Globalización: Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura


Septiembre de 2019

Ante la apuesta de AMLO por “más desarrollismo”
J.G.F. Héctor


PRAXIS EN AMÉRICA LATINA



Necesitamos una visión anticapitalista radical del desarrollo humano
¡ Acumulad! ¡Acumulad! ¡He ahí a Moisés y los profetas!—Marx. El capital, vol. I


Por donde pasará este proyecto “modernizador” [el Tren Maya], sólo vendrá a contribuir con la devastación de la selva y la pérdida de identidad de los pueblos indígenas de la península [...] Calakmul no necesita un tren, sino agua para más de 80 comunidades que padecen del vital líquido durante esta temporada de sequía.


—Consejo Regional Indígena de Xpujil



Dos visiones diametralmente opuestas sobre el futuro de México se presentan ante nosotros: por un lado, el “desarrollismo” de López Obrador (AMLO), un proyecto capitalista de pies a cabeza, que convierte todo en mercancía: la tierra, el agua, la naturaleza y a nosotros mismos como seres humanos. En contraparte, aparece una visión expresada hoy más plenamente por los pueblos indígenas, la cual nos ve en conjunción con la naturaleza, con nuestro planeta, en donde podemos existir en el “movimiento absoluto de devenir” seres humanos libres. A fin de comprender esta aguda decisión a la que nos enfrentamos en México, examinaremos primero el “desarrollismo” de AMLO, para luego preguntarnos qué sería necesario para darle pie a una visión anticapitalista radical del desarrollo humano.



México es un desastre económico



Para nadie es un secreto que la economía mexicana pasa por uno de sus peores momentos. Incluso AMLO tuvo que aceptar que el producto interno bruto (PIB) del país no crecerá 4% en 2019, como había prometido. En los primeros tres meses del año, en lugar de aumentar, el PIB disminuyó 0.2%, con un leve repunte de 0.1% en el segundo trimestre. Esto se debe a la reducción en los ingresos de la empresa estatal Petróleos Mexicanos, así como a la “falta” de inversión de empresas privadas, todo ello en relación con la desaceleración económica a nivel mundial.



En una economía capitalista, cuando las corporaciones —privadas o estatales— dejan de obtener suficientes ganancias, también se reducen los ingresos del gobierno y, por tanto, el gasto público. Este año, los ingresos totales del sector público han sido inferiores en 68 mil 430 millones de pesos a lo programado, lo cual se ha traducido en el despido masivo de trabajadores de base del gobierno, así como en la consecuente falta de servicios de salud, educación y seguridad que éstos proveían. Privados o estatales, 196 mil trabajadores han perdido su puesto este año. El número de trabajadores en el sector informal es el más alto en los últimos cinco años. Ante este panorama caótico, la única respuesta de AMLO es “más inversión capitalista”. En junio, llegó a un acuerdo con la iniciativa privada para que invierta 623 mil millones de pesos en el país, con lo cual supuestamente habrá “empleos [...] bienestar, paz y tranquilidad social. Es un círculo virtuoso”. Al lado de ello, AMLO sigue poniendo todas sus apuestas sobre el futuro de México en el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y otras decenas de megaproyectos. ¿Es en verdad esta visión desarrollista la verdadera solución para los problemas de México, o más bien ésta tiene algo en su interior, una contradicción profunda que, en lugar de solucionarlos, sólo los hará más grandes? ¿Cuál sería el opuesto absoluto de esta visión?



El mayor límite del capitales el capital mismo



Para poder entender las profundas limitaciones de la apuesta de AMLO por el desarrollismo, debemos comprender primero la contradicción fundamental del capitalismo como sistema. Sólo el trabajo vivo puede crear valor. Las máquinas, a pesar de que sean capaces de producir cientos de objetos en unos cuantos segundos, sólo les transfieren a éstos el valor ya preexistente en ellas. Si el valor de una máquina, es decir, el tiempo que tomó producirla, es de, digamos, 100 horas, representadas en 100 millones de pesos, este valor se repartirá entre los diez ó 20 mil objetos que ésta produce durante su vida útil. No más. Por el contrario, un trabajador puede crear más valor del que él mismo tiene, es decir, puede laborar por más tiempo del que toma producir sus medios de subsistencia básicos. En el capitalismo, el trabajador no sólo es obligado a sobrepasar por mucho este tiempo, sino que el valor extra que genera es apropiado por el capital. No obstante, en su impulso vital por hacerse de más y más valor extra, el capital tiende necesariamente a sustituir trabajo humano por máquinas. Éstas hacen posible crear más productos en menos tiempo, lo cual permite que sean vendidos en mayor cantidad para aumentar las ganancias del capital.



Sin embargo, al hacer esto, el capital está minando su única fuente de valor y valor extra, el trabajo humano. Si antes se invertía, por decir algo, 1,000 millones de pesos en maquinaria (m) y 500 millones en sueldos para 500 millones de trabajadores (t), de los cuales se extraían 500 millones de valor extra (ve), la tasa de ganancia del capital era de 33% (500ve / 1,000m + 500t = 33%). Ahora, una porción mayor de la inversión se destina a máquinas más eficientes (1,200, digamos, en lugar de los 1,000 anteriores), con lo que una parte de los antiguos trabajadores (por ejemplo, 500 –100 = 400) se vuelve superflua para los fines del capital y, por tanto, es arrojada a las filas del desempleo. Así, por un lado, el capital disminuye su propia tasa de ganancia: 400ve / 1200m + 400t = 25%. Por otro, genera permanentemente una masa siempre mayor de desempleados que no puede ser absorbida totalmente por la “creación de nuevos empleos”, ya que éstos operan según la misma lógica capitalista.



No importa cuán grande o pequeña sea la población de un país, el capital nunca puede darle cabida a toda la fuerza de trabajo, con lo cual falla en reproducir plenamente su propia fuente de valor. Es por ello por lo que Marx señalaba que el mayor límite del capital es el capital mismo. Sus profundas contradicciones internas impiden el libre desarrollo de la humanidad y, por tanto, deben ser superadas. ¿Por quiénes? Por los propios sujetos a los que les da origen el capital: la masa de trabajadores súper explotados o enviados a las filas del desempleo y el empleo informal.



Más desarrollismo, más miseria



Por todo ello, la apuesta de AMLO por inundar al país de megaproyectos capitalistas, ya sea privados o estatales, no sólo no permitirá alcanzar la absurda meta de 4% de crecimiento del PIB, sino que únicamente profundizará los problemas de desigualdad, miseria y desempleo que ya estamos enfrentando. Esto no puede ser resuelto mediante la vana diferenciación de AMLO entre “crecimiento” (“crear riqueza”) y “desarrollo” (“distribuir con justicia esa riqueza”), ya que hay una conexión indisoluble entre producción y distribución. Si la producción es capitalista, y lo que ésta significa es la acumulación de ganancias de un lado y el desempleo masivo de otro, no importa cuán grandes sean los esfuerzos del Estado por “cerrar la brecha” de desigualdad empleando dinero público y programas sociales. La brecha sólo se hará cada vez más grande, incluso en tiempos de “crecimiento” económico. ¡Ya no digamos ahora, cuando estamos en el umbral de una nueva recesión global!



La solución real a los problemas de México no vendrá por tanto de ningún gobierno, sin importar la cara “populista” o “progresista” que éste presente, ya que, de “izquierda” o de derecha, el Estado sólo sabe mirar al capital. La solución sólo puede venir desde abajo, desde los oprimidos. En este momento, la mayor resistencia contra los proyectos desarrollistas de AMLO nace de los pueblos originarios en cuyos territorios se pretende construir dichos proyectos. Detengámonos en uno de ellos, el Tren Maya, para descubrir las semillas de un tipo distinto de desarrollo contenidas en las luchas que se oponen a aquél, así como para señalar los posibles puentes trazados hacia la necesaria unidad con los trabajadores y otros sujetos sociales, unidad indispensable para la verdadera transformación del país. “No queremos paga. Queremos libertad”.



El Tren Maya, un proyecto que atravesaría cinco estados del sureste de México y que supuestamente reactivará el turismo y la economía en la zona, es una de las principales apuestas “desarrollistas” de AMLO. Varias organizaciones indígenas y otros activistas se han manifestado en su contra, ya que saben que, para lo que el capitalismo es “crecimiento” y “progreso”, para ellos significa despojo de tierras, destrucción del medio ambiente y pérdida de autonomía. En febrero, un encuentro del Concejo Regional Indígena de Xpujil (Crix) en Campeche concluyó que “por donde pasará este proyecto ‘modernizador’, sólo vendrá a contribuir con la devastación de la selva y la pérdida de identidad de los pueblos indígenas de la península [...] Calakmul no necesita un tren, sino agua para más de 80 comunidades que padecen del vital líquido durante esta temporada de sequía”. El Crix está señalando la contradicción entre dos tipos de necesidades: las de acumulación del capital, las cuales supuestamente benefician de modo indirecto a la población mediante la “creación de empleos”, y la necesidad de satisfacer directamente funciones humanas básicas, tal como el acceso al agua.



Ese mismo mes, una carta de las mujeres zapatistas a las mujeres del mundo explicó igualmente el significado del Tren Maya y otros megaproyectos en Chiapas y la región:[...] su plan agrario [de los capitalistas y el gobierno] es que lleva hasta lo último la idea de destruirnos como pueblos originarios, de la manera de convertir nuestras tierras en mercancías [...]Quieren que nuestras tierras ya no sean para nosotras, nosotros, sino para que los turistas se vengan a pasear y tengan sus grandes hoteles y sus grandes restaurantes [...] Quieren que nuestras tierras se conviertan en fincas productoras de maderas preciosas, de frutas y de agua; en minas para sacar el oro, la plata, el uranio, y todos los minerales que hay y que quieren los capitalistas. Quieren que nos convirtamos en sus peonas, en sus sirvientas, que vendamos nuestra dignidad por unas monedas al mes. Porque esos capitalistas, y quienes los obedecen en los nuevos malos gobiernos, piensan que lo que queremos es paga. No pueden entender que nosotras queremos la libertad [...]



Con su profunda crítica, las zapatistas están trazando el puente histórico entre las luchas indígenas y obreras: al ser despojadas de la tierra y de otros medios de producción que les permiten generar sus propios medios de vida, las comunidades indígenas se rompen y sus integrantes son obligados a convertirse en “peones, sirvientes que venden su dignidad por unas cuantas monedas”, es decir, en trabajadores asalariados en “grandes hoteles, restaurantes y minas”, quienes tienen que comprar sus medios de subsistencia de manos de los capitalistas que se quedaron con la tierra y ahora los producen. No fue otro el proceso histórico que convirtió a los campesinos en Europa —así como a los pueblos originarios en el mundo— en trabajadores asalariados, tal como lo explica Marx en “La llamada acumulación originaria” (El capital). Dicha “acumulación originaria” no es sólo un hecho del pasado sino, tal como lo vemos hoy en México y el mundo, un recurso que el capitalismo emplea constantemente para hacerse de nuevos territorios y más trabajo asalariado.



Hay por tanto un profundo vínculo entre las comunidades indígenas que no quieren ser forzadas por el capital a convertirse en trabajadores asalariados, y los trabajadores asalariados que ya son explotados por el capital. De las acciones de resistencia de unos y otros sujetos nace la posibilidad de sacudirse el yugo capitalista. Asimismo, en junio, un Pronunciamiento de organizaciones mayas de la península de Yucatán dejó en claro la urgencia de defender la tierra y otros medios de producción que aún poseen a fin de poder conservar su autonomía económica y cultural:



Aún tenemos vastas extensiones de selva, cuna y nido del agua donde los animales beben y las semillas germinan [...] Aún tenemos las formas de ver la vida que nos conectan con el sueño de florecer autónomos, ejerciendo nuestro derecho de libre determinación [...] Y seguiremos teniendo todo esto [...] Será más necesario que nunca fortalecer y mantener la lucha por la defensa de lo que es nuestro: nuestro territorio y nuestra cultura. Recordémoslo porque no estamos dispuestos a perderlos, no son monedas de cambio. Queremos construir desde adentro para delinear formas que inviten a la vida, queremos vivir con la mirada y la voz en alto, erigiendo y construyendo relaciones igualitarias entre hombres y mujeres, donde la salud, la alimentación y la educación estén íntimamente ligadas a la tierra y a la milpa.



Con este pronunciamiento, los pueblos mayas están planteando una visión en la que la tierra no es una “moneda de cambio”, es decir, una mercancía que puede ser vendida o comprada a los capitalistas para poder sobrevivir, sino que está en una relación directa, comunitaria, con los seres humanos en el proceso de producción de sus propios medios de vida y de interacción con otros seres vivientes. Sobre la base de esta relación humana con el medio ambiente, pueden florecer igualmente “relaciones igualitarias entre hombres y mujeres”, la más fundamental de todas las relaciones, ya que evidencia el grado de liberación al que ha llegado una sociedad (Marx).



Una visión anticapitalista radical





En vez de oponerse “en general” al “progreso” y al “desarrollo”, los pueblos indígenas que luchan contra el Tren Maya y otros megaproyectos nos están más bien mostrando un nuevo concepto, verdaderamente humano, de desarrollo. A fin de que éste pueda realizarse a plenitud, es necesario que se vaya desenvolviendo a sí mismo de una forma radicalmente anticapitalista, en dos sentidos:




  1. No puede ser desviado por la ilusión de que hay un “buen” capitalismo. Dicho sistema tiene que ser totalmente destruido. Ni siquiera los gobiernos “de izquierda” como el que encabeza AMLO pueden ponerle un freno, aun si tuvieran la intención de hacerlo. Como vimos, el Estado es un órgano que promueve la acumulación de capital, no un espacio neutro que pueda ser usado por los movimientos sociales a su favor. Por tanto, el Estado también tiene que desaparecer. Ningún cambio fundamental puede esperarse de acuerdos con el gobierno, si bien éste puede otorgar algunas concesiones temporales arrancadas por la tenacidad de las luchas. Pero éstas tienen que estar muy conscientes de las limitaciones de dicho procedimiento, de modo que no se queden atoradas cuando obtengan alguna libertad política parcial, sino que continúen adelante hasta la plena liberación humana.

  2. Anticapitalista significa, sobre todo, superar, ir más allá del capitalismo, no tratar de volver al estadio histórico previo a éste. Tal como los pueblos indígenas se resisten a la violencia de ser convertidos en asalariados, los trabajadores no pueden simplemente adoptar las formas de organización y cultura indígenas. Ambos tienen que desarrollar sus propios modos de resistencia, unidos sin embargo en la tarea histórica de recuperar la tierra y otros medios de producción de manos del capital y el Estado y dar con ello origen a una nueva forma, verdaderamente humana, de desarrollo.



Ésta, como podemos vislumbrar, no puede ser sólo una tarea práctica. Las acciones espontáneas de protesta y rebeldía, si bien importantísimas, no son suficientes por sí solas para alcanzar las profundas transformaciones que necesitamos. Se requiere, al mismo tiempo, de la presencia de una visión anticapitalista radical al seno de los movimientos desde abajo, la cual pueda ser recreada por éstos en cada momento de su lucha, ayudándoles así a ver qué sigue en la construcción de una nueva sociedad humana.



Nos estamos refiriendo, entonces, a la urgente tarea de concretar una filosofía de emancipación en la forma de acciones desde abajo, es decir, una tarea dialéctica. Sólo esta doble forma de caminar, filosófica y práctica a la vez, centrada no sólo en la oposición al sistema existente sino en la creación de lo nuevo (de modo que lo positivo del desarrollo humano, el movimiento absoluto del devenir, surja de la negación capitalista anticapitalista del sistema actual y al mismo tiempo apunte hacia el futuro); esta doble forma de caminar, decíamos, es la única que nos permitirá dar origen a un nuevo país y un nuevo mundo, el verdadero opuesto absoluto a la sociedad capitalista actual.



Revista PRAXIS EN AMÉRICA LATINA – teoría/ practica. Edición más reciente #27. Pp. 1, 2.
http://www.praxisenamericalatina.org/



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