Enero de 2021
La crisis multidimensional del capitalismoFacundo Nahuel Martín
Nancy Fraser es profesora de filosofía y política en la New School for Social Research.
La teoría ampliada del capitalismo de Fraser permite revisitar el legado de Marx con las preguntas feministas, poscoloniales, democráticas y ecologistas propias de una teoría social crítica a la altura del siglo XXI.
Un nuevo momento para la crítica del capitalismo
Al menos desde la crisis financiera global de 2008, los estudios críticos sobre el capitalismo recobraron cierta importancia intelectual, tras haber sido relegados en las décadas previas, en el contexto de una particularmente aguda «crisis del marxismo».
Best-sellers como el de Piketty o nuevas discusiones sobre
poscapitalismo (Mason; Srnicek y Willams; Bastani) dan cuenta de una nueva relevancia del capitalismo como objeto de discusión teóricamente informada. Este escenario de nueva relevancia de la crítica del capitalismo habilita también un nuevo período para el marxismo. El nombre de Marx, de repente, puede citarse sin «pedidos de disculpas» en entornos académicos y hasta periodísticos, así como el socialismo es rehabilitado –con alguna timidez– en la arena política.
Al parecer, la explosión de las burbujas financieras, seguida de ya más de una década de crecimiento débil o estancamiento económico, volvieron a poner sobre la escena la necesidad de contar con una sólida teoría del capitalismo para comprender e intervenir en los conflictos políticos del presente. Tal vez se abra una nueva época de intuiciones anticapitalistas, que se podrían profundizar a partir de la pandemia en curso, cuya rápida difusión puede vincularse a las prácticas de depredación ambiental y la expansión planetaria de la economía orientada a las ganancias.
Los signos en el tiempo apuntan, parece, a una rehabilitación de las teorías críticas del capitalismo. Y eso implica, de diversas maneras, una nueva ronda de relecturas críticas de Marx.
Con todo, las «revisitaciones» nunca son simples repeticiones. El marxismo tradicional no puede rehabilitarse simplemente en alguna de sus concepciones heredadas del siglo XX. Se trata, más bien, de desarrollar una nueva teoría del capitalismo que esté a la altura de los desafíos del presente y, a la vez, sea capaz de pensar la historia previa de esta forma social de manera esclarecedora.
Los nuevos aportes de Nancy Fraser, una importante filósofa en el campo de la teoría crítica de la sociedad, pueden enmarcarse en este contexto. Si sus trabajos anteriores implicaban inquietudes como la redistribución económica y la paridad participativa, sus nuevas investigaciones hacen del
capitalismo como tal el objeto central de estudio y crítica.
Fraser ha desarrollado esta nueva teoría en una multiplicidad de artículos, la mayoría publicados en la
New Left Review, compilados y vertidos al castellano en Los talleres ocultos del capital (Traficantes de Sueños, 2020), así como en el libro coescrito con Rahel Jaeggi, Capitalismo.
Una conversación en la teoría crítica (Morata, 2019). Desde mi punto de vista, la teoría ampliada del capitalismo de Fraser permite revisitar el legado de Marx con las preguntas feministas, poscoloniales, democráticas y ecologistas propias de una teoría social crítica a la altura del siglo XXI.
Una lectura del presente: crisis del neoliberalismo progresista
Nancy Fraser es una intelectual política que busca intervenir en el presente con miradas programáticas y diagnósticos críticos. Coescribió, con Cinzia Arruzza y Titthi Bhattacharya, el conocido manifiesto Un feminismo para el 99%, traducido a muchos idiomas.
Quizás menos conocida, su teoría del capitalismo informa un diagnóstico crítico del momento actual. Según Fraser, vivimos una crisis del neoliberalismo progresista como corriente política (cuyo signo sería, en el contexto de Estados Unidos, la victoria electoral de Donald Trump sobre Hillary Clinton), enmarcada en una crisis general del capitalismo financiarizado.
Esta situación marca la apertura de un nuevo período de inestabilidad y conflictos a nivel mundial. Emergen nuevas derechas populistas, proponiendo una salida autoritaria a la situación que apuntaría a estabilizar el capitalismo bajo patrones de dominación recrudecidos. Contra esta alternativa, Fraser llama a construir una nueva alianza de emancipación y protección social, que supere los límites del neoliberalismo progresista y enfrente a las derechas conservadoras, habilitando una agenda transicional que podría ir, en el mejor de los casos, de las reformas parciales hacia alguna nueva forma de socialismo antipatriarcal y poscolonial.
Hacia fines de los años 90, la filósofa caracterizaba el contexto de entonces como postsocialista. La condición postsocialista marcaría no solo un tiempo que vino después de los socialismos reales y su caída, sino también un período de crisis de alternativa al capitalismo. En ese contexto, Fraser se proponía asumir con lucidez el momento histórico, tratando de pensarlo a contrapelo en lugar de pensarlo sintomáticamente.
Con su dualismo perspectivo de redistribución y reconocimiento, intentaba producir una nueva alianza de políticas socialistas (o, al menos, socialdemócratas radicalizadas) y políticas deconstructivas o queer. Según la autora, el drama de la condición postsocialista era la combinación entre un retroceso social de las luchas por la redistribución económica (derrotas de los sindicatos, legitimación social de las desigualdades) y la integración sistémica de movimientos sociales contestatarios (gestación de corrientes elitistas, meritocráticas y adaptadas al neoliberalismo en movimientos feministas, LGBTQ, etc.).
Hoy, actualiza la lectura con un diagnóstico de la crisis del neoliberalismo progresista que protagonizó este doble movimiento de desactivación e integración del conflicto social un par de décadas atrás.
En Fortunas del feminismo, Fraser adelanta algunas consideraciones sobre su crítica al neoliberalismo progresista, utilizando todavía el lenguaje del dualismo perspectivo que corresponde a su marco teórico anterior (y que ha recibido numerosas críticas). Durante los años 60, dice, el feminismo de segunda ola se unió a otras corrientes radicales para superar el imaginario socialdemócrata que había ocultado la opresión de género.
Superando los límites de la izquierda tradicional, denunció el androcentrismo implícito en los estados benefactores de posguerra. Pasadas las energías iniciales de esta ola, hubo un creciente abandono del ideario socialista. Las «luchas por el reconocimiento», siempre según Fraser, tendieron a verse integradas en las agendas neoliberales más que a funcionar como suplementos de la lucha por la igualdad económica. Se reemplazó «un economicismo truncado por un culturalismo truncado».
Hoy, sin embargo, las perspectivas centradas unilateralmente en el reconocimiento carecerían de credibilidad debido a la crisis económica, lo que marca la necesidad de una política menos dualizada y más equilibrada entre las agendas de la redistribución y el reconocimiento. Esto se expresaría en una renovada preocupación por las desigualdades económicas en el seno de movimiento sociales que resisten toda modulación neoliberal, como podríamos ver en la nueva ola feminista, en las protestas antirracistas y en erupciones populares callejeras como las que tuvieron en vilo a Chile el año pasado.
El «neoliberalismo progresista», que Fraser ha criticado duramente en los últimos años, surgió de la escisión entre luchas centradas en la economía (que ahora llama «luchas por la protección social»), por un lado, y luchas contra patrones culturales de dominación (que ahora llama «emancipatorias»). Este divorcio entre protección social y emancipación, para Fraser, dejó el camino libre para que fracciones progresistas de las élites neoliberales metabolizaran en sus propios términos las demandas emancipatorias, produciendo una alianza de dos contra uno entre la mercantilización y la emancipación (liberalización del mercado más conquistas de libertades individuales), contra la los marchitos derechos sociales plasmados en los estados de bienestar (cuya marca habría sido la alianza de protección social y mercantilización contra la emancipación).
Esto llevó a una combinación de «reconocimiento progresivo y redistribución regresiva». Fraser mantiene, en su pensamiento contemporáneo, la crítica al divorcio entre redistribución y reconocimiento en la política de izquierdas, reformulada como discusión con el neoliberalismo progresista. Ahora, sin embargo, agrega un elemento nuevo: el capitalismo contemporáneo, y con él el neoliberalismo progresista, está en crisis.
Lo anterior significa, también, que Fraser diagnostica un cambio epocal. Antes que en un mundo postsocialista de crisis de alternativa, vivimos en un mundo de crisis multidimensional del capitalismo neoliberal. La crisis no es meramente financiera, sino que atraviesa todas las divisiones institucionales de la sociedad. Este cimbronazo multidimensional, ahora diagnosticado más allá de toda oposición entre cultura y economía, implica una ruptura entre la acumulación de capital y sus condiciones de posibilidad no mercantilizadas, en todos los planos. Con esto pasamos al segundo eje del pensamiento de Fraser que me gustaría destacar: la articulación de una pluralidad de conflictos sociales desde el punto de vista de una teoría ampliada del capitalismo.
Moradas ocultas tras la producción: hacia la teoría ampliada del capitalismo
En El capital, Marx nos insta a dejar atrás las superficialidades de la esfera de la distribución económica para adentrarnos en la morada oculta de la producción social. Buscando sobrepujar el gesto desocultador, Fraser encuentra nuevas «moradas ocultas» detrás de la producción de valor: la reproducción social, la naturaleza, la expropiación de comunidades racializadas, la política. Estos ámbitos configuran la ontología social internamente diferenciada del capitalismo.
Se trata de un único orden social, pero que no posee una única lógica social «omniabarcadora» (por ejemplo, la acumulación de capital) sino lógicas diversificadas conforme divisiones institucionales que encierran diferentes criterios normativos. El capitalismo no puede derivarse en su totalidad de la lógica del capital. En cambio, aparece como un orden institucional que articula explotación con dominación racista y patriarcal, agudiza la separación entre humanidad y naturaleza y guarda una relación contradictoria con la democracia.
Fraser parte de una aproximación marxista al capitalismo para, sobre esa base, construir toda una caracterización más amplia. El capitalismo implica la división de la sociedad en clases, la compra-venta de fuerza de trabajo como mercancía, la dinámica compulsiva de la acumulación y la alocación de los factores de producción mediante el mercado. Estos rasgos delimitan la especificidad histórica de la sociedad del capital, que la caracterizan y diferencian de otras formas sociales preexistentes.
Los cuatro rasgos delimitados arriba, sin embargo, no especifican completamente el carácter del capitalismo como sociedad estructurada en torno a la acumulación de capital, pero que no puede ser reducida sin resto a la mercantilización. Por el contrario, hay condiciones de posibilidad no mercantiles para la existencia del capital que, por lo tanto, aparece como un sujeto trunco de la vida colectiva, que tiene una dinámica ciega y compulsiva pero también carece de autonomía, dependiendo de instancias sociales relativamente autónomas para reproducirse.
Fraser cuestiona la tesis de la universalización capitalista de la forma mercancía, con sus patrones objetivos y subjetivos, que al menos desde Lukács ha caracterizado a buena parte del marxismo (no solo ortodoxo). La autora nos propone pensar el capitalismo en términos de «condiciones de trasfondo» [background conditions] del proceso de valorización. Estas condiciones de trasfondo se corresponden, además, con ámbitos de conflicto social en el mundo contemporáneo, con lo que la teoría del capitalismo es, a la vez, teoría de las luchas y dinámicas de antagonismo en la crisis neoliberal.
La reproducción social
La primera condición de trasfondo o división institucional del capitalismo que Fraser destaca, siguiendo al marxismo feminista, es la reproducción social. En la sociedad capitalista, la reproducción de la fuerza de trabajo es realizada, en buena medida (aunque no totalmente), en un marco no mercantilizado, en el ámbito doméstico y predominantemente por mujeres.
El trabajo reproductivo garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo, incluyendo también los procesos de subjetivación que dan lugar a la formación de comunidades y la interacción social significativa. La división entre producción de mercancías y reproducción social es una condición generizada del capitalismo. Esta división institucional pertenece, de manera específica, a esta sociedad: en otras sociedades históricas, la actividad social y económica se orienta directamente a la producción para la subsistencia, sin escindir la producción de valor y la reproducción social.
Fraser sostiene que el capitalismo tiene una tendencia estructural a la crisis de reproducción social. Las contradicciones sistémicas del capitalismo no se despliegan solamente dentro de la acumulación de capital (caída de la tasa de ganancia, sobreproducción, etc.). El capitalismo posee contradicciones estructurales y tendencias a la crisis también en la interacción entre el ámbito de la reproducción social y la producción de mercancías. La compulsión a la acumulación ilimitada tiende a desestabilizar el proceso de reproducción social en el que, contradictoriamente, se basa.
La combinación de separación, dependencia y rechazo entre ambos circuitos es fuente de constante inestabilidad social, en cuanto la dinámica de la acumulación tiende a socavar las bases de la reproducción social que, al mismo tiempo, presupone como su condición institucional.
La expropiación y el racismo
La segunda condición institucional del capitalismo está vinculada con el imperialismo y el racismo, que Fraser considera tan integrales a la sociedad capitalista como la dominación de género. El capitalismo, como Fraser sostiene hace décadas, no suprime las jerarquías de estatus. Por el contrario, marca políticamente a algunxs sujetxs como menos-que-proletarixs: sujetxs que pueden ser objeto de expropiaciones directas y violentas por medios públicos o privados.
Esta separación está atravesada por la racialización y el imperialismo. Divisiones entre colonos y nativxs, entre «blancos» y poblaciones racializadas, constituyen una marca durable de los procesos de expansión capitalista, que entonces no se basa solo en la explotación del trabajo formalmente libre sino también en la expropiación sin compensación de lxs «otrxs del hombre civilizado».
Las dinámicas de racialización se organizan de manera internacional delimitando núcleos y periferias globales del capitalismo, al tiempo que expropiación y la explotación coexisten a veces dentro de un mismo estado. La expropiación de comunidades, entonces, no es una condición histórica pretérita cancelada en la historia posterior del capitalismo. Es uno de sus mecanismos constantes, una «acumulación por otros medios» de «bruta confiscación».
La separación sociedad/naturaleza y la ecología-mundo
La separación entre explotación y expropiación reduce a una parte de la propia humanidad al estatus de menos que humanxs, estos es, al de mera naturaleza disponible para ser expropiada.
La identificación de lxs «nativxs» con la naturaleza no es casual ni accidental. El capitalismo instituye una relación dual (de separación y anexión) con la naturaleza, que se vincula a las dinámicas mundiales de la expropiación y el racismo. Los capitalistas expropian «sin costo» a porciones de la naturaleza situadas en sus fronteras de expansión, tratándola como una materia libremente disponible y aprovechable, como un «don gratuito» que no es necesario compensar en términos de valor. La constante anexión de la naturaleza, como fuente de riquezas y vertedero de deshechos, acompaña a la acumulación de capital en cada ciclo histórico.
En este punto, Fraser sigue de cerca los desarrollos de Jason W. Moore en Capitalism in the Web of Life (2015). El capitalismo, como cualquier forma social, se organiza y produce a través de la naturaleza. Sin embargo, crea una escisión históricamente inédita entre sociedad y naturaleza (la separación tiene una historia previa en Occidente, pero con el capitalismo alcanza dimensiones cualitativamente nuevas). Esto produce, a largo plazo, también contradicciones ecológicas.
La acumulación presupone la disponibilidad libre y en principio infinita de la naturaleza como recurso. Pero también desestabiliza las ecologías sucesivas en las que se organiza, minando sus propias condiciones de posibilidad cada vez. Nuevamente, las contradicciones del capitalismo no se limitan a la acumulación de capital. Incluyen las contradicciones entre la acumulación y sus condiciones de posibilidad o de trasfondo, en este caso, las condiciones ecológicas.
Economía y política
La última condición de trasfondo del capitalismo es la política. Simplemente, la explotación del trabajo libre presupone un poder público separado, que enmarque y posibilite las relaciones contractuales entre particulares en el mercado. Esto configura una separación entre economía y política que es también específica del capitalismo (en otras sociedades históricas es normal ver al poder político y el económico fusionados inmediatamente).
La diferenciación entre economía y política, por lo tanto, es estructuralmente necesaria para el capitalismo. Esto conduce a la contradicción entre capitalismo y democracia, que fue tematizada por Ellen Meiksins Wood. La desigualdad de clase y la lógica compulsiva de la acumulación tienden a constreñir a la política, que el capitalismo presupone como relativamente autónoma de la economía. La legitimación democrática es entonces puesta en cuestión o, mejor, se ve periódicamente socavada por los imperativos de la acumulación. Esta contradicción remite al carácter ciego, «automático» del capital como sujeto semoviente de la sociedad (con su lógica compulsiva de valor que pone valor), por un lado, y sus condiciones de legitimación políticas (fundadas en idearios de igualdad y autodeterminación democrática de la sociedad), por el otro.
Fraser ha profundizado estas tesis en el artículo «Legitimation Crisis?» (2015), donde retoma a Jürgen Habermas para analizar la crisis política del capitalismo neoliberal. La autora se preocupa, en particular, por una serie de reacciones sociales a la crisis de legitimación, que pueden dar lugar a actitudes conservadoras o reaccionarias, desde la resignación «realista» al capitalismo hasta la adhesión a «populismos autoritarios», capaces de conectar con el descontento por la futilidad de la política ante los mecanismos ciegos del capital.
En estos casos, la crisis de legitimidad pareciera entrar en un espiral catastrófico donde las herramientas para responder a la dinámica del capitalismo (por ejemplo, el poder público) serían erosionadas por la dinámica del propio capital, llevando a que la población se desilusiones con la política democrática y entregue el poder a liderazgos autoritarios llamados, al fin, a empeorar toda la situación.
Agencia, estructura y perspectivas emancipatorias
Arriba traté de reconstruir cómo Fraser aborda la multiplicidad de conflictos sociales del presente, desde una teoría ampliada del capitalismo capaz de historizar esta forma social. Fraser se propone cuestionar el capitalismo (y, tendencialmente, superarlo) desde una radicalización del ideario democrático que combine la protección social y la emancipación.
Para cerrar, voy a destacar cómo articula dos tensiones propias de toda teoría crítica de la sociedad, a saber: las tensiones entre agencia y estructura y entre lógica e historia. Fraser reconstruye la historia del capitalismo desde las sucesivas estabilizaciones provisorias de las contradicciones institucionales constitutivas del orden social. Esto marca una constricción estructural general y una serie de posibilidades para la acción.
En el marco de la sociedad capitalista, se impone articular en cada época las distintas divisiones institucionales entre sí en el marco de su «núcleo lógico», que es la acumulación de capital como necesidad compulsiva o ciega (si se interrumpe la acumulación o alguna de sus condiciones de posibilidad, toda la sociedad entra en crisis). Mientras el capitalismo no sea superado, la organización del orden institucional en torno a la dinámica de la valorización debe ser repuesta en cada fase histórica. Con todo, los términos precisos de esa articulación del orden institucional, el trazado de sus fronteras cada vez, es contingente y depende de conflictos sociales, iniciativas políticas exitosas o fracasadas y luchas coaguladas temporalmente.
Las sucesivas fases históricas del capitalismo son, entonces, distintas modulaciones de un orden social básico reconstruido arriba a nivel modélico. Los términos específicos negociados en cada una de esas fases son, a su vez, dependientes del encuentro contingente entre la acumulación de capital y las luchas de fronteras, que delimitan goznes móviles y límites negociables en el orden social. Cada estabilización transitoria del capitalismo implica así una síntesis de agencia y estructura, donde ontologías diversas pero estructuralmente solidarias se sintetizan provisoriamente.
Las distintas condiciones de trasfondo del capitalismo tienen gramáticas normativas propias y ontologías diferenciadas. La política no se subordina directamente a la lógica de la mercancía, así como la reproducción social no se rige sin más por la dinámica de la acumulación, etc. Esto no significa que esas divisiones institucionales variopintas sean reservorios puros de una normatividad emancipatoria. Simplemente marcan la heterogeneidad interna y la propensión a la inestabilidad del orden institucional.
El capitalismo «funciona», en cada época, en la medida en que articula estas lógicas sociales diferenciadas en un marco unitario, como articulación «necesariamente contingente» y transitoria de elementos heteróclitos. La síntesis tensa entre agencia y estructura, condensada como tregua institucional frágil en cada época del capitalismo, es la que permite también desplegar una racionalidad estratégica: una inteligencia programática de izquierdas que permita conectar las luchas sociales con la dinámica mayor del capitalismo y su potencial abolición.
Reformulando las ideas de Karl Polanyi, Fraser distingue un «triple movimiento» entre mercantilización, protección social y emancipación, de cuya resolución depende la estabilización periódica del orden institucional.
El ciclo fordista estuvo marcado por la alianza entre protección social y mercantilización, en detrimento de la emancipación social. El capitalismo neoliberal, en cambio, fue posible por una alianza de mercantilización y emancipación, que incorporó parte de las críticas y demandas emancipatorias de los movimientos sociales y la nueva izquierda de los años 60, metabolizándolos en formatos individualistas y meritocráticos. Esto marcó un período de neoliberalismo progresista donde la expansión del mercado pareció ofrecer oportunidades a versiones domesticadas de los movimientos sociales.
Hoy, ese ciclo neoliberal-progresista entró en crisis, en el marco de una crisis general del capitalismo financiarizado. Los populismos de derecha, pero también las explosiones callejeras de los antirracismos, los feminismos, los ambientalismos y, en general, las protestas contra una vida que se vuelve insostenible, son marcas de un capitalismo neoliberal agotado que se encamina a una gran transición.
La gran transformación epocal que vivimos hoy no es necesariamente progresiva ni necesariamente poscapitalista, sino que encierra potencialidades contradictorias. La explosión de expresiones políticas en los extremos del espectro (populismos de derecha contra movimientos sociales de enorme despliegue callejero) da cuenta del momento de crisis y del antagonismo entre sus cursos de resolución posibles.
Las estabilizaciones sistémicas se hacen posibles cuando se alían dos de los tres posibles movimientos capitalistas, en detrimento de un tercero. En esos casos es posible condensar dinámicas de lucha en sentido de un ordenamiento social provisorio pero viable. Tal vez, la transición a una sociedad poscapitalista parta de un movimiento similar de dos contra uno en las dinámicas sociales en curso.
Si es posible adueñarse del momento histórico antes de que lo hagan los populismos de derecha y otras alternativas autoritarias, la clave estriba en producir una alianza de protección social y emancipación que pueda articular las luchas de fronteras y la lucha de clases en una serie de reformas no reformistas cuyo horizonte último es la superación del capitalismo como orden institucional patriarcal, racializado y destructivo para la sostenibilidad de la vida.
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