Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Enero de 2020

La palabra indígena
JAVIER SICILIA


CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La conmemoración del 26 aniversario del levantamiento zapatista, el 1 de enero de 2020, fue acompañada de un duro mensaje al proyecto desarrollista de la 4T. Después de hacer un recuento de las formas de organización de los pueblos zapatistas y de definir el orden capitalista con el nombre apocalíptico de “la Bestia”, el Subcomandante Moisés dijo: “La Hidra capitalista, la Bestia destructora, busca otros nombres para esconderse y atacar y vencer a la humanidad. Y uno de esos nombres detrás de los que se esconde la muerte es ‘MEGAPROYECTOS’. ‘MEGAPROYECTO’ quiere decir destruir todo un territorio. TODO. El aire, el agua, la tierra, las personas. Con el MEGAPROYECTO la Bestia se zampa de un bocado pueblos enteros, montañas, valles, ríos y lagunas, hombres y mujeres, otroas, niños y niñas”.

Las palabras de Moisés pusieron una vez más al descubierto lo que la 4T busca ocultar con toda suerte de eufemismos, de falsas premisas y de consultas amañadas: que la idea de desarrollo, que está detrás del Tren Maya, del Corredor Transístmico, de la refinería de Dos Bocas, de la Termoeléctrica de Huesca, Morelos, es una noción neoliberal, una noción que nació con la revolución industrial y la idea de progreso, y que cobró fuerza en 1949, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Harry Truman, durante su discurso de toma de posesión anunció un programa de ayuda técnica a los países subdesarrollados.

Hasta ese momento la palabra desarrollo sólo se utilizaba, dice Iván Illich, “en relación con las especies animales, con los valores inmobiliarios o con las superficies geométricas”. A partir de entonces “se relacionó con poblaciones, países y estrategias económicas”, como lo hace e impulsa la 4T, un sometimiento a la lógica neoliberal de Trump, que se relaciona también con la política de persecución a los migrantes centroamericanos.

Hoy, delante de los desastres que el desarrollo ha creado es ya imposible ocultar que esa noción y su práctica significan la integración de culturas orientadas hacia los valores de uso y sus producciones autónomas a un sistema económico de mercancías, consumo y dependencia económica.

El desarrollo, contra lo que diga el presidente, no sólo transforma a las personas en “recursos” explotables para la producción y el consumo de bienes mercantiles, destruye también y por lo mismo las vidas comunitarias y autónomas llevando a las personas a una guerra por obtenerlos. Hace algo más: promueve la violencia contra el medio ambiente (“la Madre Tierra”, como sabiamente la llaman los indígenas), convirtiéndolo de igual forma en un “recurso” explotable para esa misma producción y generando el cambio climático, cuyas consecuencias, de continuar con ese modelo depredador, serán irreversibles. De allí que Moisés la asocié con la Bestia apocalíptica y con la Hidra, el despiadado monstruo acuático de la tradición helena, cuyas cabezas, después de cortadas, se regeneran como lo hacen dentro de la 4T.

Hay en este sentido una profunda relación entre la violencia de los megaproyectos impulsados por la 4T y denunciados por Moisés, y la violencia del crimen organizado. Ambos, siguiendo la lógica del desarrollo –al fin y al cabo son hijos del llamado neoliberalismo– reducen todo –personas y territorios– a recursos, instrumentalidades al servicio de la producción, el consumo y el dinero. Ambos también, en su afán de controlar nuestras vidas, quieren hacernos dependientes de producciones y empleos cada vez más perversos, sofisticados y escasos, y encadenarnos a necesidades que sólo pocos pueden satisfacer. Su única diferencia es que, mientras el crimen organizado es abiertamente agresivo y brutal, el desarrollo se presenta con el rostro de una pretendida paz. Está, dice Illich, tallado a la medida “del hombre universal, destinado a vivir naturalmente del consumo de bienes que otros producen”. Ambos, sin embargo, son, en sus respectivas maneras de proceder, una declaración de guerra contra las culturas populares y los ámbitos de comunidad –que el desarrollo califica de “improductivos”, “conservadores” y “subdesarrollados”–. Pero también contra las mujeres, los jóvenes y los niños, a quienes quitan cualquier otra alternativa de vida que no sean las establecidas por la lógica económica del mercado y sus violencias.

Sus consecuencias están a la vista. Moisés las enumeró con la claridad de la evidencia: “Poblados desiertos, con su gente expulsada. Matazones de los delincuentes a veces legales, a veces ilegales…, de niñas y niños abusados y vendidos como animales, De jóvenas y jóvenes con la vida destruida por las drogas, la delincuencia y la prostitución. De comercios extorsionados a veces por ladrones, a veces por funcionarios. De manantiales contaminados. De lagos y lagunas secas. De ríos que arrastran basura. De montañas destruidas por la minería. De bosques talados. De especies animales extinguidas. De lenguas y culturas asesinadas. De campesinas y campesinos que antes trabajaban sus propias tierras y ahora son peones que trabajan para un patrón. Y de la Madre Tierra muriendo”.

Esas son las bendiciones del desarrollo. El punto ciego por el que la 4T, junto con la ausencia de una política de Estado en materia de verdad, justicia y paz, transita y corre el peligro de naufragar.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.

Este análisis se publicó el 12 de enero de 2020 en la edición 2254 de la revista Proceso
https://www.proceso.com.mx/614402/la-palabra-indigena

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