Septiembre de 2019
Con el regreso a las armas de un sector de las FARC se robusteció el anhelo del uribismo de la guerra como el el gran “ordenador” de la política y el poder colombianos.
8 SEPTIEMBRE, 2019
Colombia no logra salir de la ciclotimia del conflicto armado interno. A esta altura de la historia colombiana es inocultable que la guerra es principal estructurador de las relaciones de poder y el gran “ordenador” de la política. Tanto en la sociedad como en los partidos políticos se polarizan las posiciones en torno a quienes defienden la paz y entre quienes consideran la guerra como la solución a los conflictos políticos y sociales, y eso define las formas de expresión de la política. Los Acuerdos de Paz de La Habana fueron recibidos en esa clave de polarización, en vez de considerarlos como un momento de reconfiguración del sistema político y de la democracia. Es por ello que el uribismo hace hasta lo imposible para negarlos, pues su futuro político, en buena medida, depende de ello.
No es de sorprender, entonces, que el uribismo y algunos partidos santistas, como Cambio Radical, hayan llevado a un pantano los Acuerdos de Paz. Desde su firma hasta la fecha sólo se ha implementado el 23% de lo pactado, y el 65% no ha sido siquiera iniciado.[1] Todos los hechos escalonados de incumplimientos de los pactos y de la violencia contra liderazgos sociales (702 lideresas y líderes asesinados más 137 excombatientes asesinados) desde la firma del Acuerdo[2] [3] hacían previsible el desenlace: el rearme de un grupo de las FARC. No cabe duda que la gran responsabilidad es del Estado, en cabeza del Gobierno de Iván Duque, y del uribismo, pues la guerra es su lugar de confort, en ella pueden evadir las discusiones centrales, como el modelo económico, el medioambiente, la vida y la calidad de la democracia colombiana.
El rebrote de la guerra, además, se da justo en un año en el que se definirán las autoridades municipales y departamentales. El próximo 27 de octubre se realizarán unas elecciones que, desde antes del anuncio de un sector de las FARC de retornar a las armas, están asediadas por el conflicto armado en más de 400 municipios (más de un tercio del país). También se desarrollarán en medio de un notable deterioro de la imagen del presidente Iván Duque, a quien se le ve errático en las decisiones y sin gobernabilidad, a quien le cuesta sumar mayorías en el Congreso y con un progresismo opositor fortalecido tras sumar candidaturas en todas las regiones del país.
El uribismo en pie de guerra, y el rearme de un grupo de las FARC, pueden dar cuenta de que el sistema político colombiano gira sobre sí mismo cuando su eje es la guerra, generando resultados de reproducción política favorables a las derechas y una situación de “trauma” democrático que impide las transformaciones sociales.
El uribismo se regocija
El sector político político dirigido por el senador y expresidente Álvaro Uribe se opuso desde el comienzo a los diálogos de paz iniciados en el 2012, entre el Estado y las FARC. Se negaron siempre a respaldar un acuerdo que estuviera basado en transformar el sistema político, y menos aun que permitiera la participación de los excombatientes en la disputa electoral. Su política siempre ha pretendido un “triunfo” o aplastamiento de las guerrillas, aunque tanto los militares como otros sectores de poder indican que tal objetivo es imposible, dadas las condiciones sociales y geográficas del país. En todos los escenarios posibles, la salida del conflicto es a través del diálogo, aunque el uribismo haya convertido la guerra en su bandera política y en un trofeo a los combatientes con cadena perpetua o extraditados a EE. UU. Para el uribismo y para el Gobierno la guerra significa la conexión con los valores más conservadores y tradicionales del país, y la idea del “enemigo interno” una catapulta para el voto reaccionario.
Los ataques del uribismo a la Justicia Especial para la Paz, diseñada para conocer la verdad y alcanzar la justicia restaurativa por hechos de lesa humanidad en el conflicto, demuestran que no les interesa, en ningún caso, rendir cuentas ante la Justicia por sus actuaciones durante la guerra, y menos aun coexistir en un sistema político cimentado en la paz, pues sólo tienen la agenda de “seguridad” como respuesta a las demandas y necesidades sociales[4].
El progresismo a la defensiva
Quedó demostrado en las elecciones presidenciales del 2018 que el ambiente de paz (aunque haya sido parcial) permitió los debates políticos en torno a la economía, el medioambiente, el trabajo y la vida, fortaleciendo las candidaturas progresistas. Y por ello todo el progresismo colombiano, sin excepción, ha rechazado la decisión de un grupo de la exguerrilla de las FARC de regresar a la guerra: el Polo Democrático, la Alianza Verde, Colombia Humana-UP y el partido FARC han expresado, con distintos argumentos, la preocupación y el rechazo a tal decisión, al considerarla que pone al país de regreso al pasado; también, sin decirlo abiertamente, porque les pone un ancla a sus proyecciones electorales. Todos concuerdan, asimismo, en que el uribismo hizo todo lo posible para generar una situación simbólica y material para debilitar la paz, tanto por los incumplimientos del Acuerdo como por los asedios a algunos de los excomandantes.
Algunos impactos geopolíticos
Iván Duque le dio un marco geopolítico a la situación, apuntando hacia el Gobierno de Venezuela bajo dos supuestos: 1. La facción de las FARC que regresó a la guerra está en territorio venezolano, y 2. El presidente Nicolás Maduro y las Fuerzas Armadas Bolivarianas les están respaldando. En la alocución presidencial, luego del anuncio de retorno a las armas de un grupo de las FARC, el Gobierno colombiano acudió a la retórica antivenezolana y a la culpabilidad del presidente Nicolás Maduro, sin mencionar en ningún momento los hechos de la realidad colombiana que llevaron a tal situación. Pidió al diputado venezolano Juan Guaidó (reconocido por el Gobierno de Duque como presidente interino) apoyo para capturar al grupo de guerrilleros.
A primera vista, tal planteamiento parece disociado de la realidad, incluso pintoresco, pues está claro que el Guaidó no tiene ningún control sobre el Estado venezolano. Pero las reacciones posteriores del discurso presidencial, indican que el mensaje está orientado a reposicionar la acción internacional antivenezolana, en especial en los medios de comunicación. Se empieza a percibir la construcción de argumentos basados en la “lucha contra el terrorismo” para impulsar una posible intervención o una acción militar colombiana en territorio venezolano, como en otro momento ocurrió contra Ecuador (2008). Se trata de una línea de acción que podría convenir también a aquellos sectores de EE. UU. que alientan la línea de cerco militar contra Venezuela.
Por otro lado, es evidente que el uribismo tiene un importante respaldo en sus acciones contrarias al Acuerdo de Paz. El Gobierno estadounidense viene presionando para reiniciar las fumigaciones con glifosato sobre las hectáreas sembradas con hoja de coca. Donald Trump dijo sobre Iván Duque que: “es un buen tipo, pero no ha hecho nada para solucionar el problema de las drogas”.[6] Tal presión pretende revertir la decisión del Estado colombiano, tomada luego del Acuerdo de Paz, de proscribir dicha práctica por los daños a la salud humana y al medioambiente, y por su inutilidad en la lucha en contra de la economía transnacional del narcotráfico.
Esa posición de EE. UU., apoyada por el uribismo, amplificada por los medios de comunicación y aceptada por otras autoridades colombianas -como la Fiscalía General de la Nación-, tiene como efecto concreto el incumplimiento del punto 4 del Acuerdo de Paz sobre sustitución de esos cultivos, que fue concertada con las comunidades, apoyada con planes de financiamiento y apoyo técnico para cultivar alimentos o desarrollar otros proyectos productivos. Si retorna de lleno la fumigación y se centra la persecución sobre los campesinos (que no son narcotraficantes) se recrudecerá la guerra y nada incidirá en la disminución del narcotráfico.
Ante este panorama, los países que acompañaron el proceso de paz como garantes, Cuba y Noruega, llamaron a continuar con la implementación de los Acuerdos y con los esfuerzos de diálogo para alcanzar la Paz completa de Colombia. La ONU ratificó su compromiso en el mismo sentido. Sin embargo, parecen voces diezmadas por la retórica de los EE. UU. en contra del multilateralismo y por el caso omiso que les hace el Gobierno colombiano.
Escenarios posibles
La grieta política alrededor de la paz se ensancha entre las dos grandes tendencias políticas del país (cada una diversa en su composición), con mayores posibilidades para el uribismo. Generará una narrativa de guerra, alimentada desde la idea del fracaso de la “paz santista”. Tal situación obligaría al progresismo a recrear sus argumentos y su conexión social sobre los valores por el respeto a la vida, que fueron los que cimentaron la aglutinación política alcanzada en las movilizaciones juveniles y en las elecciones del 2018.
Por ahora, la paz se sostiene como eje político en el país. Así quedó demostrado con el amplio rechazo a la decisión de rearme tomada por un grupo de las FARC. Sin embargo, el hecho reavivó el debate social sobre la dimensión estructural de la coacción como ordenadora del sistema político: la guerra como la mejor opción para lograr el orden social. Se trata de un discurso que sólo ostenta el conservadurismo en cabeza del Uribe, al menos de forma pública.
Las elecciones regionales no se verán muy impactadas por esa decisión de las FARC. Los incumplimientos del Acuerdo de Paz y la violencia paramilitar en cientos de municipios del país[7] ya constituían un factor de incidencia para el proceso electoral. La posible relación de candidaturas de derecha con poderes ilegales en estas regiones es una fuerte hipótesis que, de ser cierta, mantendrá el dominio derechista en el poder territorial.
El Gobierno de Duque podría haber encontrado en el “rearme” un salvavidas para constituir gobernabilidad, aunque la realidad es que empezó a naufragar pocos meses después de iniciado y necesitará mucho más que ese anuncio del grupo otrora perteneciente a las FARC para lograr la alineación de todos los poderes hoy en disputa.
Colombia vuelve a ponerse en zona de definiciones trascendentales. Si el uribismo logra copar el eje político nacional con la guerra disminuirán las posibilidades de un giro hacia el progresismo en las elecciones presidenciales del 2022. Aunque el desgaste de Duque como presidente fue precoz, aún le quedan tres años de mandato, La tesis de conflicto con Venezuela se reaviva y estamos cada vez más condicionados con las políticas de los EE. UU.; también crece el desafío para romper con el elitista y cerrado sistema político tradicional.
[1] https://kroc.nd.edu/assets/315919/190408_actualizacio_n_informe_3_instituto_kroc_feb19.pdf
[3] https://colombia.unmissions.org/sites/default/files/s_2019_265_espanol.pdf
[4] https://www.youtube.com/watch?v=s00gTyaTbN4
[5] https://www.youtube.com/watch?v=41QF-Tr-a1s
[6] https://elpais.com/internacional/2019/06/28/colombia/1561756122_650334.html
[7] http://www.indepaz.org.co/informe-lideres-y-defensores-de-ddhh-asesinados-al-26-de-julio-de-2019/