Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Marzo de 2020

Canto a la Paz
Marcelo Colussi


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Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, decían los romanos. El mundo actual parece que se lo tomó en serio, porque la actividad humana más desarrollada es, justamente, la industria bélica.


¿Se puede vivir en paz?, es decir: ¿sin conflicto? Pregunta mal formulada, sin dudas. El conflicto -el choque, la confrontación, la polémica- es nuestra razón de ser. Punto.




¡Paz!


¿Paz?...


Palabra tan manoseada.


En tu nombre se cometen todos los días los peores atropellos.


¿Estás en algún lado?


No lo sé.


No lo sé, y poco importa, pues parece que a nadie le preocupa


realmente mucho tu situación.


La paz está en los cementerios… De eso no caben dudas.


¡pero allí hay solo cadáveres!


¿Podrá estar la paz entre los vivos?


Lo que palpamos a diario,


lo que nos duele cada día,


cada hora,


cada minuto,


es tu ausencia. O si se quiere: tu lejanía.


¿Dónde estás, Paz?


¿Quién te hirió de muerte?


¿Tal vez estés muerta? (Entre nosotros: ¿viviste alguna vez?)



Lo que conozco,


lo que conocemos y nos golpea,


nos humilla como Humanidad, nos escupe en la cara,


lo que nos sacude dondequiera,


no tiene nada que ver con la paz.


¿O todo eso es la paz? (humillaciones, afrentas, soportar con estoicismo, cerrar la boca).



Te emparentan con el Amor.


En tu nombre, y con amorosas palabras


nos desfiguramos,


somos una grotesca caricatura


de aquello que levantamos como lo más sublime.


¿Somos mentirosos entonces?


¿Por qué necesitamos invocarte a cada rato para hacer siempre lo contrario?


¿Por qué en nombre de la paz matamos, denigramos, torturamos,


podemos sentimos superiores?



Se habla de progreso, pero eso es siempre el sacrificio de muchos


para el bienestar de pocos.


Con una cruz cristiana y la Biblia bajo el brazo


Se masacró todo un continente…


Se aniquila, se tortura, se denigra…


¿Paz?



Se habla de bien común,


pero son pocos, muy pocos los invitados al festín


de los poderosos.


Con los símbolos de la paz y del amor


nos confinan a los mendrugos,


a las sobras, a la resignación.


Si se protesta, nos condenan.


Si no se protesta, nos matan.



Quienes somos víctimas –y la gran mayoría lo somos–


difícilmente podemos alzar la voz.


¿Acaso la paz es aguantar?


¿Es soportar con estoicismo? ¿Es apretar los dientes y sobrellevar las penas?



Nos enseñaron que ser pacíficos es tolerar, tener paciencia, sonreír siempre.


¿Realmente eso es la paz?


¿Quién dijo que a las mujeres les gusta ser sumisas,


que a los niños les gusta callarse ante los mayores


o que a los negros les gusta imitar a los ganadores blancos?


¿Quién formuló aquello que los trabajadores trabajan felices para su amo?



Con la mayor de las violencias nos obligaron


a creer en los dioses (¿amorosos y pacíficos?).


Quien se resiste a creer, puede ser condenado a la pira, al suplicio, al escarnio.


¿Paz?


Con la más grande ausencia de paz (¡sí, sí: de paz!)


nos obligan a uniformarnos,


a seguir la caravana,


a no abandonar el redil.



¿Y si reaccionamos?


¿Somos violentos si no usamos corbata,


si no estamos a la moda


o no saludamos cortésmente a nuestros explotadores?


¿Somos violentas (o locas) las mujeres si no queremos tener sexo un día?


¿Somos violentos si nos rebelamos contra el mundo?

Con la furia visceral más grande que exista


¿no podemos decir que no?


¿Quién dijo que la paz es quedarse sentado, mudo,


aterrorizado ante el que manda,


regocijándonos con las mezquindades y mediocridades


que ya aceptamos como normales?


¿Somos pacíficos si nos vamos tranquilos a dormir sin


indignarnos por lo que debe indignarse?


¿Dejamos de ser pacíficos si echamos a la hoguera del odio ancestral,


amasado en milenios de sometimiento,


todas nuestras opresiones?


¿Dejamos de fomentar la paz si nos levantamos contra esas opresiones?


Si “la violencia es la partera de la Historia”, ¿somos violentos


si abrimos los ojos algún día?


Paz, paz… ¿La de los cementerios entonces?


Si es cierto que la paz es la ausencia de guerra, ¿podemos quedarnos tranquilos


pensando que vivimos pacíficamente porque no suenan balas ni cañones?


La mujer golpeada,


el esclavo explotado,


el “inferior” despreciado,


el loco encerrado en su manicomio,


el engañado en cualquiera de las infinitas formas del engaño,


el despreciado por no ser del grupo dominante,


el que sufre hambre,


la que sufre violencia sexual,


el incomprendido que disiente siendo señalado,


el que sigue al rebaño porque no puede permitirse ser diferente,


el despreciado por ser diferente


¿viven en paz?



Quizá la paz es una aspiración.


Quizá no más -¡ni nada menos!- que eso.


Se busca, pero nunca se llega a tenerla…


porque los vivos no habitamos cementerios.



Quizá haya que apretar los dientes y destruir muchas cosas


para acercarnos a ella.


Con las tripas del último burgués


ahorcaremos al último burócrata.


Con las tripas del último papa


ahorcaremos al último rey.


Con las cenizas humeantes de lo viejo aborrecido


modelaremos la utopía.



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