COMUNIDADES
DE HOMBRES FRENTE A SOCIEDADES DE MERCANCÍAS.
1. Política y
comunidad: breve esquema diacrónico y sincrónico.
A. El origen prehistórico de la política.
Resulta muy difícil
precisar cuáles hubieron de ser los primeros sistemas de gobierno o, dicho de
otro modo, la organización de las primeras comunidades humanas, pero de acuerdo
con los estudios antropológicos de las colectividades prehistóricas, regidas
por la oralidad y el mito, la gerontocracia laica y sacerdotal,
estaría muy en la base de los sistemas de organización social; como también
sugiere la observación etológica. Sin embargo, los estudios prehistóricos y
etológicos también apuntan hacia la posibilidad de concebir un comunismo
originario como sistema de organización propio de las sociedades de
cazadores-recolectores o, incluso, de los primitivos centros agrícolas, que
devendrían obsoletos con la revolución neolítica y la introducción de la
agricultura, la arquitectura monumental y la escritura. Asimismo, una tradición
que se remonta a determinadas lecturas de Darwin, situará a la base de los
sistemas de organización la tiranía individual de uno de los
miembros del grupo, como parece ser el caso de ciertas agrupaciones de
primates.
B. Antigua Grecia: el banquete y la asamblea
homérica.
De cualquier
modo, la asamblea (ekklesia) griega, lugar indiscutible de donde procede la más célebre de las
formas de organización comutinaria, la democracia, tiene dos fuentes primordiales,
una es la que Aristóteles menciona numerosas veces en su Política bajo el nombre de banquete comunitario (p.ej.cfr.
Libro VII, cap.10, 1330a), institución a la que se retrotraería el núcleo
prehistórico de la democracia y que remite a la comida en común o comunidad de bienes correlativa a la
igualdad en el ágora; la otra es la
asamblea que ya aparece en la Ilíada
homérica contrapuesta claramente a las teocracias persa y egipcia, que
conllevaba el nacimiento de la parrhesía,
germen de la isonomía y de la isegoría. Un personaje de la Ilíada define a un jefe como alguien que
dice cosas y lleva a cabo acciones, en este orden (Ilíada IX, 443). Pero Odiseo silencia al hombre simple,
representado por Tersites, provocando la hilaridad general. De ahí que esté
claro que la asamblea de la épica estuviese restringida a la participación
exclusiva de los eminentes. Sin embargo fue un comienzo, un comienzo de la
política que culminaría en la democracia
directa, aunque restringida, de la Grecia clásica; perdida durante muchos
siglos de absolutismo hasta su pseudorecuperación en la democracia
representativa surgida de las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa.
Fue el estadista Perícles, (culminador de la senda abierta por Solón y
Clístenes), cuyas palabras en un famoso discurso recoge el historiador
Tucídides, quien presentará, y regirá en su máximo esplendor, al innovador
modelo político de la polis griega
clásica, basado en la participación directa de todos los ciudadanos en la
asamblea ejecutiva, legislativa y judicial: Tenemos un régimen de gobierno que
no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros
que imitadores de los demás. Su nombre es democracia,
por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor (Tucídides Historia de la guerra del Peloponeso,
II, 37). El ejemplo quedó para que los venideros lo mejorasen, pero tan sólo en
las repúblicas de la Baja Edad Media y del Renacimiento, o en los breves
periodos de la Comuna de París (1871) o de las comunidades anarquistas de
Cataluña y Aragón en la época de la guerra civil española o, incluso en las
misiones del Paraguay durante la colonización de América, podremos encontrar
intentos de progresar en la vía abierta por la Atenas de Perícles.
Los conceptos
básicos de la democracia representativa de los Estados-Nación se realizaron
en las revoluciones inglesa (1648), norteamericana (1776) y francesa (1789),
acontecimientos que, junto con la destrucción del Antiguo Régimen, consolidaron
la democracia parlamentaria como sistema de gobierno y promovieron su extensión
a los nacientes Estados capitalistas europeos.
En la modernidad las comunidades se
organizarán cada vez más mediante una forma de organización particular, frente
al modelo
intervencionista que comparten socialdemócratas
y comunistas tendremos el modelo espontaneísta de anarquistas
y liberales. La extraña afinidad entre liberalismo
y anarquismo les lleva a defender a ambos un cierto espontaneísmo, para el primero, con una alta dosis de
espiritualismo idealista, lo que es espontáneo es la redistribución justa de
los recursos que la mano invisible de
la Providencia (Adam Smith) lleva a cabo, paradójicamente, desde el momento en
el que cada individuo comienza a desplegar sin trabas su egoísmo particular, es
decir, la salvación colectiva pasa por la preocupación exclusiva por la
salvación individual. Mientras que para el segundo, lo que resulta espontáneo
no es sólo la redistribución justa de los recursos sino la organización
política en su totalidad, y es mediante la preocupación individual y sin trabas
por el interés colectivo (y no por el interés particular) que la organización
colectiva puede llevarse a cabo de la mejor forma posible. En la
contemporaneidad han triunfado los peores candidatos y vivimos en sociedades de
intervencionismo socialdemócrata (y no el comunista) y de espontaneísmo liberal
(y no el anarquista). La historia de la democracia es larga y sinuosa, y sus
inicios coinciden con el origen de la política, siendo en su decepcionante y
deficiente forma representativa y bajo condiciones capitalistas de producción
el modelo universalmente admitido como preferible en la actualidad.
C. Algunas notas acerca de la comunidad política en
Grecia y Aristóteles: De la democracia antigua ¿a la moderna?.
Aristóteles
entiende por comunidad cualquier asociación de dos o más individuos que tienen
intereses comunes y participan en una acción común: En efecto, en toda comunidad (koinonía) parece existir alguna clase de justicia (diké) y también de amistad (philía) (...) En tanto en cuanto
participan de una comunidad hay amistad y también justicia (Ética a Nicómaco 1159b). Y como toda
comunidad parece subordinada a la comunidad política, Aristóteles establece una
curiosa correspondencia entre las tres formas de gobierno y sus
correspondientes desviaciones, y las distintas clases de amistad (philía). Dentro de las desviaciones es
la menos mala la democracia, donde hay mayor justicia y amistad pues los
ciudadanos, siendo iguales, tienen muchas cosas en común (Ética a Nicómaco 1161b). Igualdad, Libertad y participación, son
elementos esenciales para que se pueda calificar como democrática a la
organización de una comunidad. La política tiene por misión el bien del
colectivo de ciudadanos y no hay oposición entre el bien particular y el bien
colectivo, ya que el segundo no es sino la realización del primero: El fin de
la la política es el bien del hombre. Pues, aunque el bien del individuo y el
de la ciudad sean el mismo, es evidente que será mucho más grande y más
perfecto alcanzar y preservar el de la ciudad; porque, ciertamente, ya es
apetecible procurarlo para uno solo, pero es más hermoso y divino para todo un
pueblo y para ciudades (Ética a Nicómaco
1094b). La ética queda englobada dentro de la política de modo coherente y la
salvaguarda del grupo es preferible a la de cualquiera de sus particulares.
Tradicionalmente se ha tenido al organicismo
como un modelo de pensamiento político tendente a la democracia, sin embargo,
Tomás de Aquino lo empleará para legitimar la monarquía absolutista, al indicar
que: Del mismo modo que el organismo humano es regido por un miembro principal
-ya sea el corazón o la cabeza-, es necesario que en la multitud exista algo
que la gobierne o dirija (Tomás de Aquino Sobre
el gobierno de los príncipes 1), lo que equivale a suponer y excluir del
hecho de tener cabeza (razón) a la mayor parte de la comunidad. La tesis de los
filósofos-reyes de Platón adolece del mismo defecto, al suponer en su Estado
ideal que tan sólo una de las clases sería plenamente capaz de razonar y tomar
decisiones. En Aristóteles no hay semejantes presuposiciones, sino que más bien
se considera que bajo ciertas condiciones materiales cualquier ciudadano se
encontrará plenamente capacitado para la acción política. En la modernidad
cobrará protagonismo el enfrentamiento entre ética y política que no había
predominado en el mundo antigüo, aunque se había ya planteado el problema entre
los sofistas con su separación entre physis
y nomos, o con la oposición entre leyes
de la costumbre y leyes de la ciudad en la Antígona
de Sófocles. Pero será el uso medieval del modelo organicista como forma de
legitimación del absolutismo monárquico el que forzará la recuperación del
individualismo, desarrollado de forma contractualista, para contrarrestar las
argumentaciones del Antiguo Régimen o actualizarlas.
Platón
distinguirá entre su propuesta de un régimen de gobierno perfecto que
intentaría llevar a cabo en dos ocasiones en Siracusa y las degeneraciones de
éste: la Aristocracia (como régimen mejor) y las formas de gobierno de su época
que consideraba como degeneraciones de ese gobierno: la Timocracia, la
Oligarquía, la Democracia y la Tiranía (República
Libro VIII). Su discípulo Aristóteles, sin embargo, nos ofrecerá otra teoría
política y otra distinción entre las posibles formas de gobierno, por pares de
opuestos entre la mejor y la peor: Realeza/Tiranía; Aristocracia/Oligarquía;
Timocracia/Democracia, considerando la mejor la realeza y la peor la tiranía, y
siendo la democracia el menos malo entre los regímenes imperfectos o desviados
(Ética a Nicómaco Libro VIII, 10,
1160b; Política Libros III-VIII), por
ser el justo medio entre los
extremos.
En la Política, Aristóteles indica que
cualquier ciudad es ya una cierta comunidad: La ciudad es la comunidad perfecta, procedente de varias aldeas, que
posee una total autosuficiencia, y aunque tuvo su origen en la urgencia del
vivir, ahora existe para el vivir bien (Libro I, cap.1, 1252a). Toda comunidad
está orientada hacia algún bien, siendo el bien superior el que pretende la
comunidad superior, que es la que llamamos ciudad (polis) y comunidad cívica
(koinonía politiké) (Libro I, cap.1,
1252a). Para Aristóteles la ciudad es ontológicamente anterior y empíricamente
posterior al hombre (anthropós), que
es concebido como animal cívico (zoón politikón), y por tanto toda ciudad
forma una comunidad política: La ciudad es una cierta comunidad, y es una
comunidad de régimen político entre sus ciudadanos (Libro III, cap.3, 1276b).
Pero para ser ciudadano y buscar la mejor forma de organización comunitaria
no basta con habitar una ciudad, sino que tienen que darse ciertas condiciones
materiales indispensables para la ciudadanía, sobre todo cierta igualdad: La
ciudad es una comunidad de seres semejantes en orden a la mejor vida
posible (Libro VII, cap.8, 1328a).
El esclavo no
puede ser ciudadano, ya que para poder ser ciudadano es indispensable que la
comunidad le proporcione el ocio y la renta necesarias para poder
participar directamente en los asuntos públicos. Por eso, a) respecto a la renta dice Aristóteles: no somos de la opinión de
que deba ser común la propiedad (...) ni de que pueda faltarle a ningún
ciudadano el sustento (LibroVII, cap.10, 1329b-1330a), es decir, que la
política sólo es posible si se permite cierta variación entre las rentas pero
sin admitir que ningún ciudadano quede marginado económicamente: los
ciudadanos no deben llevar una forma de vida propia de obreros ni de
comerciantes (...) pues se necesita tiempo libre para el nacimiento de la
excelencia y para las actividades políticas (...) las propiedades deben recaer
también en éstos; pues es necesario que tengan holgura económica los
ciudadanos (Libro VII, cap.9, 1328b). Daniel Raventós ha publicado
recientemente un libro que se dirige en esta dirección al presentar la
viabilidad y necesidad de una renta mínima para la ciudadanía[1].
b) Y respecto al ocio (scholé),
relacionado indisolublemente con el tema de la igualdad de renta mínima y con
la posibilidad de la participación en la comunidad política, Aristóteles nos
dice: Hay que considerar embrutecedor todo trabajo, oficio y aprendizaje que
deje incapacitado el cuerpo, el alma o la inteligencia de los hombres libres
para dedicarse a las prácticas y ejercicio de la excelencia. Por eso llamamos
viles a todo ese tipo de oficios que deforman el cuerpo y a las ocupaciones
asalariadas, porque privan de ocio a la inteligencia y la degradan (Libro VIII
cap.2, 1337b). La formación más el ocio son indispensables para la actividad
política, de ahí que el asalaramiento deba anularse o minimizarse.
En la
actualidad, tan sólo en la Constitución
de la República Islámica de Irán (1979), tras cotejarla con todas las
españolas, la norteamericana y la francesa, hemos encontrado la contemplación
del ocio como algo necesario para la ciudadanía:
43.3. La planificación de la economía nacional, deberá estructurarse de tal manera que la forma, contenido y horas de trabajo de todo individuo le deje suficiente ocio y energía como para comprometerse, más allá de su responsabilidad profesional, en actividades intelectuales, políticas y sociales, que le permitan un desarrollo integral; tomar parte activa en los asuntos del país, desarrollar sus habilidades y hacer pleno uso de su creatividad. (Reproducimos y traducimos del inglés el apartado tercero del artículo 43 del capítulo IV de la Constitución de Irán, dedicado a la Economía. El texto completo, en inglés, es accesible a través de Internet[2]. Y la integridad del capítulo IV, con comentario, en nuestra traducción española, puede encontrarse también en la Revista La Caverna de Platón[3] en Internet[4]).
En Grecia fue
necesaria la esclavitud, pero el desarrollo industrial de la modernidad
permitía alumbrar la perspectiva de la liberación de la esclavitud sin
necesidad de esclavizar a otros para conseguirla:
La cultura y la casta. No puede nacer una cultura superior más que en aquellas sociedades en donde existan dos castas claramente diferenciadas: la de los trabajadores y la de los ociosos, capaces de verdadero ocio; o, con palabras más fuertes, la casta del trabajo forzado y la casta del trabajo libre. El reparto de la felicidad no es un punto de vista fundamental cuando se trata de crear una cultura superior; pero el hecho es que la casta de los ociosos tiene una mayor capacidad de sufrimiento, que sufre más, que su alegría de vivir es menor y que su tarea es más pesada. Si se produce un intercambio entre las dos castas, de forma que los individuos más obtusos y menos inteligentes de la casta superior sean relegados a la casta inferior, y a su vez los seres más libres de ésta tengan acceso a la otra, se logra un estado más allá del cual no se ve más que el mar abierto de las aspiraciones ilimitadas. -Esto es lo que nos dice la voz agonizante del pasado: pero ¿habrá oídos que la oigan?. (Nietzsche Humano demasiado humano I, §439).
Nietzsche no
era liberal e hipócrita, como los políticos humanistas actuales, porque
reconocía que su posición era de privilegio y que no se resolvía con meras
apelaciones a la ideología humanista, sino que eso era la forma moderna de
perpetuar de una manera mezquina e hipócrita el mismo aristocratismo del
antiguo Régimen, pero enormemente degradado por la compra-venta. A su juicio
era mejor ser esclavo que obrero que se cree libre sin serlo:
Los esclavos y los obreros. Concedemos más valor a la satisfacción de nuestra vanidad que al resto de cosas que constituyen nuestro bienestar (seguridad, puesto de trabajo, placeres de todo tipo), como se evidencia hasta extremos ridículos en el hecho de que todo el mundo (al margen de razones políticas) desee la abolición de la esclavitud y rechace con horror la idea de reducir a alguien a ese estado: pero todo el mundo debiera reconocer que los esclavos llevaban una vida más segura y feliz en todos los aspectos que el obrero moderno, que el trabajo servil era poca cosa en comparación con el del trabajador. Se protesta en nombre de la dignidad humana, pero lo que se encuentra debajo de este eufemismo es nuestra querida vanidad que nos lleva a considerar que no hay peor suerte que no ser tratado como igual, que ser considerado públicamente inferior. -El cínico piensa de otro modo en este aspecto, porque desprecia el honor -de ahí que Diógenes fuera durante un tiempo esclavo y preceptor doméstico. (Nietzsche Humano demasiado humano I, §457).
La meritocracia
del liberalismo acabó con la aristocracia, con seres como la familia Mediccis,
para extender la esclavitud, eso es, el trabajo asalariado, y situar en la
cúspide social, además de al capitalista, al nuevo detentador del patrimonio y
el capital, ya no un noble terrateniente rentista sino un banquero o un
empresario financiero, o los asalariados más productivos, que en la sociedad
del consumo de masas son los cantantes de rock, los futbolistas, las modelos,
los actores cinematográficos, junto a los publicistas y los directivos. La
esclavitud se ha ampliado más que nunca porque quien no dispone de las tres
cuartas partes de su tiempo para sí mismo es un esclavo, haga lo que haga:
El grave defecto de los hombres activos. Lo que les falta ordinariamente a los hombres activos es la actividad superior, es decir, la actividad individual. Actúan en calidad de funcionarios, de hombres de negocios, de expertos, es decir, como representantes de una categoría, y no como seres únicos, dotados de una individualidad muy definida; en este aspecto, son perezosos. La desgracia de los hombres activos es que su actividad resulta siempre un tanto irracional. No cabe preguntar al banquero, por ejemplo, el objetivo de su compulsiva actividad, porque está desprovista de razón. Los hombres activos ruedan como lo hace una piedra, según el absurdo de la mecánica. Todos los hombres, tanto de hoy como de cualquier época, se dividen en libres y esclavos; pues quien no dispone para sí de las tres cuartas partes de su jornada, es un esclavo, sea lo que sea: político, comerciante, funcionario o erudito. (Nietzsche Humano demasiado humano I, §283).
Ante Nietzsche,
que es antiliberal y antimoderno, que critico con saña tanto al Estado
prusiano-hegeliano como al socialismo marxista, cabe o bien la postura
aristocrática o bien la postura anarquista. Pero está claro que tener tres
cuartas partes del tiempo para uno mismo, condición para no ser esclavo, es
algo que está ligado a la economía, individual o colectiva, y que no se
consigue más que individual y epicúreamente en el liberalismo capitalista. No
se le ocurrió a Nietzsche que podía ser lo suficientemente radical como para
exigir universalmente la liberación de los esclavos, sino que vio tan sólo una
salida individual, logró su libertad
individual al renunciar a su trabajo de profesor universitario y disponer
de las tres cuartas partes de su tiempo libre viviendo con suma austeridad de
su pensión por enfermedad.
La igualdad
económica (y política) colectiva (no otra) es conditio sine qua non de la libertad colectiva. Para conseguir la libertad colectiva habría que reducir la
jornada laboral a tres horas al día (15 semanales), o menos, dependiendo de la
función a desempeñar, y proporcionar a todo ser humano la renta que le
corresponde por el mero hecho de nacer, el porcentaje que le corresponde de la
riqueza que produce la ciencia, la tecnología o la tierra. Así sería compatible
el trabajo forzado y el trabajo libre, no tendrían que inmolarse muchos para
que pudieran vivir unos pocos, y la verdadera democracia, la participación
directa de todos los ciudadanos en la asamblea ejecutiva y en la asamblea
judicial, como la hubo en la Atenas de Perícles, podría realizarse también
generalizadamente.
El liberal ve
la libertad colectiva de la que hablamos como utópica, la libertad individual
de que gozó Nietzsche aislándose ascéticamente, sí le parece realizable, pero
no la quiere por avaricia, ya que ama el lujo, la propiedad y el mando. Él
mismo suele ser un esclavo de los que se creen libres, se ha convertido en
víctima de su propia creación y actúa como el gran gúru de una secta que ha
llegado a creer en los mitos que había inventado para sojuzgar a los demás.
Pero es que no tiene ya tampoco ningún trabajo libre que realizar y, como sus
súbditos, sin dedicar la vida a la producción y al consumo no sabe qué hacer y
se aburre. La máxima alienación se presenta claramente hoy en día cuando el
supuesto ciudadano, cuando no trabaja o consume se aburre.
D. Justicia y democracia.
El derecho
romano incorporaría como definición de derecho
la del jurisconsulto Ulpiano: derecho es dar a cada uno lo suyo. El problema
es que semejante definición es tan vaga que permite interpretar que dar lo suyo
al esclavo consiste en darle latigazos. Platón fue el culpable, al vincular el
buen gobierno y la justicia admitiendo las clases sociales, pero para Platón la
democracia es libertad en exceso mientras que la tiranía es esclavitud en
exceso (Libro VIII de la República),
no puede evitar Platón, dada la época en que vivió, identificar democracia con
demagogia y definirla como una organización política agradable y anárquica (hedoné kaí anarché) (Ibid.); y
tendremos que ir a Aristóteles para ver cómo el griego clásico concebía la
democracia. Fue, en efecto, Aristóteles quien emplearía la palabra politeia para designar un sistema de
organización política democrático que hasta nuestros días llamamos república (caracterizado por igual
educación, alimentación y vestido Política
Libro 4º, cap.IX): Aristóteles, a diferencia de Platón, recogerá el sentir
popular del ciudadano griego, para decir que la democracia es el mejor régimen,
al ser el menos malo y el justo medio (Política
Libro 4º, cap.II) dada la imposibilidad de un régimen perfecto y la
indeseabilidad de los extremos. ¿Por qué la opinión de la mayoría? 1º) no era
la opinión de la mayoría del pueblo, sino la opinión de la mayoría de los
ciudadanos, la que prevalecía en la democracia directa y restringida griega.
2º) la voluntad de la ciudadanía prevalecía, simplemente, porque era más
fuerte, eran más fuertes los ciudadanos unidos que uno sólo (el tirano) o unos
pocos (los oligarcas). 3º) La igualdad de los ciudadanos permitía que fuesen
intercambiables en el desempeño de los cargos públicos, adjudicados por sorteo
muchas veces dado que todos estaban capacitados para ejercerlos, así como para
defenderse o acusar en un juicio o participar en la asamblea o en la guerra
(ciudadanos no sólo de derechos, sino también de obligaciones).
No se debe considerar democracia como hoy día suelen hacer algunos, simplemente donde tiene la autoridad la masa (...) Una democracia existe cuando los libres ejercen la autoridad (......) Pues bien, la primera democracia es la que se funda sobre todo en la igualdad (...) Pues si la libertad se encuentra principalmente en la democracia como piensan algunos y también la igualdad, esto se puede lograr en especial, si en especial todos participan por igual en el gobierno. Y puesto que el pueblo (ciudadanos libres) es mayoría, y prevalece la opinión de la mayoría, necesariamente ésta es una democracia (Aristóteles Política Libro IV, cap.4, 1290a-1291b).
E. Justificación de que la opinión de la mayoría sea
la mejor: el todo mayor que las partes.
Para responder
a la pregunta acerca de las razones de que la democracia tenga una de sus
características esenciales en el gobierno de la mayoría tendremos que acudir de
nuevo a Aristóteles, que es uno de los
que mejor lo han explicado, veamos a continuación lo que nos dice al respecto:
De las demás propuestas trataremos en otro lugar. En cuanto a esa de que sea soberana la mayoría antes que los mejores y pocos, puede parecer una solución que tiene cierta dificultad, pero que, por de pronto, ofrece además algo de verdad. En efecto, se puede admitir que esos muchos, cada uno de los cuales es de por sí un hombre mediocre, sean, sin embargo, al reunirse, mejores, no individualmente, sino tomados en conjunto; la multitud se hace como un solo hombre con múltiples pies y muchas manos y muchos sentidos, y lo mismo ocurre con los caracteres y la inteligencia. Esa es la razón por la que la mayoría juzgan mejor las obras musicales y las poéticas. Unos aprecian una parte, y otros otra, y todas entre todos (.....) a no ser que la masa esté demasiado envilecida (Aristóteles: Política, Libro III, cap.11, 1281b y 1282a, negrita nuestra).
Aristóteles,
como Platón, Marx o Rousseau, sostienen la idea política de que el todo es
mayor que la suma de las partes, lo que en filosofía política se conoce como
organicismo. Su argumento a favor del gobierno de los muchos y del
prevalecimiento de la opinión de la mayoría viene respaldado por la tesis de
que muchos juntos superan a cualquiera individualmente. Un perfecto ejemplo que
se nos pone es el de los premios en los certámenes poéticos: Esquilo competía
con Sófocles al representar una tragedia y era el público el que juzgaba cuál
era la mejor. Lo que se conoce como agonismo (rivalidad) griego, la sana
competencia, era algo frecuente en los juegos atléticos y nunca se consideró en
la democracia antigua que un experto pudiera juzgar mejor que el conjunto de
los ciudadanos, porque lo que se le puede escapar a uno no se le escapa a
muchos. Finalmente, es también obvio, que si apelamos a la fuerza, una
colectividad unida es siempre más fuerte que cualquiera de sus individuos
aislados, es decir, de nuevo es evidente que, a diferencia de la geometría, en
política el todo es mayor que la suma de las partes, lo que le da la
legitimidad por la que nos preguntábamos. Desde la perspectiva de la Teoría
General de Sistemas, puede justificarse este punto ya que los sistemas
complejos son más pertinentes en la medida que procesan mas información, pero
sería importante agregar que el sistema requiere ser abierto, lo que implicaría
que el grupo, o ciudadanos, habrían de estar abiertos a la recepción de los
extranjeros no ya en cuanto metecos,
sino como ciudadanos.
La teoría
general de sistemas, en el modelo de Luhmann, se presenta como una
apuesta por la capacidad de auto-organización de cada sistema, que hace que no
haya sistema de los sistemas sino una multiplicidad descentrada de sistemas, una
pluralidad que coexiste, siendo por tanto una comunidad autoregulada un proceso
de selección intergrupal. No hay comunidad sino coexistencia de comunidades a
las que pertenece un mismo individuo, participante en todas ellas en mayor o
menor medida. Lo adyacente a la pluralidad de sistemas es el entorno, como
lugar de intersección con otros grupos sistémicos. El modelo de Estado central
de la modernidad redundará en la pretensión de crear un megasistema que
perjudicará notablemente la participación política, por eso Luhmann propone la
reducción de las competencias del Estado. Pero de ese modo se le hace un favor
al mercantilismo, ya que las competencias que cede el Estado no le son
devueltas al ciudadano a través de su intervención sistémica sino que pasa a
manos del mercado. Según Luhmann el pensamiento crítico no tiene que
fundamentar universalmente sino que basta fundamentar intrasistémicamente, pero
entonces pasa a darle la voz a los grupos sistémicos autistas sin aceptar
interacciones con los entornos, o minimizando esa interacción con la
exterioridad para privilegiar la interna. El problema de la autofundamentación
o autopoiesis reside en que se requiere una evaluación de diversos ordenes
sistémicos para poder elegir uno o de lo contrario se asume el único que se
conoce sin el mayor asomo de autocrítica. El teorema de Gödel nos aparece como
una objeción a la autopoiesis al demostrarse la imposibilidad de la
autoconsistencia (incompletitud o inconsistencia formal), aunque visto como un
sistema de riesgos (René Thom, Ulrich Beck) a través de la teoría de las
catástrofes llegue a ser defendible. Sin embargo una comunidad no es un sistema
que se autoregula, sino un sistema frente a otros sistemas, la comunidad
democrática de la polis griega era tal frente a otras y contra otras
comunidades, ya circundantes, ya lejanas; de modo que no puede considerarse que
la coincidencia en la comunicación sea equivalente a la paz social y la
discrepancia a la violencia, al contrario, el pólemos le era indispensable a la polis democrática, el ciudadano se definía en el interior frente a
su conciudadano, a través de la política,
y contra el esclavo, o la tiranía, contra el silencio del acuerdo impuesto y la
negación del constante estado de controversia participativa; y respecto al
exterior, se definía el ciudadano, contra el bárbaro, aunque integrase a muchos
en su seno y asumiese muchas de sus costumbres. No es la democracia un tipo de
autorregulación tan digno como cualquier otro, resulta ser la única forma de
autorregulación frente a la esclavitud y la tiranía, que no son ni siquiera
autorregulaciones porque el sistema no interactua en todos sus puntos, regido
por un núcleo centralizado, el sistema de la racionalidad política se crea y se
mantiene contra y frente los sistemas de irracionalidad política, esto es, se
autoregula pero no se autoconstituye, ya que el poder constituyente se forma
para repeler su ausencia o su dominación y estrangulamiento.
F. ¿Hay democracia actualmente?
Recordaré de
antemano que ya Aristóteles nos indicó en su Política que hay muchos tipos de democracia, acusando a Platón de
no haber considerado más que un solo tipo de cada régimen, ahora bien,
matizando lo de los tipos, la pregunta sería: ¿Es la democracia parlamentaria
representativa realmente democrática? Porque frente a distintos tipos de
democracia (uno de ellos es la república) se opondrían o bien la demagogia, o
bien otras formas de organización política como la oligarquía, la monarquía, la
aristocracia, la plutocracia, etc. De forma que las opciones serían las
siguientes: 1) Hay democracia de un tipo determinado entre las clases de
democracia. 2) No hay democracia sino que bajo su fachada vivimos en la
demagogia y 3) (compatible con la anterior) No hay democracia sino que bajo ese
nombre lo que en realidad impera es la plutocracia (demagógica) u otra forma de
organización social.
¿Cuál sería la
esencia del ser democracia? Es decir, ¿qué notas características tienen en
común todos los sistemas que pudieran llamarse democráticos y cuya ausencia los
hace menos democráticos o no-democráticos? La primera característica sería la
de la participación igual de todos en todo lo público, para lo cual, y entra en
juego la educación, todos tienen que estar capacitados para la acción política.
Por ejemplo: Resulta que, en caso de que calificáramos a España y Estados
Unidos de democracias, sería más democrático Estados Unidos que España, porque
simplemente la institución del jurado popular y el federalismo hacen que sus
ciudadanos nos aventajen en una participación de cualquier forma más bien
escasa..
Pero hay dos
grandes obstáculos para la democracia en la actualidad. Uno es la apatía. Como
ha señalado Gabriel Jackson con ocasión de las elecciones en los USA del año
2000, en ese país apenas la mitad de los ciudadanos vota en unas elecciones
presidenciales y menos de la mitad lo hace en las estatales y locales; fenómeno
semejante al de Europa. Por un lado, la prosperidad hace que alguna gente
considere que lo único importante para sus ambiciones personales sean los
comportamientos económicos y no el sistema político. Mientras que en el otro
extremo de una grieta social que no cesa de ensancharse, la pobreza y la
marginación hacen que millones de personas piensen que no merece la pena votar,
que, vote lo que vote el pueblo, todas las decisiones las tomará la elite de
dos partidos tan parecidos, que apenas se aprecia diferencias entre ellos[5].
También hay diferentes posturas intermedias entre el economicismo apolítico de
los acomodados y el desencanto de los marginados y las posiciones pueden variar
al respecto, pues no todo el mundo profesa la ideología que le correspondería
de acuerdo con su posición social y hay esclavos favorables a la esclavitud así
como amos en su contra. Lo importante es darse cuenta de cuáles son las
variables y posibilidades y en cuál nos situamos. Si estamos de acuerdo con la
idea de que son las oligarquías económicas las que dirigen el mundo y
consideramos tan mínima como nula la escasa participación de un voto
mediáticamente condicionado cada cuatro años, entonces no hay democracia. Pero
me parece demasiado sencillo concluir, sin más, que no hay democracia
actualmente, sin discriminar entre grados de participación ni entre tipos de
democracia. Por eso los ejemplos concretos pueden ayudarnos a abrirnos camino
en el esclarecimiento teórico del problema.
Pero no sólo tenemos que plantearnos los elementos
de una estructura democrática sino también las condiciones que hacen posible
semejantes elementos: efectivamente, pensamos que cierta renta, ocio y formación, es
indispensable para cumplir con los requisitos de alta y directa participación
de una democracia como la de la Comuna de París. Lo que presenta como
indispensable cierta socialización de los recursos de modo que a ningún
ciudadano le faltasen medios de vida y formación y tiempo libre para la
actividad política.
Hablando de las
condiciones en las que se desarrolló, por ejemplo, la Comuna de París, podríamos decir que esas condiciones hay que
volver a insertarlas dentro de una descripción dialéctica de la sociedad y las
formas de producción, es decir, que siguiendo a Marx, la forma política
imperante no es independiente del modo de producción vigente. Pero: ¿Acaso en
el corto plazo de duración de la Comuna de París cambió en algo el modo de
producción del momento? ¿Acaso no se dio también la democracia en Grecia bajo
un modo de producción esclavista? No es momento de polemizar con el materialismo histórico, simplemente de
dejar claro que hay algo en común que tienen la democracia griega y otras
formas de democracia históricamente posteriores, a ese algo lo podemos llamar
los elementos esenciales del Concepto de democracia, elementos que, aunque
cambien los modos de producción o bajo diversos modos de producción pueden
aparecer. Por ejemplo, nadie dirá que hay una forma política adecuada al
capitalismo, porque tan capitalista fue la dictadura de Pinochet, como la
monarquía parlamentaria inglesa (Margaret Thatcher), como el sistema federal
alemán o estadounidense, y como todas las demás varias formas políticas que
comparten el modo de producción capitalista. Lo que decía Marx bajo el nombre
de materialismo dialéctico es que el modo de producción determina a la esfera
política, jurídica, filosófica, etc, pero eso no significa un determinismo
causal férreo y estricto, sino una influencia determinante, en grado variable y
dirección variable.
La Renta, el ocio y la formación como
condiciones para la democracia y la ciudadanía están ya en la Política de Aristóteles, sólo que la
única forma de conseguirlo en su época fue bajo el modo de producción
esclavista y convirtiéndola necesariamente en restringida. Por eso cuando a
Hahna Arendt le preguntaron qué opinaba de Marx dijo que no compartía su
entusiasmo por el capitalismo, porque el desarrollo de la producción que ha
habido en el último siglo permitiría que todo ser humano viviese dignamente hoy
en día, dado el enorme grado de productividad al que ha llegado el progreso
tecnológico, se puede decir que ya existen las condiciones materiales que permitirían
producir lo necesario para subvertir a las necesidades de todos y, con el
marxismo, que la siguiente fase al capitalismo es el comunismo y que tiene que
ser un comunismo la base material de una democracia.
La doctrina de
la separación de poderes proviene de la obra El espíritu de las leyes (1748), del barón de Montesquieu, cuyo verdadero nombre era Charles-Louis de Secondat, donde expresa su idea de que las leyes
no son ni completamente naturales o absolutas, ni puramente convencionales o
arbitrarias, sino que se construyen de acuerdo con la Razón y, por tanto, de
conformidad con la naturaleza de las cosas, siendo obras del hombre, aunque no
por ello gratuitas. La finalidad de las investigaciones de Montesquieu reside
en la búsqueda del sistema de leyes que produzca el máximo de libertad. El problema de la libertad política le preocupaba primordialmente al ver su garantía
como la única defensa contra el peor sistema de gobierno, la tiranía o
despotismo. Será para impedir el despotismo y garantizar la defensa de la
libertad política que propondrá su teoría
de la separación de poderes. Su preocupación de hallar la fórmula para
impedir la tiranía halló respuesta en la idea de la separación de poderes
(ejecutivo, legislativo y judicial), el equilibrio entre los poderes del Estado
garantiza la libertad y la seguridad de los ciudadanos, ya que ningún poder
resulta absoluto, sino que cada uno queda limitado y vigilado por los otros
dos. Los déspotas no toleran unas leyes que estén por encima de ellos y que no
puedan cambiar según su voluntad, no siendo el despotismo una forma de gobierno sino la antiforma de Gobierno por
excelencia, que se caracteriza por la inexistencia de leyes fundamentales.
Frente a la virtud de la Monarquía Parlamentaria inglesa, en la que
Montesquieu encuentra el modelo a seguir, los despotismos son antisistemas
porque en ellos reina la corrupción,
al no estar guiados y regidos por leyes, sino por el capricho de uno o de unos
pocos.
Es cierto que en las democracias parece que el pueblo hace lo que quiere; pero la libertad política no consiste en hacer lo que uno quiera. En un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer. Hay que tomar consciencia de lo que es la independencia y de lo que es la libertad. La libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten, de modo que si un ciudadano pudiera hacer lo que las leyes prohiben, ya no habría libertad, pues los demás tendrían igualmente esta facultad (Montesquieu, El espíritu de las leyes, Libro XI, Capítulo III: Qué es la libertad).
En Montesquieu,
por tanto, encontramos una las bases de la democracia
representativa de los Estados-Nación, tanto la defensa del Estado de Derecho como la de la separación de poderes. Pero la
revolución burguesa, en la que incluso algunos nobles preparaban el golpe
revolucionario de 1789 contra los de su propia clase, tenía un miedo atávico al comunismo, lo cual los
llevó a descartar el principio de la igualdad político-democrática, que
consiste en que cada cual sea igual a aquel al que le pueda tocar desempeñar
tareas de gobierno (y que esto último se haga mediante elección o sorteo):
El principio de la democracia se corrompe, no sólo cuando se pierde el sentido de la igualdad, sino también cuando se adquiere el sentido de la igualdad extrema, y cuando cada uno quiere ser igual que aquellos a quienes escogió para gobernar. ( ) La democracia tiene dos excesos que evitar: el espíritu de la desigualdad, que representa a la aristocracia o al gobierno de uno sólo; y el espíritu de la igualdad extrema, que también acaba llevando al despotismo de uno solo, y que al igual que el despotismo de uno solo, solo acaba con la conquista (Montesquieu, Ibid., Libro VIII, 2: De la corrupción del principio de los tres poderes. Capítulo II: De la corrupción del principio de la democracia).
El Estado de Derecho entendido como
declaración de la igualdad ante la ley y para el sufragio, lo desmienten los
artículos 56.1 y 56.3 de la Constitución
española de 1978 (que sería muy saludable comparar con el art.1 de la Constitución republicana española de
1931). ¿Es la democracia representativa una forma de democracia o no? Y en caso
de que se responda afirmativamente: ¿Es la forma más acabada y perfecta de las
distintas formas de democracia, o acaso hay otras formas de democracia más
deseables y perseguibles?
Uno de los
problemas fundamentales de la no independencia del poder judicial en España
reside en el modo de designación de Fiscales, que se hace por vía ejecutiva.
Ello lleva a que lo que suceda en la judicatura no sean más que descarnadas
luchas de poder entre los más fuertes grupos de presión. Polanco se sentó en el
banquillo, supuestamente injustamente, porque un grupo heterogéneo de
ideologías distintísimas como Pedro J.Ramirez y el diario El Mundo, el filósofo leninista Gabriel Albiac, el juez Liaño, el
diario ABC y el Partido Popular, y un
largo etcétera, se aliaron contranatura para acabar con el imperio de PRI S.A.
y con el Felipismo; así como se aliaron para llevar a los tribunales el caso
GAL y al ministro Barrionuevo junto a su lugarteniente Rafael Vera (aunque no
tuvieron suficiente poder como para dejarlos en prisión). Por el otro bando, el
Fiscal Fungairiño y el Fiscal Cardenal, designados por Aznar tan a dedo como el
antiguo presidente de telefónica, lucharon contra Baltasar Garzón en la batalla
que los primeros libraban contra el procesamiento de Pinochet, al tiempo que se
libraba otra batalla de facciones en el Reino Unido por idénticas razones.
Todos estos asuntos dicen muy poco en favor de la democracia representativa.
No podemos
detenernos aquí a dilucidar críticamente los elementos esenciales de una comunidad democrática, quede como
esbozo del problema y aproximación, lo escrito en lo que precede y como
respuesta preliminar lo subsiguiente; ya que lo que nos ocupa en el presente
escrito es el concepto de comunidad más en general y no el ya más preciso de democracia o comunidad democrática, del que nos ocuparemos en otra investigación
ulterior.
2. Sociedad y
comunidad en la sociología del siglo XX.
Es cierto que la primera y más acabada reflexión acerca de la comunidad
se encuentra en La Política de
Aristóteles, pero hay que esperar hasta la modernidad para que los contextos
comunitarios sean adecuados y más próximos a la reflexión contemporánea.
Veremos a continuación como ni siquiera Rousseau distingue aún entre comunidad
y sociedad, separación que habrá que perseguir desde la sociología del
siglo XX y que tiene relación con el desarrollo de la sociedad industrial y de
los Estados-nación como organizaciones de masas y de información. Si bien nos
detendremos brevemente en cómo el contractualismo
proporcionará la cobertura legal y formal necesaria al modo de producción
moderno.
A. Las paradojas de Rousseau:
la indistinción entre comunidad y sociedad. Los distintos tipos de cooperación.
En su obra Del Contrato Social
Rousseau empleará la palabra comunidad
(communauté) ocho veces[6],
siempre en singular y sociedad o
sociedades (société/s) veintisiete
veces. Asimismo, empleará numerosas expresiones relacionadas con el primer
concepto[7]
y también con el segundo[8].
No hay en Rousseau una diferenciación entre sociedad y comunidad sino que la
primera engloba y contiene esencialmente a la segunda:
La primera y más importante
consecuencia de los principios establecidos con anterioridad es que la voluntad
general es lo único que puede dirigir las fuerzas del Estado, conforme a la
finalidad de su institución, que es el bien
común: porque si la oposición de los
intereses particulares a hecho necesario el establecimiento de las
sociedades, es el acuerdo de esos mismos intereses lo que lo ha hecho posible. Lo que hay de común en esos intereses
diferentes es lo que forma la ligazón social, y si no hubiese algún punto en el
cual todos los intereses concordaran, ninguna sociedad podría existir. Pues es únicamente a partir de este
interés común que debe ser gobernada la sociedad[9]
(negritas nuestras).
La sociedad, concepto que Rousseau prefiere al de comunidad, puede
haber surgido ante la salvaguardia de la integridad frente a la oposición de
los intereses particulares, pero la razón de su continuidad reside en lo que
comparte y no en lo que separa, de modo que tan sólo una comunidad de intereses
justifica el mantenimiento de una sociedad organizada. Sociedad en el pensador francés significa comunidad de intereses. Todavía no se ha establecido en su tiempo
la dicotomía entre sociedad como agregado de individuos con intereses
contrapuestos (propuesta atomista del liberalismo clásico) y comunidad como
confluencia de intereses compartidos (propuesta organicista del socialismo
clásico). La génesis de la sociedad es vista por Rousseau desde la perspectiva
contractualista afín a Hobbes y Locke, se forma sociedad para poner fin a la
guerra de los intereses contrapuestos; pero es lo que hay de común, el interés
y el bien común, lo que garantiza y justifica el mantenimiento de la comunidad.
De tal modo que la sociedad de mercancías del neoliberalismo no tendría, desde
la perspectiva rousseauniana, razón de ser, siendo su existencia misma un
imposible. Las comunidades de hombres se tornan sociedades de ciudadanos en razón
de lo que hay en común y no de lo que hay de divergente.
La oposición
entre diferencia (sociedad) e identidad (comunidad) está implícita en Rousseau,
surgiendo de su relación dialéctica la sociedad organizada. El binomio diferencia-identidad,
sociedad-comunidad, resulta así inseparable: la política contiene la guerra en
su interior a niveles de convivencia, ya que en mayor o menor medida la
diferencia es ineliminable.
En la
actualidad el multiculturalismo se
ha hecho cargo de pensar la posibilidad de una comunidad que integre y en la
que quepan el mayor número de diferencias, ante el peligro de la optimización
de las identidades y la homogeneización social. Pero la paradoja
identidad-diferencia permanece, porque al agudizarse las diferencias que el
sistema comunitario contiene en su interior, la sociedad corre el riesgo de
romperse y fragmentarse; siendo clara la apuesta política de los nacionalismos
culturales en semejante dirección soberanista y secesionista. Los dos extremos
se muestran como sumamente indeseables: a)
una sociedad mundial con un mercado mundial en la que los individuos no fuesen
sino engranajes de producción y consumo o b)
una fragmentación tribalista en núcleos de primitivismo cultural. Pero los
extremos pueden reformularse de forma moderada para que parezcan deseables: a)
una sociedad cosmopolita donde impere la paz perpetua y se experimenten como
propios los problemas de los otros en una democracia mundial o, considerando
que las cada vez mayores unidades de poder nos alejan de la democracia: b) una
fragmentación en unidades políticas lo más reducidas posibles donde la
participación en la gestión de los asuntos públicos sea posible y que permita a
los miembros de un colectivo tomar parte en las decisiones generales que les
afectan, lo que los acercaría a una democracia real.
Resulta
al menos sorprendente que el movimiento izquierdista, tras la caída del muro de
Berlín, se haya volcado sobre la etnicidad, olvidando que el comunismo era la
continuación del proyecto ilustrado usurpado por el liberalismo y optando por
un retorno rousseauniano a los orígenes tribales. Sin embargo nunca se vio a
Marx reivindicar sus raíces, ni el judaísmo, ni mucho menos su pertenencia al
Estado prusiano, sino que terminó viviendo como apátrida en Londres. Tras la
desaparición de la URSS, los ciudadanos de la Federación Rusa retornaron al
expediente cultural, los Chechenos se acordaron de que eran musulmanes y los
Rusos de que había que realizarle honras fúnebres al Zar Nicolás II y potenciar
la Iglesia cristiana ortodoxa. Resulta que durante 70 años se habían olvidado
de sus supersticiones y filiaciones integristas y, tras la desmembración del
poder y del proyecto soviético, retornaron a ellas como si fuesen el único
reducto defensivo restante frente a la victoria y hegemonía total del
capitalismo. Con ello el comunismo desaparecía y iba siendo paulatinamente
sustituido por el comunitarismo étnico, el cual, como era de esperar, ha ido
oscilando hacia el integrismo y el racismo. En Marx se encuentra ya la clave de
este fenómeno:
La cooperación en el proceso de trabajo, tal como la encontramos, de manera predominante, en los comienzos de la civilización humana, entre los pueblos de cazadores-recolectores o por ejemplo en la agricultura de entidades comunitarias indias, se funda por una parte en que las condiciones de producción son de propiedad común; por otra en que el individuo, singularmente considerado, está tan lejos de haber cortado el cordón umbilical que lo liga a la tribu o a la entidad comunitaria, como la abeja individual de haberse independizado de la colonia que integra. Ambas cosas distinguen a esa cooperación de la capitalista (Karl Marx El Capital. Libro I. secc.IV. Capítulo XI: La Cooperación. Editorial Siglo XXI, Madrid 19ª edición 1998, Vol.II, pág.406; negrita nuestra).
Marx se dedica a demostrar que la cooperación dentro del
capitalismo resulta más favorable a la explotación, incluso, que el trabajo
individual capitalista. La cooperación, cuando los medios de producción no son
comunitarios, genera una riqueza que va a parar a unos pocos. Cooperativismo
equivale a fuerza colectiva y es mayor que la suma de las fuerzas individuales.
(Por ejemplo: a) El trabajo conjunto de 12 obreros genera más, que la suma del
trabajo individual de 12 obreros tomados separadamente. b) Un árbol tumbado
sólo puede ser movido por la fuerza combinada de 12 hombres, jamás por su
suma). Actuando conjuntamente con los demás en unos objetivos comunes y según
un plan concertado, el trabajador borra los límites de su individualidad y
desarrolla su potencia como especie[10].
Por eso, si bien en la cultura o cooperación
preneolítica las condiciones de producción son de propiedad común de la
totalidad de un grupo, a diferencia de la cooperación
capitalista en la que las condiciones de producción pertenecen a una clase
dominante y privilegiada, se olvida que la cooperación preneolítica no es la cooperación comunista, ya que esta
última se caracteriza tanto por poner las condiciones de producción en manos de
todos los ciudadanos como por cortar los lazos que los ligan verticalmente a
una tribu, secta, partido o religión, para actuar en cuanto iguales y en común
con los demás. El mantenimiento de la cultura a nivel político significa el
mantenimiento de las jerarquías y no se aprecia demasiado avance en sustituir
la dominación capitalista por la dominación del mago, del sacerdote, del
profeta o del cacique. Actuando en común, el trabajador copropietario de las
condiciones de producción, ha de borrar los límites de su individualidad, tanto
egoísta como tribal, para actuar como igual a los demás hombres, en cuanto
especie y en cuanto ser racional. Reivindicar un territorio para una etnia no
es más que pretender la usurpación de la propiedad de la tierra, que nos
pertenece a todos en común, por eso la fusión de marxismo, universalista e
internacionalista, con el tribalismo, no es sino un contrasentido, un intento
de solucionar problemas modernos con recetas antiguas. Hay una contradicción
insalvable entre comunismo y comunitarismo, y los últimos yerran tanto al
pretender fundir ambos, como al escoger, finalmente, el tribalismo, desechando
el comunismo. El retorno a unidades políticas premodernas no es posible, la
flecha del tiempo nos lo impide, se puede plantear la propuesta de forjar un
agregado político nuevo (autodeterminación) y pretender la gestación de una
república de iguales, o varías, de distintos tamaños, pero si surgiese una
república de iguales no podría ser una república étnica, porque la igualdad
consiste en la igualdad económica
(respecto a las condiciones de producción) y en la igualdad política (respecto a la participación en la gestión de los
recursos y en la toma de decisiones), saltando a la vista que la expresión igualdad étnica, a parte de racista, es
contradictoria, pues no se puede igualar lo que es diferente, no cabe la igualdad diferente como no cabe el
círculo cuadrado, sino la admisión de toda clase de diferencias dentro de un
marco igualitario económico-político. Marx consideraba indispensable para el
comunismo universal el mercado mundial, y veía ya abocado al fracaso cualquier
intento localista, que sólo podría ser un primer paso para la extensión del
modelo a todo el orbe:
El comunismo no es para nosotros un estado que tenga que fabricarse, un ideal al que tenga que dirigirse la realidad. Llamamos comunismo al
movimiento real que abole y supera el
actual estado de cosas. Las condiciones de este movimiento vienen dadas por el
punto de partida actualmente existente. Por lo demás, la masa de meros trabajadores -fuerza de trabajo
masivamente escindida respecto del capital o de cualquier limitada
satisfacción- y, en consecuencia, la pérdida ya no meramente temporal de este
trabajo mismo como fuente de vida asegurada a causa de la competición,
presupone el mercado mundial. El
proletariado no puede existir, por tanto, sino histórico-mundialmente, al igual que el comunismo, su acción, no puede cobrar otra existencia que la
«histórico-mundial»; existencia histórico-mundial de los individuos, esto
es, existencia de los individuos vinculados de modo inmediato a la historia
universal (...) Sólo en virtud de tal
proceso se liberan los individuos particulares de las diferentes restricciones
nacionales y locales, entran en relación con la producción (incluida la
espiritual) del mundo entero y quedan en condiciones de hacer suya la capacidad
de gozar de toda esta producción multilateral de la tierra entera (creaciones
de los seres humanos) (Karl Marx Werke:
La ideología alemana, MEW3, Berlín,
Dietz Verlag, 1961-68, p.37-40; negritas nuestras).
Esbozada así la
problemática contemporánea, dividida en sus términos moderados, entre los
proyectos de socialdemocracia parlamentaria planetaria (liberales y socialdemócratas)
y los proyectos de retorno a los agregados políticos de las polis clásicas o de las repúblicas de la
baja Edad Media y renacentistas (comunitaristas); o, en términos extremos,
entre el imperio del Capital mundial (universalización de la explotación), por
un lado, frente al imperio del integrismo cultural (racismo xenófobo), por el
otro. Nos detendremos, a continuación, a indagar en la genealogía de la oposición entre comunidad y sociedad para retomar
finalmente los problemas que tal dicotomía nos plantea, al olvidar la senda
perdida de Occidente, que no es otra que la que une a Grecia con el
Renacimiento y la Ilustración: un camino coincidente con la Filosofía y
desechado hoy como alternativa por los dos bloques ideológicos contendientes con
mayor presencia.
B. El individualismo contractualista y el
organicismo de la Voluntad General.
En teoría
política la modernidad se retrotrae a la idea contractualista (Hobbes Leviatán, de 1651, cap.17; Locke Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil,
de 1690, cap.7 ss.; y Rousseau Del
Contrato Social, de 1762, cap.6 ss.), aunque la idea de contrato individual
interpartes haya existido jurídicamente con mucha anterioridad. Mediante la
inversión del organicismo, que en su forma medieval serviría para legitimar el
absolutismo, se defiende el estatuto ontológico del individuo como anterior e
independiente del Estado, con la paradoja de suponer que hay derechos naturales
(iusnaturalismo), es decir, derechos en ausencia de un aparato jurídico
positivo que los determine, así como capacidad y posibilidad de contratar. El
estado de naturaleza ya no es el Estado, como lo fue la polis griega para Aristóteles, sino que la distinción entre
naturaleza y cultura separa radicalmente al individuo, considerado
(contrafácticamente) como fuera de una sociedad o aislado del entramado
político en el que se encuentre finalmente inmerso, y se lo imagina contratando
con otros individuos la cesión de su soberanía en un agregado conjunto bajo
ciertas condiciones, que se limitan generalmente al mantenimiento y respeto a
la seguridad de la persona. Así, la ficción del pacto social legitimará la
representatividad del los Estados modernos.
Hobbes
utilizará el contractualismo para legitimar teóricamente el absolutismo, adaptando la noción medieval
a los nuevos tiempos e incluyendo para ello la noción de límites del poder
estatal; Locke empleará el contractualismo para cimentar el liberalismo
político o parlamentarismo y Rousseau para justificar en semejante contexto
cierta idea de democracia. Habría que preguntarse por qué los hombres en estado
de naturaleza fueron tan estúpidos de no estipular como condición del pacto
social cierta participación en la comunidad de bienes, y se quedaron muchos
absolutamente pobres, y unos pocos, inmensamente ricos:
El primero que, tras haber cercado
un terreno, se le ocurrió decir esto es
mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero
fundador de la sociedad civil.
¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado
al género humano quien, arrancando las estacas o rellenado la zanja, hubiera
gritado a sus semejantes!: «¡Guardaos de escuchar a este impostor!; estáis
perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de
nadie»[11].
La voluntad general no asegura la vida digna de los ciudadanos si éstos
no trabajan y desvían, vía fiscal, cierta parte de su trabajo al Estado. El
ciudadano se dejó arrebatar su renta básica al firmar el pacto social, que
supuso su renuncia a cualquier participación en la renta del suelo y de las
materias primas, así como en la de la tecnología y la ciencia. Fue tan imbécil
de firmar un pacto en el que se desposeía de cualquier pertenencia que pudiera
corresponderle excepto su fuerza de trabajo y sus supuestos derechos
iusnaturales e inalienables.
Frente a Locke y Hobbes que piensan que el acontecimiento del pacto
social fue un hecho histórico, Rousseau ya abre la sospecha de que tan sólo sea
una hipótesis regulativa y, en Kant, aparece ya explícitamente, como ficción
metodológica, propia del formalismo idealista que ha triunfado en nuestros
días:
El acto por el que el pueblo mismo
se constituye como Estado -aunque, propiamente hablando, sólo la idea, que es la única por la que puede pensarse su legalidad- es el contrato
originario según el cual todos (omnes et
singuli) en el pueblo renuncian a su libertad exterior, para recobrarla
enseguida como miembros de una comunidad, es decir, del pueblo considerado como
Estado (universi) (Kant La metafísica de las costumbres I, 47.
Técnos, Madrid 1989, pp.146-147).
Bajo la idea de contrato racional se hurta la irrealidad del pacto
social, proponiéndolo como idea regulativa para determinar la legitimidad del
Estado. Con ello Kant inaugura el camino idealista de la filosofía política
normativista, que soluciona los problemas a nivel de la conciencia, en la
teoría, otorgando legitimidad a un orden que no se corresponde con el que en
realidad se aprecia en la práctica. Justamente, éste punto de vista es el que
han adoptado las teorías neocontractualistas, que ya no pretenden justificar
históricamente el pacto, sino determinar en que condiciones se puede hablar de
justicia de una ley o de la legitimidad de un Estado. Para ello recurren a ficciones contractualistas como la posición original (Rawls) o la comunidad ideal de diálogo (Apel,
Habermas) que, pese a no darse nunca en la realidad, funcionan como sí se dieran, de modo que permiten
justificar la legitimidad de un Estado que, simplemente, pretenda o diga
pretender semejantes opciones de neutralidad normativa, esto es, permite
legitimar a un Estado que asesine a sus conciudadanos con tal de que proclame
formalmente que los protege, y finja, como los tiranos de los que hablaba
Aristóteles, que se esfuerza todo lo posible en cumplir el pacto pero que
condiciones adversas se lo impiden de momento, etc, etc.
C. La división analítica entre comunidad y sociedad
de la sociología contemporánea.
La más célebre distinción
sociológica entre los conceptos de comunidad y sociedad se debe a Ferdinand
Tönnies (1855-1936), quien había estudiado numerosas disciplinas doctorándose
en filología clásica. En 1921 fue nombrado profesor emérito de la Universidad
de Kiel, donde había enseñado economía política y filosofía, emeritaje que
desempeñó hasta 1933, año en que fue expulsado por los nazis debido a su
militancia activa en el Partido Socialdemócrata alemán, al que se había
afiliado el año anterior, tras haber permanecido en el socialismo independiente
durante toda su vida. Su orientación hacia la filosofía política se centró en
el estudio de Hobbes y Marx. Introductor de la estadística en la sociología,
crítico del <culto a Nietzsche>, y realizador de estudios sobre las ideas
políticas -la democracia, la paz, la representatividad, el socialismo- y de
estudios filosóficos -sobre Hegel y Spinoza, además de Hobbes y Marx-, su
eclecticismo y multidisciplinariedad no le impidió centrarse en el estudio de
la cohesión social y del conflicto social.
Tönnies se
preocupó de estudiar los lazos comunitarios que unen a las minorías étnicas,
aspecto olvidado por los estudios de cohesión social de índole positivista y
marxista. Su más importante contribución a la sociología fue su análisis y
descripción de dos tipos básicos de organización social: la organización social
natural (organicismo) de la que
hablaba Aristóteles partiendo de la sociabilidad del hombre (comunidad); y la
organización social artificial
(mecanicismo) o contractual de la que habló Hobbes (sociedad) partiendo de la
insociabilidad del hombre y de la necesidad de un acuerdo de paz.
Planteamientos que forman el tema central de su vida científica y que son
tratados en su libro <Comunidad y
sociedad>.
Tönnies llama comunidad al conjunto social orgánico y
originario opuesto a la sociedad. En su artículo Gemeinschaft und Gesellschaft, publicado en el Handwörterbuch der Soziologie, editado por A.Vierkandt (1931), y en
el cual resume las doctrinas expuestas en su libro del año 1887, Tönnies define
la comunidad (Gemeinschaft) como el tipo de asociación en el cual predomina la
voluntad natural. La sociedad (Gesellschaft) es, en cambio, aquel tipo de
comunidad formado y condicionado por la voluntad racional. Tönnies señala que
no se trata de realidades, sino de tipos ideales, pues toda agrupación humana
participa por así decirlo de los dos caracteres mencionados en proporciones
diversas y cambiantes. Y en el primer capítulo de su citado libro Tönnies había
opuesto la comunidad en tanto que agrupación caracterizada por su vida real y
orgánica, a la sociedad en tanto que agrupación o estructura de carácter
mecánico. La contraposición entre lo orgánico y lo mecánico está, así, en la
base de la sociología de Tönnies, pero el desarrollo en detalle de sus tesis no
permite suponer que se trata de una contraposición abstracta; sólo los hechos
histórico-sociológicos permiten dar, a su entender, un contenido significativo
a dicha concepción.
La comunidad
posee una estructura cuya unidad no es el producto de una adición o suma de
elementos, sino un conjunto que, al surgir espontáneamente, posee todos los
caracteres de una totalidad orgánica, en tanto que la sociedad es el resultado
del predominio de los elementos mecánicos, artificiales y racionales que
sustituyen las unidades originarias de la familia, de la tribu y de la aldea
por los conjuntos construidos mediante una reflexión consciente sobre los
fines, como la gran ciudad o el Estado.
Los economistas
liberales como Pareto o Max Weber introdujeron la noción de acción social (racional e individual)
como la unidad de observación de los estudios sociales. Noción que iba a ser
problematizada inmediatamente por Tönnies, Durkheim o Freud. Esta generación de
pensadores sociales se moverá en torno a la crítica y revisión de los
postulados modernos positivistas, como la fe en el progreso o la confianza en
el hallazgo seguro de las leyes de la historia. Y sin embargo todos ellos
aceptarán, con más o menos reticencias, a la subjetividad como elemento esencial para elaborar sus teorías socio-culturales. Así es como
Tönnies englobará bajo el concepto de voluntad
(Wille) las tendencias humanas
subjetivas de orientación hacia los otros seres, que considera no reducibles a
los imperativos biológicos. A diferencia de Freud, por ejemplo, que, en Más allá del principio del placer (1920)
identificaría, a partir de la biología, dos tendencias operantes en todos los
ordenes de la existencia, el Eros (principio libidinal primordial) y el
instinto de muerte, como principios tanto cosmológicos, como biológicos,
culturales o psicológico-individuales.
Si la pasión,
el deseo y la fe dominan a los componentes más raciocinantes y especulativos de
la conciencia nos encontramos con lo que Tönnies
llama la <voluntad natural> o <esencial>, Wesenwille, mientras que si lo que predomina es la deliberación, el
cálculo, la manipulación y la evaluación crítica de las situaciones, lo que
tenemos es una <voluntad racional-instrumental> o Kürwille (<Gemeinschaft
und Gesellschaft> 1887. Trad.esp.<Comunidad y Sociedad[12]>, 1947. Libro II, sección I). Freud tenía tres instancias, yo, ello y superyo, entre las que
dividir las tendencias subjetivas humanas, de las que tan sólo la débil
instancia consciente detentaba el carácter racional. Tönnies hace hincapié
-como el resto de los pensadores sociales- en que sus dos modos principales de
expresión de la conducta humana no se encuentran nunca en estado puro. Las
clasificaciones las realiza el investigador para facilitar el análisis de lo complejo
aislando parcelas que conforman una unidad, quedando claro que en la resultante
de la acción social participan todas las instancias analizadas en mayor o menor
medida. La conducta no es nunca ni totalmente apasionada y vacía de todo
cálculo (en Freud los sueños sí que podrían tener este carácter, el del ello)
ni totalmente instrumental y racional, desprovista de pasiones, creencia y
valores.
Los dos modos
de estructuración social que surgen, respectivamente, de la <voluntad
natural> y de la <voluntad racional-instrumental> son la
<comunidad> y la <sociedad>. Históricamente la predominancia del
segundo sigue a la del primero y generalmente conviven en tensión constante,
por lo que no son modos que se excluyan mutuamente.
La dialéctica
entre los conceptos de cohesión social
y conflicto social entran aquí en
juego. Pero no puede atribuirse a la comunidad el aspecto cohesionador y a la
sociedad el aspecto disgregador, sino que en ambos polos de la dualidad tendrán
que ser localizados aspectos integradores y disgregadores. Ciertamente frente a
las cohesiones comunitarias el capitalismo ha ejercido de elemento disgregador,
pero no por ello habría de considerarlo como un factor permanente y
completamente disgregador, ya que por otra parte, el mercado contribuye a crear
también interrelaciones, aunque puede ser mayor y más respetable lo que
destruye que lo que crea.
Las relaciones
comunitarias son de ligamen afectivo, personal, clánico, familiar, tribal,
hasta nacional o nacionalista. Las relaciones asociativas son instrumentales,
racionales, estratégicas, tácticas. En las primeras los hombres se tratan los
unos a los otros como fines en sí, en las segundas como medios para conseguir
ciertos fines. La familia es una comunidad mientras que una fábrica es una asociación.
La nación es un concepto comunitario mientras que el estado es un concepto
social. Ello no significa que no sean dos tendencias que coexisten en conflicto
permanente, entrecruzándose, mezclándose, entrelazándose y generando las
realidades sociales. Así, un gobierno (estado, asociación) puede apelar a los
sentimientos patrióticos (comunitarios) de sus ciudadanos, dándose la
manipulación instrumental y racional de las masas movidas por sentimientos
comunitarios. Tönnies plantea la relación entre las dos voluntades y las dos
tendencias sociales de forma dialéctica y compleja. Sin comunidad, indica, no
hay moralidad, pero sin sociedad, no habría progreso. La situación perfecta
sería la de la integración de ambas en un todo armónico y equilibrado, aquella
en la que el comunismo que dimana de toda comunidad humana solidaria y
altruista se combinara con el socialismo, como expresión asociacional de toda
colectividad que se organiza institucionalmente de un modo racional y moderno.
La ciencia y el
positivismo, en continuidad con el paradigma ilustrado, piensan que siempre hay
un núcleo de racionalidad no contaminado por las pasiones, creencias o valores.
Mientras que las vertientes filosóficas y sociológicas que se han venido
denominando postmodernidad, declaran que no hay nada que esté ausente de
condicionamientos extra-racionales. Tönnies uno de los primeros en destruir la
radical dicotomía entre razón y pasión, para proponer entender a ambos
conceptos en términos de una polaridad en tensión constante entre dos
tendencias divergentes. La dicotomía razón/pasión se parece demasiado a la
división alma/cuerpo de la teología tradicional como para no sospechar que sea
el resultado del más llano proceso de secularización.
Los conceptos
de comunidad y sociedad son tipos ideales forjados exprofeso para el análisis
simple de los todos complejos y no términos empírico-descriptivos. Cuando el
sociólogo afirma que son éstos componentes de toda sociedad, herramientas
analíticas, los trata y presenta adecuadamente, pero cuando extrapola la
distinción analítica a la realidad histórica anunciando la extensión de la Gesellschaft en detrimento de la Gemeinschaft los trata como si fuesen
algo más que una distinción analítica, como si correspondiesen a categorías
ontológicas.
Max Weber
intentará salir de las dicotomías simplistas al distinguir la acción racional
<sustancial> de la <formal>, y subdividir la acción social general
en su famosa cuatripartición: a) tradicional, b) afectiva, c) racional en
cuanto a los valores y d) racional en cuanto a los fines, es decir,
instrumental.
El interés de
Tönnies por Hobbes fue el que le llevó a la necesidad de ver el aspecto
artificioso, instrumental y arquitectónico de toda sociedad, cuyo orden es
impuesto por el poder del estado, de una clase dominante o de ciertas élites en
la cúspide de las instituciones; e incluso por la confluencia de todos esos
grupos de presión.
Las
distinciones entre grupos primarios y grupos secundarios (Charles Cooley),
entre familia y mercado, o entre sagrado y secular (Robert E.Park), entre
relaciones de sentimiento y relaciones de interés (Theodore Abel), o entre la
sociedad folk y la sociedad urbana (Robert Redfield), entre coaliciones
unidimensionales y coaliciones pluridimensionales (Eric R.Wolf), o entre
relación simple y relación múltiple (Max Gluckmann), proceden todas ellas de la
dicotomía tönnesiana.
T.Parsons
elaboró una tipología clasificando los tipos de colectividades posibles según la
combinación de uno o más rasgos que se expresan en parejas antagónicas:
afectividad-neutralidad afectiva; colectividad-individualidad;
particularismo-individualismo; calidad-prestación; difusión-especificidad. Los
primeros rasgos remiten a la idea de comunidad, mientras que el conjunto de los
segundos términos remite a la de sociedad; en el sentido de Tönnies.
E.Durkheim
elaboró también una tipología de las comunidades que dependía de la naturaleza
del vínculo social surgido con la expresión jurídica (institucionalismo)
dominante en cada tipo. Así distinguiría entre dos grandes grupos: a) Las leyes
de las comunidades primitivas, que serían represivas y propias de una solidaridad mecánica orientada a la
venganza y b) Las leyes de las comunidades civilizadas, que serían cooperativas
y propias de una solidaridad orgánica
orientada a la reparación del daño causado. A diferencia de Tönnies, Durkheim
invertirá la posición de lo orgánico y lo mecánico otorgando el calificativo
organicista a la sociedad moderna y el mecanicista a las sociedades
premodernas. A partir de dicha división el sociólogo trazaría su teoría
positivista de la evolución social
como el paso de la solidaridad mecánica de los primitivos hasta la solidaridad
orgánica de los civilizados. La experiencia antropológica contemporánea
(Levy-Strauss), sin embargo, ha demostrado que la distinción durkhemiana está
invertida, y que es en los pueblos denominados primitivos en quienes
predominaba la comunidad legislativa y cooperativa de la reparación, frente a
la comunidad del Occidente técnicamente desarrollado, en la que predomina la
comunidad legislativa y represiva de la venganza (Foucault).
La gran
amplitud de cada término de la dicotomía tönnesiana ha llevado a la necesidad
de precisar y diferenciar los fenómenos variables que se presentan juntos y
sería necesario distinguir. Así, Tönnies había olvidado diferenciar y tratar
con rigor los fenómenos comunitarios de casta, raza, etnia y tribu, o estudiar
los movimientos milenaristas, la conducta colectiva de las masas y, sobretodo,
el nacionalismo.
A Tönnies se le
han planteado generalmente cuatro críticas:
1- Su dicotomía
es una secularización de alma/cuerpo: un dualismo metafísico.
2- Su
explicación es idealista al plantear
que es de la subjetividad humana
(dúplice voluntad) de donde surge la duplicidad social (comunidad/sociedad) en
lugar de a la inversa.
3- Su
planteamiento dualista tiende a la condena a la irracionalidad a las
comunidades y sólo considera racionales a las sociedades. Esto equivale a mantener
el etnocentrismo, tan combatido por los antropólogos contemporáneos.
4- Su dúplice
tipología aglutina una enorme cantidad de fenómenos en cada polo que sería
necesario distinguir.
3.
Comunidad-sociedad y cultura.
Partiendo de la
distinción sociológica de F.Tönnies entre Gemeinschaft
(comunidad afectiva organicista de sentimientos, emociones y deseos) y Gesellschaft (sociedad racional,
mercantil y mecanicista), tendríamos a la antropología
como disciplina que estudiaría las comunidades o culturas diferenciada de la sociología, que se centraría en el
estudio de las sociedades industrializadas. Tal dicotomía presupone que el
colectivo cultural se diferenciaría del colectivo social en que el primero no
sería consciente de los vínculos que le unen a su tribu, mientras que el
segundo tendría plena consciencia de los elementos que componen su identidad
grupal. El concepto de cultura tiene el mismo origen reciente que el de
comunidad, ya que también se encuentra lastrado por su utilización por el
romanticismo alemán, considerar ambos conceptos como sinónimos puede complicar
el problema de la distinción entre comunidad y sociedad, pero considerarlos
como distintos introduce el problema de explicar las diferencias entre
comunidad y cultura además de distinguirlas respecto de la sociedad.
La dicotomía
comunidad/sociedad de inspiración romántica que ha asumido la sociología
contemporánea, condena al ideal de colectividad orgánica representado por el
primer término al reino de las sombras, al irracionalismo, caracterizando como
racional tan sólo el ideal de colectividad atomística representado por el
segundo término. De este modo, la noción ilustrada de ciudadanía se construyó
como colectividad racional expurgada de todo vínculo comunitario, relegando a
las distintas comunidades al vacío jurídico, es decir, a la inexistencia
política. Por eso, las Declaraciones de
derechos del hombre y del ciudadano han terminado por defender los derechos
del ciudadano y olvidar los derechos del hombre. Ante la imposibilidad de ser
ambas cosas a la vez[13]
(Rousseau) la ciudadanía ha triunfado sobre la humanidad, de manera que un
inmigrante ilegal en la civilizada Europa actual no tiene derechos; al no ser
ciudadano, no se le reconoce, ni siquiera, la humanidad.
A. El comunitarismo como conciencia crítica del
liberalismo.
Carlos Thiebaut[14] considera que
es el proyecto moderno el más capacitado para resolver sus propias
insuficiencias, concluyendo que las críticas comunitaristas serían un
movimiento, no tanto de impugnación revolucionaria, como de colaboración
crítica en el proyecto ilustrado (op.cit.cfr.p.14-15). Con ello se alinea junto a quienes
consideran la postmodernidad como un simple criticismo moderno: Con estas
críticas parece haberse recogido parte de la herencia de la crítica romántica a
Kant y a la ilustración y, al igual que acontecía en grandes sectores de
aquella crítica, se vuelven a oponer ahora pragmática, retórica y giro textual
a razonamiento y concepto, historia y tradición a validez del acto o del
momento de la argumentación, comunidad y socialidad a individuo e
individualismo (Op.cit.Cap.1, p.19). La misma línea de Habermas que no concibe
que exista nada fuera de la modernidad y, por tanto, toda impugnación resultará
hegelianamente asimilable como autocrítica.
De ésta manera
habermasiana, Thiebaut, identifica los neoaristotelismos antiliberales y
antisocialdemócratas con el conservadurismo, en una línea que parece concebir
como fascismo todo lo que no sea socialdemocracia capitalista: En ese primer
grupo germano, en el que habría que incluir a Robert Spaemann, Eric Vogelin o
Joachim Ritter, las críticas al proyecto liberal racionalista asumen un
carácter conservador explícito y, por ello, debieran diferenciarse
cuidadosamente de las de otros aristotelismos de origen también germano, pero
desarrollados por los emigrados a Estados Unidos, tales como los de Hannah
Arendt y Leo Strauss, y de los que no cabe decir que participen de similares
planteamientos antimodernos (Cap.1,p.22). Los conservadores son identificados,
pero la izquierda son los socialdemócratas y nadie más, luego no se quiere
llegar a comprender que pueda haber algún otro depositario de la izquierda que
no sea moderno, progresista y socialdemócrata. No es de extrañar entonces que
todos los medios de comunicación del autollamado progresismo se haya esforzado
con una potencia sin precedentes para deslegimimar cualquier apuesta de
izquierdas que no sea la suya, bajo la acusación de fascismo estalinista hacia
toda izquierda que impugne la modernidad. De ahí que denomine conservadurismo a
toda posición extramoral y antinormativista: el fundamental neoconservadurismo
de la perspectiva neoaristotélica, que conduce a reducir toda ética política a
una moralidad de las instituciones y a encerrar coherentemente la ética
individual en el ámbito privatístico, se revelará en la crítica a toda utopía y
en el rechazo de una fundamentación última y extramoral para la ética (Cap.1,
p.23). Un ejemplo de lo antedicho lo aprecia en el acercamiento de algunas
tesis del neoaristotelismo duro a otras que provienen directamente del
conservadurismo clásico -como la primacía de la tradición sobre la
argumentación racional en la definición de la noción de bien (Cap.1, p.24). En
este sentido todas las filosofías postmodernas que, siguiendo a Nietzsche,
eliminan las consideraciones morales y más aún, la posibilidad de una ética
universalista que se revela como un intento de dominación, serían posiciones
conservadoras, lo que nos lleva a la paradoja de considerar a Foucault, Deleuze
o Toni Negri, como conservadores. Pero esto es debido a que los
socialdemócratas se consideran el centro y suponen que su postura es la
demócrata, mientras que imaginan igualmente que todo lo que exista no sólo a su
derecha sino incluso a su izquierda es fascismo o conservadurismo.
En el plano
epistemológico los social-liberales mantienen el platonismo más simple al
pretender universalidad no ya sólo para la verdad o la ciencia, sino incluso
para la moral (Idea del Bien): Los que se consideran, así, déficits del
programa moderno racionalista en moral (al menos por lo que a sus versiones más
fuertemente cognoscitivas respecta) conducen a algunos autores, como Bernard
Williams, a constatar que los intentos de generar una ética filosófica que
adopte un punto de vista en tercera persona y que posea un carácter
universalista desde el que suministrar una justificación del punto de vista
moral han de asumir platónicamente que el agente reflexivo puede, como teórico,
distanciarse e independizarse de la vida y del carácter moral que está
estudiando. El teórico moral, desde su privilegiada perspectiva de tercera
persona, podría, así, proponerle o imponerle a la perspectiva del actor en
primera persona que juzga y actúa en una vida moral concreta un mandato o un
principio moral que habría sido generado y justificado externamente a tal vida
moral. Esa distancia respecto a las formas morales concretas supone que somos
capaces de contemplar las disposiciones morales desde fuera, desde el punto de
vista del universo (Cap.1, p.31-32). Williams considera que la objetividad
(entendida como objetividad científica) no puede lograrse en el terreno de la
ética. De lo cual parece que acepta la científica pero no la moral. Lo cierto
es que tal postura es un tanto paradójica ya que resulta más coherente rechazar
ambas o aceptar ambas que quedarse con una y denegar la otra. (Si bien todas
las combinaciones son defendidas hoy en día). Ciertamente la objetividad
científica es difícil de quebrar, pese a los trabajos, cada vez más potentes
del programa fuerte de la sociología de la ciencia, pero a la inversa, lo que
resulta difícil es defender el universalismo ético. Ello nos lleva a compartir
en cierta medida el planteamiento de Williams y declarar que si bien la
objetividad científica puede defenderse aunque resulte problemática, la
pretensión de objetividad ética no puede sino mover a risa.
La defensa
ilustrada de la objetividad para la ética retrotrae la reflexión a épocas
anteriores a la hermenéutica de la sospecha, situándola en una anacrónica
dimensión kantiana: Reaccionando contra el privilegio epistémico de una vida
moral concreta Thomas Nagel ha formulado una contracrítica a las teorías
neoaristotélicas señalando que se requiere una perspectiva más compleja para
dar cuenta de toda la dimensión ética y que debiera contar, también, con el
carácter transcontextual de los principios. Esa perspectiva sería, en el caso
de Nagel, la de un razonable eclecticismo y nos vendría suministrada por una
<visión doble> que se da a la vez desde el sujeto y su contexto,
subjetivamente, y desde fuera de él, objetivamente y como apelación
transcontextual. Esa doble visión nos permitiría pasar desde la primera a la
tercera persona y desde ésta a aquella, cambiando nuestra percepción de los
problemas y evitando, así, los riesgos de una subjetividad encerrada y ciega en
sí misma o de una objetividad sin alma. Creo que no sólo existen paralelismos
entre esta visión doble que Nagel quiere introducir en el punto de vista ético,
y en la que las perspectivas en primera y tercera persona conjugan sus demandas
contrapuestas de subjetividad y objetividad, y algunas de las ideas que, sobre
modelos más hermenéuticos, hemos comentado respecto a Walzer, Taylor o
Lovibond, sino que también habría paralelismos con la idea de <equilibrio
reflexivo> con la que John Rawls fundamenta el ejercicio de su teoría de la
justicia, en tonos crecientemente pragmatizantes... Nagel pretende, por lo
tanto, complementar los innegables fueros de la particularidad con una dimensión
trascendente al contexto que él fundamentaría sobre una dimensión objetiva del
yo, que tiene resonancias kantianas... La complejidad de nuestra vida moral,
piensa Nagel, se puede dar porque somos capaces de acceder tanto a la visión
particular, contextual, como objetiva, transcontextual. Las tensiones entre
esos dos polos explican y articulan todos los problemas cruciales de la
filosofía práctica (Cap.1, p.34). Hay ciertos límites de la razón que el
comunitarismo se niega a transgredir, limites más estrechos que los kantianos,
lo que implica que si bien para el movimiento de impugnación de la
universalidad científica (en la estela de Kuhn) tiene todavía mucho que
recorrer, los movimientos de impugnación del proyecto moderno de una
universalidad ética estarían mucho más avanzados. Hay que ser demasiado
platonista para defender la universalidad ética por el mero hecho de que se
sostiene aún con firmeza la universalidad científica. A partir de Maquiavelo,
Spinoza y Nietzsche, debería haber quedado claro que el reino de la ética no es
el reino del ser sino una proyección del poder de quienes con sus discursos
éticos universalizantes buscan el sostenimiento e incremento de su dominio
sobre los demás. Semejantes posiciones humanistas kantianas sólo pueden
provenir de quienes no han leído la Genealogía
de la moral de Nietzsche o de quienes nada conocen de la polémica
humanismo/antihumanismo de la tradición marxista.
Sin embargo se
presenta Thiebaut de manera reintegracionista, si bien en 1992 planteaba la
dicotomía entre una doble verdad, la del liberalismo y la del comunitarismo, en
1998 se inclina hacia la opción liberal, indicando que las dos posiciones
tienen cosas aprovechables, es decir, asumiendo algunas ideas comunitaristas en
el marco liberal; un giro próximo a la Tercera Vía de Blair-Giddens. Considera
al normativismo liberal como el mejor marco para una sociedad multicultural,
haciendo caso omiso de las impugnaciones de inconmensurabilidad que, en su
versión reaccionaria vienen avaladas por la noción de choque entre
civilizaciones de Samuel Huntington y en su versión comunitarista por la de
imposibilidad de normativismo intercultural. A juicio del normativista la
misión del comunitarismo sería la de mostrarle al liberalismo cuáles son sus
puntos ciegos, incorporación de las críticas comunitaristas al marco liberal
que ha llevado a cabo Rawls progresivamente. Frente a los teóricos del
conflicto los normativistas se convierten en teóricos del consenso. Como
ejemplo de la integración normativista presentó Thiebaut al grupo Pólemos el caso de la Constitución de
Colombia (1991) en la que se concibe a la nación como multiétnica y se otorga a
las comunidades indígenas de cierta independencia. Pero nunca mejor ejemplo de
las insuficiencias del normativismo que un país sumido en el caos y el
conflicto armado, en el cual el marco normativo no tiene absolutamente ninguna
correspondencia con la realidad.
Desde el
análisis del conflicto se descubre que toda construcción de la identidad (subjetividad)
es negativista, como decía Spinoza, toda determinación es negación, pero desde
aquí el problema se convierte en la cuestión acerca de qué es lo que se niega y
qué es lo que se determina. Para determinarse como subjetividad constituida
como mercancía es necesario la negación de la culturalidad y la desintegración
de los lazos comunitarios, lo que ha llevado a concebir el conflicto entre la
universalidad y la etnicidad como el nuevo terreno de combate entre el Capital
y la Cultura, siendo esta última el último bastión por conquistar por el
primero. Pero el dualismo político alternativo que así se presenta, nos ofrece
una dicotomía en la que a muchos ambos polos nos parecen sumamente indeseables.
Es como si nos dieran a elegir entre apoyar el capitalismo y la reducción del
individuo a mera máquina de producir y consumir o apoyar el islamismo y la
feudalización tribal más extrema. Y no es ya que entre ambos polos se puedan
encontrar muchas posturas intermedias, sino que estableciendo así la discusión,
se borran del horizonte teórico-político otras opciones arrinconadas por la
historia, como pudiera muy bien ser el proyecto comunista; fallido en su
versión soviética y por esa razón descartando, no es más que un ejemplo de otra
vía en la que ya no se quiere pensar y que no se atreve nadie a tomar en
consideración. Lo cierto es que son los medios de comunicación de masas,
dominados por las grandes multinacionales, los más interesados en polarizar el
disenso ocultando cualquier posible reconsideración u alternativa radical, así
como cualquier intento de recuperación de sendas perdidas y despreciadas por la
historia.
La vocación del
socialismo fue la de suplantar al capitalismo y no que este último asumiese
ciertas críticas y se convirtiese en socialdemocracia: el capitalismo de rostro
humano de Blair-Giddens, que acepta el marco infraestructural e intenta paliar
sus efectos indeseados mediante el marco jurídico o supraestreuctural, tiene el
defecto de concebir hegelianamente el mundo al revés y proclamar con fervor
humanista que es la conciencia la que determina el mundo material y no el mundo
material el que determina a la conciencia. En este sentido la filosofía
idealista ha triunfado al triunfar sus opciones sociopolíticas y económicas
reales y materiales. Pero la vocación del postmodernismo, así como la del
comunitarismo, que sería una de sus vertientes, es la de acabar con la
modernidad e impulsar la construcción de un mundo sobre bases nuevas, no es la
de servir a la modernidad de conciencia crítica, lo que equivale a reducirla al
papel del siervo en la dialéctica del amo y del esclavo. De ahí que la vocación
del comunitarismo sea la de acabar y suplantar al liberalismo no de hacer de
conciencia escéptica, puramente negativa, y tan sólo útil como motor de la
dialéctica. El comunitarismo surge en un espacio que rellena el vacío dejado
por el marxismo pero que no es ya marxismo. La continuación-recuperación de
este último sólo puede concebirse como una denuncia contra la hipocresía de
quien se proclama como de la modernidad, una demostración de que el gobierno de
la socialdemocracia capitalista no es el gobierno
de la Razón, buscado desde Platón a Rousseau y Marx, y al que sería
legítimo llamar ilustrado; y un llamado a considerar que los verdaderos herederos
de la modernidad son quienes pretenden llevar a cabo en la realidad lo que los
progresistas sólo realizan en sus buenas conciencias, puesto que el camino
hacia el gobierno de la razón se ha perdido actualmente en la demagogia y la
plutocracia.
Según Thiebaut
el liberalismo jurídico-normativo o político no es el anverso del
liberalismo-económico, afirmación un tanto paradójico de quien quiere conservar
su buena conciencia y no es capaz de asumir que sus leyes de protección de los
derechos humanos lo que justifican es su propio incumplimiento. ¿O acaso no
vivimos en un capitalismo que esgrime los derechos humanos con tanta
obstinación como los incumple?. Ese liberalismo jurídico que dice no se el
anverso del liberalismo económico es el mismo que admite que la única ley que
viole Billy Gates sea la ley antimonopolio. Nos recuerda Thiebaut una cita de
Manuel Sacristán en la que nos decía: Si no hay para todos yo no tengo derecho
a tener lo que tengo. Pero la premisa es errónea y demuestra que se asume la falacia
de la Economía neoliberal al dar por sentado que los recursos son escasos ya
que todo hombre tiene una propensión a la acumulación ilimitada. Los recursos
son limitados, no escasos, y ya hoy hay recursos para proveer a las necesidades
primarias de todos. La frase ilustra la relación entre lo que hay (economía)
y el derecho (jurisprudencia), y en boca de Thiebaut está inmersa en una
premisa del liberalismo económico con una conclusión del liberalismo jurídico.
Y es que es precisamente esa contradicción en la que se sostiene el
liberalismo, ya que su realidad material es la contraria a su presentación
conceptual, de modo que puede presentarse al liberalismo jurídico como un
intento de remediar los males del liberalismo económico, cuando lo que es el
primero no es más que una forma ideológica de legitimar y encubrir el primero.
Pero es que el liberal normativista que ha madurado y abandonado el marxismo en
el que militó en su juventud no encuentra alternativa a la normativista y no
concibe más acción política posible que la de militar a favor de los Derechos
Humanos. Pero que alguien no vea más alternativas no quiere decir que no las
haya, sino que al primero le falta capacidad de visión y carece de imaginación.
Nadie puede negar que el artículo 17 de la Declaración de Derechos del Hombre
de 1948, el derecho (ilimitado) a la propiedad, que provocó en su ratificación
la abstención de 8 países comunistas, entre ellos la URSS, pesa sobre todo el
resto del articulado de manera decisiva, convirtiendo los artículos restantes
en papel mojado. Establecida sobre la libertad (ilimitada) y no sobre la
igualdad (relativa) la ilustración devendría en lo contrario de la ilustración.
El estado
ingles o el de Israel no tienen Constitución, otros estados la tienen pero depende
de sus contenidos el que la forma política y la económica sean de una manera u
de otra. La política depende de la economía pero no se reduce a la economía, ya
que tan capitalista fue el Chile de Pinochet como la Inglaterra de Margaret
Thatcher, la uno dictadura, la otra monarquía parlamentaria; también las Leyes
Fundamentales del franquismo se presentaron como un sucedáneo de Constitución y
en la Constitución de la República Islámica de Irán la economía es totalmente
socialista, pese a haber división de poderes y sufragio universal cuatrianual.
Teorizar sobre las Leyes olvidando la Economía es tan desastroso como lo
contrario, porque la política engloba dentro de sí tanto a la economía como a
la jurisprudencia, y no podrá existir ninguna comunidad de ciudadanos libres
donde haya enormes desigualdades.
Los conflictos
no se pueden eliminar mediante el recurso a la postura del avestruz, si se
silencian no se eliminan, hay que presentarlos y hacerles frente, pero si
apremia el hambre de un pueblo ésta no se sacia declarando por escrito que ese
pueblo tiene derecho a la vida, si apremia el hambre es porque además de
derecho formal a la vida en abstracto, no se concede el derecho material a
comer y satisfacer todas las necesidades básicas. ¿Qué lo impide? Que habría
que sacar a la luz la expropiación que ha sufrido quien nada tiene y
reintegrarle lo que le corresponde, para lo cual tendríamos que desprendernos,
seguramente, del teléfono móvil.
Visto desde el
comunitarismo el liberalismo no es más que un modo de comunitarismo que
consiste en presuponer que no es un modelo comunitario entre otros, sino algo
más, el modelo por excelencia o modelo de los modelos. Pero si designamos como
comunitarista a todo modelo con un proceso de constitución de subjetividades el
liberalismo lo es con creces.
En Quebec se
quejaban los liberales de que no podrían elegir la educación en inglés para sus
hijos si triunfaba la francofilia pero nadie cuestionaba que la única educación
que podrían elegir la mayoría de los ciudadanos en el idioma que fuese iba a
ser la destinada a la producción, esto es, al trabajo asalariado. El movimiento
musulmán afroamericano conocido como Black
Power en los Estados Unidos nos da el ejemplo de un intento de constituir
comunitariamente un sujeto fuerte para luchar por las condiciones de vida del
grupo, porque cualquier negro americano sabe que su militancia en pro de los
derechos civiles nunca le va a sacar de la educación más precaria ni de la
mayor probabilidad de ingresar en prisión. De modo que la cultura (lazos
comunitarios) se convierte muchas veces en un baluarte defensivo para las
minorías, ante la presión que sobre ellas ejerce una sociedad. Si bien no
habría que tomar partido demasiado pronto, ya que si bien es detestable la
segregación racial que se sufre en los Estados Unidos aunque formalmente se
declare su inexistencia, puede resultar encomiable la defensa de la laicidad en
una sociedad secularizada donde todas las religiones habrían de ser admitidas,
o incluso, la prohibición de la mutilación genital a la que son sometidas las
mujeres africanas o ablación de clítoris. El problema reside en que los
colectivos se defienden de algo, es decir, que no se parapetaría detrás de la
cultura tribal quien no necesitase una protección social que incluso la
ciudadanía le niega. De ahí que el retorno a la cultura proceda de las
insuficiencias de la sociedad, insuficiencias que no podrán ser subsanadas sin
cambiar estructuralmente todo el sistema de relaciones económicas que las
sustentan.
Cuando nos planteamos
al modo platónico o aristotélico la pregunta: ¿Cuál puede ser la forma
socioeconómica y normativa de una sociedad justa? El problema es que no debemos
olvidar que hay un orden social ya dado, que debe ser tenido en cuenta. Pero un
orden social puede ser destruido (revolución) y construido otro, o bien
modificado (reformismo) y transformado en otro. También cabe formar
agrupaciones comunitarias dentro de un orden establecido que funcionen como
contraorden, como contracultura, sin remitirse por ello a la tribalidad, y nada
asegura que el aumento pluralista de los grupos de presión tenga que tener
siempre una solución de continuidad hegeliana. No puede suponerse que el marco
en el que se está inserto es un marco vacío y transparente, en el que la movilidad
social depende exclusivamente del individuo, como hace el liberalismo, sino que
la cuestión social ha de pasar a un primerísimo primer plano, ya que sin ella,
todas las declaraciones no son más que palabras vanas, cuando no encubrimiento
hipócrita y legitimador del orden establecido.
B. El debate intraliberal[15].
Según Habermas
puede asociarse mercado y diálogo, liberalismo y republicanismo, una acción
estratégica mercantil y la deliberación para la acción política (comunicativa),
de ahí la propuesta de unión entre deliberación y acción procedimental, que a
su juicio permiten establecer las reglas del discurso de una acción orientada a
fines. Con ello se convierte en el paladín de la socialdemocracia, que admite
el egoísmo del sujeto liberal, la astucia de la razón económica (Adam Smith),
junto al sujeto republicano y solidario. Adopta el discurso liberal de
conciliación de contrarios, lo que supone dejar intacta la contradicción, vivir
en la contradicción bajo la promesa de una reconciliación futura. En esto la
burguesía no hizo más que secularizar el cristianismo, que quemaba seres
humanos en nombre del amor al prójimo, principio proclamado con tanta
obstinación como incumplido; frente a semejante hipocresía se yergue el
comunitarismo, la nostalgia de los orígenes, así como el postmodernismo, el
refugio en el esteticismo, como satisfacción de los deseos individuales frente
al pragmatismo, como mera satisfacción de intereses individuales.
Los liberales radicales Hayeck, Nozick,
Gauthier, mantienen las siguientes tesis: a) No pronunciarse acerca de la
naturaleza del individuo, sino tan sólo adoptar una metodología atomista (ya
propuesta por John Stuart Mill On the
logic of the social sciences cap.VII) o individualista, ya que sólo actúa
el individuo y no los colectivos, a los que no se les puede atribuir cualidades
del individuo; pues cada vez que se ha querido dotar a los pueblos de deseos o
capacidades se ha hecho para eliminar las libertades individuales. A diferencia
de la química la adición de individuos no produce otra entidad nueva
(Schumpeter, contra el organicismo de Aristóteles o Marx); b) Adopta
procedimentalmente una moral racional universal, que coincide con la máxima de
la mano invisible de Adam Smith y que se impone de manera espontánea por selección
natural; c) los valores dependen de las decisiones de las personas (relativismo
de los valores), son subjetivos y de elección individual; d) solamente un
Estado neutral y mínimo es legítimo (Nozick), en el que cada persona es la
mejor juez de su bienestar. Por su parte, los
liberales moderados, como Habermas, Rawls, Dworkin o Kymlicka, oponen las
siguientes tesis a las anteriores: a) El valor supremo del liberalismo no es la
libertad, sino la igualdad (de derechos) de todas las personas en cuanto individuos
(tesis del republicanismo liberal defendido por Dworkin). Hay que aceptar la
importancia de las redes sociales en la configuración de la personalidad
individual, ya que la autonomía pública y la autonomía privada son coetáneas
(Habermas, aunque Rawls mantiene, por el contrario, que la subjetividad
individual es previa a la sociedad pública). b) Los principios de justicia no
son una cuestión epistemológica o filosófica sino una cuestión procedimental,
práctica, y su ámbito es la política, siendo admisibles muchas visiones morales
racionales, pero no hay una moral universal sino que la razón pública establece
los procedimientos para establecer la aceptable por todos (Rawls), este
procedimiento imparcial permite la convivencia y puede adoptar la forma de una
Constitución. c) Los valores supremos últimos se pueden establecer
fundamentándolos mediante una pragmática trascendental (Habermas) estableciendo
las condiciones mínimas del diálogo, que aunque han nacido en Occidente
(tradición occidental) son universalizables. d) Un estado republicano-liberal
no tiene que ser necesariamente neutral, sino que el Estado podrá privilegiar
el marco comunitario que considere más apropiado para la preservación de las
libertades individuales. Para un Estado del bienestar (Welfare State) el sector público a de ser poderoso, se acepta la
intervención estatal para hacer posible la libertad de sus miembros, y en caso
de tener que priorizar, primarán los derechos de las mayorías sobre los de las
minorías.
Los ejemplos
empírico-materiales dejan al formalismo jurídico-liberal tanto neoliberal como
socialdemócrata siempre en entredicho, ante paradojas grotescas, pues resulta
que el africano analfabeto y desnutrido o el homeless estadounidense o el refugiado serbio, son personas racionales
que, haciendo uso público de su razón autónoma, han decidido, ejerciendo la
libertad e igualdad que le proporciona la Declaración de derechos de 1948, no
comer y no alfabetizarse, morirse de hambre, o emigrar a otro país. ¿Quién
puede elegir libremente morirse de hambre?. Parece que muchos, pero sería
dictatorial impedírselo, proporcionándole los recursos necesarios, ya que cada
persona es libre de elegir su destino. Pero un obrero no deja de ser obrero por
elegir no responder al despertador una mañana y quedarse en la cama, sino que
pasa a ser un obrero en paro. La elección de preferencias del individuo
libre, junto a la competencia darwinista de un animal depredador, y la bondad
colectiva (Providencia) como agregado de los egoísmos, es la postura filosófica
y metafísica de quienes dicen no pronunciarse sobre la naturaleza humana, sino
tan sólo arbitrar procedimientos prácticos. Contra semejante idea
metafísica encubierta se presenta no solamente la desigualdad de oportunidades
como punto de partida (entorno familiar, social, nacional) sino también hechos
como el de la presión de los medios de información sobre los individuos.
4. Los limites
y limitaciones del comunitarismo.
El comunitarismo se presenta como una
corriente filosófica que reúne un conjunto de críticas contemporáneas al
proyecto moderno de la Ilustración y al liberalismo político con el que éste se
vincula, desarrolladas principalmente desde la ética y la filosofía política.
Es, por tanto, una rama o parte del movimiento más amplio que se conoce como postmodernidad. Algunos de sus
adversarios las han tomado como críticas que, por ser tales, eran ya desechadas
como reacciones conservadoras contra
la socialdemocracia (Habermas), otros, como Carlos Thibaut en España, han
asumido las que les parecían correctoras
del proyecto moderno, es decir, reformistas, declarando a las demás también
con el san Benito de conservadurismos. De lo cual se deduce que ningún moderno
está dispuesto a aceptar como progresista a una propuesta que impugne el proyecto
de la modernidad. Efectivamente, puesto que los socialdemócratas e incluso los
neoliberales son los progresistas, cualquier crítica que vaya demasiado lejos
de sus puntos de vista ha de ser para ellos, necesariamente, fascismo. Y no es
que no exista el neoconservadurismo ético antiprogresista o el neofascismo, lo
que ocurre es que no todo lo antimoderno debería ser calificado de tal forma,
porque hay una buena parte de la postmodernidad que, además que contramoderna,
se podría calificar de ultramoderna, de querer no ya sólo destruir los
equívocos ilusorios, sino rehacer, repetir y cumplir, sin falsedades ni
hipocresías, en la realidad en lugar de en la idea, las promesas incumplidas
por la modernidad. Combatir la demagogia, exigir la democracia, desvelar la
hipocresía, problematizar la ideología legitimadora del modo de organización
vigente en la actualidad, correr el riego de mirar si no serán quienes predican
el amor al prójimo los más enconados verdugos de la historia universal, romper
con las hipocresías, todo esto no es algo propio del comunitarismo, donde
muchas veces el burgués desencantado de su vida de funcionario se limita a
decir que los famélicos habitantes de la India son felices con su aberrante
sistema de castas, es algo propio del comunismo,
de una palabra que ha desaparecido del horizonte intelectual mundial y que,
dada la eficacísima contrapropaganda de los medios de comunicación a partir de
la caída del muro de Berlín, ya nadie se atreve a pronunciar.
Los referentes polémicos de los comunitaristas
son, por tanto, principalmente, los neocontractualistas y teóricos de la
elección social como Rawls, Buchanan o Gauthier o los neokantianos como Apel y
Habermas. El constructivismo ético, el neoutilitarismo, las éticas dialógicas o
el neocontractualismo, que durante los años 70 se habían dedicado a la
reformulación del normativismo moderno y liberal empiezan a ser contestados.
Frente a las pretensiones de imparcialidad y neutralidad en la racionalidad
práctica que propugnan los anteriormente citados, a partir de los años 80, los comunitaristas y neoaristotélicos,
como Charles Taylor, Michael Walzer o Alasdair MacIntyre, comienzan a poner en
duda la supuesta transparencia de dicha racionalidad y la posibilidad misma de
sustraerla a las determinaciones culturales y contextuales entre las que se
inserta. La crítica a las pretensiones de universalidad de la modernidad
implica la impugnación de los procesos de homogeneización que dicta una
formalidad racional que se quiere más allá de la historia. Es en este punto en
el que el comunitarismo entronca con la llamada postmodernidad, que implica la puesta en cuestión de la historia
entendida como proceso de la razón, precisamente para demostrar que la propia
racionalidad moderna es la que está condicionada históricamente y no al revés.
Se recupera así
una dialéctica polémica que tiene su más cercano precedente en las críticas románticas a la ilustración.
Los neoilustrados objetan generalmente a las criticas comunitaristas, que las
sociedades modernas, precisamente por ser tan complejas y plurales, necesitan
inevitablemente formas generales de asunción de valores y normas que cohesionen
la simultaneidad de lenguajes morales diferentes, una cierta homogeneización
normativa, como es el caso de los espacios públicos intraestatales. Pero la
contestación se torna insuficiente porque presupone la posibilidad de crear
espacios autónomos que regulen las interacciones entre comunidades internamente
diferenciadas. Es esa noción misma de un lugar y un sujeto formal, descarnado y
abstracto la que se discute, poniéndose en entredicho que se pueda hablar de
una subjetividad moral ajena a los contextos valorativos y culturales en los
que tienen lugar los procesos de socialización.
El comunitarismo señala la imposibilidad de la neutralidad en la
esfera de lo público de las teorías de corte liberal, como la de Rawls, la
aporía se traduciría en lo siguiente: si se generan teorías neutrales con
relación a los intereses y lenguajes de los individuos no se pueden enfrentar
problemas particulares ni específicos, pero si se tratan estos últimos se tiene
que abandonar la neutralidad y decantarse hacia un punto de vista determinado.
Frente a los liberales, los comunitaristas, Taylor, MacIntyre, Michael Sandel,
Michael Walzer, Martha Nussbaum, piensan inadecuado separar la esfera abstracta
de la justicia (pública y
universalista) de la concreta del bien
(privado y particular), teniendo la última una ineludible referencia
contextual. Lo justo no puede reclamarse como un lugar universal,
metacomunitario, por encima y más allá de las diversas particularidades, a
riesgo de unificar lo múltiple e impedir la coexistencia de la pluralidad. En
este sentido el proyecto normativo de la modernidad y su alegato en favor de la
imparcialidad de la razón práctica han fracasado.
Una
peculiaridad de polémicas de la filosofía contemporánea como la que acabamos de
presentar es su completo olvido de un hecho, al que se denomina vagamente con
el nombre de globalización, pero que ya nadie desde la caída del muro de Berlín
y la perestroika se atreve a formular
descarnadamente por su nombre, ni a ponerlo en tela de juicio; a riesgo de ser
tachado de fascista, de nostálgico dinosaurio o de retrógrado, ante cualquier
planteamiento revolucionario que no se limite al mero reformismo. La valoración
de la tradición, la historia y las identidades ha llevado a la modernidad a
despachar frecuentemente a la postmodernidad como conservadurismo. La
reclamación de democracia para las comunidades es vista como un signo de
secesión política, y ciertamente puede llegar a serlo, ¿por qué no?. Resulta
sorprendente que hoy en día sea vista como antidemocrática la pretensión de un
colectivo de gobernarse a sí mismo en lugar de dejarse gobernar por otros.
Y no es que no
se hayan producido extravíos entre esas reivindicaciones. Pero es necesario
separar las insensateces de las objeciones de peso, sin acudir al fácil
expediente de borrar las segundas con la burla de las primeras. Así, despachar
las críticas comunitaristas englobándolas entre las reivindicaciones
norteamericanas de llevar a cabo una matemática negra o cherokee, o prohibir la enseñanza del evolucionismo en las
escuelas, resulta demasiado fácil. Las competencias
en materia de educación que están adquiriendo las Autonomías en España han
sido condenadas por los poderes mediáticos del gremio editorial, acudiendo al
expediente de la descalificación en lo grotesco, limitando el deseo de
autogestión de los asuntos propios al desequilibrio mental de quienes quieren incluir
en la enseñanza oficial los particularismos más extravagantes. Y así queda toda
particularidad, estigmatizada como aberrante extravagancia. Sin repararse en
que algunas lo serán y otras no, siendo necesaria una discriminación valorativa
que distinga lo digno de transmitirse y lo que mejor sería que desapareciese.
El problema
reside en que desde fuera no puede realizarse tal discriminación y selección de
los particularismos, sino que cada comunidad tiene que tener el derecho y el
deber de intentar preservar lo mejor de sí misma. Aquello que por ser
transcultural, como la matemática o la música, casi todas las culturas humanas
consideran valioso y necesario, es lógico que se presente como valioso en
general, digno de transmisión, cultivo y conservación. Y acaso habría que
investigar si no resultará inevitable que la defensa de unos valores
transculturales tengan necesariamente que excluir valores locales. Al
descubrirse que la detentación del poder
coincide con la gestión del imaginario
social la lucha entre la fragmentación particularista y la unificación
universalista, se ha convertido en una lucha política por la obtención del
poder. De esta manera la lucha cultural encubre una lucha política que vicia
por completo todo el debate.
La
socialización del ser humano se lleva a cabo en diversos ámbitos y en
diferentes culturas, pero hay algo común en todos los procesos de
socialización, que no coincide exactamente con el fomento educacional de los
valores de la Revolución francesa: todo proceso de socialización sea de la
cultura que sea tiene hoy que insertarse en unas relaciones económicas
particulares, ensamblarse y adecuarse a un modo de producción determinado,
porque la sociedad, o sociedades, además de ser muchas cosas muy diferentes y
plurales, son, actualmente también, la sociedad
capitalista. La globalización, es, la globalización capitalista, y es esa
la palabra proscrita, eufemísticamente eludida desde el hundimiento de los
países comunistas, la palabra Capital.
Los límites del
comunitarismo residen en evitar
hacerse cargo de la caída del comunismo,
recuperando sus elementos más valiosos y repensando las estrategias de oposición al Capital como elemento
esencial entre las estrategias de oposición
a la Modernidad. Porque hay otro olvido sumamente importante, la modernidad, es, además, la sociedad capitalista. Un hecho que la
caída del socialismo real y el final de un proyecto político y de una nación
geoestratégicamente situada en una dirección alternativa a la capitalista ha
hecho olvidar.
5. Hipocresía y
modernidad: la formación de una sociedad apolítica.
No creemos que
sea imprescindible acudir al Romanticismo o volver a pensar a Aristóteles
(aunque esto último si que es deseable)
para desvelar las hipocresías normativas que han desvirtuado el proyecto
de la modernidad, convirtiéndolo en una mera fachada ideológica que encubre
descarnados sometimientos a poderes inconfesables. La tradición anti-ilustrada
bien puede servir de guía, pero los mismos ilustrados, un Montesquieu o un
Voltaire, por ejemplo, bastarían para, al actualizarse sus reflexiones, demoler
las hipocresías de la modernidad.
No obstante hay
algo que los fundadores de la Ilustración aún no podían pensar, porque se
encontraba en plena gestación, aunque algunos comenzaron ya a tratar, y que se
ha desarrollado en nuestro tiempo hasta límites completamente insospechados.
Nos referimos a la sociedad capitalista,
en la que vivimos, y cuya aceptación tácita y callada o su ocultamiento en las
discusiones éticas y políticas revela una verdadera voluntad de encubrimiento.
Lo más trágico
del proyecto moderno no es, a nuestro juicio, que pretenda la hegemonía de sus
valores y normas sobre los valores y normas de otras culturas, pueblos y
tradiciones; sino que encubra bajo discursos humanitarios las necesidades del
capital. Este fenómeno no es, sin embargo, nuevo, sino que acompaña a la
burguesía desde que derrocó al Antiguo Régimen y desarrolló los medios de
producción. Las reflexiones y polémicas en la filosofía contemporánea suelen
pasar por alto este punto, cuya explicitación queremos ahora aportar.
La formación
política y humana de los ciudadanos no es necesaria en unas sociedades
gobernadas por la demagogia del espectáculo y la hipocresía. Cuando un
futbolista, una cantante o un presentador de televisión son los personajes más
emblemáticos de una sociedad en la que los grandes poetas, ignorados por la
mayoría, acaban tirándose por la ventana. Cuando las declaraciones de
principios meramente formales se esgrimen como coartadas de los hechos más
viles e inconfesables, por ejemplo, cuando vemos que los intereses de la deuda
externa de los países pobres superan con creces las ayudas caritativas que
reciben. Cuando los seres humanos son mercancía homogeneizada, los ideales de
la ilustración mueven a risa a los jóvenes, o a sonrisas cínicas y estúpidas de
incomprensión absoluta, pero mejor si se sonríe, porque de lo contrario se
corre el riesgo de volverse un hipócrita o de ser muy obtuso. Libertad,
Igualdad y Fraternidad, hay que ser ingenuo o hipócrita para seguir sosteniendo
que esos son los pilares de nuestra sociedad Occidental. Los políticos
demagógicos de la sociedad de masas lo hacen a diario.
Resulta
sorprendente observar como el ministro de economía responsabiliza del paro a la
inflación, en lugar de a los empresarios y a sí mismo, ya que para él es tanto
como decir que la culpa del paro la tiene la ley de la gravedad, porque
considera que la economía es una ley de la naturaleza en lugar de una
convención humana, sobran los telediarios, ya que de tal falacia está ya
convencida la gran mayoría de la opinión pública. El paro es una calamidad
natural, como el trabajo esclavo, un accidente, algo que sucede porque sí,
fortuito, azaroso, pero al mismo tiempo tan rígido e inexorable como una ley de
la física, determinado por una férrea ley de causalidad, la de la oferta y la
demanda. No importa que sea contradictorio, al contrario, mejor que así sea, no
vayan a aprender las huestes un poco de lógica, no sea que les vaya a dar por
pensar y descubran que el paro no es una calamidad sino una necesidad del
sistema de relaciones económicas arbitrario y convencional en el que vivimos,
que produce cuantiosos beneficios a los que además de muchas otras propiedades
poseen en propiedad incluso las condiciones del trabajo en general y los medios
de difusión de la ideología dominante (el sistema de creencias generadas por el
propio sistema económico en cuanto que posee mecanismos de retroalimentación).
De manera que el paro es a la vez fortuito y necesario, un azar y una ley. Si
se acepta que la responsabilidad es de la inflación se está aceptando como ley
natural todo el sistema económico vigente, y lo cierto es que sí que se siguen
ciertas regularidades en la economía vigente, como se seguirían de cualquier otra
economía alternativa, pero el detalle es que las leyes de la economía no son
leyes de la naturaleza como la gravitación universal sino convenciones humanas,
leyes coyunturales que se podrían
modificar, pero cuya modificación no interesa a las clases dominantes. La
famosa intervención estatal se reduce al
plegamiento de la demagogia política a las necesidades de la economía
vigente. El Estado interviene para forzar que se bajen los tipos de interés,
interviene conforme a las reglas del mercado capitalista y pocas veces triunfa
si por voluntad ciudadana llega a querer otras reglas, cuando el Estado se
vuelve portavoz real de los ciudadanos e intenta el cambio de reglas, como en
el Chile de Salvador Allende, casualmente, se produce un golpe de Estado y una
etapa fascista-dictatorial que dura hasta que se normaliza la demagogia
capitalista. Medidas como la supresión del interés que al fin y al cabo no es
más que lo que antes se denominaba usura y la nacionalización de la banca,
¿realmente una mayoría de los ciudadanos estaría en contra? No lo creo, pero
desde luego nunca habrá un referéndum sobre la cuestión. ¿Por qué no se suprime
el interés y se nacionaliza la banca? ¿Por qué no se legisla un salario máximo
o ley de hierro de los beneficios? ¿Por qué no se reduce drásticamente la
jornada laboral dado el enorme desarrollo tecnológico alcanzado? Pues porque
las opciones de cambiar las reglas del juego son implanteables por los
creyentes fanáticos en las reglas vigentes, ya neoliberales, ya
socialdemócratas: la socialdemocracia capitalista Occidental es la Verdad y
cualquier alternativa no puede ser sino fascismo. Curioso integrismo el de la
sociedad abierta para la que todo lo que no sea ella misma es totalitarismo. En
tales circunstancias se olvida que decir que la legislación pondrá orden en la
economía es recaer en el idealismo, ya que es la economía la que determina la
legislación y no al revés. Las sociedades de los países desarrollados de
Occidente se han convertido en sociedades desintegradas, meros agregados de
individuos con intereses particulares, cuya existencia le parecía a Rousseau
imposible. Los problemas no se solucionan en la realidad sino a nivel de la
conciencia: en el marco jurídico se pinta el mundo de color de rosa, pero
ninguna sociedad puede soportar que se compare lo redactado en su Constitución
con lo que real y materialmente pasa.
6. Ser y
apariencia: Sobre las necesidades del capital en nuestras sociedades
desintegradas.
A. Humanismo / Antihumanismo.
Detrás de tanta
palabra bonita y tanta defensa de los Derechos
Humanos el sistema económico en el que estamos viviendo oculta la más
descarnada expoliación y explotación. La Ley no es suficiente para detener la
depredación e imponer la redistribución y con ella no se llega más que a un
sistema de mínimos en los países desarrollados, a consta de políticas
internacionales insolidarias y a la muerte por inanición de gran parte de
Africa y Asia. El mito americano del que habla Bertrand Russell comentando las
condiciones de trabajo en los Estados Unidos del siglo XIX encubre el gobierno
de la plutocracia:
Muchos obreros de la industria del acero preferían la semana de siete días y el trabajo de doce horas, a la semana de seis días con ocho horas de trabajo diarias y salarios más bajos, no porque los salarios bajos significasen más pobreza, sino porque querían tener la oportunidad de ahorrar y de prosperar. El evangelio de la competencia y de la suficiencia personal existía en todas las clases, no sólo entre las que se beneficiaban más con él. Las Trade Unions eran débiles y el socialismo no existía en realidad (...). El radical que cree en la competencia está condenado a la derrota en cualquier lucha con las corporaciones modernas. El poder de estas corporaciones es análogo al de los ejércitos, y dejar este poder en manos particulares es tan desastroso como dejar los ejércitos en manos de particulares también. Las organizaciones económicas en gran escala de los tiempos modernos son un resultado inevitable de la técnica moderna, y la técnica tiende cada vez más a hacer inútil toda competencia. La solución para quienes no quieran ser oprimidos está en que estas organizaciones que otorgan el poder económico sean de propiedad pública. Porque mientras este poder esté en manos particulares, la igualdad aparente que confiere la democracia política no es más que un simulacro[16].
Alguien tan
poco comunista como Bertrand Russell, considera que en las condiciones
actuales, pues lo que describe encaja perfectamente con la actualidad, no hay democracia,
sino un simulacro de democracia.
El
fascismo clásico quiso evitar que el hombre-masa se considerase como igual a
sus patronos y dirigentes, pero no lo consiguió. Astutamente triunfaba el
fascismo encubierto y el liberalismo humanista-capitalista descubría el método
para dominar sin revoluciones. Ante el liberal demagógico podría haberse
realizado la siguiente interrogación: ¿Es que no se dan cuenta de que la
condición de la existencia del burgués capitalista reside en que su esclavo se
crea su igual? Si los esclavos se dieran cuenta de que son esclavos acabarían
por rebelarse, luego la verdadera jugada maestra del liberalismo, humanista y
capitalista al mismo tiempo, es hacer creer al esclavo que es libre y que no
tiene razones para la rebelión. Por eso dirá Michel Foucault:
Entiendo por
humanismo el conjunto de los discursos a través de los cuales se le ha dicho al
hombre occidental: Aunque no ejerzas el poder, puedes no obstante ser soberano.
Mejor aún: cuanto más renuncies a ejercer el poder y más te sometas al que te
impongan, más soberano serás. El humanismo es el que ha inventado sucesivamente
todas éstas soberanías sometidas, tales como el alma (soberana del cuerpo,
sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden de los juicios, sometida
al orden de la verdad), la libertad fundamental (soberana interiormente, pero
que consiente y está «de acuerdo» exteriormente), el individuo (soberano
titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas
de la sociedad). En resumen, el humanismo es todo aquello con lo que, en
Occidente, se ha suprimido el deseo de poder, se ha prohibido querer el poder
y se ha excluido la posibilidad de tomarlo.
Ya Althusser[17], contra Erich Fromm, Jorge Semprún, o Roger Garaudy[18],
había revelado el carácter ideológico y encubridor del humanismo marxista y propuesto una nueva lectura de Marx, separando
al humanista ideólogo hasta 1848 del científico posterior, bajo la idea de un
corte epistemológico en la obra marxiana. Según Althusser, el diálogo entre el
socialismo humanista y la socialdemocracia, supone la absorción y anulación del
comunismo por la ideología burguesa humanista[19]:
...Tengo muchas más
dudas que tú acerca de los «síntomas» de la existencia concreta de la
universalidad del género humano actualmente. Los ejemplos que das (hambre en el
mundo, subdesarrollo, sistema monetario mundial, cooperación científica
internacional, contaminación de las aguas, año hidrológico internacional) me
parecen muy irrisorios y sobre todo sospechosos. Sabemos perfectamente que las
campañas contra el hambre en el mundo, las campañas por la cooperación
internacional contra el subdesarrollo, contra el cáncer, etc., son los
«caballos de batalla», en el estado actual de las cosas, de los representantes
hábiles del imperialismo y del concilio religioso. Los que «hablan» hoy del
«hambre en el mundo» y del «subdesarrollo» son exactamente aquellos que los
producen y los mantienen en ese estado. No son sino «palabras», ya que el
sistema imperialista que produce «el
hambre en el mundo» y el «subdesarrollo» (concepto anticientífico, por lo
demás, ideológico), es absolutamente incapaz no sólo de remediar estos males,
sino incluso de dejar de producirlos.
Los discursos que se pronuncian acerca de estos asuntos dramáticos no
constituyen sino una cortina de humo para las buenas conciencias, les permite
acomodarse a la realidad existente de la explotación y de la guerra, dándoles
la contrapartida verbal de los «discursos» destinados a procurarles una «buena
conciencia». La necesidad de dar esta buena conciencia prueba que existe cada
vez más una «mala conciencia». Pero no debemos confundir la «mala conciencia»,
que pueda dar lugar a una toma de conciencia más objetiva, con el discurso que
pretende adormecerla. No debemos unirnos al coro de los hipnotizadores, ya que
el coro de los hipnotizadores es también el coro de los criminales (directos y
cómplices). Debemos pronunciar un
discurso diferente, que sea antes que
nada una denuncia y que conduzca
a la lucha, para no abusar de la
gente en las perspectivas actuales. Entre los imperialistas es donde se
reclutan estos constructores de ilusiones. Y no debemos disimular que esta
distinción tiene una gran importancia política. No, el ecumenismo no está, objetivamente, a la orden del día, sino
la lucha de clase y la lucha antiimperialista. Creer que el ecumenismo está a
la orden del día es adoptar las posiciones ideológicas de la Iglesia católica.
El ecumenismo está a la orden del día para la Iglesia, pero no para nosotros ni
para los pueblos. El ecumenismo es la interpretación
religiosa-reformista-idealista de nuestra tesis de la coexistencia pacífica. No
podemos aceptarla ni hacerla nuestra sin traicionar nuestras posiciones. Para
nosotros, la coexistencia pacífica, actualmente, consiste en la lucha
antiimperialista por la paz. La lucha por la paz implica la lucha
antiimperialista, y no el ecumenismo...[20].
El
bárbaro del vulgo, hombre masa, es un producto
automático de la civilización moderna, reconocen los liberales, como por
ejemplo Ortega y Gasset[21],
pero creen que no son ellos los productores, intentando ocultar que ellos sean
la superestructura del capitalismo y no otra cosa. Y esto es así porque el
gobierno de la Ley no es el gobierno de la Razón, ¿o acaso alguien
tendrá el valor de decir que nuestra organización actual es racional?; lo
racional del sistema es el monopolio de la legislación por los intereses y las
manipulaciones de unos pocos: Pero
mientras el poder esté sólo a un lado, y las luces y la sabiduría solas a otro,
raramente pensarán los sabios grandes cosas, más raramente aún las harán bellas
los príncipes, y los pueblos continuarán siendo viles, corrompidos y
desgraciados[22]. Cuando la
organización supracomunitaria pretende pasar por racional, extiende un manto de
cobertura ideológica en el que todo parece enfocado al progreso y al bienestar
común, pero dicha cobertura, si bien es suficiente para mantener a millones en
la alienación, no resiste la más mínima embestida, ya que en cuanto se rasga lo
más mínimo desvela la irracionalidad en estado puro.
B. El coste del aire: cuando se paga un precio por
respirar.
En la película Total Recall de Paul Verhoven, titulada
en castellano Desafío Total, basada
en un relato de Philip K.Dick, se nos narra en apariencia una curiosa historia
sobre el sueño y la vigilia, sobre la realidad y la ficción. Pero detrás de la
trama sobre el recuerdo, sobre la anámnesis platónica que permita
distinguir el ser y la apariencia, se nos cuenta la situación social de un
planeta del sistema solar en el que el precio del aire tiene un coste elevado,
ya que procede de la extracción de un mineral llamado turbinio en el film. El
elevado precio del aire ha llevado a la población mutante de Marte hacia la
rebelión armada. Los gobernantes no desean que se sepa que un mecanismo
alienígena de medio millón de años atrás es capaz de producir una atmósfera con
oxígeno para el planeta al fundir sus casquetes polares. Hay riqueza suficiente
para todos, oxígeno para todos, pero si todos pudiesen gozar libremente de tal
bien los gobernantes marcianos perderían todo su poder, asentado sobre el
monopolio del oxígeno. La ficción sobre la comunidad marciana no deja de
parecernos próxima, ya que plantea la posibilidad de que el oxigeno,
supuestamente un bien no escaso y, por tanto, de disfrute gratuito e ilimitado
para todos, deje de serlo. (Posibilidad que, como veremos en el siguiente
apartado, es más bien una realidad).
-¿Qué quieren los rebeldes?- pregunta el
protagonista de la película al taxista mutante que le lleva al barrio de Venus
Ville.
-Lo de siempre- contesta el mutante
mientras conduce hacia el garito llamado El
último suspiro, -¡más libertad, más
aire!-...
El tema de las materias
primas, en este caso el aire, que otorgan el dominio de unos pocos sobre los
muchos, planea sobre el fondo de la película, intentando hacernos recordar sutilmente la expropiación que
sufrimos al implantarse el sistema capitalista. Expropiación no sólo de las
riquezas de la tierra, sino de unas condiciones de existencia que sólo se
pueden conseguir a cambio de la producción de plusvalor, con la venta de la
fuerza de trabajo.
El recuerdo total de la vida anterior a la
alienación se remontaría hasta el período pre-neolítico, hasta las sociedades
de cazadores-recolectores recuperada por la literatura como alegoría del buen
salvaje, a una época recordada por Rousseau como estado de naturaleza[23].
Douglas
Quite es un obrero de la construcción desde que le
lavaron el cerebro y le hicieron olvidar que era Hauser, insertándole una falsa biografía en la memoria. Ha vivido
en un mundo prefabricado, dirigida su vida por otros, como en El Show
de Truman, pero presiente que algo le falta y acaba comprando un viaje
virtual a Marte, lo que sacude su cerebro hasta el punto de no saber ya si lo
que vive es sueño o realidad. Intentan entonces convencerle los detentadores
del poder de que todo lo que vive es un sueño y retornarle a Memory Call, el sitio donde le manipularon
el cerebro alterando la manipulación previa que había sufrido en el cuarto
planeta del sistema solar. No soñar sino vivir la realidad constituye un
delito, más bien una enfermedad, pues varias veces se diagnostica su estado en
la película como embolia esquizoide.
Cuando un barrio entero de Marte poblado por mutantes,
es decir, por terroristas, aquí llamados rebeldes ya que son simpáticos, se
enfrenta contra las autoridades, se precinta su zona, se les aísla, cerrando
unas compuertas que rodean el barrio y eliminando el suministro de oxígeno;
procediéndose a dejar morir a sus habitantes por asfixia al dejarlos sin aire,
como la política de aislar al entorno de ETA que en España preconiza el Partido
Popular. Los mutantes son producto de las carencias de aire, sus cuerpos y sus
mentes se han transformado distinguiéndolos de los humanos, pero sus
deformidades vienen acompañadas de capacidades especiales, como la de no
dejarse engañar por los gobernantes.
Finalmente, el protagonista consigue entrevistarse con
el jefe de los terroristas.
-¡Quiero
recordar!- dice Hauser. -¿Para qué?- responde el mutante. -Para recuperar mi identidad-. Medita ahora Quato, el jefe de los
mutantes para terminar expresando lo siguiente: -Eres lo que haces, el hombre se define por sus actos, no por sus
recuerdos-.
Encender el reactor alienígena significa liberar a
Marte. Douglas Quite ya no es Hauser, quien en realidad trabajaba para los
tiranos, sino que se convierte en un ser sin identidad, que cobra sentido
mediante sus acciones en cada instante. Ha recordado y eso le lleva a recuperar
el privilegio de la acción. Como es natural la película termina cuando el
protagonista y su bella acompañante consiguen liberar a Marte, tras de lo cual,
permanece la duda de que sea un sueño tal liberación y no la realidad.
C. Sin aire en el aire: Sobre la prohibición de
fumar en los aviones[24].
En el segundo
semestre de 1999 se generalizó la prohibición de fumar en los aviones. La
medida, impulsada por las grandes compañías aéreas, se proponía públicamente
como un acto de altruista filantropía, el humanitarismo de las multinacionales
hacía caer las lágrimas de satisfacción de sus clientes. Los directivos de las
empresas de aviación querían salvar a sus amados clientes de desarrollar un
cáncer de pulmón y para ello se veían obligados a adoptar una postura
paternalista de prohibición. Todo con tal de seguir las recomendaciones de la
OMS y salvar al género humano.
Lo que no
contaron públicamente esos amantes de la salud del género humano es que existían
unos seres malignos denominados packs
técnicamente que se comían parte de los cuantiosísimos beneficios de las
empresas, a todas luces insuficientes para los accionistas. Los packs son los sistemas de renovación del
aire a bordo de los aviones y resulta que consumen combustible y, se nos
olvidaba, el petróleo está por las nubes. Conscientes de tanta maldad y tanto
cliente abusivo que pide aire y se obstina en inhalar humo los fabricantes
construyen aviones que cada vez renuevan menos volumen de aire. De esa manera
no hace falta fumar para respirar aire emponzoñado en los aviones por lo que
los clientes pueden ahorrarse ese vicio y alcanzar durante un vuelo las mismas
prestaciones.
La reducción
del consumo de combustible en un avión sólo se hace por procedimientos insanos,
como volar más alto y reducir la renovación del aire en los aviones en los que
es posible sin asfixiar al pasaje y la tripulación. El resultado es una mayor
exposición a las radiaciones y la recirculación de un aire enrarecido y
empobrecido, saturado de partículas y con ya muy poco nivel de oxigeno. Pero
claro, entre prohibir fumar o mejorar la calidad del aire en un avión es más
barato lo primero. ¿Hemos de creer que la prohibición de fumar incrementará la
salubridad del aire? ¿Qué nos asegura que no se reducirá el gasto hasta el
límite que soporten los pulmones pasajeriles? ¡Nada! Porque todo lo que
llevamos dicho no existe. Lo que existe es lo que relatan los medios de
comunicación y éstos han dicho que las empresas de aviación, presionadas por un
incontenible sentimiento humanitario, han optado por liberar a sus clientes y
tripulantes del feo y nocivo vicio del tabaco.
Las compañías
tabaqueras no han protestado ni dicho esta boca es mía, porque saben
perfectamente que cualquiera de sus adictos, con síndrome de abstinencia,
después de un viaje transatlántico, se fumará dos paquetes seguidos en cuanto
pise tierra firme extra-aeroportuaria.
La intención
humanista y caritativa de las compañías aéreas, como ahora es visible, en lugar
de su aparente protección del derecho de los pasajeros a respirar un aire lo
más puro posible (ya sabemos que muy puro no es posible porque les sale carillo
y les merma beneficios), supone una medida de rentabilidad que escatima el aire
puro para ahorrar combustible.
La idea de
habilitar un espacio para fumadores no ha sido contemplada o ha sido desechada
sin más explicaciones, diciendo que sería contraproducente (ya que no pegaría
con la defensa higienista de la salud de la humanidad), pero no se explicitaba,
para quién sería contraproducente. Aunque ahora sabemos que sería
contraproducente para el bolsillo de la empresa y sus accionistas.
Reducir costes implica
aire sucio que respirar, que circula sin renovación, pero encima, siendo esa la
realidad, en la apariencia se realiza una declaración de amor a la salud
humana. Resulta que el afán de rentabilidad y la codicia de la limitación de
costes ha llevado a tal punto el enrarecimiento del aire en los aviones que ya
no se puede ni fumar.
Pero ¿qué hay
de los trabajadores?, ¿es que alguien ha pensado durante este debate si quiera
por un momento en el colectivo que trabaja como personal de a bordo de un avión?
No se preocupen. A los curritos de los aviones les está prohibido también
fumar, ¡a ver si además de costar un salario van a incrementar también el
consumo de combustible! Su función es la de sustituir el tabaco por el alcohol
para que los pasajeros soporten en estado de peligrosa ebriedad el síndrome de
abstinencia de la nicotina. (Nadie a pensado en ningún medio para que el
currito soporte el síndrome de un viaje transatlántico, para eso le pagan,
¿no?, para que aguante sin respirar más que nadie ¿no?). El cliente se pasa
unas horas en el avión y la compañía, como hemos visto, se desvive por su
salud. Pero las tripulaciones se pasan media vida metidos en un avión y la
compañía constantemente presiona para aplicar la regla de tres del
neoliberalismo, ¡trabajen más y cobren menos!, ¡ayúdennos a ser competitivos y
rentables!, ¡no sean tan egoístas e insolidarios! Pero eso ya se sabe, todos
los trabajadores son unos desagradecidos, muchos comen hasta incluso una dieta
equilibrada y se obstinan en respirar aire. ¡Qué desagradecidos son los
desgraciados!
Las compañías
aéreas rentabilizan por todos lados. La propaganda de preocupación por la salud
de los pasajeros mejora su imagen pública y proporciona más clientes, al mismo
tiempo, la eliminación del humo ambiental mediante la prohibición permite
reducir la necesidad de suministro de aire puro y el ahorro de combustible. En
Estados Unidos la prohibición de fumar en todos los vuelos domésticos data de
1988, ahora ya extendida a los vuelos internacionales de casi todos los países
del mundo.
Hasta finales
de los 70 todas las compañías aéreas daban un 100% de aire puro a sus pasajeros
en las cabinas de los aviones. Pero a raíz de la crisis del petróleo, que en
Estados Unidos incrementó el precio del galón de keroseno de 11 centavos a más
de 1 dólar, todo eso cambió. En 1980 McDonell
Douglas envió un informe a las más importantes compañías norteamericanas en
el que sugería la reducción a la mitad en la admisión de aire puro en sus
DC-10, lo que reduciría el consumo de combustible en un 0,8%. La Sociedad
Americana de Calefacción, Refrigeración e Ingenieros de Sistemas de Aire
Acondicionado (ASHRAE) recomiendan unos 20 pies cúbicos por minuto de aire puro
por persona en lugares cerrados, con un mínimo absoluto de 10 p^3/m. Se ha
llegado a medir menos de 7p^3/m en un B-747, en la cabina de clase turista, en
una gran compañía. Durante esos mismos vuelos, los pasajeros de Primera Clase y
Business dispusieron de 30 a 50
p^3/m, mientras que los pilotos llegaban hasta los 150p^3/m. ¡Y luego hablamos
del Titanic! Parece que los ricos necesitan respirar más y mejor que los pobres
y que el poderoso gremio de los bienpagados pilotos mejor que nadie.
Pero la paga
nunca es bastante ya que algunas compañías premian a sus pilotos por ahorrar
combustible, medida que consiguen reduciendo la ventilación en las aeronaves al
mantener cerrados uno o varios air packs.
La normativa norteamericana insiste en la necesidad de proveer de suficiente
aire puro a los pilotos pero no impone ninguna otra regulación respecto a las
tripulaciones auxiliares y los pasajeros. Por su parte la Joint Aviation Authority europea, en su normativa JAR 25, dispone
que cada compartimento de la tripulación debe contar con suficiente aire puro
(no menos, en cualquier caso, de 10 p^3/m por tripulante) para que pueda llevar
a cabo sus obligaciones sin molestias ni fatigas innecesarias. Con lo que
vemos que esta última autoridad aeronáutica se acuerda al menos de los
tripulantes aunque se olvide también del pasaje.
D. No es nuevo todo lo que brilla bajo el sol.
Curiosamente
estos problemas con el aire y la manía humana de respirar, que a veces sale
cara, aunque ingenuos, nos creíamos, que el aire era gratis, no son nada
nuevos. Fijémonos en las ordenanzas legislativas del siglo XIX y nos llevaremos
no pocas sorpresas:
¿Qué podría caracterizar mejor al modo capitalista de producción que la necesidad de imponerle, por medio de leyes coactivas del estado, los más sencillos preceptos de limpieza y salubridad? <En la alfarería, la ley fabril de 1864 ha blanqueado y limpiado más de 200 talleres, tras una abstinencia de veinte años -o total- de cualquiera de esas operaciones> (¡he aquí la abstinencia del capital!), <y en lugares donde están ocupados 27.878 obreros. Hasta el presente éstos respiraban, durante su desmesurado trabajo diurno y a menudo nocturno, una atmósfera mefítica que impregnaba de enfermedad y muerte una ocupación que, en lo demás, es relativamente inocua> (Reports...: 31st October 1865, p.127). Esta parte de la ley fabril ha demostrado de manera contundente cómo el modo de producción capitalista, conforme a su esencia, a partir de cierto punto excluye todo perfeccionamiento racional. Reiteradamente hemos indicado que los médicos ingleses declaran a una voz que 500 pies cúbicos de aire por persona (aprox.14,16 m^3) constituyen el mínimo apenas suficiente en caso de trabajo continuo. ¡Y bien! Si la ley fabril acelera indirectamente, por medio de la totalidad de sus disposiciones coercitivas, la transformación de talleres pequeños en fábricas, atacando por ende indirectamente el derecho de propiedad de los pequeños capitalistas y afianzando el monopolio de los grandes, ¡la imposición legal de la cantidad de aire necesaria para cada obrero en los talleres expropiaría directamente y de un solo golpe a miles de pequeños capitalistas! Atacaría la raíz del modo capitalista de producción, es decir, la autovalorización que el capital -grande o pequeño- alcanza mediante la compra y el consumo libres de la fuerza de trabajo. Y de ahí que ante esos 500 pies cúbicos de aire a la ley fabril se le corte la respiración. Las autoridades sanitarias, las comisiones investigadoras industriales, los inspectores fabriles, insisten una y otra vez en la necesidad de los 500 pies cúbicos y en la imposibilidad de imponérselos al capital. Lo que declaran, en realidad, es que la tisis y otras enfermedades pulmonares de los obreros constituyen una condición de vida para el capital.
Nota 296: Se ha encontrado experimentalmente que un individuo medio, en buen estado de salud, consume unas 25 pulgadas cúbicas (aprox.410 cc^3) de aire en cada respiración de intensidad media y respira alrededor de 20 veces por minuto. El consumo de aire de un individuo, en 24 horas, ascendería pues a 720.000 pulgadas cúbicas o 416 pies cúbicos. Pero como es sabido, el aire ya respirado no puede servir en el mismo proceso antes de purificarse en el gran laboratorio de la naturaleza. Según los experimentos de Valentin y Brunner, al parecer un hombre sano espira alrededor de 1300 pulgadas cúbicas (aprox.21.300 cc^3) de anhídrido carbónico por hora, lo que equivale aproximadamente a 8 onzas (227 gr.) de carbón sólido, expelidas en 24 horas por los pulmones. <Cada persona tendría que disponer por lo menos de 800 pies cúbicos (22,65 m^3)> (Huxley).
(Karl Marx El Capital.
Libro I, sección IV, capítulo XIII, 9: Legislación
fabril. <Cláusulas sanitarias y educacionales>. Su generalización en
Inglaterra).
Y esto sigue
siendo así, porque las cláusulas normativas, la legislación de la sociedad
capitalista, no puede nunca ser esgrimida como el freno y contrapeso a los
efectos indeseados del capitalismo. Si Billy Gates la única ley que viola es la
ley antimonopolio, que es una ley de la economía capitalista, ¿cómo les cabe a
los socialdemócratas la ilusión de considerar que el mero abogar por los
derechos humanos y por la equidad legislativa va a resituar un sistema
delirante en sus justos términos?:
Prescindiendo de su redacción, que facilita al capitalista transgredirlas, las cláusulas sanitarias son extremadamente insuficientes (...) En el libro tercero volveremos a examinar la resistencia fanática de los fabricantes contra la cláusula que les imponía un pequeño desembolso para proteger los miembros de su <mano de obra>. Aquí se confirma una vez más, de manera brillante, el dogma librecambista de que en una sociedad de intereses antagónicos cada cual promueve el bien común al perseguir su interés particular. (Karl Marx El Capital. Libro I, sección IV, capítulo XIII, 9: Legislación fabril. <Cláusulas sanitarias y educacionales>. Su generalización en Inglaterra).
E. Los accidentes de tráfico: ¿Azar o causalidad?
Los muertos en
carretera son la moderna inmolación de chivos expiatorios que la sociedad
actual celebra en honor del dios mercado. Pocos son los muertos por el
terrorismo vasco, unos 850 en toda la historia del grupo etarra, comparados no
ya con el mucho más elevado número de víctimas de la violencia doméstica o
agresiones hacia las mujeres, sino con los muertos y mutilados por los llamados
accidentes automovilísticos. En España, 1989 se cobró 5.940 víctimas del
consumo de automóviles; durante 1998 murieron 4.271 personas en accidentes de
tráfico y en 1999 la cifra fue de 4.280. Cifras sin contar las bajas por
atropello y las fallecidas 30 días después del accidente, y sin contar el
número de heridos con secuelas de por vida. Sin embargo, el parque móvil no ha
dejado de crecer, alcanzándose en 1998, 22,5 millones de vehículos en
circulación, cuando en 1986 la cifra era de 12,2 millones. Los mass media realizan una presión
constante hacia el consumo compulsivo y masivo y el mito del libre albedrío
otorga la cobertura adecuada para desentenderse de las consecuencias del
mercado. En 1990 los muertos en carretera sumaron los 6.095 y sumando los
heridos que necesitaron atención hospitalaria la cifra ascendió a 47.313[25],
el descenso en semejantes cifras de guerra es claramente debida a un
correlativo descenso en la venta de vehículos, pero todos lamentan la pérdida
de puestos de trabajo en la industria del automóvil al mismo tiempo que
lamentan los accidentes de tráfico, sin darse cuenta ni querer darse cuenta de
la relación entre ambos fenómenos. Automóviles, tabaco, alcohol, valores de
cambio legalizados mucho más perjudiciales que las drogas o el terrorismo. Los
negocios de los pobres son perseguidos, los de los ricos, protegidos, respecto
a las drogas se persigue al productor, que es el pobre, y no al comprador que
es el rico, mientras que respecto a las armas se persigue al comprador, que es
el pobre, y no al vendedor, que es el rico.
La muerte al
año de unas cinco mil a seis mil personas de media en accidentes de tráfico en
España no son un fortuito azar sino muestra de la más férrea necesidad. Se
finge que si se obedeciesen las normativas de tráfico no se moriría, pero eso
no es más que una ficción, porque si se cumpliesen las normativas no se podría
circular. Cuando hay un fin de semana coincidente con las vacaciones laborales
que masivamente se tienen al mismo tiempo ya se sabe que habrá once millones de
desplazamientos y que significarán unos setenta muertos. Se puede calcular todo
y todo acaece como si fuese una ley de la naturaleza. Se suele pensar que
podría quedarse la gente en casa y no viajar jugándose la vida o que se podrían
variar las jornadas laborales y escalonar las vacaciones, todos los
contrafácticos son pensables y planteables, pero la estructura que de hecho
está en marcha es la que necesita accidentes de tráfico y muertos para retirar
coches chatarra y reemplazarlos por otros nuevos, estrellarse en coche crea
riqueza, pues produce un nuevo coche que vender al nuevo empleado que pase a
reemplazar al fallecido. Toda calamidad es una bondad económica y cuanto peor,
mejor. En tales circunstancias la comunidad no tiene defensa alguna. Su única
defensa contra 11 meses de trabajo esclavo, prole e hipoteca, es ese mes en
horribles bloques de hormigón al borde de las sucias y atestadas playas del sur
de España.
F. La
propiedad privada ilimitada como necesidad del capital.
Ciencia e industria, saber y aplicación, descubrimiento
y realización práctica que conduce a nuevas invenciones, trabajo cerebral y
trabajo manual, idea y labor de los brazos; todo se enlaza. Cada descubrimiento,
cada progreso, cada aumento de la riqueza de la humanidad tiene su origen en el
conjunto del trabajo manual y cerebral pasado y presente. Entonces, ¿con qué
derechos puede nadie apropiarse la menor partícula de ese inmenso todo y decir:
«esto es mío y no vuestro»? (Kropotkin La
conquista del pan. Editorial Zero-Zyx, nº59. Madrid 1973. Nuestras riquezas II, pág,15). Pero
resulta que las riquezas de todos están en manos de unos pocos acaparadores y
semejante paradoja nos lleva a recordar el Discurso
sobre las ciencias y las artes de Rousseau, donde se nos demostraba que el
progreso técnico no conlleva por sí sólo un correlativo progreso humano y
social. El desarrollo técnico y científico no revierte en la mejoría del mundo
y de los pueblos, dado que quienes más se benefician de él son siempre una
minoría, mientras que quienes se benefician menos se vuelven mezquinos,
egoístas y codiciosos, y acerca de quienes nada se benefician o resultan
perjudicados poco hay que decir. Si las ciencias y las artes no mejoran al
hombre -como indicó Rousseau- es porque no se busca en ellas la vida buena y la
virtud, sino tan sólo el lucro y la ganancia. El progreso técnico podría
favorecer la emancipación del hombre en lugar de coadyuvar a su esclavitud,
siendo de su uso económico-político del que revierte una u otra cosa. Bajo el
sistema capitalista y parlamentario está claro que el progreso técnico
esclaviza en mayor medida que libera. En virtud de esta organización
monstruosa, cuando el hijo del trabajador entra en la vida, no halla campo que
cultivar, máquina que conducir, ni mina que acometer con el zapapico, si no
cede a un amo la mayor parte de lo que él produzca (Kropotkin op.cit. Nuestras riquezas II, pág.16). La
propiedad y buena parte de la producción tienen ya dueño cuando uno nace, se
nace pobre y con el previo arrebatamiento de toda herencia social; por el mero
hecho de ser hombre a nadie le corresponde ni la más mínima porciúncula de
tierra, de infraestructuras, de maquinaria, de ciencia o de cultura, todo le ha
sido de antemano expropiado, excepto su posibilidad de convertirse en productor
para otro.
Si una sociedad asegura
a todos sus miembros lo necesario, se verá obligada a apoderarse de todo lo
necesario para producir: suelo, máquinas, fábricas, medios de transporte, etc.
No dejará de expropiar a los actuales detentadores del capital para
devolvérselo a la comunidad
(Kropotkin op.cit. Vidas y medios I,
p.74).
La producción en su totalidad adopta una falsa dirección
cuando no está orientada hacia el fin de asegurar el bienestar de todos. Bajo
el capitalismo ha aumentado el rendimiento del trabajo, la fuerza productiva,
gracias al desarrollo de la ciencia y de la técnica, pero ese superior
rendimiento del trabajo sólo es buscado en cuanto que aumenta los beneficios
del negociante particular y pedirle que lo buscase para el provecho de toda la
sociedad sería como pedir a un capitalista que fuese comunista, un
contrasentido.
Cierto que hay muchos trabajadores que gozan de un
enorme bienestar material (aunque a menudo acompañado de un gran malestar
psíquico), los cualificados y más productivos, pero enfrente de esa débil
minoría de trabajadores que gozan de cierto bienestar, ¡cuántos millones de
seres humanos viven al día, sin salario seguro, dispuestos a presentarse donde
les llamen! ¡Cuántos labriegos trabajan catorce horas diarias por una mísera
comida! (Kropotkin op.cit. Vidas y
medios I, p.75). Los bien asalariados del primer mundo contrastan con los
excluidos, marginados y parados, y todos ellos contrastan con el tercer mundo,
esto es, con la mayor parte de la población del planeta, que ni goza ni podría
gozar de las ventajas del hiperconsumo sin que reventase el planeta.
Bajo el sistema capitalista el bienestar de un individuo se consigue
constantemente a consta de la ruina y malestar de otros diez:
El estado floreciente de una
industria se consigue constantemente por la ruina de otras diez. Y esto no es
por un accidente: es una necesidad del régimen capitalista.
Para llegar a retribuir medianamente a algunas categorías de obreros, es preciso hoy que el labrador sea la
bestia de carga de la sociedad; es
preciso que las ciudades dejen desiertos los campos (Kropotkin op.cit. Vidas y medios I, p.75; negrita
nuestra).
Hoy resulta necesaria la explotación del tercer mundo por el Occidente
desarrollado, cuando no la muerte por inanición de millones de seres humanos,
este mal durará en tanto que lo necesario para la producción sea propiedad de
algunos solamente (ibid.p.76), de esta manera, sólo temporalmente podrá tener
bienestar un cortísimo número, y será adquirido siempre por la miseria de una
parte de la sociedad. No basta distribuir a partes iguales los beneficios que
una industria logra realizar si al mismo tiempo hay que explotar a otros
millares de obreros (ibid.). Las sociedades nórdicas socialdemócratas
modélicas del Estado del Bienestar pierden toda su credibilidad cuando se
revela que su elevado nivel de vida se sustenta sobre el expolio que sus
multinacionales realizan en los países pobres.
G.
Cuestión del pan y <Utopía>: Explotación y hambre como necesidades del
capital.
De acuerdo con el anarquismo las revoluciones políticas tienen el
problema de querer organizar de arriba a abajo sin detenerse en primer lugar en
lo más importante, en cómo asegurar el derecho de todos a una vida digna: Se
habla mucho de cuestiones políticas y se olvida la cuestión del pan (Kropotkin
op.cit. Los víveres I, pág.46). Las
cuestiones materiales son las previas y prioritarias entre las cuestiones
políticas ya que de nada le sirve el derecho al voto a quien se muere de
hambre. Antes de hablar de política hay que contar con ciudadanos y como decía
Aristóteles en su Política y ya habíamos
citado con anterioridad: es necesario que tengan holgura económica los
ciudadanos (Libro VII, cap.IX). Sin que todos los hombres que conforman una
sociedad gocen de lo necesario para su subsistencia básica resulta ridículo
hablar de derechos formales y sufragio universal, pero así es como opera la
política liberal, cuyos resultados en el continente Africano no hará falta
recordar, millones de muertos de hambre coexisten con gobernantes electos que
viven en palacios y derrochan personalmente los recursos del país. Los bienes
que conforman una renta básica digna son perfectamente estipulables
objetivamente y sin embargo la generalización de semejante mínimo es
considerada por los liberales como un imposible: Somos «utopistas», es cosa
sabida. En efecto, tan utopistas, que llevamos nuestra utopía hasta creer que
la revolución debe y puede garantizar a todos el alojamiento, el vestido y el
pan (Kropotkin op.cit. Los víveres
II, pág.48). Ello implica que la primera parte de la política debe versar sobre
la economía. Pero la ciencia económica
es definida aquí por el anarquista como el estudio
de las necesidades de la humanidad y medios económicos de satisfacerlas
(Kropotkin op.cit. Los víveres II,
pág.45; cursiva nuestra) muy lejos de la gestión
de los recursos escasos como la define el neoliberalismo, ya que los recursos son limitados, más no siempre
escasos, y solamente el distinguir entre limitación y escasez de los
bienes -cosa que el neoliberalismo no
hace- supone que de los primeros habría suficiente para todos mientras que sólo
los segundos habrían de racionarse.
7. La comunidad
más allá de la sociedad moderna capitalista.
La modernidad
rechaza las comunidades tradicionales a cambio de la promesa de realizar una
comunidad de iguales. Dicha promesa se cumple tan solo en el formalismo de los
derechos y no en la realidad de los hechos. Pietro Barcellona[26]
llamará cinismo a lo que nosotros llamamos <hipocresía>. Y retomará a Marx para reivindicar un discurso que
parta y concluya en el individuo de carne y hueso, lejos de los seres con
derechos en la teoría y sin ellos en la práctica. Si bien la tendencia del
italiano al comunitarismo amenaza con romper con la Ilustración en pro de la
tribalidad, una salida con la que no podemos estar de acuerdo, como hemos ya
expuesto con anterioridad.
El Prefacio de su libro sobre el
comunitarismo termina con una cita de Marx:
<En los sucedáneos de comunidad que han existido hasta ahora, en el Estado, etc., la libertad personal sólo existía para los individuos que se habían desarrollado en las condiciones de la clase dominante y sólo en cuanto eran individuos de esta clase. La comunidad aparente en la que hasta ahora se han unido los individuos siempre se ha independizado de ellos, y, al mismo tiempo, al ser la unión de una clase contra otra, para la clase dominada no sólo era una clase completamente ilusoria, sino también una nueva cadena. En la comunidad real los individuos conquistan su libertad en su asociación y por medio de ella>. Marx & Engels, La ideología alemana (Op.cit.Prefacio, pág.12).
Según el
pensador italiano: La racionalidad ilustrada alcanza su plenitud y su destino
de ente neutralizador de toda subjetividad y de todo criticismo en el funcionalismo
de la racionalidad tecnológica (Op.cit.1ªparte, cap.1, p.15). Lo que conlleva
una equívoca concepción de la teorización puesta al servicio del mero
desarrollo tecnológico: La teoría se ha convertido en la autolegitimación de
la técnica según el criterio de la eficacia del resultado (1ªparte, cap.1,
p.16). La modernización acaba con la modernidad al resolver la polaridad
entre naturaleza y artificio en la primacía del artificio y la desaparición de
lo natural. Pietro Barcellona sigue aquí los estudios de Heidegger sobre la
técnica, pero a diferencia de éste que la consideraba como la esencia de la
modernidad, señala que la modernización
(tecnificación) no es la consecuencia de la modernidad
(ilustración) sino que se impone (gestellen
heideggeriano) sobre ella. Sostiene el autor italiano que la modernidad está
ligada al desarrollo de los medios de producción pero que la resolución de sus
contradicciones internas no es la racionalidad tecnológica.
Ser hijos de sí
mismos es el sueño de la modernidad. La negación del origen y de su diversidad,
dirigida en principio contra la filiación estamental de la nobleza de sangre
hereditaria, se ha convertido en una igualdad formal jurídico-administrativa,
que en lugar de eliminar la diversidad de origen, la oculta y la perpetúa en el
secreto, privilegiando un determinado linaje: La modernidad no sabe ofrecer
ningún terreno común que no sea la neutralización de la tensión entre las
diferencias individuales en la forma del intercambio mediado por dinero (1ªparte,
cap.1, p.20).
El trabajo
asalariado adopta unas formas de sutileza foucaultiana dentro de unas
tecnologías del poder cada vez más sutiles: La conexión entre los trabajos
parciales se sitúa cada vez más fuera del lugar del trabajo y lejos de él, y resulta
menos inmediatamente visible el objetivo unificador del ciclo de producción
tanto para los trabajadores como para gran parte de la sociedad. La función de
mando, aparentemente, se despersonaliza, y tiende a presentarse como un sistema
objetivo de conexiones funcionales (sistémicas se diría hoy) (1ªparte,cap.2,
p.22). Los antiguos modelos de vida del Estado-nación han saltado hechos
pedazos por una maquinaria de producción cuyo sentido ya sólo reside en la
propia producción, cerrándose el círculo vicioso de la
producción-consumo-producción de forma que agota toda realidad, una vez
convertida la totalidad de lo real en mercancía:
Privado el trabajo de toda función gratificante ligada al viejo concepto de creatividad personal, rota la antigua relación entre productos y formas de vida (piénsese en el producto artesanal), y habiendo desaparecido al mismo tiempo toda motivación ética para el trabajo, el cual se ha convertido en fungible, en serial, en repetitivo, se exige del sistema social en su conjunto la aportación de un plus de motivación para mantener la cohesión social y el sentido de la unidad nacional (1ªparte,cap.2, p.22).
Los ideales de
la Ilustración se han quedado obsoletos en cuanto cobertura ideológica del
sistema capitalista y la vida burguesa no ha sabido encontrales sustituto, con
lo cual, se vive un desfase entre los recursos de legitimación y los
desarrollos reales y materiales: De este modo se explica que los <recursos
ideales> suministrados por la razón ilustrada, con el universalismo jurídico
y la igualdad de los derechos y de las libertades formales, empiecen a parecer
inadecuados a partir de la fase de la segunda revolución industrial
(1ªparte,cap.2, p.22-23).
Por eso dentro
de un proceso productivo virtual, donde priman los movimientos financieros
sobre las economías reales, nos vemos abocados al consumo como sentido único de
la existencia de los individuos y del sentido de los pueblos: Un proceso de
producción cada vez más abstracto sólo puede desembocar en el consumo masivo individual...
El nuevo cemento de una sociedad atomizada es la ideología consumista
(1ªparte, cap.2, p.24). La participación política brilla por su ausencia en un
entramado de relaciones exclusivamente mercantiles: Por otra parte, cuanto más
se expande el sistema de las relaciones funcionales informatizadas, más se ven
obligadas la lógica y la forma de producción (costes, precios, salarios,
retribuciones, etc.) a <ocupar> los ámbitos de vida confiados
tradicionalmente a las relaciones de grupo, a la solidaridad y a la
<amistad>: todas las actividades (desde el cuidado de los niños hasta la
ayuda a los ancianos y enfermos) han de asumir la forma de trabajo
contabilizable y computable, y todas las necesidades, la forma de demanda
mercantil; en un <mercado planetario> nada tiene ya un lugar y un tiempo
determinados (1ªparte,cap.2, p.24).
La
prostitución, esto es, la conversión de una relación humana en una relación
mercantil, es el intento frustrado de comprar afecto, cariño, amor y sexo,
porque sólo se consigue comprar lo último, que resulta absolutamente
insatisfactorio precisamente por no poder ir acompañado de los aspectos
anteriores.
Pero tampoco hay que idealizar las formas tradicionales de resolver las relaciones sociales. El caso del cuidado de ancianos y niños es bastante ambiguo. En Tailandia las familias tienen un enorme número de hijos para que los dos o tres que sobrevivan y lleguen a la madurez mantengan a los padres ancianos, incapaces de valerse por sí mismos. La pensión de jubilación de los países desarrollados libera de la procreación por subsistencia. Estamos ante un caso en el que tan nefastas como las formas tradicionales nos parecen las formas mercantilistas de la modernidad. El anciano sin hijos y con pensión de jubilación paga por servicios de atención y compañía porque la sociedad capitalista no le ha permitido construirse relaciones de atención y compañía -no familiares- que se desarrollen sin el concurso de la transacción económica. (Muchos de nosotros nunca abandonaríamos a su suerte a un anciano que fuese nuestro amigo, pero no tenemos amigos ancianos, dada la división por edades de los grupos sociales del Occidente desarrollado). Entre la familia y el capital, por ejemplo, la amistad, puede muy bien ofrecer una salida a la dicotomía entre tribalismo y mercantilismo, la salida epicureísta. Si bien es cierto que ninguno de ambos puntos de la dicotomía favorecen la alternativa apuntada, el tribalismo la rechaza por su carácter intrínsecamente endogámico y el mercantilismo por su carácter excesivamente exogámico, el primero va contra la philía por defecto y el segundo por exceso. El primero crea unos lazos consanguíneos tan férreos que repelen a la amistad, mientras que el segundo destruye de tal manera todos los lazos y vínculos sociales existentes que impide la formación de la amistad. Un celosísimo padre de familia no tiene amigos sino que se encierra en su núcleo tribal, y un trabajador a destajo tampoco tiene amigos, pues el proceso productivo le impide disponer del tiempo y del desarrollo de las aptitudes necesarias para construir relaciones sociales:
Es aquí donde se puede captar la nueva
forma de la contradicción y del antagonismo: no ya entre capital y trabajo en
sentido estricto, sino entre el sistema de las relaciones funcionales
despersonalizadas e indiferenciadas, por una parte, y, por otra, las
instituciones y los lugares donde están los <cuerpos> de los individuos
concretos y donde sigue viva la exigencia de <sentido particular>
(comunicación interpersonal, relación con la naturaleza, elaboración simbólica
de los problemas fundamentales de la vida, del nacimiento a la muerte)
(Op.cit. 1ªparte, Cap.2,p.24).
Las
contradicciones entre igualdad y libertad, entre economía y política, entre
capitalismo y democracia, buscan sus soluciones vicarias en una neutralización
del conflicto por vía imaginaria:
La ofensiva neoliberal consiste, naturalmente, en el intento de neutralizar este conflicto orientando los impulsos emotivos de las masas hacia formas regresivas y autoritarias de identificación: el jefe carismático regresa al escenario de la política-espectáculo junto con los enemigos de turno: los drogadictos, los inmigrantes, los pobres, los incapaces, etc. Es de esperar un regreso de las soluciones mitológicas al problema de un gobierno de las relaciones entre el sistema de las conexiones funcionales y el sistema de la producción de sentido (recursos y motivos del obrar individual y colectivo) (Op.cit.1ªparte, Cap.2,p.24; negrita nuestra).
Sin embargo la contraofensiva comunitaria puede llegar
a defender a los talibanes o la ablación de clítoris como formas de vida buena
aceptables, lo cual nos muestra que los recursos regresivos abundan en ambas
partes de la contienda. Los medios de comunicación de masas se encargarán de
que la imagen sustituya a lo real y se puedan neutralizar los conflictos sin
solucionarlos realmente. Al igual que en el sueño y en la alucinación las
soluciones colectivas contemporáneas a los problemas reales no son más que
soluciones imaginarias. Se resuelve el conflicto en la conciencia, en la
ideología, pero no cambia nada en las relaciones estructurales vigentes:
El presidencialismo y la democracia plebiscitaria son en realidad una forma posible de la modernización <impuesta> por la revolución tecnológica: la forma que expresa mejor su substancia. Como ha escrito Giorgio Agamben, la reducción del Estado y de la política a <espectáculo> y a una sucesión de imágenes es el estadio de evolución extremo de una forma del Estado y de la política que impide a los ciudadanos conocer claramente los problemas decisivos de la vida colectiva y disponer de los elementos para formarse sobre ellos una opinión no contradictoria (1ªparte, Cap.2, p.25).
El derecho se ha
convertido en un subsistema cuya misión es la de despolitizar los conflictos
(cfr.1ªparte, Cap.2,p.27), si bien no parece así en el caso Pinochet, donde,
precisamente, la politización del derecho sirve a los intereses de un sistema
que se quiere presentar como ajeno al fascismo que, por otra parte, no sólo
promueve sino que ejemplifica.
La ciudad de los países desarrollados
pierde su papel tradicional de reflejo por excelencia de los antagonismos de
clase y de las desigualdades sociales, con la tercera revolución industrial (informática, multinacionales y
dominación de los mass media) en la
que se ha despotenciado al máximo todo vínculo comunitario. La distancia
campo-ciudad se borra en unos contornos difusos, urbanizándose la vida rural,
por ejemplo, con una campiña francesa plagada de MacDonalds, y ruralizándose la vida ciudadana, con unas
perspectivas demasiado estrechas para la ciudad y demasiado amplias para la
nación: La ciudad contemporánea es la imagen del funcionamiento abstracto de
lo postmoderno, en el que la libertad del individuo se realiza como
<individualización> de estrategias particulares e irrepetibles de acceso
al consumo masivo (1ªparte, Cap.3, p.30). En las ciudades ya no hay
<lugares> que ofrezcan seguridad, costumbres e identidades duraderas, tan
sólo el estadio de fútbol como la Iglesia antaño constituye uno de esos
lugares, hoy centro de consumo y espectáculo. Desaparecida la política, como
lugar de encuentro en la indistinción de la ciudadanía, surgen otros lugares de
sublimación de la política.
El individuo
que se jacta de haberse liberado de los lazos tradicionales a menudo está
colonizado más que nunca por lazos sociales impersonales y es más que nunca una
pleyade de lugares comunes. El sistema[27] produce individualización, pero no
individualidad, pues su referente es el comportamiento y no la acción
(1ªparte, Cap.3, p.33). Pietro Barcellona critica la idea de Vattimo de que los
mass media son una <liberación de los grandes relatos> al introducir la
pluralidad y por el contrario está más de acuerdo con Adorno y Horkheimer en
que la disolución y multiplicación de informaciones en los mass media embrutece
más que libera. Siguiendo a Nietzsche diríamos que semejante progreso en la
especialización lo que aumenta es la barbarie:
Pues bien: precisamente aquí anida la paradoja de la lectura apologética de la sociedad y de la ciudad por los mass media: ¿qué es lo que hace equivalentes y comunicables los dialectos, la lectura plural, las imágenes diversas del mundo? ¿En qué terreno se produce la conmensurabilidad de los diversos lenguajes y de las diferentes culturas y sus correspondientes tradiciones si su opacidad originaria hace imposible toda comunicación directa? Evidentemente, los mass media no son un mero <espejo> de estas diferencias (que de otro modo serían simplemente reproducidas en su incomunicabilidad recíproca), sino un transformador activo que convierte las diferencias en entidades conmensurables. Un <tercero activo> nada neutral que posee la virtud intrínseca de sustraerse a la opacidad de los lenguajes particulares y volverlos inteligibles por obra de la sintaxis universal de los media. Esta aptitud para la <transformación> en términos de comparabilidad sólo puede ser asumida como capacidad de volver transparente (traductible) lo que originariamente aparece como opaco (intraductible). Los mass media son, en este sentido, un reductor de la complejidad de las diferencias (según los principios de la lógica sistémica de Luhmann) a un común denominador (Op.cit.1ªparte, Cap.3, p.36).
Pero nosotros
pensamos que sí que son, los mass media, en cierto modo un <espejo>, y
que en eso reside su virtud, en reflejar la <imagen> o <superficie>
de las cosas que pierden su profundidad y se nihilizan. Un ejemplo de este
fenómeno en el terreno no-mediático de la vida del consumo masivo sería el
<mirar> Grecia desde el <viaje organizado> frente al <ver>
Grecia del lector de Platón y Tucídides. La paradójica tesis de Vattimo acerca
de la función objetivamente pluralista de los media queda desmentida por la unidireccionalidad del medio técnico
(1ªparte, Cap.3, p.37), y tendríamos que añadir, por su superficialidad.
No esta claro
que el Estado de Derecho pueda ser la
solución ante el hundimiento de los regímenes del Este y la concentración de
poder de las multinacionales. El universal jurídico representa una igualdad
formal en un mundo en el que la desigualdad material crece sin cesar, de ahí la
contradicción entre forma y contenido de la sociedad del siglo XXI. De Hobbes a
Kelsen la evitación de la guerra civil es lo que funda la legitimidad del
Estado de Derecho, la abstracción legislativa se presenta como una defensa
igualmente contra todo condicionamiento iusnaturalista y contra todo finalismo
o teleología. Todo lo cual se hace posible por el monopolio estatal de la
violencia. Un superpoder impide la violencia privada y la guerra de facciones:
aparece un detentador legal de la fuerza, la cual sólo puede ser actuada por su
aparato represivo. Las garantías de esta operación de <neutralización>
son la representación política, el contrato de intercambio y el derecho
(2ªparte, Cap.1, p.46), que sin embargo, nada serían sin un ejército detrás.
Vaciado de todo
contenido de justicia y de bien común el derecho
se convierte en mera técnica formal
de litigio entre intereses contrapuestos y de castigo de reglas infringidas.
Paradoja que del derecho pasa a la política y que es sintomática del racionalismo moderno también, que no es
deducible de nada, que carece de principios y que opera por inducción a partir
de la contingencia.
Con el Estado de derecho el poder se despersonaliza; el gobierno de los hombres es sustituido por el <gobierno de las leyes>. La esfera política se separa de la esfera económica y se convierte en un ámbito autónomo y limitado que tiene frente a sí a la sociedad civil y a los derechos de los ciudadanos. La afirmación de la igualdad formal representa el gran expediente o, mejor, el gran artificio con el que la burguesía, tras vencer en la revolución, renuncia a una toma directa del poder. No aparece como clase política, sino como pura entidad económica ligada a las formas jurídicas por un nexo contingente, al igual que las demás clases económicas. Esto es: en el orden formal instituido por la igualdad de derechos no aparece el poder capitalista burgués (Op.cit. 2ªparte, Cap.1, p.47).
Se nos muestra
un gobierno de las leyes que no es ni un gobierno de los pueblos ni un gobierno
de la razón, sino un sistema de legitimación simplemente escrito y escasamente
aplicado. Se aplica con rigor la legislación represiva y se olvida o se
considera lamentablemente impracticable la legislación socio-política. Es en la
superficie formal del derecho donde no aparece el poder capitalista, pero eso
es porque se encuentra inmerso en el fondo de la estructura jurídica.
La revolución
burguesa finge renunciar al poder y a los privilegios porque ya posee y se ha
hecho dueña del poder y de los privilegios. En tales condiciones el
<gobierno de la ley> el ideal platónico paralelo al gobierno de la razón
enmascara bajo la igualdad formal la desigualdad material. La esfera jurídica
no puede ser realmente un ámbito autónomo y si se presenta como tal es para
encubrir bajo la máscara de la imparcialidad el poder capitalista burgués. ¿Están
reguladas las relaciones económicas por los conceptos jurídicos o, a la
inversa, proceden las relaciones jurídicas de las económicas? (Marx Crítica del Programa Gotha, 3). La respuesta afirmativa a la
pregunta que hacía Marx al naciente partido socialdemócrata alemán revela que
la igualdad jurídica y política no puede ser más que una quimera en ausencia de
igualdad económica, ya que ésta última determinaría a las demás y no al
contrario. La pretensión de igualar a partir de lo jurídico esta destinada al
fracaso, ya se presente con buena fe o con la conciencia de servir con ella al
desordenado orden del sistema capitalista; pues no es sino, en el mejor de los
casos, una fórmula idealista, que declara formalmente la igualdad de
oportunidades entre un africano de Ruanda y un alemán, lo cual no sería más que
una grotesca y canalla forma de conseguir comprarse a precio de saldo una buena
conciencia, de no ser porque el artículo 17 de la Declaración de Derechos del
Hombre (ONU, 1948) sanciona la propiedad privada. Dicha sanción que provocó la
abstención de las potencias comunistas en la votación que le dio cuerpo, es la
que determina la inoperatividad de todos los demás artículos. Así, a diferencia
de lo expuesto por Pietro Barcellona, vemos que el poder capitalista sí que aparece
en la declaración formal de la igualdad de derechos, aparece como un derecho
más y así disfraza su condición de determinante último de todo el marco
jurídico.
Kant, uno de
los mayores teóricos del Estado de derecho y de la igualdad formal, afirma explícitamente
que ésta puede coexistir con la desigualdad en las posesiones (2ªparte, Cap.1,
p.47-48). El ideal de autonomía ilustrado que culmina en Kant pero que dio
cuerpo igualmente a la separación de poderes de Montesquieu, creyó poder
independizar las esferas de lo legal, lo político y lo económico; con lo que se
consiguió que pareciese como si fuesen autónomas unas esferas
supraestructurales cuya dependencia de la infraestructura capitalista se pasaba
a ocultar mediante el simple expediente de declararla inexistente. Al
reducirse el derecho a técnica de tratamiento igual, homólogo y homologador,
queda ya sellado su destino de instrumento del <poder invisible>, que se
organiza aparentemente en la esfera separada de la política y de la economía (2ªparte,
Cap.1,p.49).
La igualdad de
derecho no es sino un eufemismo que oculta la desigualdad real y la legitima,
una ficción en la que se resuelven los antagonismos y las diferencias sin
resolverse: El artificio de la igualdad
en droit, si se toma por lo que es, carece de fuerza para poner válidamente en cuestión la
vocación totalitaria de lo político e incluso la vocación monopolista de la
empresa capitalista, y ello porque acaba ocultando inevitablemente el lugar y, como
suele decirse, el nombre del que decide.
(2ªparte, Cap.1, p.50). Efectivamente, no se omite al autor o autores de la
norma porque ésta sea racional, se omite precisamente porque es irracional y
pretende presentarse como racional.
En el mundo real, el formalismo jurídico de la igualdad abstracta de los individuos aislados, cuando se convierte, como por otra parte es inevitable, en puro legalismo positivo, está destinado a ser el garante en sentido único de las relaciones de fuerza de la mescolanza de poder económico y poder político que caracteriza al capitalismo maduro y la potencia social de la gran empresa, la cual ha incluido ya en su funcionamiento no sólo el mercado sino también el saber y la ciencia aplicada (Op.cit. 2ªparte, Cap.1, p.50-51).
No es por tanto
el que nosotros llamamos Estado de
derecho el punto que puede hacer preferible el sistema de vida del
Occidente actual en tendencia de mundialización frente a los extintos países
del llamado socialismo real, porque la divergencia es más entre políticas y
economías que entre legislaciones. Por eso nos extraña que siempre se invoque
al Estado de derecho como razón de preferencia frente a toda alternativa que se
plantee al modelo actual. También la Unión Soviética suscribió la Declaración
de Derechos Humanos de 1948 (con la abstención debida al art.17) y formó parte
de las Naciones Unidas durante la guerra fría; también el Irán de Jomeini se
proveyó de una Constitución en la que aparece la división de poderes, siguiendo
a las francesas como modelos, y, sin embargo, constituyeron naciones muy
diferentes a las que imperan en Occidente. De ello se deduce que no es el marco
jurídico lo que determina la esencia de las formas de vida, sino más bien el
marco económico y político, respecto a los cuales el jurídico no es más que una
consecuencia, y no la causa.
A. Richard Rorty contra los comunitaristas. ¿Un
epígono del pensamiento débil? ¿Neutralidad sin universalidad?
Richard Rorty[28] comenta el <Estatuto sobre la libertad
religiosa> de Thomas Jefferson (liberalismo ilustrado norteamericano), el
cual da entrada a todo teísmo e incluso al ateísmo, (dentro de la
socialdemocracia virginiana, con la condición de que se mantenga un
comportamiento social aceptable); como ejemplo de pluralismo democrático-político.
La forma como se han desarticulado las polémicas
de las dos espadas en EEUU es admirable desde el punto de vista político,
aunque se limite a combatir un mal con otro. En efecto, ninguna religión tiene
allí poder suficiente para formar una fuerza paralela al Estado, coexisten una
gran pluralidad de ellas que sólo tienen en común una cosa: los miembros de
todas las confesiones, ciencia cristiana, mormones, protestantes, católicos,
anabaptistas, testigos de Jehová, judíos, protestantes, budistas, hinduístas,
etc, etc, así como los de todas las sectas, son ante todo ciudadanos Americanos,
luego, en segundo lugar, creyentes particulares con sus peculiaridades
específicas[29]. Pero de lo que no se da cuenta Rorty es de que el poder paralelo al
Estado de las religiones se ha despotenciado mediante una gran dosis de nacionalismo. La pluralidad de
religiones y nacionalidades que integran los Estados Unidos ha sido
desarticulada mediante la exaltación del patriotismo nacional. Todos los
emigrantes de una nación de emigrantes, una vez exterminados los alrededor de
60 millones de indígenas que poblaban esas tierras, tenían como único requisito
para formar parte de esa nueva nación y participar como ciudadanos de la
<res publica>, la renuncia o al menos, la relegación a un segundo plano
privado, de sus raíces etnoculturales, en favor de la identidad nacional y del
orgullo de ser miembro del país más poderoso del planeta.
Los norteamericanos han neutralizado la religión
en el terreno público de la política y presumen además que una mente humana
libre de ofuscamientos está en condiciones de discernir sin ayuda de la Gracia
divina cualquier verdad moral que esté presente en las doctrinas de las
distintas religiones, y de poner el resto entre paréntesis. Este material
no-racional, encerrado entre paréntesis, recibe de nuestra tradición el trato
que corresponde a una cuestión privada, tolerable en tanto no se entrometa en
la esfera política (Op.cit.p.33). Rorty se muestra proilustrado con relación a
la cuestión religiosa y sin embargo postmoderno respecto a las cuestiones del
universalismo. La línea crítica que, procedente de Hegel, llega hasta los
críticos contemporáneos del liberalismo, es historicista, comunitaria y
antiindividualista (Op.cit.pág.34). Acusan al liberalismo ilustrado de haber
provocado el surgimiento del <hombre económico> y de la <razón
técnica>, haciéndose eco de la crítica de los primeros frankfurtianos y
dividiéndose en dos grupos: los críticos de la modernidad furiosos y los
moderados. Los primeros proceden de Heidegger y son apocalípticos; los
segundos, están más cerca de Habermas. Nadie ha sugerido que hubiera sido
mejor, acaso, conservar las leyes antes en vigor en Virginia, para las cuales
una reiterada profesión de incredulidad en relación con la Santisima Trinidad
constituía un grave crimen. Son muchos, con todo, los que están dispuestos a
sostener que los postulados filosóficos del Estatuto eran erróneos
(Op.cit.p.34).
El argumento comunitario consiste en tachar de
error la idea de que la defensa de la libertad individual es suficiente para
funcionar como creencia compartida generadora de virtudes sociales. Los pensadores comunitarios[30] conceptúan que el Iluminismo extrajo una teoría política de un
presupuesto filosófico equivocado acerca de la naturaleza humana; según este
presupuesto, todo individuo, hombre o mujer, posee en su interior,
sencillamente en virtud de su racionalidad, una base para la cooperación
social (Op.cit.p.35). El presupuesto fundamental de la Ilustración es la idea
de hombre universal, sobre el que se desarrolla la idea de cooperación, pero
¿acaso no es claro que lo que posee un hombre, y no precisamente en virtud de
su racionalidad si el trabajo no es cualificado, es una base para el trabajo
asalariado? La insociable sociabilidad kantiana se confunde aquí con la cooperación
comunitaria presentándose entonces a la libertad individual (en lugar de a la
igualdad colectiva) cómo la base generatriz de las virtudes sociales y de la
cooperación mutua.
La idea de cooperación
socialdemocrático-ilustrada viene a decir que en la sociedad actual sólo es
necesario compartir determinadas convicciones respecto a cuestiones de
procedimiento (¿las del liberalismo decimonónico que justifican el trabajo
asalariado?), antes que convicciones respecto al bien común. John Rawls, al sustentar
esta doctrina, es uno de los principales blancos de los comunitarios. En su
argumentación, Rorty defiende a Rawls de la critica comunitaria, indicando que
su concepción procesal de la justicia puede y debe ser disociada de cualquier
teoría de la naturaleza humana o de la racionalidad, y en particular de
cualquier teoría individualista (Op.cit.p.35). Sostiene Rorty, por tanto, que
se puede defender la idea de neutralidad
sin necesidad de comulgar con la idea de universalidad, lo que nos parece
sumamente problemático. Más genéricamente, me propongo sostener que el trabajo
de Rawls debe ser considerado un intento de desarrollar la línea de pensamiento
presente en el Estatuto jeffersoniano, y dejar al mismo tiempo de lado los
presupuestos racionalistas y universalistas del propio Jefferson
(Op.cit.p.35). Pero el intento de generar esquemas de procedimiento sin
contenidos acerca del bien común sólo puede estar destinado al mantenimiento de
una sociedad desintegrada pero funcional, al imperio de una sociedad de
mercancías en detrimento de las comunidades de hombres. Por eso nosotros
pensamos que el pragmatismo descerebrado, que cree que puede disociar sus
acciones de toda teoría, a la postre, no es sino el aliado más férreo del
capitalismo neoliberal, ya que el hombre práctico y emprendedor que no se
plantea cuestiones trascendentales es el emblema del productor-consumidor no
pensante, su ídolo, ya que llama éxito social a producir y consumir en grandes
cantidades. ¿Acaso la dinámica ciega de la producción-consumo no es una
consecuencia de una estructura, visible teoréticamente, pero invisible
empíricamente, a la que llamamos Capital? Y ¿no será el mejor servidor de
semejante estructura quien se niegue a ver teoréticamente y nos inste a un
pragmatismo metafísico-dualista, articulado entorno a la errónea dicotomía
teoría/práxis, en la que se presenta como funcional eliminar (siempre encubrir)
la primera para consagrarse a la segunda?. Nosotros por el contrario pensamos
que una de las mejores práxis que se pueden realizar es esa actividad que
conocemos como Filosofía y que consiste en construir Teorías con Conceptos.
B.
Epílogo: de Foucault, Blanchot, y similares, o la otra política del avestruz.
La comunidad es siempre una comunidad de
relaciones. La pregunta ¿qué quiere decir ser? solo puede darse en una
comunidad histórica, pero hay, a parte de las comunidades históricas surgidas
de los excedentes de producción, también comunidades prehistóricas, sociedades
orales que no se preguntan por el ser pero que no por ello dejan de ser
comunidades. Nietzsche desde su segunda intempestiva nos enfrentaba a la
pregunta de si sirve la historia para la vida, la respuesta es sí y no, la vida
excede a la historia porque la precede. Si entendemos por historia la conciencia
de lo pretérito, vemos que los animales tienen ya una historia natural, que
narra la teoría de la evolución, pero no son conscientes de ella. La
historiografía desaforada de la que se separaba el Nietzsche filólogo es
contraria a la vida, es decir, al devenir y al cambio, ya que provoca la
inmovilidad con su incapacidad de pensar algo nuevo y su eterna hermenéutica de
los que hablaron antes. Holzwege
puede traducirse por Caminos materiales,
puesto que la traducción de la hylé
griega, que significa tanto madera y bosque, como materia, es el Holz alemán. En las comunidades
prehistóricas también el ser y el hombre se copertenecen, es más, puede que sea
la historia la que inaugura una grieta entre ese copertenecerse entre las
culturas que estudian los antropólogos y la tierra; con lo que sería entonces
precisamente la pregunta por el ser la que inauguraría la grieta entre la
tierra y el hombre. La filosofía descubre una distancia entre las palabras y
las cosas y sobrevive en esa escisión. Pero nuestras sociedades de mercancías
han acabado buscando la reintegración de modos cada vez más tenues y sutiles,
así, Foucault, moviéndose en
espacios cerrados, irrespirables, como las cárceles o los psiquiátricos, acabó
encontrando una abertura en el estoico cuidado de sí; renunciando a conquistar un
tiempo para la libertad en la historia, renunciando a la lucha política
que había jalonado parte de su vida. El espacio libre que el pensar procura es
visto como un juego entre las prácticas de producción, de comunicación y de cuidado
de sí, pero solo la última, retirada subjetivista, permanece incólume a la
asfixiante atmósfera de la sociedad disciplinaria, ya que el espacio de la
producción, el trabajo asalariado, y el espacio de la comunicación,
hegemonizado por los más media, no permiten un juego de prácticas de libertad,
sino que, al contrario, son la quintaesencia de las practicas disciplinarias
del capitalismo tardío. Lo político es un espacio de relaciones de poder que no
se puede convertir en un espacio de prácticas de libertad por el mero hecho de
la elección voluntarista. ¿Realmente hay algún espacio previo de tematización
que el pensar procura? ¿No debe siempre el pensar que replantear los problemas,
retematizar lo tematizado antes de proponer nuevas cuestiones o de presentar
las viejas bajo una luz nueva? El pensamiento se ejerce contra la ideología
vigente o bien no se ejerce. Las sociedades de mercancías en que se han
transformado nuestras comunidades actuales, ofrecen una capa ideológica
resistente que nunca había sido tan compacta e impermeable. Foucault hace bien
en distinguir entre la liberación de las dominaciones y las prácticas de
libertad que se pueden poner en funcionamiento tras la liberación; pero las
segundas no se dan sin la primera, para que haya relaciones de poder en
libertad en una comunidad dada, ya lo hemos dicho, es indispensable la
liberación del trabajo asalariado, esto es, la renta y el ocio que permitan la
formación y la acción libre: por eso no es la libertad la condición de la
ética, sino la igualdad. En contra de la intervención política se vuelve la
idea foucaultiana de que estar en contra de algo es estar todavía sujeto a
ello, ya que el corolario es que no hay que estar en contra de nada, hay que
ser budista y aceptar el fatum,
aunque sea el de la más descarnada dominación y sometimiento: no se libera uno
de un dolor de muelas por el recurso subjetivista de pretender no pensar en él.
En Foucault hay un retorno a la ética de la
filosofía helenística, al refugio, una vez destruidas las poleis y surgido el imperio macedónico, pero se equivoca Foucault
al calificar el cuidado de sí como
algo político, siendo la relación con los otros a este respecto secundaria.
Puesto que en Aristóteles se ve claro que para que haya política la comunidad
ha de ser ontológicamente lo primero. Las prácticas de libertad así vistas, son
para los burgueses de alto poder adquisitivo del mundo Occidental ya que la
liberación es la condición política o histórica de las prácticas de libertad
(Foucault La ética del cuidado de sí como
práctica de libertad. Paidós, Barcelona 1999, p.395). La resignación
estoica y cristiana, junto al conformismo epicúreo, reflejan el abandono de la
política en cuanto política revolucionaria. Ni siquiera la rebeldía camusiana
se mantiene. Ni revolución ni rebeldía, sino apartamiento elitista a los
márgenes. La consigna de repliegue grupal contra el imperio de la
producción-consumo es asumible en nuestras sociedades de mercancías como
estrategia dentro de una lucha sin cuartel, no como cuidado narcisista y
desentendimiento de unos espacios que conforme van siendo abandonados (por
ejemplo, por el socialismo real) van siendo okupados por el capitalismo
salvaje. Tiene razón Foucault al rescatar la noción griega de libertad
entendida como no ser esclavo: un esclavo no tiene ética (Ibid.p.399), pero
no al cifrar el serlo o no en la voluntad del individuo que puede ser o no ser
capaz de dominar sus apetitos. Si leemos la Política
de Aristóteles buscando la distinción entre ser ciudadano libre y ser esclavo,
nos damos cuenta que en una sociedad de esclavos es absurdo que pueda haber un
sólo libre, los requisitos para la ciudadanía y la libertad de la política
ateniense no los cumplimos nadie hoy en día, porque esos requisitos no son sólo
individuales (excelencia) sino, sobre todo, comunitarios (ocio, renta,
formación, participación directa en los asuntos de la polis). Tan sólo un individuo que fuese como el superhombre de
Nietzsche, prefigurado por Aristóteles (Política
1284a) podría ser libre en la sociedad actual, alguien por encima de las leyes,
pero no los sometidos a ellas, que cuando no son realmente iguales en recursos,
sino solo formalmente declarados como tales, no viven en democracia y no son ni
ciudadanos ni libres.
Blanchot ha insistido en que la comunidad real es la comunidad entre seres
mortales, finitos, que viven la muerte del otro porque la suya propia es
invivible. Es cierto que tanto el ser como el dejar de ser se forjan en la
comunidad pero no por ello hay que recurrir al expediente teológico levinasiano
en el que no puede uno darse ni quitarse el ser porque semejante prerrogativa
pertenezca a Yahvé, se da el ser a sí mismo el que logra ciertas prácticas de
libertad, para lo cual, desde luego, necesita de otros, no se es
autosuficiente, y se quita el ser quien se suicida de la manera más propia y
más simple. En nuestras sociedades de mercancías las comunidades son
comunidades de esclavos en su mayor parte y el expediente a la comunidad de
hombres libres viene representado por escasos núcleos de resistencia que han
renunciado al proyecto político de la liberación de la comunidad.
Si se considera hoy ya el socialismo real como un intento imposible de autosuficiencia y se nos dice que hay que tomar la insuficiencia como principio de la comunidad, lo que se nos está diciendo veladamente es que hay que aceptar que uno de cada tres seres humanos se muera de hambre, que si quiero mi libertad tendré necesariamente que lograrla al precio de esclavizar a otros. Aunque desde luego, el retórico neobarroco de la insuficiencia no aceptará que le hace el juego al neoliberalismo, sino creerá que está abriendo márgenes para la libertad. Con la tesis de la habitabilidad marginal que sostienen los que no son marginados se retrueca el tropo estoico de la libertad de pensamiento sumido el cuerpo en condiciones de esclavitud. A un Estado de mínimos corresponde una libertad de mínimos, una retirada en los márgenes, cada vez más difusos, pero apoteósicamente inalienables; de donde deriva una escritura incomprensible para el mayor numero de los mortales y la pertenencia a una comunidad de comprensión mínima y sectaria, en la que vivir apartados parcialmente de la realidad se convierte en la única defensa contra la realidad. No se atenta contra el cumplimiento de las normas, incluso se ahorra, como el banquero anarquista de Pessoa, para comprar en el futuro ese precioso tiempo del que no se dispone. La Filosofía encerrada en los márgenes de la burrocracia funcionarial-pedagógica, en una estructura academicista que se autoalimenta y autoabastece[31].
La política de los márgenes, pliegues y
repliegues, deconstrucciones y cuidados de sí, presencias de lo ausente y
epifanías de lo Absoluto, no es más que la otra política del avestruz. Grandes
gallináceos temblorosos que esconden la cabeza bajo el suelo ante lo que se les
viene encima. Sublimación burguesa de los problemas reales y materiales bajo
formas intelectualizadas de realización vital, es decir, nuevamente idealismo: solución de los problemas a nivel de la
conciencia.
[1] Cfr.Daniel Raventós El derecho a la existencia. La propuesta del subsidio universal garantizado. Editorial Ariel. Barcelona 1999; y cfr.Basic Income European Network: http://www.etes.ucl.ac.be/BIEN/bien.html.
[2] http://www.netiran.com/Htdocs/Laws/000000LAGG01.html.
[3] http://roble.pntic.mec.es/platon/
[4] http://roble.pntic.mec.es/~jmarti43/artículosbis/ecodemo00.htm.
[5] Cfr. Gabriel Jackson «Hay que reformar el sistema electoral estadounidense». El País Digital. Opinión. Lunes 13 de noviembre de 2000.
[6] L.I, cap.VI (1); cap.IX (4); L.II, cap.IV (2); L.IV, cap.VIII (1). En total (8 veces).
[7] Abundando sobretodo el sustantivo commun, y sus variantes de género y número, hablará de: Liberté commune; intérêt commun; force commune; cause commune; en commun; bien commun; idées communes; délibérations communes; sensibilité commune; volonté commune; utilité commune; bonheur commun; commun accord; opinion commune; chambre des Communes; communication; communion des Eglises; excommunicatión.
[8] Abunda ahora, además del sustantivo <société> y sus determinaciones: société civil; société politique; el empleo del adjetivo <social>: contrat social; état social (L.I, cap.IV), -expresiones que se han convertido en terminología clásica de las ciencias sociales-, así como sus derivados: insociable; sociabilité; association; associé/s; association civile.
[9] La première et la plus importante conséquence des principes ci-devant établis est que la volonté générale peut seule diriger les forces de l'Etat selon la fin de son institution, qui est le bien commun: car si l'opposition des intérêts particuliers a rendu nécessaire l'établissement des sociétés, c'est l'accord de ces mêmes intérêts qui l'a rendu possible. C'est ce qu'il y a de commun dans ces différents intérêts qui forme le lien social, et s'il n'y avait pas quelque point dans lequel tous les intérêts s'accordent, nulle société ne saurait exister. Or c'est uniquement sur cet intérêt commun que la société doit être gouvernée (Libro II, cap.I).
[10] Marx El Capital: Crítica de la Economía Política: Ed.EDAF. Madrid 1967, vol.I. Traducción de la edición francesa de J.Roy, corregida por el propio Marx. Libro I. secc.IV. Capítulo XI: La Cooperación. p.348.
[11] «Sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres». En: Del
Contrato social; Sobre las ciencias y las artes; Sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Alianza ed. Madrid 1988.
(Traducción: Mauro Armiño), p¡Error! Marcador no definido.ág.248.
Le premier qui ayant enclos un terrain savisa de dire: Ceci est à moi, et trouva des gens assez simples pour le croire, fut le vrai fondateur de la société civile. Que de crimes, de guerres, de meurtres, que de misères et dhorreurs neût point épargnés au genre humain celui qui, arrachant les pieux ou comblant le fossé, eût crié à ses semblables: «Gardez-vous découter cet imposteur; vous êtes perdus si vous oubliez que les fruits sont à tous, et que la terre nest à personne!».
Pascal, Pensées, *295-64: Mío, tuyo. «¡Ése perro es mío!, dicen esos pobres niños; ¡ese es mi sitio al sol!». He aquí el comienzo y la imagen de la usurpación de toda la tierra.
[12] Ferdinand Tönnies Comunidad y asociación. El comunismo y el socialismo como formas de vida social. Ediciones Península. Barcelona 1979. Prólogo a la edición castellana de Lluís Flaquer y Salvador Giner. Traducción de José-Francisco Ivars. (1ªedición alemana Gemeinschaft und Gesellschaft, 1887).
[13] Es forzoso elegir entre formar a un hombre o a un ciudadano, pues no podemos hacer al uno y al otro a la vez... Todo patriota es duro con los extranjeros; ellos no son más que hombres, y no valen nada a su modo de ver Rousseau, Emilio o de la Educación, Libro I.
[14] Carlos Thiebaut Los límites de la comunidad. (Las criticas comunitaristas y neoaristotélicas al programa moderno). Edita Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1992.
[15] El debate entre comunitaristas y liberales ha sido tratado por Alejandro Escudero en la Revista Pólemos accesible a través de la Web.
[16] Bertrand Russell Libertad y Organización. Parte Tercera: La democracia y la plutocracia en América. Sección B: Competencia y monopolio en América. Capítulo XXVI: El capitalismo competidor. Editorial Espasa-Calpe. Madrid 1970, pág.321-322; y 322. 1ªedición española 1936. Traducción: León Felipe. (Título original: Freedom and Organization. 1ªedición, original inglés, de 1934).
[17] Cfr.
Althusser/Balibar Para leer el Capital,
ed.siglo XXI (1ªed.1965-68)
[18] A través de sus obras, se aprecia que el pensamiento de Garaudy ha evolucionado, coherentemente, desde un comunismo pro-soviético y un humanismo marxista que defendía en los años cincuenta y sesenta, pasando por un humanismo marxista-cristiano defendido desde mediados de los sesenta hasta mediados de los ochenta, hasta arribar a un ecumenismo de raíz islámica con el que se refundieron los anteriores, (con conversión incluida al islamismo), desde la segunda mitad de los ochenta hasta los años noventa. Cfr.Roger Garaudy: Humanismo marxista (1957); Perspectivas del hombre (1961); Del anatema al diálogo (1965); Por un diálogo entre civilizaciones (1977); Como el hombre se hace humano (1978); Palestina, tierra de mensajes divinos (1986). Hacia una guerra de religión, con prefacio de Leonardo Boff (1995); Grandeza y decadencia del Islam (1996).
[19] Exactamente la misma contestación que da Francisco Fernández Buey a Diego López Garrido ya en el año 1999, cuando el segundo, líder de Nueva Izquierda, escisión del Partido Comunista que pretende la fusión con la socialdemocracia, pide a los últimos de Filipinas, que se transformen, esto es, que de revolucionarios antihumanistas se vuelvan reformistas humanistas: Los partidos comunistas (PC) de Europa del Este se han convertido -salvo en Rusia- en socialdemócratas y han pedido el ingreso en la Internacional Socialista. Sin embargo, en la Unión Europea aún subsisten partidos comunistas que atraviesan su particular travesía del desierto, con un peso parlamentario decreciente y una seria indefinición y crisis cultural y estratégica. En la Europa del Sur -España, Francia, Portugal, Italia, Grecia- están los bastiones de los PC. Ante los cual, contesta Fernández Buey, que lo que se está pidiendo es la desaparición de todo un espectro político: El futuro próximo del comunismo depende de la capacidad de resistencia que tengan los partidos comunistas actuales frente al aluvión de sugerencias externas diciendo que se disuelvan o que renuncien a su identidad. Si lo hicieran, y esto es lo que les está pidiendo la mayoría de los comentaristas externos, la consideración sobre su futuro saldría sobrando. Decir que los partidos comunistas existentes deben disolverse o cambiar de nombre o de naturaleza no es un argumento sobre el futuro de los partidos comunistas. Pues si lo que se pide es su desaparición como tales, no hay futuro. Diario El País del 27 de junio de 1999. Diego López Garrido «El comunismo no es reformable, los PC, sí». Francisco Fernández Buey «El mañana, el mañana, el mañana...».
[20] Louis Althusser «Acerca de los síntomas de la existencia concreta de la universalidad del género humano». Carta a Michel Simon del 14 de mayo de 1965. En: Louis Althusser, Jorge Semprún, Michel Simon, Michel Verret Polémica sobre marxismo y humanismo, ed.s.XXI, (1ª edición,1968), 6ª edición 1974, págs.195-196.
[21] Cfr. Revista de Filosofía de la UNED: Éndoxa, nº12, Madrid 1999, vol.I: La filosofía en el fin de siglo. Materiales para un análisis del pensamiento del siglo XX, artículo 14: Pedro Cerezo Galán: «De la melancolía liberal al ethos liberal. (En torno a la Rebelión de las masas de José Ortega y Gasset)». Y en Internet, Revista La Caverna de Platón, op.citada en nota 3: Simón Royo: «Fascismo y capitalismo. La apoteosis del Estado en el liberalismo humanista de Ortega y Gasset».
[22] Rousseau, J.J. Del contrato social. Sobre las ciencias y las artes. Sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Ed.Alianza (1ªed.1980) Madrid 1988. Traducción de Mauro Armiño. «Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes, 2ª parte, op.cit. pág.175-176».
[23] Cfr. nota 10.
[24] Extractamos aquí la magnífica distinción entre ser y apariencia aparecida en La voz del Galley, revista de opinión de CTA, nº6, septiembre 1999, que incluía un artículo publicado en la Revista: Interavia Aerospace Review de junio de 1992 (tomada de la página Web del sindicato STAVLA); revelando que el problema del aire en los aviones se presentaba en España siete años más tarde.
[25] Fuente de los recuentos: El País del 4 de enero del 2.000 y 5 de enero del 2001.
[26] Pietro Barcellona Postmodernismo y comunidad. El regreso de la vinculación social. Editorial Trotta. Madrid 1992. (1ª edición italiana 1990).
[27] Por ejemplo, la lógica sistémica de Luhmann.
[28] Gianni Vattimo (comp.) La secularización de la filosofía. Hermenéutica y postmodernidad. Ed.Gedisa. Barcelona 1992. Ensayo 2º: La prioridad de la democracia sobre la filosofía, Richard Rorty.
[29] Cfr. Rosten, Leo
(ed). 'A Guide to the Religions of America'. Simon and Schuster, New York,
1955. Aunque de comienzos de la segunda mitad del siglo XX, la situación
descrita que se desprende de este libro sigue invariable en la actualidad.
[30]
Comunitaristas que cita Rorty, adjetivándolos: Michael Sandel; como Moderados:
Robert Bella; William Sullivan; Charles Taylor; y como Furioso-apocalipticos:
Roberto Unger; Alasdair MacIntyre.
[31] Para abundar en este punto cfr. Simón Royo: «Educación, Filosofía y Mercado». En la Revista (en Internet) Cuaderno de Materiales, nº11: http://www.filosofia.net/materiales/num/num11/num11s1.htm.