Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Octubre de 2020

Manifiesto contra el Capitalismo y los poderes globalistas. Por una Comunidad Mundial Emancipada del Capital
Antonio Romero Reyes


El capitalismo en que vivimos es el sistema histórico más depredador y destructivo que jamás haya conocido el desarrollo y evolución de la Humanidad. Este sistema ha llegado a tal punto en que no puede sostenerse sino a costa del exterminio y del hambre de pueblos y naciones, sea que se encuentren en el Hemisferio Norte o en el Hemisferio Sur, en el Oriente o en el Occidente; en el Atlántico o en el Pacífico. Es un sistema que para poder continuar existiendo requiere de la extinción de la naturaleza y toda forma de vida en el planeta; necesita de los poderes militares y del militarismo con los cuales mantener su “orden democrático”. Es un sistema que infunde el miedo cada vez que cree verse amenazado; que no teme ejercer tropelías contra los derechos civiles y ciudadanos. ¿Este es el tipo de civilización que dejaremos a nuestros hijos e hijas, y a las generaciones venideras?

El capitalismo atraviesa por una gran crisis existencial y sistémica de larga duración, desde los años 70 del siglo XX, y que llegó a su clímax en el 2007-2008 con el estallido de la burbuja financiera hipotecaria, propagándose rápidamente desde el centro financiero de Nueva York hacia el resto del mundo. Esta crisis no logró ser resuelta por los grandes poderes que controlan el mundo (los magnates y superricos, las dinastías y familias opulentas, los grandes banqueros, inversionistas y especuladores, las fundaciones, las superpotencias) debido a una serie de razones (económicas, sociales, políticas, geoestratégicas y otras), en cuyo marco se fue instalando una suerte de impasse de carácter estructural que se fue agravando a lo largo de los años y con cada crisis que el capitalismo generó (1974-1975, 1979-1980, 1982-1983, 1997-1998, 2000-2001, 2008 en adelante). En los setentas y ochentas esas crisis tuvieron que ver con el petróleo y la deuda externa; pero de los noventa en adelante se fueron acentuando los rasgos especulativos y financieros de cada crisis. Cada una de esas crisis tuvo relación con el problema del declive de la hegemonía norteamericana (en los setentas, frente a la recuperación y creciente competitividad de Alemania y Japón, los países derrotados en la Segunda Guerra Mundial) y, asimismo, con las cada vez más agudas dificultades para contrarrestar la tendencia a la baja de la tasa media de ganancia a nivel del conjunto del sistema. De ahí el acelerado progreso técnico que tuvo lugar desde aquellos años setentas, para contrarrestar esa última tendencia; desatándose en los países capitalistas tecnológicamente más avanzados (Estados Unidos, Inglaterra, Europa occidental y Japón) una desenfrenada carrera por el liderazgo tecnológico como el nuevo nicho de la acumulación de capital, lo cual fue especialmente facilitado con la pérdida de posiciones de la URSS (por ejemplo, su rezago en la carrera militar y espacial) y su colapso final a inicios de los 90. La carrera tecnológica implicó previamente una “alianza estratégica” de los principales Estados capitalistas con sus empresas multinacionales, permitiendo así una considerable revolución de las fuerzas productivas a escala planetaria y de tal magnitud (en áreas como biotecnología, tecnologías de la información y comunicación, Big Data, informática, nanotecnología, tecnología de materiales, procesos industriales basados en la robotización y automatización, así como en muchas otras), que trastocó radicalmente la lógica de funcionamiento del capitalismo.

La carrera tecnológica agudizó los procesos de concentración y centralización del capital en todas partes; manifestándose de diversas maneras, en términos de fusiones entre las grandes empresas, el surgimiento de transnacionales y mega corporaciones, la financierización de las economías y los mercados internacionales, las famosas “alianzas público-privadas” para los grandes proyectos de infraestructura así como para el comercio internacional, los acuerdos de libre comercio, etcétera. Todo esto fue acompañado con la reorganización de las “reglas de juego”, la recomposición de las estrategias y alianzas de poder, los nuevos tratados internacionales; una reingeniería de las economías, sistemas financieros y finanzas del Estado (vía privatizaciones y venta de empresas públicas en la periferia del sistema) en cada país, siendo esto validado a escala internacional (mediante préstamos condicionados), a fin de favorecer preferente y prioritariamente a las grandes corporaciones. De esta manera fue como la conducción neoliberal del sistema capitalista logró restablecer sobre nuevas bases la acumulación de capital y la tasa de ganancia, aunque por un tiempo, bajo el paraguas de un nuevo patrón de poder que fue disfrazado con el discurso de la “globalización de los mercados”, las oportunidades de hacer nuevos negocios, el “emprendedurismo” y otros cuentos de hadas para ilusionar a la gente con el supuesto “progreso”, el “crecimiento económico”, y el “chorreo” para los más débiles, que ocasionaría el “libre mercado”. Así venía funcionando el capitalismo de la segunda mitad del siglo XX en adelante, acogiendo las ideas y propuestas neoliberales, especialmente con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente. El neoliberalismo fue una corriente de ideas que enarbolaban Friedrich von Hayek y Milton Friedman, (Hayek desde los años 20 y Friedman en los 60) quienes propugnaban los mercados libres sin las restricciones ni controles estatales; es decir, un capitalismo similar a los tiempos del capitalismo industrial del siglo XIX, en una época (el siglo XX) donde predominaban los monopolios y surgían nuevas formas de concentración de capital. De esta manera fue como el neoliberalismo ideológico se volvió programático, ya que desde las universidades donde pregonaban sus ideas contra el establishment surgido en 1944 (Acuerdos de Bretton Woods), pasaron a tomar las riendas de los Estados en todo el mundo, aprovechando la crisis sistémica (estanflación de los 60) por agotamiento e inoperancia de las políticas keynesianas anti cíclicas y también mediante una guerra ideológica declarada contra toda expresión de socialismo en el marco de la Guerra Fría. El neoliberalismo, asimismo, fue asumiendo la conducción y gestión de todo el sistema a través de las instancias desde las cuales se ejerce la gobernanza de la economía mundial (principalmente: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial de Comercio, Banco de Pagos Internacionales y el Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos).

Todo aquello se fue agotando y llegando a su límite desde la implosión de la burbuja financiera, del 2008 en adelante. Como escribió Paul Krugman, un renombrado economista del establishment y Premio Nobel de Economía 2008, al comienzo de su libro De vuelta a la economía de la Gran Depresión (1999):
[...] ahora, como entonces [Krugman está comparando la crisis de 1997-98 con la de los años 30 (AR)], la medicina económica convencional no ha demostrado ser efectiva, quizás ha sido incluso contraproducente.

Salvando la distancia del tiempo, eso es exactamente lo que ocurre en la actualidad (en las últimas décadas del siglo XXI): cualquier política económica puede ser efectiva en el corto plazo (un salvavidas para los grandes capitalistas), pero revela su inoperancia con graves consecuencias sociales en el mediano y largo plazo. No solamente está en crisis el capitalismo sino también la teoría económica que le sirve de “caja de herramientas”.
Al capitalismo se le agotan sus fuentes de acumulación y ganancias. La maquinaria de reproducción del capital a escala global muestra fallas sistémicas. Es como un gran barco al que se le van apagando los motores en medio del océano y empieza a navegar sin rumbo definido, con la desesperación de quienes lo conducen por encontrar en el horizonte un punto fijo al cual dirigirse, pues se acaba la energía con la que el barco está siendo propulsado. Las grandes corporaciones se han adueñado del planeta; han despojado a pueblos, comunidades y naciones enteras de sus mejores tierras y recursos naturales; se han apropiado de mares, océanos, cursos y fuentes de agua, diversidad biológica, bosques. Han arrasado y siguen arrasando la naturaleza así como el hábitat de pueblos indígenas y otros seres vivos (no humanos). Generan contaminación y deterioro ambiental. Están fumigando el planeta. Nos envenenan diariamente con agroquímicos. A través de sus campañas publicitarias influyen sobre nuestra manera de vivir. Definen los estilos de vida. Deciden a través de organismos internacionales especializados, en los que influyen a través del financiamiento de sus programas, cuáles son las políticas que deben seguir los Estados en diferentes países, sobre todo si son del Sur global.

Las crisis periódicas del sistema son cada vez más severas y no logran ser contrarrestadas por la revolución tecnológica en curso. Todo está mercantilizado, vuelto dinero o mercancía; todo lo que representa la vida termina en papeles que van y vienen de las bolsas de valores. ¿Qué hace falta entonces? Porque sin capital que se (auto) valorice no puede existir capitalismo. El capitalismo para poder existir necesita destruir (Joseph Schumpeter, un historiador y economista austriaco, llamaba a esto “destrucción creativa” para disimular las apariencias), el capitalismo para existir necesita apropiarse de la vida. Sin embargo, parece no haber nada que haya quedado al margen y esté fuera de la órbita del capital...a excepción de esa entidad terrenal llamada ser humano, cuya existencia (el “ser genérico” diría el Marx de los Manuscritos de 1844) aún no ha sido completamente subsumida ni engullida por el capital, a menos que sea como “factor trabajo”. Estamos hablando de Vida Humana como existencia individual plena, sea en la forma de vida privada o de vida social, pero convertida y metamorfoseada en Capital. Aquí radicaría la nueva fuente de energía, que el barco que estamos llamando capitalismo necesita para reanudar su marcha; pero no requiere de nosotros para accionar los motores, pues estos ya son manejados por máquinas o mecanismos electrónicos de alta tecnología. El capitalismo requiere de nosotros, como cuerpo y espíritu (en el sentido de subjetividad) alienados, para alimentar sus calderos, echarnos al fuego o al sacrificio; pero para hacerlo necesitan una población obediente y sumisa, lo cual están logrando.
En ese trance nos encontramos: una transición sistémica en función de lo que el capitalismo necesita hacer con nosotros, con todo el mundo humano, aunque no lo diga ni se reconozca de esta manera y su única respuesta, cínica y barata, sea tildar a todo lo que se le contradiga de “teoría de la conspiración”, cuando la verdadera conspiración proviene desde los poderes globalistas.

¿Será por eso que decidieron “resetear” todo el sistema, y el mejor pretexto que encontraron (planearon) fue una “pandemia”?

Si el contexto precedente ha resultado para el lector(a) meridianamente claro, si le parece coherente y tiene sentido, entonces la respuesta cae por su propio peso.

Traduciendo la metáfora anterior, el “barco” viene a ser el planeta entero cuyos límites físicos el capitalismo no puede sobrepasar, pero ha generado una “huella ecológica” que compromete la permanencia en el tiempo de la vida humana; el “océano” es el espacio sideral (el cosmos infinito) donde el planeta Tierra tiene una ubicación y orbita dentro de un sistema solar. Es como la metáfora de la “nave espacial Tierra” pensada por un economista norteamericano de los años 60, llamado Kenneth Boulding quien decía:

La metáfora de la nave espacial subraya la pequeñez, el hacinamiento y los recursos limitados de la Tierra; la necesidad de evitar un conflicto destructivo, y lo imperioso de generar un sentimiento de comunidad mundial cuya tripulación es muy heterogénea. Desde este punto de vista la metáfora es hoy tan buena como en los años sesenta (K. Boulding, “Una nueva visita a la nave espacial Tierra”, en Economía, ecología, ética [H. Daly, comp.], México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 273).

Esa metáfora es muy útil para interpretar las condiciones históricas en el mundo de hoy: ¿de dónde proviene y quienes promueven el “conflicto destructivo”? El capitalismo lo que quiere es quedarse con todos los recursos del planeta y tener a su servicio solo a una parte de la población. El resto, la mayoría de la humanidad, que seguimos siendo trabajadores y vivimos de nuestro trabajo, estamos en la condición de “sobrantes”, representamos una estadística que las elites quieren y se disponen reducir ya que somos vistos como una carga económica, miles de millones de bocas que alimentar y mantener; en todo caso una masa de excluidos que las elites querrán someter y esclavizar como se hacía en épocas históricas del pasado, solo que esta vez seremos encadenados por instrumentos tecnológicos.

La alternativa frente a ese escenario sombrío y distópico consistiría en empezar a pensar y luchar como una verdadera “comunidad mundial”, dejando de lado los nacionalismos, chauvinismos y patrioterismos inútiles. Liberarnos y descolonizarnos de la “jaula de hierro” que los dominadores del sistema han implantado en nuestra cultura, modos de pensar y visión del mundo. Construir esa “comunidad mundial” desde nuestra heterogeneidad, como un horizonte con sentido histórico, sin anularnos unos a otros por la razón que sea. Prepararse para tomar el control del barco o de esta nave espacial, porque nadie lo hará por nosotros, ni China ni Rusia cuyas elites dirigentes han sido ganadas por la lógica del globalismo que no es otra cosa que un poder que se obtiene para hegemonizar el mundo. El Partido Comunista de China (PCCH) heredó e hizo suyos los métodos de gobierno, control político, persecución y exterminio que ejerció durante décadas el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), a instancias de un tirano (Stalin); métodos que fueron perfeccionados con la adaptación de la tecnología occidental en la misma China continental (el caso de la telefonía celular), para controlar a su propia población. Ese ejercicio del poder ha sido elevado por ciertas elites occidentales al rango de paradigma o modelo de gobierno a emular, una vez que terminen el reseteo de la economía mundial, y está siendo importado para la implementación de un régimen de control de la población en todo el mundo, similar al que se hace en China. ¿No es esto una “ironía de la historia”? La política, como la vida, también da vueltas. Olvidarse entonces de los Estados porque son parte del problema, el Capital los ha convertido en componentes de su engranaje. El destino de la Humanidad depende de la Humanidad misma, de su inventiva, creatividad y capacidad de organizar una nueva civilización: recread las relaciones sociales, fundar nuevas formas de producción que no estén basadas en el valor ni en la acumulación de capital. Que el poder no recaiga en unos cuantos representantes. Refundar la política sobre nuevas bases éticas, empezando a construir Comunidad incluso desde los barrios periféricos en las ciudades así como desde las localidades pequeñas y apartadas (o reforzando las existentes) en las áreas rurales, teniendo siempre en cuenta que el cambio o la transformación solamente pueden darse a escala planetaria. Buscar salidas a esta civilización decadente que nos quiere arrastrar a todos, porque la disyuntiva del presente histórico es Humanidad contra Capitalismo, la Vida o el Capital. El planeta es ahora el escenario de confrontación donde se define el destino en uno u otro sentido; no se va a definir en términos de un país (una o varias potencias) o una región específica.

Todavía hay tiempo, solo que no queda mucho.

Lima, 6 de octubre del 2020


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