativas, como las diversas y múltiples experiencias de economía solidaria, comercio justo, producción ecológica, consumo ético; que tienen como fin el desarrollo de las personas y la “producción” de nuevas relaciones sociales, cualitativa y sustancialmente diferentes a las que surgen y son promovidas desde el mundo del capital (mercados, “factores”, producción de mercancías, precios, dinero) y su culto fetichista del “crecimiento”.

(*) Los ciudadanos(as) “de a pie” que viven el día a día resignando su situación a la infructuosa espera de algún “salvador(a)” providencial que saque al país del marasmo, les dé trabajo y haga buenas “obras”, soportando la rabia contenida frente a los desmanes de la política realmente existente, pero impotentes sin saber qué hacer porque el neoliberalismo los ha sometido como individualidades maniatadas y subalternizadas, simples átomos en una sociedad como la peruana profundamente fragmentada.

(*) Los indiferentes, los afectados por el desánimo y la frustración, el apoliticismo y la anti-política, a los defraudados y engañados por “este” sistema económico, “esta” democracia y “este” Estado. Los y las migrantes y quienes desean dejar el país; los adultos mayores, maltratados por el Estado y por un sistema “previsional” que lucra con sus fondos ahorrados durante tantos años; a las minorías marginadas y discriminadas por su opción sexual, color de piel o raza.

(*) Los maestros, profesores, académicos, investigadores e intelectuales con sensibilidad social y conciencia crítica. Los profesionales, técnicos y promotores que trabajan en las ONGs o instituciones similares, acompañando, impulsando, facilitando, fortaleciendo y/o promoviendo procesos de desarrollo local, territorial, de participación ciudadana, defendiendo los derechos humanos, el medio ambiente, los derechos de comunidades indígenas y otros pueblos.
(*) Quienes se adhieren a diferentes creencias religiosas o grupos confesionales.

(*) Todos y todas quienes siguen siendo invisibilizados.

En el siglo XXI la denominación de "izquierda popular" podría ser definida por sus fortalezas más importantes: "prácticas de cooperación, ayuda mutua y solidaridad que [los actores sociales y populares] despliegan activamente en defensa de sus reivindicaciones y reproducción social” (véase el artículo: "La bancarrota y refundación de la izquierda", ALAI, 04.11.2009).

Cabe preguntar si mediante estas prácticas se apunta a reproducir la vieja sociedad basada en la mercancía o si contienen los elementos de lo que Aníbal Quijano llamaría otro(s) imaginario(s) u otro “horizonte de sentido”.

Es importante advertir que los términos de “izquierda popular” y campo popular no son necesariamente coincidentes. El reto es que justamente coincidan, aunque en las actuales condiciones históricas del Perú, ese reto aparenta ser algo ideal, más que posible, porque es una tarea que exige al menos treinta años de esfuerzo sostenido y no hay nadie ni nada a la vista que lo quiera asumir. Recomponer el “campo popular” así como re-constituir un movimiento social-popular, organizados sobre nuevas bases, es más importante y estratégico que plantear o exigir el cambio de la Constitución del 93, que es lo que plantea la mayor parte de la izquierda partidaria. ¿Cómo alcanzar lo uno (nueva Constitución) sin contar con lo otro? No existen las condiciones (objetivas y subjetivas) para hacer esas dos cosas al mismo tiempo y se están generando expectativas de que con los cambios en la letra de la Constitución se arreglará todo. Superar la fragmentación, recomponer, reorganizar, articular, son algunas de las palabras claves del momento político. El cambio constitucional debería verse como la resultante de un proceso previo: reconstituir el “campo popular” como un poder constituyente en sí mismo, sin lo cual no habrá cambio constitucional que valga, y esto tiene que ir acompañado de lucha política, ideológica y cultural contra los capitalistas, sus secuaces, las redes mafiosas y los poderes fácticos. Una lucha que debe atravesar localidades, pueblos, comunidades y territorios, sin limitarse a la canalización de demandas sociales en el congreso. Una lucha para empezar a cambiar el imaginario economicista y fetiche que domina, manipula y coloniza el sentido común. Y todo esto quien sea que gane las elecciones de segunda vuelta, pero como dice el proverbio popular: una cosa es con guitarra y otra con cajón.

El neoliberalismo está en crisis y "haciendo agua" (metáfora de un barco que se hunde) en varios países de América Latina. Sin embargo, las fuerzas neoliberales, aun políticamente debilitadas, conservan el poder económico, militar (fuerzas armadas) y en los medios de comunicación; cuentan con el respaldo del capital transnacional y sus organismos de crédito (FMI, BM, BID), así como de la "comunidad internacional" hegemonizada por los Estados Unidos. La gestión del mismo "modelo económico" en todas partes, si bien con matices en cada país, ha llevado a millonarios negocios en las sombras, escándalos de corrupción, crisis políticas y de representación, haciendo tambalear las estructuras estatales. Ningún partido político se salva, más por derecha que por izquierda (dependiendo del país que se trate); pero ninguna fuerza política existente es capaz de derrotar al neoliberalismo, porque este es un poder y un hegemón internacional/global. Las luchas contra el neoliberalismo, para generar verdaderas victorias, tienen que transformarse en luchas anticapitalistas; limitarse el marco nacional y a la lucha por el control del Estado es insuficiente. La tarea, o los retos si se quiere, no radican en restituir instituciones generadas durante el llamado "ciclo progresista". Es algo más estratégico que esto último: consiste en impulsar la unidad latinoamericana de los pueblos y la transición hacia otra civilización.

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