Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Noviembre de 2020

Centralización y democracia. La visión del Che
Luis Emilio Aybar Toledo


Es muy común considerar la centralización como la ausencia de democracia, mientras la descentralización parece ser la puerta a la participación popular. Esta dicotomía no nos ayuda, si tomamos en cuenta que cierto grado de centralización seguirá siendo necesario en función de la estrategia de desarrollo, la política social, la defensa y seguridad nacionales, entre otros. El proceso de descentralización en curso significa, más bien, que nos estaremos moviendo «de un determinado patrón de centralización/descentralización a otro patrón diferente».[1] El socialismo como proyecto democratizador se decide, por tanto, en ambos planos, y en las relaciones que guardan entre sí. Acá no pretendemos abordar este complejo asunto, tan solo conectarlo con una parte de nuestra tradición: el pensamiento guevariano.

Una contextualización necesaria

En los primeros años de la Revolución cubana la conquista de la riqueza de la nación para el bienestar social se tradujo en una abarcadora estatalización de la propiedad. La clase trabajadora y el pueblo fueron protagonistas y no meros receptores de este proceso, cuya legitimidad provenía de otras transformaciones en curso, tales como la conducción del Estado por una vanguardia revolucionaria, la construcción de nuevos órganos de poder, la designación de dirigentes y funcionarios leales y la concreción de los beneficios populares. Esta estatalización de la propiedad se expresó en el sector industrial, desde el punto de vista del ejercicio del poder, en una gran centralización administrativa.

Durante el año 1960 el Departamento de Industrialización del INRA,[2] liderado por el Che, vio engrosar de mes en mes el listado de fábricas bajo su tutela, un conjunto de instalaciones que presentaban muy diversa situación en su clima laboral, equipos de dirección y estado financiero. La centralización se hizo necesaria entonces para compensar la crisis de recursos de unas con los ingresos que se podían obtener de otras, distribuir el escaso personal técnico y directivo sobreviviente a la lucha de clases, solventar las tensiones políticas internas y garantizar, por tanto, la producción y el empleo. Surge así, en 1960, el renombrado Sistema de Financiamiento Presupuestario, donde las fábricas y empresas dejaron de tener fondos propios y comenzaron a operar con un presupuesto aprobado por la dirección estatal, en concreto por el Departamento de Industrialización del INRA.

Los recursos monetarios para contratar sus abastecimientos, pagar los salarios, realizar inversiones, etc., están determinados por este presupuesto, y a su vez las utilidades obtenidas por la empresa son depositadas en una cuenta pública, por lo que engrosan directamente el presupuesto estatal. Debido a las convulsiones del momento — problemas de abastecimiento, inexperiencia gubernamental, sabotajes, rotura de las maquinarias, éxodo del personal especializado, etc. — las unidades de base dependen en grado sumo de las consultas y aprobaciones de las instancias superiores, y el Departamento de Industrialización funciona como un puesto de mando permanente sobre la producción.

El año 1960 ve surgir también las Empresas Consolidadas, con el propósito de integrar fábricas que producen artículos similares, compensar sus desniveles, racionalizar los procesos productivos, y facilitar su dirección. Estas empresas constituían un nivel intermedio de decisión entre la fábrica y el órgano estatal.

El Sistema Presupuestario de Financiamiento, así como la centralización administrativa que trae aparejado, brotan de unas necesidades muy contextuales, pero pronto comienzan a ser defendidos como mecanismos universalizables en la transición socialista por el Che Guevara, quien en febrero de 1961 se convierte en Ministro de Industrias.

Su visión de la centralización se va complejizando, se configura de una manera sugestiva, incluso sorprendente si la comparamos con el estereotipo habitual sobre su obra.

Centralización y participación obrera

Desde las primeras alusiones al término, en 1959, Che asocia centralización con efectividad y racionalidad en la gestión económica.[3] La centralización permitiría armonizar los distintos componentes y evitar los «cuellos de botella», al quedar en manos de la máxima dirección «las claves de la economía».[4] Luego, en su concepción esto no debe implicar una concentración excesiva de las decisiones en las instancias superiores, sino que deben establecerse las facultades de cada nivel con claridad, lo que permitiría, a un tiempo, ofrecer un margen de iniciativa y evitar el ejercicio discrecional del poder.[5]

Por otro lado, la centralización — y aquí nos adentramos en el aspecto más complejo — es asociada estrechamente a la participación obrera. Esto es una idea bastante habitual en su obra.[6] Lo enfoca de la siguiente manera: «El Ministerio de Industrias es una organización vertical, que cuenta en su base con la gran masa de la población trabajadora de Cuba. Digo que es vertical porque necesariamente en este tipo de organización debe haber una dirección centralizada capaz de tomar decisiones, pero al mismo tiempo debe ser profundamente democrática, porque es la única forma en que los planes pueden ser llevados por las masas, discutidos por las masas, aprobados por las masas y después puede existir entonces la participación de las masas en la elaboración, en la conducción del plan».[7]

A primera vista, no parece haber nada más coercitivo que un plan de producción en el marco de una economía centralizada, donde se establece con cierta fijeza cuáles serán los abastecimientos, las inversiones, los salarios y las producciones finales de una empresa en un determinado período. Sin embargo, para el Che el plan es una autoridad de base democrática: debe ser discutido y contrapuesto con las bases y, una vez alcanzada la versión final, se convierte «en una ley de la nación que no se puede violar», y cada uno debe demostrar «en su puesto de trabajo, que, efectivamente, era capaz de hacer lo que se comprometió a hacer cuando firmó su parte del plan».[8]

La visión del Che sobre el ejercicio del poder presenta una cierta afinidad con el principio leninista del centralismo democrático.[9] Las principales decisiones a los diferentes niveles deben construirse con la participación de los interesados y una vez adoptadas se aplican a todas las instancias de subordinación. Debido a la implementación del principio organizacional discusión colectiva, decisión y responsabilidades únicas, en el Ministerio de Industrias la participación no se traduce en una toma de decisiones por consenso, sino en el derecho de todos los actores a ser escuchados y tomados en cuenta, de manera que queda la decisión final en manos del administrador de fábrica, director de empresa, dirigente ministerial o el Ministro, según sea el caso. Todo lo que diga el Che acerca de la democracia laboral en su dimensión administrativa, debe considerarse a la luz de este principio, ampliamente fundamentado en sus escritos y discursos. Esto no le impidió, sin embargo, desarrollar criterios acerca de las funciones económicas y políticas de la participación obrera. Veamos.

El 30 de abril de 1961 hace un análisis de las causas del fracaso del primer intento de planificación de 1960, y enfoca la participación como fuente de eficacia: «no fuimos a las masas, hicimos un plan de laboratorio. […] no participó la masa en esa concepción del plan, y plan donde la masa no participa es un plan que está amenazado seriamente de fracaso».[10]

En otros lugares, el empoderamiento y la democracia son concebidos como un incentivo laboral. Durante 1960 Che diagnostica una cierta crisis en el vínculo con los obreros y los sindicatos de base, una apatía frente a las tareas del momento, y explica su superación paulatina por el hecho de haber estimulado la participación en la dirección de las fábricas.[11] En los años siguientes este enfoque continuará apareciendo en sus intervenciones y discursos, y en febrero de 1964 llega a decir incluso que la participación constituye una de las «premisas de organización» del desarrollo de la conciencia.[12] Debido a la polémica con los partidarios de la autogestión financiera, el debate sobre los estímulos morales y materiales tiene una mayor visibilidad, pero su estudio debe ser completado con el análisis de aquellas ideas presentes en la obra del Che que tributan a una comprensión de la participación como incentivo laboral.[13]

Por otro lado, la limitación de poder de los colectivos laborales que implica el principio de «decisión única» es sólo válida para el campo administrativo. En otros asuntos, de jurisdicción sindical o política, Che considera que la iniciativa y la decisión deben quedar en manos de los órganos obreros. Por ejemplo, el 30 de abril de 1961 se refiere a una crítica que había recibido desde el periódico trotskista Voz Proletaria,[14] donde estos cuestionaban el potencial democrático de su propuesta de los Consejos Técnicos Asesores. En su respuesta, Che reconoce que los Consejos, así como los Comité de Piezas de Repuesto, fueron una «creación de arriba hacia abajo», cuando debieron haber sido iniciativas de las masas en primera instancia.[15] Lo mismo opinará en los años siguientes con relación al trabajo voluntario, la emulación, la superación obrera, tareas impulsadas inicialmente por la dirección ministerial en lugar de los sindicatos.[16] También considera que la selección de obreros con condiciones para su formación como cuadros administrativos es jurisdicción de estos últimos, así como de los núcleos de las ORI.[17] En todos los casos, combina su autocrítica con la crítica de la morosidad de los órganos obreros, que deberían desempeñar un papel más activo.

Fijémonos en que hay marcadas diferencias entre las tareas que visualiza para estos últimos y sus tareas habituales en el capitalismo, diferencias que obedecen al contexto de una transición socialista. El incremento de la producción, la formación de administradores leales y capaces, y la educación en el compromiso social constituyen procesos que deben interesar a los obreros, por su condición de dueños y beneficiarios de la riqueza nacional. A esto se suma el doble papel que concibe para los sindicatos, tanto como impulsores de las metas de la Revolución y como defensores de los intereses específicos de los colectivos laborales frente a errores o arbitrariedades de la administración.

En conclusión, la participación obrera es considerada por el Che, en una serie de aspectos relevantes, como elemento orgánico de la centralización y contrapeso de esta.

Centralización y poder popular

La clase trabajadora es co-propietaria de las riquezas junto a todo el pueblo, que está compuesto también por otras situaciones sociales como las de consumidores y beneficiarios de los servicios públicos, desempleados, amas de casa — que eran casi la mitad de la sociedad en aquellos momentos — , estudiantes, niños y niñas, ancianos y ancianas, etc., todos implicados directa o indirectamente por los efectos de la gestión económica. Por tanto, debemos pasar a relacionar la centralización administrativa con el poder popular. Sobre esto hay muchos enunciados generales en su obra, que cristalizan en la relación vanguardia-pueblo, pero hay pocas referencias a procesos y canales concretos que permitan al pueblo incidir de manera efectiva sobre las decisiones administrativas, esas que se aplican centralmente a todas las industrias que le pertenecen. A continuación sistematizamos algunas ideas que, no obstante, resultan útiles para pensar las condiciones de posibilidad del poder popular.

La existencia del pueblo y de la clase trabajadora como un todo es lo que justifica la estatalización, y lo que diferencia a esta última de una conversión de las industrias en cooperativas o fábricas autogestionadas:

«El Ministerio del Trabajo les había entregado la fábrica [se refiere al proceso de estatalización de la Cubana de Acero]. Parecía algo extraordinario la conquista por los obreros de un centro de trabajo, la posesión de un centro de trabajo. Sin embargo, todos veían que la solución era falsa, era hija de aquel momento, cuando todavía no habíamos avanzado en la comprensión de cómo hay que tratar todos los problemas de la industria, y cuál es el papel de la clase obrera como propietaria total, junto con el pueblo, de todos los medios de producción, pero no como propietaria individual o en grupo de un centro de producción determinado. Los medios de producción son de todo el pueblo; los que trabajan en cada fábrica son los encargados de producir en ese lugar, para todo el pueblo. Empezamos a trabajar ya, cambiando el estatus de esta fábrica que pasó a ser propiedad estatal».[18]

En coherencia con este enfoque, plantea a los dirigentes de la CTC que «el administrador cumple una función específica que es la de ser delegado por el gobierno representante de los trabajadores todos, y del pueblo todo de Cuba en una fábrica, y que él tiene que responder de sus actos».[19]

La administración estatal como proceso macrosocial da la posibilidad de poner cada fábrica al servicio no solo de sus obreros específicos, sino también del resto de la clase trabajadora y el pueblo; en otras palabras, de garantizar «el pan para todos, todos los días» y no solo «el pan de hoy para mis compañeros».[20] Existe un límite a las potestades de decisión de cada unidad, pero en la visión del Che este límite debería tener una legitimidad democrática entre los obreros, si existiera en ellos un compromiso social y sentido de pertenencia a una colectividad mayor.

El desarrollo de la solidaridad y la unidad entre los trabajadores, es un requisito de la planificación socialista:

«No puede haber separación entre el hombre que trabaja y el centro donde trabaja. Todo es una sola cosa indivisible, a la cual hay que darle los mejores esfuerzos, porque, además, esa fábrica no está separada de otras fábricas de esa misma empresa, o de otras fábricas del total de la nación. Esa fábrica es también un todo en la nación; cuanto más armónica sea esa conjunción de todas y cuanto más firme sea la unión de todos, mejor marchará el plan, más fácilmente y más rápidamente».

En el plan se mide «la tónica de nuestro desarrollo, de nuestra capacidad política, de nuestra comprensión de los problemas generales del país. Cuanto más comprenda cada uno de ustedes la importancia de su tarea para el desarrollo total del país, más rápidamente avanzaremos hacia solucionar los problemas. Y el plan estará indicando esa comprensión total del pueblo, esa clarificación de los grandes problemas económicos y de la forma de solucionarlos».[21]

Ahora bien, existe un punto débil que debemos señalar en esta concepción. En el marco de la estatalización esa conciencia popular se organizaría en torno a pautas definidas por los dirigentes a sus diferentes niveles. Con el paso del tiempo, no hay forma de garantizar que este grupo social particular responda por sí mismo al interés general.[22] Para ello habría que desarrollar procesos y mecanismos que permitan que los diversos sujetos populares puedan poner en común sus intereses y de esta manera subordinar las decisiones estatales.

No obstante, la conexión que realiza el Che de lo específico y sectorial con lo social y lo global, tiene consecuencias para el presente análisis. En el campo de la propiedad socialista la participación no puede reducirse a la capacidad de incidencia de los obreros de una entidad laboral sobre sus asuntos específicos, porque estos se insertan en un entramado de decisiones económicas mucho más amplias, que deben dar respuesta a la diversidad de intereses y necesidades del pueblo como un todo. Esto queda claro cuando explica el proceso de elaboración del plan:

«En otras palabras, los gobernantes de un país identificados con su pueblo, piensan qué es lo mejor para ese pueblo [lo que en otro lugar llama metas políticas],[23] lo ponen en números más o menos arbitrarios, pero naturalmente, con una base lógica, sensata, y lo van mandando de arriba hacia abajo, por ejemplo, desde la Junta de Planificación al Ministerio de Industrias, donde el ministro de Industrias le hace ya las rectificaciones que estima conveniente, porque está más cerca de una realidad que aquella otra oficina. De allí sigue pasando hacia abajo, hacia las empresas, que le hacen otras rectificaciones; de las empresas pasa a las fábricas, donde se hacen otras rectificaciones; y de las fábricas pasa a los obreros, donde ellos tienen que decir la palabra final en cuanto al plan. Es decir, que un plan es profundamente democrático en cuanto a su realización, y es la base esencial para ello».[24]

Esas metas políticas, o lo que es mejor para el pueblo, entrañan una definición de sus necesidades y determinan un sistema de prioridades en el uso de los recursos, a partir de lo cual se organiza la respuesta productiva. Desde el punto de vista de la democracia socialista, el asunto remite entonces a la construcción del poder popular como fenómeno macrosocial y proceso político fundamental de un nuevo estado.

En contraste con este principio, ni en aquel escenario ni en años posteriores los trabajadores discutían en asamblea las pautas globales del plan — las que reflejan las grandes líneas políticas — sino solo las de su fábrica o empresa.

Con respecto a esta problemática solo encontramos en la obra del Che algunas valoraciones generales, que pudiéramos sintetizar en dos campos:
1- El vínculo con las masas, basado en el aprendizaje mutuo, la crítica y autocrítica, y la lealtad, debe conducir a que los dirigentes tomen decisiones que respondan de manera efectiva a las necesidades del pueblo.

2- Los detalles de la gestión económica, en sus avances y en sus errores, deben ser difundidos con amplitud, de manera que el pueblo pueda evaluar la actuación del Estado.

Esto último no sólo encarnaba en su práctica como dirigente,[25] sino que también abogó por institucionalizar dicho proceder. En sus intervenciones durante la Primera Reunión Nacional de Producción,[26] así como en la Primera Asamblea de Producción de La Gran Habana, valora de manera muy positiva la decisión de efectuar esos plenarios, donde ministros y directivos presentaron a la luz pública balances críticos de su gestión. Considera que debe convertirse en una práctica sistemática:

«Este hábito que estamos empezando a crearnos, de los informes públicos, de la crítica y de la autocrítica, es muy saludable. Es muy saludable porque tenemos que empezar a tomar conciencia de nuestras responsabilidades como directores de fábricas, de empresas o de diversos sectores de la producción; responsabilidad que tenemos no solamente y de ninguna manera con la superioridad administrativa, sino con todo el pueblo de Cuba.
«De tal manera que los informes que se presentan aquí van dirigidos no ya a las unidades administrativas a las que se pertenece, sino a todo el pueblo que será testigo de nuestras afirmaciones, y en su oportunidad será el juez de nuestras realizaciones, comparándolas con los informes que hayamos emitido y con las afirmaciones que hayamos hecho».

Luego da su opinión sobre cómo deben estructurarse los informes de los dirigentes, y apunta:

«Estos análisis deben ser serios, deben ser meditados. Y debe recordarse que cada vez que se hace un anuncio frente a los micrófonos, se está diciendo al país, se está haciendo al país afirmaciones, que el país recoge. Por eso no puede hacerse ninguna crítica infundada, ninguna crítica que no esté asentada sobre la más extrema objetividad.

«Cuando se establecen los planes para el futuro, se piensa en alta voz, por escrito y se manifiesta, se está adquiriendo un compromiso también, y explicando o anunciando al pueblo las nuevas metas de producción.

«Ahora todo el mundo se acostumbra también, como nos hemos acostumbrado a discutir colectiva y públicamente nuestros problemas, se acostumbra a hacer estadísticas de lo que se dice. Todo lo que se ha dicho en la Asamblea de Producción Nacional está recogido en un volumen de Obra revolucionaria. Cada ciudadano de Cuba, que tenga interés en ello, puede controlar todos los hechos del gobierno a través de esas metas que oficialmente se han propuesto».[27]
Sabemos que la transparencia informativa no es condición suficiente del poder popular, pero las afirmaciones anteriores reflejan una visión más compleja que la habitual identidad mecánica de la dirección estatal con los intereses sociales. El poder de los dirigentes es condicionado por su responsabilidad ante el pueblo y su rendición de cuentas ante el pueblo. La eficacia de la gestión no se da por sentada, y el debate público de los errores es valorado como una de las vías para su perfeccionamiento.

Los métodos de dirección

Ya sabemos, por la carta a Fidel publicada en 2019,[28] que hasta el final de sus días en Cuba el Che se inclinó a pensar que la conducción de las fábricas no debía quedar en manos de los colectivos obreros. Por tanto, sus visiones y prácticas estuvieron enfocadas en lograr que los cuadros de dirección respondieran a las necesidades del pueblo y a los nuevos valores en su desempeño cotidiano.

Discutirla, con veneración e irreverencia

Esto último es muy pertinente para el análisis de la democracia socialista, pues el papel de los dirigentes es clave en el proceso de transición, ya sea que su autoridad la ejerzan en un esquema centralizado o descentralizado — y aún con fuentes y contrapesos sociales. Por otro lado, en la medida que su actuación sufra un deterioro político y moral, los impactos nocivos de la concentración de poder a los diferentes niveles serán mayores. Para evitarlo, el Che contempla una serie de procesos que incluyen la formación ideológica del cuadro, la aplicación de duras sanciones,[29] la fiscalización de su labor por las organizaciones políticas y de masas, la discusión pública de los problemas de la economía, y el desarrollo de formas retroalimentación con las bases.[30] Acá no los veremos todos, sino solo algunos de los métodos con los que se buscaba materializar una función de dirección orgánica al nuevo sistema social.

1) Discusión colectiva, decisión y responsabilidades únicas

La estatalización de las industrias no implicó un establecimiento automático de este principio. De hecho, en febrero de 1960, Che prometió que los obreros tendrían voz y voto en los consejos directivos de las nuevas fábricas que el Estado crearía.[31] Esta promesa no se cumplió, como él mismo explica más adelante, debido al conflicto de algunos sindicatos con los nuevos administradores[32] y al desarrollo de una «democratización excesiva»,[33] que afectaban la operatividad de las fábricas. Es en este contexto que se otorga a los administradores responsabilidad y capacidad de decisión únicas, para facilitar el cumplimiento del mandato estatal — que estaba subordinado a metas de bienestar social, como ya vimos.

La discusión colectiva tendría entonces el doble papel de dar cabida, por un lado, a los derechos de participación y, por el otro, «lograr el asesoramiento de todos los factores políticos y técnicos necesarios, para que el administrador, en última instancia y bajo su entera responsabilidad, tome la decisión».[34] En otras palabras, permitiría el desarrollo político de la clase trabajadora y al mismo tiempo favorecería alcanzar decisiones administrativas más atinadas.

La discusión colectiva no fue un mero adorno en el pensamiento y la acción del Che. Le dedicó muchas reflexiones, mucha insistencia y la practicó de manera cotidiana con sus subordinados. En su visión, debía dar pie a una verdadera presión de las masas sobre la toma de decisiones.[35] Consideraba que esa debía ser la norma en un régimen socialista:

«[…] en nuestro centro de trabajo, los obreros, habituados a un régimen antiguo, tampoco han demostrado la suficiente dedicación para discutir los problemas que existen en el centro de trabajo, para plantearse las soluciones y discutirlas con el administrador y llegar a mejorar las condiciones de producción de cada unidad. […] Naturalmente que también en esto estamos progresando todos los días; sin embargo, todavía nos falta mucho».[36]
Dado que el recurso de la huelga es censurado en el nuevo contexto político — y él es un defensor de que así sea — [37] la práctica de la discusión colectiva debe contribuir a evitar decisiones administrativas arbitrarias, al poner en evidencia situaciones de amplio rechazo a una determinada medida. Como se puede leer en los textos citados, la apuesta es avanzar sin imposiciones, con el convencimiento de todos, y ello establece otro límite a la práctica de la «decisión única».

Pero los consensos surgidos entre los obreros en el debate no son vinculantes, es decir, los directivos tienen la potestad de no tomarlos en cuenta si así lo consideran. Por tanto, la combinación de este principio con la prohibición de la huelga les deja relativamente vulnerables: ¿qué hacer si sus reclamos son desoídos por la administración de manera sistemática? Su principal arma es la existencia de un gobierno popular que infunde valores e impone normas a sus funcionarios, pero esto no es una garantía infalible, como la historia ha demostrado.

2) Crítica y autocrítica

La táctica que defiende el Che para el avance revolucionario en un país convulso es: hacer y después pensar cómo seguir haciendo, sin detenerse a «pensar planes maravillosos mientras el tiempo transcurre». Por tanto, el error será parte del camino: «Vamos a pensar caminando, vamos a aprender creando y también, por qué no decirlo, equivocándonos».[38] La gran inexperiencia de todo el cuerpo dirigente de la Revolución — incluyéndose — obliga a aprender sobre la marcha, «y, naturalmente, los aprendizajes se hacen con errores, y los errores, hay que corregirlos».[39] De manera que la crítica y autocrítica — por parte de todos los actores — es imprescindible para la eficacia de la gestión empresarial y gubernamental.

Este método se fue institucionalizando de manera progresiva en el Ministerio de Industrias. Los dirigentes debían rendir informes críticos de su gestión hacia arriba y hacia abajo. Hacia arriba, en las evaluaciones periódicas que realizaban las instancias superiores, incluido un análisis integral empresa por empresa que tuvo lugar cada semana, desde 1963, en el Consejo de Dirección del Ministerio. Hacia abajo, en las asambleas de producción, instancia creada en 1961 para la discusión colectiva con los trabajadores.[40] En la intención del Che, debía ocurrir también una rendición de cuentas periódica frente al pueblo de los responsables a todos los niveles, con difusión mediática.

Existía una metodología para la redacción de los informes: describir y analizar avances e insuficiencias, e incluir una auto-evaluación del propio dirigente.[41] Esta metodología la respetaba en los documentos donde rendía cuentas de su gestión al Consejo de Ministros,[42] y es posible identificar la misma actitud en sus discursos a los trabajadores y al pueblo.

En general, hay una comprensión de que las cosas «no salen tan bien como explicadas en un papel»[43] y que hay que estar siempre «atento al error» para corregirlas,[44] lo que fundamenta la institucionalización de la crítica y la autocrítica como método de dirección.

3) Diálogo y conciliación en la resolución de conflictos

En la visión del Che, no existía en aquel contexto antagonismo de clases sino diferencias de roles entre dirigentes y obreros, gracias a la supresión de la explotación económica en el sector estatalizado y a la comunión de objetivos en pos del socialismo. Esto abre las puertas para que los conflictos se resuelvan por la vía del diálogo en lugar de la confrontación.

En el complejo escenario de las relaciones laborales en el creciente sector estatal durante 1960, el Che despliega su prédica frente a las cámaras de la televisión para defender el diálogo y la persuasión como la vía para resolver las discrepancias entre los obreros y la dirección estatal:

«Un grupo de hombres jóvenes que, sin experiencia anterior, tienen que colocarse frente a un acelerado proceso de desarrollo, contra la potencia militar y económica más fuerte de todo el continente, de todo el llamado «mundo occidental», naturalmente que tiene que cometer errores. Y allí está la tarea del dirigente obrero: ir, mostrar el error, y convencer, si es necesario, al dirigente para rectificar el error, y seguir ese camino por vía ascendente, hasta llegar a los más altos niveles del Gobierno Revolucionario, hasta que se enmiende el error. Y también, mostrar a sus compañeros cuál es el error y cómo hay que combatirlo, cómo hay que ir a enmendar eso, pero siempre por la vía de la discusión».[45]

Todos las instancias obreras — el sindicato, los Consejos Técnico Asesores, y en las Asambleas de producción — deben relacionarse con la administración bajo este método, y la administración debe respetarlo en sus vínculos con el colectivo laboral; es decir, constituye una exigencia bilateral.
Por último, la presencia de un gobierno popular es la garantía de que las reclamaciones serán atendidas a determinado nivel de decisión.
En esta propuesta se echa de menos algún mecanismo de poder obrero vinculante, o la habilitación de la huelga como recurso de última instancia, pues la eficacia de la elevación de quejas es limitada. El decursar del Ministerio de Industrias, como veremos más adelante, confirma esta aseveración.
4) Integración productiva

Es conocida la práctica habitual impulsada por el Che y Fidel de que los dirigentes, incluso desde el más alto nivel, participaran en las tareas manuales junto a los obreros en el trabajo voluntario. Esto aportaba al principio comunista de superar las barreras entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, pero cumplía también otras funciones. Desde muy temprana fecha, el Che se percata de que los roles de dirección podían ocasionar una diferenciación de visiones con respecto a los obreros: «es un hecho que el trabajo administrativo separa de la masa; es una realidad, la burocracia existe».

La integración al trabajo manual permitiría entonces «entrar en contacto con los problemas de la clase obrera; los problemas, incluso, de la producción, y ver la producción desde el horizonte en que la ve el obrero». Ayudaría a «comprender todas las necesidades de la clase obrera e integrarnos más».[46]
La integración productiva ya estaba relativamente institucionalizada gracias al trabajo voluntario y al impulso que este recibiera del Consejo de Ministros en 1961, pero el Che quiso más y en septiembre de 1964 propuso el denominado «Plan de democión obligatoria» o «Plan especial de integración al trabajo». Todos los directivos del Ministerio — incluyéndose — , de forma rotativa, debían descender al menos un escalón en la cadena de mando durante un mes en el año, de manera que pudieran conocer las realidades de alguna de sus entidades subordinadas — empresa, fábrica o departamento, según fuera el caso.[47]

Se trata de buscar maneras de que los dirigentes sean parte del pueblo, se mantengan inmiscuidos y mestizados con él. Aislados, con condiciones de trabajo y de vida demasiado distintas, no podrán conocer sus necesidades, ni comprometerse con ellas.

Reflexiones finales

Hemos hablado de la escasez de reflexiones en la obra del Che acerca de los mecanismos de poder popular sobre la economía, pero sabemos que fue consciente de este déficit, cuando en El socialismo y el hombre en Cuba nos legó la tarea de «buscar algo nuevo», que permita una «conexión más estructurada con la masa», y asegure una «sucesión de medidas sensatas» en la conducción de la nación.[48]

A pesar de sus reservas hacia la participación obrera, era consciente de su importancia para la economía política de la transición socialista, y llegó a considerarla su mayor fracaso como ministro.[49]

A mi juicio, el momento más lúcido en este tema es cuando se percata de que la participación pierde sentido si no se traduce en decisiones, si no modifica el orden de cosas. En febrero de 1964 reconoce la existencia de un desinterés por los espacios de participación en muchas industrias — a pesar de haberlos estimulado de diferentes maneras — y explica su causa:

«¿Dónde está el problema de la participación de los obreros y del retraimiento de los obreros? Sencillamente en que ellos van a esas asambleas simplemente por cumplir con alguien, porque ven que no se soluciona nada allí».[50]

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Notas:

[1] Juan Valdés Paz, El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009.

[2] Instituto Nacional de Reforma Agraria.

[3] Véase su intervención en el Inicio de la Campaña de Honradez y Honestidad en la COA, 15 de octubre de 1959, en Orlando Borrego (comp.), Che en la Revolución Cubana, tomo I, Editorial José Martí, La Habana, 2013, p. 72.

[4] Véase Charla sobre «El papel de la ayuda exterior en el desarrollo de Cuba», en op. cit., tomo III, p. 82; y Contra el burocratismo, en op. cit., tomo I, p. 140.

[5] Véase Ib., p. 137 y 140; y Discurso de clausura del Campo Internacional de Trabajo Voluntario, 4 de junio de 1961, así como Discurso en la Primera Reunión Nacional de Producción, 27 de agosto de 1961, ambos en op. cit., tomo III, p. 173 y p.335 respectivamente.

[6] Véase Discusión colectiva; decisión y responsabilidades únicas, en op. cit., tomo I, p. 100; su intervención en el Programa de Televisión Cuba Avanza, 18 de junio de 1960, en op. cit., tomo II, p. 186; así como Discurso ante el Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, 8 de agosto de 1961, en op. cit., tomo III, p. 216 y el Discurso en la Primera Reunión Nacional de Producción, ya citado, p. 322. También todos sus planteamientos sobre la planificación, que abordaremos más adelante, están atravesados por esta idea.

[7] Discurso en la Primera Reunión Nacional de Producción, en op. cit., tomo III, pp. 322–323.

[8] Conferencia en el curso de adiestramiento para trabajadores del Ministerio de Industrias, 23 de junio de 1961, en op. cit., tomo III, pp. 183–184.

[9] Véase Marta Harnecker y Gabriela Uribe, El Partido: su organización, 1972, disponible en: http://www.rebelion.org/docs/88346.pdf

[10] Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación, titulada “La Economía en Cuba”, 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, p. 135.

[11] Ib., p. 139. Véase también su intervención en el Ciclo de conferencias del Banco Nacional, 26 de enero de 1960, op. cit., tomo II, p. 272.

[12] Véase, por ejemplo, la relatoría de la Reunión Bimestral del 22 de febrero de 1964, en op. cit., tomo VI, pp. 323–330.

[13] Véase una reivindicación teórica, desde el marxismo, de este tipo de incentivo en Jorge Luis Acanda, Por una cultura revolucionaria de la política, en Concepción y Metodología de la Educación Popular. Selección de lecturas, Editorial Caminos, La Habana, 2012.

[14] Fue autorizada por el Che la circulación de este periódico dentro del Ministerio, a pesar de la oposición de actores provenientes del Partido Socialista Popular.

[15] Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación, titulada “La Economía en Cuba”, 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, pp. 138–139.

[16] Véase, por ejemplo, su diálogo con dirigentes sindicales en la Clausura del Consejo de la CTC, 15 de abril de 1962, en op. cit., tomo IV, pp. 105–107.

[17] Discurso en el XI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, 28 de noviembre de 1961, en op. cit., tomo III, p. 437.

[18] Discurso a los delegados del Ministerio de Industrias al XI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, 25 de noviembre de 1961, en op. cit., tomo III, p. 422.

[19] Clausura del Consejo de la CTC, 15 de abril de 1962, en op. cit., tomo IV, p. 106.

[20] Intervención en el Programa de Televisión Cuba Avanza, 18 de junio de 1960, en op. cit., tomo II, p. 169

[21] Conferencia en el curso de adiestramiento para trabajadores del Ministerio de Industrias, 23 de junio de 1961, en op. cit., tomo III, p. 183 y p. 185

[22] Para un análisis marxista de esta problemática, véase Jorge Luis Acanda, op. cit., y Jorge Luis Acanda, Sociedad civil y hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002.

[23] Véase Conferencia en el curso de adiestramiento para trabajadores del Ministerio de Industrias, 23 de junio de 1961, en op. cit., tomo III, pp. 179–181.

[24] Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación titulada «La Economía de Cuba», 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, p. 110.

[25] Fue sin dudas uno de los principales divulgadores del desempeño gubernamental en el terreno económico, incluso sometía a análisis sus propios errores frente a los trabajadores.

[26] Discurso en la Primera Reunión Nacional de Producción, 27 de agosto de 1961, en op. cit., tomo III, p. 320.

[27] Discurso de clausura de la Primera Asamblea de Producción de la Gran Habana, 24 de septiembre de 1961, en op. cit., p. 370 y p. 372.

[28] Se trata de una carta inédita a Fidel del 26 de marzo de 1965, antes de partir al Congo. Ha sido publicada íntegramente en el 2019 por el Centro de Estudios Che Guevara. Puede consultarse en La Tizza: https://medium.com/la-tiza/discutirla-con-veneraci%C3%B3n-e-irreverencia-9d5b8c4914f0.

[29] Eran sanciones administrativas. Es decir, si en el error del dirigente no hubiera delito de por medio, pero sí afectación a la sociedad y la economía, se adoptaba una ruda sanción, bajo el precepto de que debía existir mayor exigencia mientras más responsabilidad administrativa tuviera una persona. Véase Orlando Borrego, Che: el camino del fuego, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001.

[30] Nótese que estos mecanismos se han deteriorado con los años, y ello está en la raíz de muchos de los problemas que hoy enfrentamos.

[31] Véase su intervención en el Programa Ante la Prensa, 5 de febrero de 1960, en op. cit., tomo II, p. 113.

[32] Véase Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación, titulada “La Economía en Cuba”, 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, p. 106. Aquí le adiciona el conflicto con los Núcleos de las ORI, que comenzaron a suplantar la autoridad administrativa en las fábricas, en especial durante el período del sectarismo.

[33] Discurso en la Primera Reunión Nacional de Producción, 27 de agosto de 1961, en op. cit., tomo III, p. 341.

[34] Discusión colectiva; decisión y responsabilidades únicas, en op. cit., tomo I, p. 108.

[35] Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación, titulada “La Economía en Cuba”, 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, p.
139.

[36] Discurso de clausura de la Primera Asamblea de Producción de la Gran Habana, 24 de septiembre de 1961, en op. cit., tomo III, p. 376.

[37] Véase Intervención en el Programa de Televisión Cuba Avanza, 18 de junio de 1960, en op. cit., tomo II, p. 170; y Discusión colectiva; decisión y responsabilidades únicas, en op. cit., tomo I, p. 104, Ahí ofrece sus argumentos sobre por qué los obreros no deberían ir a huelga en el sector estatal socialista.

[38] Véase su intervención en el Ciclo de conferencias del Banco Nacional, 26 de enero de 1969, en op. cit., tomo II, p. 104.

[39] Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación, titulada “La Economía en Cuba”, 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, p. 98.

[40] Para un análisis de los problemas que enfrentó el funcionamiento de estos espacios véase la relatoría de la Reunión Bimestral del 22 de febrero de 1964, ya citada.

[41] Véase Discurso de clausura de la Primera Asamblea de Producción de la Gran Habana, 24 de septiembre de 1961, en op. cit., tomo III, pp. 371–372, y también las relatorías de las intervenciones del Che durante el análisis de los Informes de las empresas en el Consejo de Dirección del Ministerio, en op. cit., tomo VI.

[42] Véase Memoria Anual 1961–1962, y Memoria 1963, en op. cit., tomo VI, pp. 507–545

[43] Conferencia en la inauguración del VII Ciclo Economía y Planificación, titulada “La Economía en Cuba”, 30 de abril de 1961, en op. cit. tomo III, p. 141.

[44] Discurso en el acto de entrega de premios a obreros destacados, 22 de febrero de 1961, en op. cit., tomo III, p. 60.

[45] Intervención en el Programa de Televisión Cuba Avanza, 18 de junio de 1960, en op. cit., tomo II, p. 170.

[46] Comparecencia televisiva acerca de la firma de acuerdos con los países socialistas, 6 de enero de 1961, en op. cit., tomo III, p. 35.También la creación de órganos e instancias de participación cumpliría tal propósito.

[47] Véase Reunión Bimestral del 12 de septiembre de 1964, y Plan especial de integración al trabajo. Octubre de 1964, ambos en op. cit., tomo VI.

[48] Véase El socialismo y el hombre en Cuba, en op. cit., tomo I, pp. 236–241.

[49] Aquí parafraseo expresiones suyas en la carta a Fidel ya citada.

[50] Reunión Bimestral, 22 de febrero de 1964, en op. cit., tomo VI, p. 327.


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