Federico García Morales
Ponencia presentada ante el X Congreso de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI) Oaxtepec, Morelos, 30 de noviembre de 1996. Mesa 67
Extrañas convergencias las de este fin de siglo. Ahora a esta mesa se convocan la globalización y la identidad, con su carga de elusividad, sus impresiones, su mezcla histórica de realidades e imaginarios.
De partida, tanto la globalización como las identidades siempre encuentran la posibilidad de una autodefinición ideológica, y eso después de ese prólogo teórico que declaró cerrado el tiempo de las ideologías. Porque, ya lo veremos, podemos perfectamente anunciar la llegada del tiempo del globalicionismo. Pero en donde también se formulan otros fantasmas.
El Banco Mundial un agente globalizante, define en general la globalización: "es un cambio general que está transformando a la economía mundial . . . que se refleja en vinculaciones internacionales cada vez más amplias e intensas del comercio y las finanzas y el impulso universal hacia la liberación del comercio y los mercados de capital por la creciente internacionalización, y por un cambio tecnológico que está erosionado con rapidez las barreras que obstaculizan la comercialidad internacional de bienes y servicios y la movilidad del capital" (Nota 1. Banco Mundial: "Las perspectivas económicas mundiales y los países en desarrollo". Full-Text Lib. 1996.).
Es notable en esta definición la presencia sobredesarrollada de un agente central: el capital. Situación que puede conducir inmediatamente al establecimiento de ciertos reparos, por que globalizaciones ha habido antes en la historia del sistema de producción capitalista. Y globalizaciones que tuvieron consecuencias en lo que después veremos fueron importantes formulaciones del problema de la identidad, las que consolidaron grandes estados e imperios, y originaron un tremendo y a veces catastrófico reacomodo de la diversidad, étnica de la humanidad, por ejemplo la globalización que acompañó la expansión europea o norteamericana en el siglo XIX. Pero también se puede distinguir actualmente entre la globalización de capitales, y la globalización cultural y de la comunicación, por la calidad de los procesos que impulsan, su fuerza determinante y sus efectos benéficos o deletéreos.
Indudablemente la globalización es un concepto que, se supone, es significante de una realidad que tendría otra posibilidad de representación, tratándose de movimientos económicos, a través de cifras: Consulta, por ejemplo:
Que vendría a resultar del hecho de que la producción global mundial se haya mantenido más o menos estancada, girando en torno a crecimientos mínimos y hasta negativos en las últimas dos décadas, mientras que el comercio mundial de mercancías aumentaba del 11 al 18 % en estos dos decenios.
Que los servicios se hayan elevado del 15% en los años 70 al 24% en la actualidad. Mientras del capital financiero en este mismo período ha tenido un crecimiento cincuentenario.
Dicho de otro modo, desde los años 50 al 82 (considerando partes buenas y malas del ciclo) la producción económica global subió cinco veces, de 3.8 billones de dólares a 18.9 billones, mientras el comercio mundial en el mismo periodo tuvo un crecimiento casi 12 veces mayor, pasando de 308 mil millones a 3.554 billones de dólares . Pero en tanto, el capital especulativo comenzaba a construir una gran burbuja que hacia 1989 superaba en 50 veces los valores del producto mundial. En 1992, el total del stock financiero mundial alcanzó los $35 trillones de dólares . . . Se nota pues la existencia agigantada de una relación negativa entre el crecimiento del capital financiero, y las condiciones del progreso de la economía real. Eso se nota tan claramente en los EEUU, donde a parejas de una larga onda depresiva de la economía real se han dado cifras históricas en el Dow Jones. O en México donde la reciente crisis económica ha dejado observar cifras sostenidamente altas en el mercado bursátil.
Con el movimiento globalizante del capital ( y ya tocamos con esto el problema social que genera la globalización), se constituye un proceso de acelerada acumulación y concentración del capital mundial en manos corporativas y privadas. Al punto que tres corporaciones, Exxon, Ford Motor y General Motors, juntas poseen más capital que 70 países. Para no tocar los capitales del Deutsche Bank o de la banca Mitsubishi, que fusionada recientemente con el Banco de Tokio, produjo un retoño con 800.000 millones de dólares en la cuna. Actualmente de los 100 sistemas económicos de mayor tamaño, 47 son corporaciones.
Fortunas individuales prosperan al punto que los 300 más ricos del mundo manejan ingresos superiores a los de la mitas de la población del planeta.
Esta forma del reparto marca la emergencia de influencias políticas de enorme peso, no sujetas a control, realzadas por instancias de decisión igualmente separadas de todo escrutinio democrático como son el Banco Mundial, la OMC y el FMI.
Esta situación ha ido dando origen a una clara erosión de los estados nacionales como contenedores de la política económica, que hoy día claramente rebasa sus fronteras. Eso induce también a suponer que el estudio de las relaciones de poder y de economía mundiales ya deben comenzar a prescindir de la consideración de los estados como elementos significativos, y preferir la inclusión de otros sujetos como las grandes corporaciones multinacionales.
Hasta aquí el problema en donde se presenta la globalización desde el punto de vista de los que ganan con ella. Ahora hay también cifras sobre los que pierden, por lo menos en lo que algunos integristas de la globalización describen como "el difícil período de la transición globalizante". En este tiempo ha provocado urbi el orbi el desmantelamiento de previas fórmulas proteccionistas, de los sistemas de seguridad social, se han revertido las reformas agrarias y urbanas, se ha sostenido una agraviante política salarial de represión y disminución de la participación de las clases trabajadoras en el ingreso mundial, se han generado políticas de desempleo dirigido (en Europa hay cerca de un 14% de desempleados estructurales, y se estima que, empujando la convergencia de las ofertas salariales, deberá acercarse al 20% (si la economía Europea ha de competir con las de Asia), se ha orientado el encogimiento masivo de las clases medias en los países industriales y en desarrollo, se ha condenado irremediablemente al fracaso a los países de menor desarrollo. Eso ha conducido a los inenarrables desgarramientos africanos, verdaderos genocidios. Y al hundimiento de la mitad de la población mundial en niveles descritos como de pobreza o de pobreza extrema. Aquí mismo en México, una investigación reciente demuestra que casi la mitad de la población ya no accede a la canasta básica.
Bajo estas condiciones se acentúa la disparidad mundial de los ingresos entre los industriales y los países en desarrollo y subdesarrollados. Los ingresos medios se disparan hacia los 40 mil dólares per cápita en los países industriales (desigualmente repartidos claro está) contra algunos cientos de dólares per capital en el subdesarrollo. Es en torno a estos países también que hasta en el seno del discurso globalizante se les espeta el destino de "países fracasados".
Hasta aquí podemos dar por esbozado el carácter del fenómeno globalizante en términos del movimiento del capital.
Pero existen dimensiones del fenómeno que se marcan en el terreno de la ideología: es que la globalización tiene sus proponentes, sectores con intereses evidentes en la extensión de estas singularidad, sea que se encuentren relacionados con el movimiento corporativo o con la red de aparatos de Estado que impulsan la inclusión globalizante y el tipo de negocios a que da lugar. Un proyecto tan vasto con propuestas en que no se excluye la salvación, atrae indudablemente feligreses y prédicas de ayatolas globalizantes. Hay en el globalizacionismo elementos integristas. Por ejemplo, cuando surge en América del Sur un centro de estudios de la globalización que proclama entre los principios metodológicos del nuevo evangelio la adscripción a la teoría de los sistemas sistemas complejos, y la condena al "pensamiento obsoleto". Este grupo, alimentado desde el norte, sostiene, sin hasta ahora lograr mostrar evidencias que " el progreso se alcanza mediante la globalización" y que " las reformas económicas bajo el amparo de las ideas neoliberales, son el único medio que permite unirse a este proceso que ha venido para quedarse" Como señuelo importante sostiene la próxima llegada de rebalses que premiará a los que sufren en esta difícil transición y en el terreno político el inevitable aparecimiento más allá del túnel bastante obscuro en que vamos entrando, de una luminosa democracia. Estos planteamientos han venido a ser la expresión regular también de los decanos del neoliberalismo y de la globalización que hoy sientan cátedra desde los gobiernos de buena parte de los países de América Latina.
Pero todos estos planteamientos son discutibles . . .
En cuanto al progreso, si se refiere al progreso del capital especulativo, la proposición tiene sentido. La burbuja construida por el capital que se juega principalmente en las bolsas, y que teje una red extremadamente dinámica por entre las comunidades bancarias y bolsísticas, ha crecido fuera de control y hasta fuera de realidad lejos de toda orientación productivista, y con deslindes estructurales no bien establecidos. El crecimiento del Capital financiero se logra evaluar, pero para muchos economistas se ve como ominoso, cargado de malas promesas para la estabilidad de la economía mundial.
Es falsa la proposición, si implica un crecimiento de la economía real. Hay áreas económicas completas que al empuje de la globalización han sido desbastadas . Aquí en México se escuchan las quejas, pero también en Argentina y en Canadá. Pero aún en el terreno de la expansión del capital financiero, no viene a ser su crecimiento una singularidad de este fin de siglo, pues nos viene acompañando desde el principio. Finanzkapital, se llamaba un libro publicado por Rudolf Hilferding en 1909, que veía en el fortalecimiento de está forma del capital, un modificador de la estructura económica y política de la sociedad. Su hiperinflación actual define una dimensión importante del fenómeno de la globalización si entrar al progreso globalizante quiere indicar un progreso del bienestar de los pueblos de este planeta, claramente- y lo demuestra el ataque renovado contra los salarios y los derechos sociales-esto ha quedado fuera de agenda. La agenda de la globalización es exclusivamente la que representa los intereses de las grandes corporaciones y esos intereses no son precisamente sociales si no exclusivamente de la ganancia salvaje. El crecimiento del capital se ha ido realizando sobre el debilitamiento de la participación de los trabajadores en el producto mundial.
En cuanto a si la globalización es "buena". Vale la pena aceptar que es buena para algunos pero que es mala para muchos.
En lo que se refiere a la promesa democrática, la globalización- que parece antiestatista, se ha sabido apoderar de los aparatos de estado para impulsar su agenda, recurriendo a todo tipo de violaciones al escrutinio de las mayorías, he impulsado la cooptación de nuevas hélices que deben pagar por su membresia en el club de la globalización , subastando todo los bienes nacionales y toda forma de soberanía popular en el mercado global. La posibilidad de un foro democrático nacional naufraga en todo lugar cuando la comunidad ha quedado dividida, o mejor escindida, entre sectores sociales que rastrojean una nueva identidad en el sistema emergente colaborando en la destrucción de sus naciones, una burguesía que se globaliza o parece, y un sector trabajador que viene a ser una mercancía en el mercado global. Sin embargo, es importante señalar que bien adentrados en el proceso globalizante, y a la sordina de una propaganda estridente y con aspectos totalitarios en favor de la globalización, la soberanía popular y nacional sigue problematizando a sus gestores y hay movimientos que radicalízan la afirmación nacional y cultural hasta el límite del integrismo, y hasta más allá del declive o de la extenuación de la política. El globalicionismo decreta como extinguidas la heterogeneidades sociales, detrás de la homogenización de valores y el consumerismo. Declara finalizados los estancos nacionales y culturales. Y sin embargo, estos subsisten. Hay una lucha. En el gran espacio del poder mundial, actualmente ya se pueden dudar de la existencia de una monopolaridad. Y en espacios más menudos se tornan racional la resistencia étnica y regional. Es posible que la globalización "no haya llegado para quedarse ".
Es que es conveniente tener presente: la globalización no es de todo global: hay un 70% de la población mundial que continua moviéndose fuera del mercado.
Es evidente que la inclusión de las sociedades en un espacio en donde se ha dado tan extensa y profundamente esta expresión del capitalismo salvaje, en este nuevo momento de globalización –ya aludimos a otros anteriores—no deja de originar un severo impacto. El sociólogo norteamericano Charles Lemert ha indicado (Sociology After de Crisis) que hay un movimiento interno en cada uno de nosotros cuando nos preguntamos:"¿Qué soy si las cosas sociales son diferentes? ¿Qué soy si las diferencias sociales se estructuran contra mí? Unas preguntas que nos llevan a la cuestión actual de la identidad.
La identidad es sencillamente la construcción social de los sujetos. Los procesos de la identidad solemos examinarlos desde el punto de vista de la psicología freudiana o lacaniana, y nos olvidamos muchas veces qué es esto de caer en el mundo. Donde venimos a reconocernos y ser reconocidos en una dialéctica con los otros. Inevitablemente la identidad siempre emerge en la forma de una política. Políticas de identidad. Que desde los griegos vinculamos a ideales educativos, o desde los hebreos como conformaciones religioss. La antropología ha expandido estas percepciones al examinar tantas sociedades con sus construídos de reconocimiento y de rechazo, sus esferas públicas y privadas, sus univeros simbólicos, que les son propios. De todos modos, en lo que interesa a foros como éste, los dos últimos siglos se han visto plagados de luchas entre diversas políticas de identidad. Ha habido políticase conformación nacional, de identidad étnica, políticas de clase y de identidad partidaria, que han constituído la épica y el entido de nuestro tiempo. Donde se reconocía la efectividad de un nosotros y la distancia o la amenaza de los otros. Ahora la globalización supuestamente vendría a imponer una situación de "armonía" en su único y totalitario espacio inclusivo a tanta inestabilidad e incongruencia. Según el decir de uno de sus proponentes, nos haría olvidar en los próximos mil años (siempre los mil años, al parecer una necesidad hitleriana) el nosotros, para empezar a pensar en los "otros".
Sin embargo, la globalización presente se ha revelado exclusiva: ha profundizado diferencias entre centros y periferias, ha dislocado profundamente a diversas estructuras nacionales y étnicas, y con las polarizaciones en la riquezaº, y la destrucción d sectores mediadores, ha ido provocando el surgimiento de una bomba de tiempo que ha alarmado a los propios editores del Foreign Affairs ("hemos creado un mundo con demasiados pobres, y puede estallar).
La ruptura de la identidad nacional, y el llamado a su substitución por la identidad globalizante, no se constituye solamente como discurso: es socialmente algo efectivo. La descomposición del interés por la nación –esa comunidad imaginaria, como la denominaba Benedict Arnold en un libro memorable—sigue al soldamiento de las élites nativas gobernante hacia nortes marcados por el movimiento del nuevo momento capitalístico. Lo que no es nuevo, ya que en el siglo XX la expansión europea fue posible solamente porque contó con la colaboración de diversas élites nativas, en Africa, en India, en Indochina, en Egipto,etc. ¿Acaso en México no hubo un sector que viajó a Europa en busca de un dinasta, y que luego de establecida la Intervención, formó parte del gabinete de Maximiliano ?
Ahora esa misma "buena" disposición vino a condenar la construcción nacional de los mercados bajo la vigilancia de los estados. Y se abrió un período de subasta y adjudicación en favor de las transnacionales y de las élites de apoyo, y a título prácticamente gratuito, de bancos, de paraestatales, de los recursos naturales y sociales,etc., que se integraron al fondo que alimentaba el nuevo momento económico.
En esas condiciones los gobiernos con más amplias disposiciones nacionalistas pierden presencia, y ven surgir en su reemplazo a clientelas que en el plano político provocan la desconfianza de sus pueblos. Fue notable en ese sentido el descenso del prestigio del gobernante, primero en los países de Oriente, y más recientemente en África y en América Latina. Su retórica "nacionalista", si sobrevive, tiene un aliento tartuffesco. Es que han pasado a ser los clientes (y agentes y pacientes) de una nueva identidad que no se atreven a reconocer abiertamente.
La recomposición social que estos fenómenos acarrearon, desarticularon tanto en los países industriales como en los Tercer Mundo, los carriles de la construcción clasista. La clase media perdió proyecto, y algunos de sus sectores tecnocráticos se asilaron en la búsqueda de futiros atomizados en la oferta globalizante, mientras otros se desplazaban entre la bruma de devaluaciones, estanflaciones y desmantelamientos de la planta productiva, hacia el desempleo y la proletarización. Pero el proletariado se iba reformulando en torno a un complicado movimiento de migraciones y menudas defensas espaciales de sus posibilidades salariales que todavía continúa. En un momento Europa fue centro de atracción de la migración sureña, y sobre todo africana y asiática; después inició su expulsión. La misma danza se repite en los EEUU con la migración mexicana.
La destrucción de los países del este es un proceso abierto. Las naciones del Este, en el curso de su dislocación abierto a la acumulación de nuevo cuño, muestran viejas heridas que conducen al remanecimiento del conflicto interétnico, o a la reconfiguración de viejas identidades. Al fin y al cabo en el Imperio ruso no todos hablaban ruso hasta que hará cosa de un siglo se impulsó una reforma, una nueva política de lenguas, desde lo alto. Y la nobleza del imperio Austrohúngaro no hablaba alemán. El curso de esa dislocación ha tenido un escenario concentrado de alternativas, que ha terminado dominado por las identidades goyescas generadas por conflictos bélicos en Chechenia o en la antigua Yugoeslavia.
¿Qué pasará en América Latina con nuestrras nacionalidades? ¿hasta dónde podrá alcanzarnos el deseo de las élites –y de élites bastante mediocres—de conducirnos al fortalecimiento de nuevas identidades, aunque ea con la globalización parcial—norteamericana ? ¿Hastá cuándo podrán los diverosos pueblos de América Latina continuar sosteniendo su identidad en fronteras que han ido cayendo para dejar desnudas a la penetración del capital transnacional a sus diversas regiones? ¿Nos encaminamos a un encuentro con nosotros o con los otros? ¿Estamos tratando de entender el proyecto de afuera, o estamos empezando a balbucear y a anudar nuestras demandas? ¿Es que nos lanzamos de lleno buscando reformularnos en el seno de un gran estado imperial, como lo advirtiera Petras hace algunos años ? Indudablemente, de seguir prevaleciendo las actuales condiciones, será la presencia de los intereses corporativos los que determinarán nuestra importancia, nuestro significado o nuestra no vigencia, nuestra extinción.
Esa agenda es una promesa puntual de acentuación de la desigualdad, de autoritarismo, de hambrunas, guerras, discriminación y contaminación. ¿Es que no seremos capaces de construir alternativas? ¿es que el proyecto corporativo se impone sin resistencias?
En realidad, loq eu estamos presenciando es el intento de establecer un orden sobre entidades inestables. Los proyectos que fueren, a escala mundial se desplazan hoy por sobre una poderosa onda crítica. Son proyectos de la crisis, en un momento en que el capital parace tener iniciativas, y se despliega planteando rasgaduras y conflictos. Pero también en este medio surgen otras apuestas, las apuestas de los de abajo, que se ve, lo muestra la experiencia de los movimientos huelguísticos en Francia y de los indígenas de Chiapas, pueden radicalizarse con el tiempo hasta llegar a originar una verdadera "crisis de la globalización". Queda además por ver lo que guarde la astucia de la historia, que mientras tanto le apuesta a la burbuja del capital financiero.
Y así, para situarnos, volvemos a las preguntas.
¿Qué somos entonces, cuando el mundo ha cambiado ? ¿Qué soy realmente cuando las diferencias sociales se estructuran contra mí? En un período globalizante anterior, hubo escritores que encontraron sujetos que se formularon una respuesta desde el volcán de identidades inestables. Por allí van los personajes de Conrad, y lo cito porque quiero atraer hacia esta discusión esa atmósfera a ratos un poco exótica y viajera de sus novelas, donde los caracteres principales son casi siempre desarraigados que navegaban sobre los caprichos y aventuras oceánicas del capital. En El Corazón de la Obscuridad, el narrador Marlow reflexiona: "La conquista de la tierra, que significa quitársela a los que la tienen, ésos de diferente complexión y de narices más chatas que las nuestras, no es poca cosa... Pero lo que nos redime es sólo una idea, una idea solamente, no una pretensión sentimental –y una creencia nada de egoísta dentro de la idea—algo que uno puede establecer, y arrodillarse y ofrecerle sacrificios... Lo que nos salva es la eficiencia, la devoción por la eficiencia...un accidente que nace de la debilidad de los otros." En torno nuestro abundan ejemplos de eficiencia y de rapacidad. Y abunda el sacrificio.