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version: http://www.zmag.org/CrisesCurEvts/Globalism/george.htm
Los organizadores de la conferencia me han solicitado
una breve historia del Neoliberalismo que titularon: “Veinte años de economía
de elite”. Siento mucho decirles que
para que esto tenga sentido, debo partir desde un poco más atrás, tal vez unos
50 años, al finalizar las Segunda Guerra Mundial.
Si en
1945 o 1950 alguien hubiera propuesto cualquiera de las ideas o políticas que
hoy son comunes en el recetario neoliberal, se habrían reído en su cara p lo
habrían enviado a un asilo de locos. En
esa época, al menos en los países occidentales, todos eran keynesianos, socialdemócrata,
socialcristiano demócratas o de alguna variante del marxismo. La idea de que el mercado podría tomar las
principales decisiones políticas y sociales; la idea de que el estado debería
reducir su rol en la economía o que las corporaciones pudieran tener plena
libertad, que los sindicatos debían ser restringidos y a los ciudadanos se debería dar menos en vez
de más seguridad social –tales ideas eran completamente ajenas al espíritu de la época. Aunque pudiera haber habido alguien de acuerdo con esas ideas, él o ella habría
vacilado en adoptar tal posición en público y habría tenido grandes
dificultades en encontrar quien escuchara.
Sin embargo, por increíble que
parezca hoy día, particularmente entre los jóvenes, el FMI y el Banco Mundial
eran vistos como instituciones progresistas.
Se les llamaba a veces, los “gemelos de Keynes”, porque eran los engendros
mentales de Keynes y de Harry Dexter White, uno de los cercanos consejeros de
Franklin Roosevelt. Cuando en 1944 se
crearon estas instituciones en Bretton
Woods, su mandato era ayudar a prevenir futuros conflictos, apoyando la
construcción y el desarrollo y resolviendo problemas temporales en las balanzas
de pagos. No tenían ningún control sobre las decisiones económicas de los
gobiernos individuales, ni su mandato incluía una licencia para intervenir en las
políticas nacionales.
En las naciones occidentales,
el estado de Bienestar y el New Deal habían estado funcionando
desde los 30, pero su expansión había sido interrumpida por la guerra. En la posguerra, la primera instrucción fue
reponerlos. El otro importante ítem de
la agenda, fue volver a reponer el movimiento del comercio mundial –esto se
cumplió a través del plan Marshall, que de nuevo estableció a Europa como el
principal socio comercial de los Estados Unidos, la principal economía del
mundo. Fue en este tiempo cuando
fuertes vientos de descolonización comenzaron a soplar, en donde la libertad
fue obtenida por medio de acuerdos, como en India, o a través de la lucha
armada, como en los casos de Kenya, Vietnam y otras naciones.
En conjunto, el mundo había
firmado una agenda extremadamente progresista.
El gran estudioso Karl Polanyi, publicó su obra maestra La Gran
Transformación en 1944, una fiera crítica a la sociedad industrial del
siglo XIX, basada en el mercado.
Entonces, han pasado más de 40
años desde que Polanyi hizo esta asombrosamente profética y moderna declaración: “Permitir al mecanismo del mercado ser el
único director del destino humano y de su ambiente natural... resultaría en la
demolición de la sociedad” (p.73). Sin
embargo, Polanyi estaba convencido de que tal demolición ya no podría ocurrir
en el mundo de la posguerra, porque como decía (p. 251): “Desde dentro de las
naciones, estamos presenciando un desarrollo bajo el cual, el sistema económico no dicta la ley a la sociedad y se
asegura así la primacía de la sociedad
sobre ese sistema”
Pero lástima, el optimismo
de Polanyi estaba mal ubicado –el punto
central del neoliberalismo es que al mecanismo del mercado, debería
permitírsele dirigir el destino de los seres humanos. La economía debería dictar sus leyes a la sociedad y no al
revés. Y tal cual lo previó Polanyi,
esta doctrina nos está conduciendo
directamente hacia “la demolición de la sociedad”.
¿Y entonces qué pasó? ¿Por qué hemos alcanzado este punto, medio
siglo después de la Segunda Guerra Mundial? O como han preguntado los organizadores:
”¿Por qué tenemos esta conferencia justo ahora?” La respuesta es breve: “es
debido a la serie de crisis
financieras, especialmente en Asia”.
Pero esto reclama otra pregunta y es la pregunta que realmente se están
haciendo, que sería: “Cómo llegó a emerger el neoliberalismo desde su posición
de ghetto ultraminoritario para transformarse en la doctrina dominante que es
hoy día?” ¿Por qué el Banco Mundial y
el FMI pueden intervenir a voluntad y
forzar a los países a participar en la economía mundial, en términos
desfavorables? ¿Por qué la Seguridad Social se encuentra amenazada en todos los
países en donde alguna vez fue establecida? ¿Por qué el medio ambiente se
encuentra al borde del colapso y por qué hay tantos pobres en los países ricos como pobres, en un periodo como éste,
de tanta riqueza? Estas son las preguntas que deben responderse desde una
perspectiva histórica.
Como alegamos en la revista
trimestral Dissent, una explicación posible para el triunfo del
neoliberalismo y de los desastres económicos, políticos, sociales y ecológicos
que lo acompañan, es que los neoliberales han comprado y pagado su propia “Gran
Transformación” viciosa y regresiva.
Ellos comprendieron –como no lo hicieron los progresistas— que las ideas
tienen consecuencias. Partiendo de un
pequeño embrión en la Universidad de
Chicago, con el filósofo y economista Friedich von Hayek y sus estudiantes
--como Milton Friedman en su núcleo—los neoliberales y sus patrocinadores,
crearon una enorme red internacional de fundaciones, institutos, centros de
investigación, publicaciones, académicos, escritores emparrillados en
relaciones públicas, para desarrollar, empaquetar y promover incansablemente
sus ideas y doctrinas.
Ellos construyeron este cuadro
ideológico tan altamente eficiente, porque comprendieron lo que decía el
pensador marxista Antonio Gramsci cuando desarrollo el concepto de hegemonía
cultural. Si Ud. Puede ocupar la cabeza
de la gente, sus corazones y sus manos
le seguirán. Yo no puedo dar detalles
aquí, pero créanme, el trabajo ideológico y promocional de la derecha ha sido
absolutamente brillante. Gastaron
cientos de millones de dólares, pero el resultado justifica cada centavo
invertido, pues lograron hacer que el neoliberalismo pareciera como si fuera la
condición natural y normal de la humanidad.
No importando cualquiera haya sido el tipo o número de desastres que
creó tan visiblemente el sistema liberal; no importando qué crisis financiera
haya engendrado ni cuántos perdedores ni cuántos marginados vaya a crear, así y
todo, parecía inevitable --como un acto
divino-- como si fuera el único orden
económico y social a nuestra
disposición.
Permítanme enfatizar cuan
importante es comprender que este vasto experimento neoliberal bajo el cual
todos estamos forzados a vivir, ha sido creado por gente con un propósito.
Cuando ustedes capten esto, cuando ustedes comprendan que el neoliberalismo no
es una fuerza como la gravedad, sino una construcción totalmente artificial,
también podrán comprender que lo que algunos han creado, otra gente, pueden
cambiarlo. Pero no pueden cambiar esto sin reconocer la importancia de las
ideas. Yo de todo corazón, estoy con los proyectos de las bases, pero también
advierto que todos esos proyectos pueden colapsar si el clima ideológico le es
hostil a sus propósitos.
De este modo, desde una secta
pequeña e impopular --casi carente de
influencia-- el neoliberalismo ha llegado a ser la mayor religión universal,
con su doctrina dogmática, su sacerdocio, sus instituciones legislativas y
quizá, lo que es más importante, su
infierno para los herejes y pecadores que se atreven a oponerse a la verdad
revelada. Oskar Lafontaine, el ex Ministro de Finanzas de
Alemania --a quien el Financial
Times llamó un “keynesiano no reconstruido”--
recientemente fue enviado al infierno porque se atrevió a proponer impuestos
más altos a las corporaciones, junto con recortes de impuestos para las
familias ordinarias y menos afluentes.
Habiendo establecido el
escenario y el contexto, déjenme apurarme para regresar al marco de 20 años que
se me solicitó. Esto significa 1979,
el año que Margaret Thatcher llegó al
poder y lanzó la revolución liberal en Gran Bretaña. La Dama de Hierro era ella misma una discípula de von
Hayek, era una social darwinista que no
le daba escalofríos expresar sus convicciones.
Era muy conocida por justificar su programa con una sola palabra, T I N A : There is No
Alternative ( No hay
alternativa). El valor central de la
doctrina de la Tatcher y del neoliberalismo en sí mismo, es la noción de
competencia –competencia entre naciones, regiones, empresas y por supuesto, entre individuos. La competencia es central porque separa las
ovejas de los carneros, los hombre de los niños, los aptos de los ineptos. Se supone que distribuye los recursos, sean
físicos, naturales, humanos o
financieros con la mayor eficiencia posible.
En un agudo contraste, el gran
filósofo chino Lao-Tze termina su Tao-te-Ching con las siguientes palabras:
“Por sobre todo, no compitas”.
Los únicos actores en el mundo neoliberal que parecen haber tomado en
cuenta el consejo --los más grandes actores de todos-- son las Corporaciones
Transnacionales. El principio de competencia se aplica escasamente a ellas;
prefieren practicar lo que podríamos llamar el Capitalismo de Alianza. No es
accidental que --dependiendo del año-- entre los dos tercios a tres cuartos de
todo el dinero etiquetado bajo “Inversión Extranjera Directa” no se dedique a
inversión creadora de nuevo empleo, sino a fusiones y adquisiciones que casi
invariablemente resultan en pérdidas de empleos.
Dado que la competencia es
siempre una virtud, sus resultados no pueden ser malos. Para el neoliberal, el
mercado es tan sabio y tan bueno, que al igual que Dios, su mano invisible
puede hacer el bien de un mal aparente.
Así, la Thatcher dijo en uno de sus discursos: “Es nuestra función
glorificarnos en la desigualdad y velar que a los talentos y las habilidades se
les sea dado una salida y expresión
para el beneficio de todos nosotros”. En otras palabras, no se inquieten por
los que quedan atrás en la competencia. La gente es desigual por naturaleza,
pero esto es bueno , porque las contribuciones de los bien nacidos, mejor
educados, los más duros, eventualmente beneficiarán a todos. Nada en particular se debe a los débiles, a
los pobremente educados; lo que ocurra
con ellos es su propia culpa, nunca la falta de la sociedad. Si al sistema competitivo se le da “salida”,
como dice Margaret, con ello la sociedad será mejor. Desafortunadamente, la historia de los últimos 20 años, nos
enseña exactamente lo opuesto.
En la Gran Bretaña
pretatcheriana, una persona de cada diez, se clasificaba como viviendo por
debajo del nivel de pobreza; un
resultado no muy brillante pero honorable, según van las naciones, pero en todo
caso, muy superior al periodo de preguerra.
Actualmente, una persona de cada cuatro y un niño de cada tres, es
oficialmente pobre. Este es el significado
de la sobrevivencia de los más aptos:
gente que no puede calentar sus casas en invierno, que deben poner una
moneda en el medidor antes de tener electricidad o agua; que no poseen un
abrigo impermeable y caliente, etc. Yo
estoy tomando estos ejemplos del informe de 1996, del Brittish Child Poverty
Action Group. Ilustraré el resultado de
las reformas “impositivas” bajo Tatcher-Mayor, con un solo ejemplo: durante los 1980s el 1% de los
contribuyentes recibían el 29% de todos los beneficios de reducción de
impuestos, de modo que una persona que recibía la mitad del salario medio,
encontraba que sus impuestos se habían
alzado en un 7%; en tanto que una sola persona
que ganaba 10 veces el salario medio, recibía una reducción del 21%.
Otra implicación de la
competencia como valor central del neoliberalismo, es que el sector público
debe ser brutalmente reducido, ya que no debe ni puede obedecer la ley básica
de competir por ganancia o participación en el mercado. La privatización es una de las mayores
transformaciones económicas de los pasados 20 años. Esta tendencia comenzó en Gran Bretaña y se extendió por el
mundo.
Comencemos preguntándonos por
qué los países capitalistas tienen servicios públicos y por qué todavía los
hacen. En realidad, casi todos los
servicios públicos constituyen lo que los economistas llaman “monopolios
naturales”. Un monopolio natural existe
cuando el tamaño mínimo para garantizar la eficiencia económica máxima, iguala
el tamaño real del mercado. En otras
palabras, una compañía debe tener un cierto tamaño para realizar economías de
escala y proveer así, los mejores servicios posibles al más bajo costo, para el
consumidor. Los servicios públicos
requieren muy grandes inversiones de infraestructura en el comienzo –como
ocurre con las vías férreas o las redes eléctricas— lo que no alienta la
competencia. Es por eso que los
monopolios públicos son la solución
óptima obvia. Pero los
neoliberales definen de ipso facto todo lo que es público como
“ineficiente”.
¿Entonces qué ocurre cuando un
monopolio natural se privatiza? Casi
normal y naturalmente, los nuevos propietarios capitalistas tienden a imponer
precios de monopolio al público, mientras se remuneran ricamente a sí
mismos. Los economistas clásicos llaman
a esta ocurrencia: “falla estructural del mercado”, ya que los precios son más
altos de lo que deberían ser y el servicio al consumidor no es necesariamente
bueno. A fin de prevenir la falla
estructural de mercados, --hasta mediados de los 80— los países capitalistas de
Europa, casi universalmente confiaban los correos, las telecomunicaciones, la
electricidad, el gas, los ferrocarriles y los metros, el transporte aéreo y
usualmente los otros servicios como el agua, la recolección de basura, etc., a
monopolios estatales. Los EEUU son la
gran excepción, ya que es demasiado grande geográficamente para favorecer monopolios naturales.
En todo caso, Margaret Tatcher
comenzó a cambiar todo esto. Como surplus,
también pudo usar la privatización para
quebrar el poder de los sindicatos. Al
destruir al sector público –donde los sindicatos son más fuertes—también fue
capaz de debilitarlos drásticamente.
Así, en Gran Bretaña entre 1979 y 1994, el número de empleos en el
sector público se redujo de sobre 7 millones a 5 millones, que representó una
caída del 29%. Virtualmente, todos los
empleos eliminados, eran empleos sindicalizados. Dado que en el sector privado el empleo se mantuvo estancado
durante esos 15 años, la reducción global en el número de empleos británicos
llegó a 1.7 millones, una caída de 7%, comparada con 1979. Para los neoliberales, siempre es mejor
menos que más trabajadores, ya que más
trabajadores pesan sobre el reparto del valor.
En cuanto a otros efectos de
la privatización, éstos eran predecibles y fueron dichos. Los gerentes de las nuevas empresas
privatizadas, a menudo la misma gente
de antes, doblaron o triplicaron sus
salarios. El gobierno usó el dinero de
los contribuyentes para perdonar deudas y
recapitalizar empresas antes de ponerlas en el mercado –por ejemplo, la
compañía de agua obtuvo 5 mil millones de libras esterlinas de liberación de
deudas, agregando 1.6 mil millones de libras, llamadas la “dote verde” para
hacer a la novia más atractiva a los posibles compradores. Se hace una gran alharaca en relaciones
públicas, acerca de cómo los pequeños
propietarios de acciones tendrían una tajada de estas compañías –de hecho, 9
millones de británicos compraron acciones—pero la mitad de ellos invirtieron
menos de 1000 libras y la mayoría de ellos vendió sus acciones muy rápidamente,
tan pronto como pudieron obtener beneficios instantáneos.
De los resultados, uno
fácilmente puede ver que todo el asunto de la privatización no está relacionado
con la eficiencia económica ni en el mejoramiento de los servicios al
consumidor, sino simplemente, en la transferencia de riqueza de la bolsa
pública –que podría ser responsable de redistribuirla para solucionar
desigualdades sociales—a las manos privadas.
En Gran Bretaña como en cualquier otro lugar, la aplastante mayoría de
las acciones de las compañías privatizadas, están en manos de instituciones
financieras y de inversionista muy
grandes. Los empleados de la British
TELECOM habían comprado solamente el 1%
de las acciones; los de la British Aerospace, el 1.3%, etc. Antes del asalto de Mrs. Tatcher, gran parte
del sector público británico producía ganancias. Consecuentemente, en 1984, las compañías públicas contribuían al
tesoro con más de 7000 millones de libras.
Ahora, todo ese dinero va hacia los accionistas. Actualmente, los servicios en las industrias
privatizadas son a menudo desastrosos –el Finacial Times reportó una invasión de ratas en el sistema
de agua potable en Yorkshire y quien quiera que haya sobrevivido tomando los
trenes Thames, merece una medalla.
Exactamente estos mismos
mecanismos se han puesto a funcionar a lo largo del mundo. En Inglaterra,
el Instituto Adam Smith fue el socio intelectual para la creación de la
ideología privatizadora. USAID y el
Banco Mundial también han usado a expertos del Adam Smith y han propagado la
doctrina privatizadora en el Sur. Hacia
1991, el Banco Mundial ya había hecho 114 préstamos para acelerar el
proceso y cada año, su informe
financiero de desarrollo global, reporta listas de cientos de privatizaciones
realizadas en los países deudores del banco.
Propongo que dejemos de hablar
de privatización y usemos palabras que digan la verdad: Estamos hablando acerca
de la enajenación y entrega del producto de décadas de trabajo de miles de
personas a una ínfima minoría de grandes inversionistas. Éste es uno de los más grandes atracos a
mano armada realizada en nuestra o en cualquier otra generación.
Otra característica
estructural del neoliberalismo consiste en remunerar al capitalismo en
detrimento del trabajo y así, trasladar la riqueza desde el fondo de la sociedad
hacia la cumbre. Si Ud. está, digamos,
en el 20% superior de la escala de ingresos, Ud. estará en condiciones de
aprovechar del neoliberalismo y cuanto más arriba esté, mucho más ganará. Contrariamente, el sector inferior del 80%,
lo pierde todo y cuanto más abajo esté, proporcionalmente mayor será su
pérdida.
Pero me había olvidado de
Ronald Reagan. Déjenme ilustrarles este
punto con las observaciones de Kevin Phillips, un analista republicano y
antiguo asistente del presidente Nixon, quien publicó un libro en 1990 titulado
La política de los Ricos y los Pobres (The Politics of Rich and Poor). Él traza el camino que siguen las
doctrinas y políticas neoliberales de Reagan, que cambiarán la distribución del
ingreso de los norteamericanos entre 1977 y 1988. Estas políticas fueron extensamente elaboradas por la
conservadora Heritage Foundation, el grupo de asesores en materia de principios
de la administración Reagan y que aún hoy en día, es una fuerza importante en
la política estadounidense. Pasando la
década de los 80, el 10% superior de las familias aumentó sus ingresos un 16%;
de éstos, el 5% superior, aumentó sus ingresos en 23%; pero el extremadamente
afortunado 1% de las familias norteamericanas pueden agradecerle a Reagan su
incremento en un 50%. Sus ingresos van
de los 270 000 a los 405 000 dólares.
En cuanto a los más pobres, el 80% de abajo, perdió algo y de acuerdo a
la norma, cuanto más abajo, más pierde.
El 10% más bajo de los norteamericanos alcanzó el nadir: de acuerdo a las cifras de Phillip,
perdieron el 15% de sus ya magros ingresos; de una media anual de $4 113
dólares cayeron a un inhumano $3 504.
En 1977, el 1% superior de las familias tenían un ingreso medio 65 veces
más alto que el 10% de más abajo. Una
década más tarde, el 1% ganaba 115 veces más.
Estados Unidos es una de las
sociedades más desiguales de la tierra, pero virtualmente todos los países han
visto crecer sus desigualdades en los últimos 20 años, dadas las políticas
neoliberales. La UNCTAD publicó en su
informe sobre Comercio y Desarrollo de 1977, algunas avasalladoras evidencias,
basados en 2600 estudios separados sobre desigualdades de ingreso,
empobrecimiento y empequeñecimiento de las clases medias. El equipo de la UNTAD documenta estas
tendencias en docenas de sociedades muy diferentes, incluyendo a China, Rusia y
otros antiguos países socialistas.
No hay nada de misterioso en
esta tendencia con respecto al crecimiento de la desigualdad. La políticas son específicamente diseñadas
para dar a los que ya son ricos, más ingresos disponibles; particularmente a
través de reducciones en los impuestos o constriñendo aún más los
salarios. La justificación ideológica y
teórica para estas medidas es que a más
altos ingreso y ganancias para los ricos conducirán a una mayor inversión, a
una mejor distribución de los recursos y por tanto, a más empleos y bienestar
para todos. En realidad, como fue
perfectamente predecible, al mover el dinero hacia arriba en la escala económica,
condujo a las burbujas del mercado de las acciones, a las riquezas de papel
anónimos para unos pocos y al tipo de crisis financieras de las cuales oiremos
hablar mucho en esta conferencia. Si el
ingreso es redistribuido en el 80% inferior de la sociedad, éste será usado
para el consumo que como consecuencia beneficia al empleo. Si la riqueza es redistribuida hacia arriba,
donde la gente ya tiene casi todo lo que necesita, no se irá hacia la economía
local o nacional, sino hacia las bolsas internacionales.
Como todos ustedes saben, las
mismas políticas se han llevado a cabo en el Sur y en el Este, bajo el pretexto
de un ajuste estructural, pero éste es
sólo otro nombre para el neoliberalismo.
He usado a la Tatcher y a Reagan para ilustrar las políticas a nivel
nacional. En el nivel internacional,
los neoliberales han concentrado todos sus esfuerzos sobre tres puntos
fundamentales:
n Libre comercio de bienes y
servicios
n Libre circulación de capital
n Libertad de inversión
En los últimos 20 años, el FMI
se ha fortalecido enormemente. Gracias
a la
crisis de la deuda y al mecanismo de condicionalidad,
ha evolucionado de ser un apoyo a la balanza de pagos, a ser casi dictador
universal de las llamadas “políticas económicas sólidas”, que por supuesto son
la políticas neoliberales. La Organización
Mundial de Comercio se estableció finalmente en enero de 1995, después de
largas y laboriosas negociaciones, a menudo conducidas a través de parlamentos
que tenían muy poca idea de o que estaban ratificando. Afortunadamente, el más reciente esfuerzo
para torna obligatorias y universales
las normas neoliberales, el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) fracasó,
al menos temporalmente. Éste habría
dado todos los derechos a las corporaciones, todas las obligaciones a los
gobiernos y ningún derecho a todos los ciudadanos.
El común denominador de todas estas instituciones es su
falta de
transparencia y de control democrático. Ésta es la esencia del neoliberalismo, que
declara que la economía debe dictar las
reglas a la sociedad y no todo lo contrario.
La Democracia es un impedimento, el neoliberalismo se diseñado para los
vencedores y no para los votantes, quienes necesariamente equilibran las
categorías de vencedores y perdedores.
Quisiera terminar pidiéndoles
que tomen muy seriamente la definición
neoliberal del perdedor, a quien no se le debe nada
en particular. Cualquiera puede ser
expulsado del sistema y en cualquier momento –por enfermedad, edad, embarazo,
por el fracaso calculable o simplemente porque las circunstancias económicas y
la implacable transferencia de riqueza de abajo hacia arriba lo demandan. El valor de las acciones lo es todo. Recientemente, el International Herald
Tribune señalaba que los
inversionistas extranjeros están haciendo “crujir” a las compañías y bancos de
Tailandia y de Corea. Sin
sorprendernos, estas compras se esperan que resulten en “grandes
ganancias”.
En otras palabras, los
resultados de años de trabajo de millones de
tailandeses y coreanos se transfieren a manos
corporativas extranjeras. Muchos de los
que trabajaron para crear esa riqueza ya están o estarán muy pronto en el
suelo. Bajo el principio de la
competencia y de la maximización del valor de las acciones, tal conducta es
vista no como criminalmente injusta, sino como normal y hasta virtuosa.
Sostengo que el neoliberalismo
ha cambiado la naturaleza fundamental de
la política.
La política solía ser primordialmente algo que tenía que ver con quién
gobernaba y qué parte de la torta se llevaba.
Aspectos de ambas cuestiones centrales, permanecen, por supuesto. Pero la nueva gran cuestión de la política
es –desde mi punto de vista: “quién
tiene derecho a la vida y quién no”.
La exclusión total está ahora a la orden del día y lo digo muy
seriamente.
Les he dado a ustedes una cantidad
de malas noticias, porque la historia de
los últimos 20 años está llena de ellas. Pero no quiero terminar con una nota
depresiva y pesimista. Muchas cosas ya
están sucediendo para contravenir estas tendencias que amenazan la vida y hay
un amplio rango de oportunidades para acciones posteriores de gran alcance.
Esta conferencia va a ayudar a
definir mucho de esa acción que creo debe
incluir una ofensiva ideológica. Es tiempo de que establezcamos la agenda, en
vez de esperar a que lo hagan los Amos del Universo reunidos en Davos. Espero que los patrocinadores comprendan
que no vamos a apoyar sólo proyectos, sino también ideas. No podemos contar con los neoliberales para hacerlo, de modo que
debemos diseñar sistemas de tributación
internacionales que sean equitativos y operables, incluyendo un Tobin
Tax, sobre todas las transacciones financieras y monetarias e impuestos
a pro rata sobre las ventas de las Corporaciones Transnacionales. Espero entrar en los detalles de estos
problemas en los talleres que se realicen acá.
Los procedimientos de un sistemas de impuestos internacional deben
llevar a cerrar el abismo entre el Sur y el Norte, y a redistribuir entre toda
la gente lo que les ha sido robado durante los últimos 20 años.
Permítanme repetirles lo que
ya les dije: el neoliberalismo no es la
condición humana natural, no es sobrenatural y puede ser desafiada y
reemplazado, porque su propio fracaso lo requiere. Debemos estar preparados con políticas de reemplazo que restauren
el poder en las comunidades y los estados democráticos, en tanto se trabaje
para instituir la democracia, el gobierno de la ley y la justa distribución a
un nivel internacional. Los negocios y
el mercado tienen lugar, pero este lugar no puede ocupar la esfera completa de
la existencia humana.
Otra buena noticia es que hay
mucho dinero revoloteando en torno y que una pequeña fracción, muy ridícula,
casi infinitesimal, sería suficiente para proveer de una vida decente a todos
los habitantes del planeta y dar salud y educación universal, limpiar el medio
ambiente y prevenir una mayor destrucción de la Tierra, y también cerrar el
abismo entre el Norte y el Sur –al menos de acuerdo con la UNDP— que reclama
para esto 40 mil millones de dólares, lo que francamente no es nada.
Finalmente, por favor
recuerden que si el neoliberalismo puede ser insaciable, no es
invulnerable. Una coalición de
activistas internacionales, solamente ayer,
los obligó a abandonar –al menos temporalmente—su proyecto de
liberalizar todas las inversiones a través del AMI. La sorprendente victoria de sus opositores enfureció a los que
apoyaban al gobierno corporativo y demostró que una bien organizada red de
guerrillas puede ganar batallas. Ahora
debemos reagrupar nuestras fuerzas e insistir cuando tratan de transferir el
AMI a la Organización Mundial de
Comercio ( WTO).
Miremos las cosas de este
modo: tenemos los números a nuestro
favor, ya que hay más perdedores que vencedores en el juego neoliberal. Tenemos las ideas, mientras las suyas son
puestas en duda debido a las repetidas crisis.
Lo que nos falta hasta ahora, es la organización y la unidad. Algo que puede ser superado con la
tecnología avanzada. La amenaza es
claramente transnacional y la respuesta debe ser también transnacional. La solidaridad ya no significa ayuda, no
sólo ayuda, sino encontrar las sinergías ocultas, en las luchas de cada uno de
los otros, de modo que la fuerza numérica y el poder de nuestras ideas llegue a
ser aplastante. Estoy convencida de que
esta conferencia contribuirá poderosamente a este objetivo. Les agradezco a todos su fina atención.