Diciembre de 2020
La defectuosa democracia norteamericana: cinco espacios clave en los que está fallandoEd Pilkington
El 7 de noviembre, los Estados Unidos se apartaron de dar el paso de reelegir un presidente que ha mostrado repetidamente su desden por las normas e instituciones democráticas. Donald Trump ha fusionado sus intereses empresariales con la Casa Blanca, ha motejado a los medios de comunicación de “enemigos del pueblo”, ha recibido con los brazos abiertos a hombres fuertes foráneos, ha orillado la ciencia y ha politizado el Departamento de Justicia, ha arrojado dudas falsamente sobre el proceso electoral y se está distinguiendo actualmente como el primer presidente en ejercicio desde 1800 en frustrar una transición pacífica del poder.
Pero para lo que son las salidas, ésta estuvo en un tris de acabar en desastre. Hubo más gente que votó a Trump en las elecciones de 2020 – unos 71 millones de norteamericanos – que a cualquier otro candidato presidencial en la historia norteamericana, aparte de a Joe Biden mismo. Fue precisa una determinación colosal para desplazarlo, con una participación histórica, por elevada, y con los votantes negros señalando el camino. Y sucedió a pesar de, y no gracias a las características únicas de la democracia norteamericana.
Las elecciones pusieron de manifiesto profundos defectos en la forma cómo escogen los norteamericanos a sus dirigentes. Algunas de esas taras son tan antiguas como el país mismo, mientras que otras son creaciones modernas que Trump y los republicanos han convertido en armas. Combinadas, presentan una amenaza existencial a la reputación – y supervivencia – de Norteamérica como la democracia constitucional más antigua del planeta.
Tal como lo ha formulado Ian Bassin, director ejecutivo de Protect Democracy: “Los Estados Unidos han permitido que una persona autocrática ascendiera a la presidencia, la ejerciera durante cuatro años y estuviera casi a punto de ampliar ese mandato. La gran pregunta es: ¿Cómo ha sucedido esto, qué es lo que ha salido mal?”
Sherrilyn Ifill, presidenta del Fondo de Defensa Legal de la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color – National Association for the Adavancement of Colored People] (NAACP Legal Defense Fund), expresó una opinión similar en Slate: “Nuestro sistema de votación está fundamentalmente averiado”, ha escrito. “El futuro de nuestro país depende inequívocamente de nuestra capacidad de reformarlo”.
En este artículo, The Guardian examina cinco de las taras más notorias que han quedado a la vista durante este ciclo electoral, y se formula la pregunta: ¿qué esperanzas tenemos hoy de que se corrijan?
1. El colegio electoral
Los EE.UU. se están recuperando de una grave subida de tensión, provocada por la espera de los resultados, como para destrozar los nervios, en los estados oscilantes. Las elecciones presidenciales quedarán en el recuerdo de la gente como algo insoportablemente reñido.
Y no fue algo en absoluto reñido.
Biden barrió a Trump con una ventaja masiva de cinco millones de norteamericanos en el voto popular, sencillo cómputo de los votos de cada candidato. Tal como apunta, Harry Enten, de la CNN, el candidato demócrata acabará llegando a un 52% del voto popular, el mayor porcentaje de un aspirante desde Franklin Roosevelt en 1932.
El voto popular es el modo a través del cual la mayoría de las democracias establecen las elecciones. Los EE.UU., no. Aquí el resultado se decide por medio del colegio electoral, ese arcano y sinuoso sistema por el que al presidente lo elige, no el “nosotros el pueblo”, sino, indirectamente, 538 electores asignados por estados.
El colegio electoral es una de esas taras democráticas que se remontan al nacimiento del país, cuando se concibió por motivaciones menos que puras. Tal como explicaba Sabeel Rahman, presidente de Demos Action: “Se creó con la intención de aislar la presidencia del control popular democrático, y sobre todo para ampliar el poder de los estados que tenían esclavos, de modo que fue desigual desde un principio”.
Según las estimaciones de Rahman, el colegio electoral le concede hoy en día a los candidatos presidenciales republicanos de un 4% a 5% sobre sus rivales demócratas.
Hay escasas posibilidades de que se elimine el colegio electoral en un próximo futuro, pues requeriría una enmienda constitucional que es prácticamente imposible en estos tiempos de partidismo.
La principal esperanza de cambio es el acuerdo nacional sobre el voto popular (National Popular Vote compact), por el cual los estados se avienen de modo colectivo a adjudicar todos sus votos electorales a cualquier candidato que logre la mayoría de los votos a escala nacional. El movimiento tomó impulso el día de las elecciones, cuando Colorado respaldó la idea, pero sigue siendo una perspectiva lejana.
2. Supresión del voto
La alta participación en las elecciones de 2020 fue todavía más impresionante considerando las barreras a la hora de votar. “Hemos asistido en este ciclo a un esfuerzo del Partido Republicano por hacer más difícil votar, allí donde fuera posible, votar, en el caso de la población negra y de las minorías”, afirma Bassin.
Añadió: “No conozco ninguna otra democracia avanzada en el mundo en la que uno de los dos partidos políticos principales haya apostado tanto en la supresión del voto como estrategia central”.
Entre las tácticas desplegadas se han producido purgas erróneas de ciudadanos de las listas de votantes, el socavamiento activo de Trump del Servicio Postal de los EE.UU. y maliciosas llamadas automáticas “robocalls” en zonas de amplia población negra como Flint, en Michigan.
Uno de los ejemplos más indignantes de supresión del voto en este ciclo ha sido el de Florida. En 2018, Florida devolvió el derecho a voto a quienes habían sido condenados por algún delito, con lo que técnicamente se daba de nuevo la bienvenida a la participación democrática a 1,4 millones de personas.
Los republicanos de Florida se dispusieron de inmediato a socavar la voluntad del electorado, erigiendo un laberinto burocrático con el que debían lidiar los antiguos delincuentes antes de poder votar. Era tan enrevesado que casi 900.000 personas se vieron privadas del derecho al voto el día de las elecciones, entre ellos cerca de una de cada seis personas negras con edad de votar en Florida.
Combatir la supresión del voto es algo central para la HR1, la ley de reforma de la democracia abanderada por los demócratas en el Congreso. Pero en los últimos 245 días se ha visto obstaculizada en el Senado por Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana, y a falta de dos elecciones con segunda vuelta [a sendos escaños del Senado] en Georgia, lo probable es que prosiga ese bloqueo.
En ese caso, es probable que el centro de atención se desplace en los próximos dos años al Departamento de Justicia norteamericano, que se ha mostrado prácticamente inactivo en este terreno con Trump. Se puede esperar que, con Biden, el Departamento de Justicia vuelva a compromoterse, facilitando el acceso al voto y persiguiendo las violaciones de la ley electoral.
3. El Senado
Que lo probable es que McConnell siga controlando el Senado es en sí mismo producto de la defectuosa democracia de Norteamérica. La composición de la cámara, en la que se asignan dos senadores a cada estado, sin que importe su población, tiene también sus raíces en el obscuro pasado del país.
“La estructura del Senado es una reliquia anticuada, racista, propia de Jim Crow [conjunto de leyes racistas del Sur], destinada a consagrar el poder terrateniente blanco en nuestro gobierno, dando prioridad a la tierra por encima de la gente”, afirmó Deirdre Schifeling, directora de campaña de la coalición progresista Democracy For All 2021. “Esa disparidad no ha hecho otro cosa que magnificarse a medida que ha crecido y es algo verdaderamente insostenible”.
Asumiendo que los republicanos pueda aferrarse a la cámara al ganar la segunda vuelta de ambos escaños para el Senado en Georgia en enero, el grupo demócrata representará en el próximo Senado a veinte millones más de norteamericanos que sus colegas de la otra bancada, y estarán, con todo, en minoría. Vox [revista digital especializada en medios y campañas] ha calculado que si ambos escaños a segunda vuelta los ganaran los demócratas, esa brecha se dispararía a cuarenta millones de norteamericanos, mientras que él Senado seguiría estando dividido 50-50.
Esta distorsión favorece a los senadores de estados rurales de baja población con electorados en buena medida blancos, y ayuda a explicar el control absoluto de los republicanos en el Congreso. Es la pescadilla que se muerde la cola: los demócratas son incapaces de impulsar reformas de democracia, como la HR1, debido a que se ven bloqueados por senadores republicanos nada representativos, pero sin esas reformas no hay esperanza de que afloje el dogal sobre el poder de la derecha.
Se han trazado planes para afrontar este problema otorgando la condición de estado a Washington, Distrito de Columbia, y a Puerto Rico, creando así cuatro nuevos escaños en el Senado. Esa estrategia quedará encallada con McConnell, “la Parca”, al frente, y así proseguirá este círculo vicioso.
4. Los jueces
Brianna Brown sabe lo que es salir malparada de la defectuosa democracia norteamericana. Como vicedirectora del Texas Organizing Project, que trata de construir una voz política para las comunidades negra e hispana, ha estado batallando contra un parlamento del estado en manos de los republicanos que ha convertido Tejas en zona cero de la supresión del voto desde hace años.
“Hemos tenido una reducción del número de colegios electorales, purgas masivas de votantes, una ley de documento de identidad para el votante, todos ellos intentos de la derecha de consolidar su poder y que mengüe el electorado. Si lo consiguen, ganan”, afirmaba.
Por encima de todo eso, está ahora la cambiante composición de los tribunales federales a los que enfrentarse. En los últimos cuatro años, Trump ha situado a más de 200 jueces, conservadores hasta decir basta, en juzgados de distrito o de circuito, además de los tres derechistas que designó para el Tribunal Supremo norteamericano.
Ese activismo judicial es probable que desplace el equilibrio de la judicatura federal en los años por venir, con consecuencias sobre el terreno en lugares como Tejas. El modelo quedó vívidamente ilustrado durante las elecciones, cuando el gobernador republicano, Greg Abbott, limitó el número de lugares para depositar el voto a uno por condado.
La medida significó que el condado de Harris, que alberga la ciudad de Houston, hubo de cerrar once lugares para depositar el voto, dejando sólo uno para cinco millones de personas.
Se puso en tela de juicio esta restricción, que fue rebotando por los tribunales hasta que llegó a un jurado de tres jueces del quinto juzgado del circuito de apelaciones, que dirimió en favor de Abbott. Los tres jueces habían sido nombrados por Trump.
“Este va a ser el legado de Trump a largo plazo”, dice Brown. “Lo vamos a notar sin duda más adelante, a medida que estos jueces de derechas, nombrados para puestos de por vida, van obstruyéndonos conforme eliminamos todos los frenos para proveer de ayuda a nuestra gente”.
5. “Redistricting” (Redistribución de los distritos electorales)
Uno de los aspectos más decepcionantes de la noche electoral fue para los demócratas el fracaso de la “ola azul” a la hora de materializarse en los estados. Los republicanos se han agarrado al poder en los parlamentos de Florida, Iowa, Minnesota y Carolina del Norte, y se han hecho con el control de Nueva Hampshire.
En ningún lado se sintió más intensamente ese golpe que en Tejas, en donde las esperanzas de conseguir el parlamento del estado descansaban en el vuelco de nueve escaños. No consiguieron ni uno solo de ellos.
El desplome, al igual que los jueces de Trump, tendrá consecuencias a largo plazo. La incapacidad de hacerse con el control en Tejas y en otros lugares le concedió a los republicanos el regalo de controlar el proceso de diez años para redistribuir los distritos electorales en el que se trazan las líneas de las demarcaciones electorales [pues el censo norteamericano se efectúa cada década en los años acabados en 0]. Tal como se vio en la última secuencia de 2010, después de que la sacudida del Tea Party llevara en volandas a los republicanos al poder en varios estados, estos demostraron ser demoledoramente eficaces al trazar esas líneas a su favor: la manipulación de distritos electorales.
Tal como apuntaba Brown, se trata de otro círculo vicioso. Manipular las circunscripciones electorales les permite a los republicanos consolidar su poder, lo que a su vez deja en sus manos la siguiente secuencia de redistribución de los distritos electorales en la que intensificarán la manipulación de las circunscripciones.
“Nuestra meta estriba en transformar la democracia en Tejas, y si podemos lograrlo, podemos transformar el país”, afirmó Brown. “Pero antes de que podamos empezar esa lucha, ya se han trazado las líneas, limitando nuestra capacidad de construir una democracia que se nos asemeje y comparta nuestros valores”.
Ed Pilkington es redactor jefe de la edición norteamericana del diario The Guardian en los EE.UU., y autor del libro Beyond the Mother Country.
Fuente:
The Guardian, 16 de noviembre de 2020
Traducción:Lucas Antón
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