Sobre la discusión del neoliberalismo y la globalización en América Latina

Por José Guadalupe Gandarilla Salgado(*)

Existen algunos lugares comunes, afirmaciones que se presumen autorizadas científicamente o estimaciones con una fuerte dosis ideológica que, sin embargo, permean, están presentes, construyen o incluso determinan la discusión que acerca del neoliberalismo se elabora en América Latina[1]. Desgraciadamente, esto sucede no sólo con el discurso oficial, dominante o convencional, cada vez más comienza a estar presente en las formulaciones que pretenden sustentar discursos subalternos, anti-hegemónicos o alternativos, y que más que eso ilustran una perceptible crisis en el seno del pensamiento crítico latinoamericano.

En los siguientes párrafos intentamos problematizar al menos tres de este tipo de argumentaciones que han dificultado una caracterización que brinde más posibilidades de comprensión del neoliberalismo y su decurso en América Latina.

a) A nuestro parecer, con respecto a la caracterización del neoliberalismo y el ajuste estructural en América Latina, ha tendido a predominar una visión muy economicista, que rinde tributo a esta limitación no sólo disciplinaria, sino epistémológica, relacionada no sólo con el punto de partida del análisis sino con los riesgos asociados a una visión reduccionista.

b) Sin embargo, cuando se intenta hacer entrar la dimensión política, o las relaciones políticas envueltas en el proceso de recambio capitalista, la limitación tiene que ver con privilegiar un análisis a-crítico y muy centrado en una rama del análisis de la ciencia política, el de la política comparada. La forma neoliberal de reestructuración capitalista tiende a ser considerada en el análisis, como un elemento secundario, como el aspecto económico de la reforma del Estado, o como el conjunto de medidas de política económica que caracterizan a la auténtica ‘transición a la democracia’. Desde nuestro punto de vista, no se establecen las articulaciones, mediaciones, determinaciones y co-determinaciones entre el régimen político y el régimen de acumulación, o de manera más amplia se tiende a ignorar el proceso de reproducción del capital, y la dialéctica entre el capital mundial y los cambios inmersos en el seno del Estado-nación; los cambios en la forma Estado ligados a los procesos de acumulación y crisis del capitalismo.

c) Al privilegiar en el análisis alguna de las dos dimensiones mencionadas (en análisis con fuertes contenidos disciplinarios y nomológicos) se pierde contacto con una elaboración teórica que intentando explicar, comprender e ilustrar las transformaciones y consecuencias económicas, políticas y sociales, de la implementación de la forma neoliberal de reestructuración capitalista, busca hacer uso de otro tipo de categorías en el ánimo de comenzar a esbozar o insinuar propuestas alternativas.

Antes de hacer este esfuerzo de problematización y crítica permítasenos otra advertencia. A nuestro juicio, al intentar destacar algunas orientaciones metodológicas y conceptuales para pensar el tema de las políticas neoliberales de ajuste estructural y su implementación en América Latina, no se puede prescindir de dar cuenta en el análisis, tanto de los procesos vinculados a los determinantes internos (domésticos y que tienen que ver con las estructuras, instituciones y actores, clases sociales o sujetos políticos en el seno del Estado-nación), y externos (que tienen que ver con los condicionamientos externos, que para algunos autores significa la apreciación de un ‘contexto internacional’ que sobredetermina inexorablemente la dinámica interna y las políticas adecuadas a los tiempos de la globalización), así como de las dimensiones sociales de la reestructuración capitalista; en un intento de retomar una visión que articule dialécticamente los espacios nacional y global, así como los efectos sociales de la aplicación de las recetas fondomonetaristas. Podemos formular dos preguntas básicas a modo de entrada y que nos permitan ilustrar la lógica del proceso ¿De qué forma las políticas y situaciones internacionales o domésticas influyen en la elección de políticas específicas, o cómo se articulan ambos niveles?, y ¿Qué intereses o sujetos políticos están representados y cuales se subordinan al escoger una determinada política económica o de inserción internacional y no otra?

1.- Economía sin política, o las aporías de una visión economicista

A lo que nos referimos en el primer inciso es al predominio de una interpretación en la que el acento se pone en el aspecto macroeconómico[2]. Desde este punto de partida la forma neoliberal de reestructuración capitalista tiende a ser vista como un recetario de medidas o políticas económicas (control de la inflación, ajuste presupuestal y contracción económica, liberalización comercial y financiera, trastocamientos al marco jurídico para promover la llegada de inversión externa, etc.) que inciden sólo en ese terreno pero sin desencadenar ajustes y reacomodos distributivos, productivos, o modificación de los equilibrios entre los actores económicos, decidiendo entre perdedores y ganadores del ajuste. Por otro lado tiende a hacerse un análisis que no incorpora debidamente el contexto de crisis mundial del capitalismo y los trabajos de saneamiento y de salida a la crisis que el capital y sus fracciones impulsan[3]. Sólo de vez en cuando se incorporan a la discusión las dimensiones o consecuencias sociales del ajuste estructural y las políticas neoliberales de globalización económica, pero son analizadas sólo en su dimensión circulatoria y distributiva, y no en términos de los procesos ligados al ámbito productivo y de la explotación y acumulación capitalista. Al centrarse –en el mejor de los casos– en el uso de categorías como desigualdad, pobreza, o exclusión, por un lado se olvidan las posibilidades de comprensión que podría ofrecer el uso de categorías como explotación, forma de extracción del plusvalor, flexibilidad, precariedad, acumulación, apropiación y expropiación, transferencia de excedente, y por el otro, se pierde de vista la articulación, mediación y múltiple determinación entre las tres esferas del proceso de reproducción social (producción, consumo, distribución). El corolario de este tipo de interpretación lo sintetiza un análisis en donde estamos en presencia de un agotamiento y aniquilamiento del Estado-nación.

Las políticas de ‘estabilización macroeconómica’ (donde los objetivos básicos del estudio de la macroeconomía, como son el nivel de la producción –crecimiento económico– y el del empleo –ocupación de los factores productivos– han sido desplazados por el control de la inflación y el mito o dogma del déficit –fiscal y comercial– subordinando los dos primeros al control de los segundos) forma parte del proceso más abarcante de reestructuración desde y para el capital, que experimentan de modo un tanto diferenciado los países de América Latina.

Para conseguir la estabilidad de precios, el equilibrio de la balanza de pagos y de las finanzas públicas, resulta indispensable –en el esquema neoliberal– eliminar los ‘factores externos’ que provocan el desequilibrio, y que ‘evitan que los mercados actúen’  (los famosos mercados de la teoría neoclásica, el de trabajo, el de bienes y los monetario-financieros). Lo que se recomienda es contraer la demanda vía la reducción del déficit público y la contención salarial, lo que significa una redefinición no sólo del papel del Estado en la economía (relación Estado – mercado), sino también del pacto social (relación Estado – sociedad) y por supuesto de la relación capital – trabajo, que está a la base de las dos anteriores. El realineamiento de los precios buscaría influir en los cuatro precios líderes: El salario (su reducción en términos reales y el incremento de la productividad); la tasa de interés (con el fin de proteger a los ‘ahorradores’ del incremento de precios, se ofrecieron atractivas tasas de interés); el tipo de cambio (después de la devaluación, establecimiento de un margen importante de subvaluación, que permita hacer competitivas las exportaciones y desincentive la compra de activos del exterior) y los precios de los bienes públicos (ajuste al alza, para proteger los ingresos públicos, acompañado de una restricción del gasto social del gobierno, y del ataque al patrimonio público vía la privatización y extranjerización de activos públicos).

Los esfuerzos de estabilización en las variables macroeconómicas claves, son una parte de todo un complejo y abigarrado proceso de recambio capitalista que, después de la insalvable crisis del modelo de desarrollo basado en la industrialización sustitutiva de importaciones y su agravamiento por la conjunción con el sobreendeudamiento externo, emergió en el escenario latinoamericano de manera más clara desde 1982, sin embargo, los retrocesos sociales y políticos asociados a las dictaduras militares en América Latina daban cuenta de la arremetida política-militar impulsada por la burguesía para anular toda iniciativa popular[4].  

A diferencia de la instrumentación del programa del Fondo Monetario Internacional en el cono sur del continente latinoamericano, que tuvo como requisito, digamos previo, un período largo de restricción de las garantías individuales y de dictaduras militares de seguridad nacional; en el caso de México si su instrumentación en la forma es menos traumatizante –porque además así lo permite una aún vigorosa dictadura de partido de Estado, que para 1982 bordeaba los 55 años de existencia– en su contenido es de las más rigurosas y de hecho hasta 1995 tendía a ser presentada como el paradigma de una instrumentación ‘exitosa’ de la fe neoliberal. Las dictaduras buscaron otorgar al capital las condiciones para posteriormente con base en las democracias viables, formales, o de ‘seguridad nacional’, legitimar el proyecto de asentamiento de un nuevo patrón de reproducción capitalista basado en la economía de mercado, la restricción de la intervención del Estado, la exportación de mercancías y el ángulo financiero de la acumulación de capital

La participación –ó imposición- de las políticas del FMI en el ajuste de las crisis de deuda y de balanza de pagos implica la remodelación de las relaciones económicas y sociales precedentes, tanto al interior de la formación social, como en la relación de la economía mundial y la local. De este modo la actuación de los sujetos ó actores sociales tiende a favorecer al capital financiero local y transnacional, a expensas de las clases productivas locales. El FMI en su ‘contribución a la reestructuración de las economías del Tercer Mundo’ ha tenido una participación singular: Propone su apertura a las exportaciones y a los flujos de capital en momentos de expansión mundial; propicia la extracción y transferencia de plusvalor del Tercer Mundo hacia el Centro en épocas de crisis de deudas; e impone obligaciones económicas en períodos de ingresos en disminución o de recesión económica mundial.

En este sentido, la retórica del logro de la estabilidad y la superación de la depresión económica, no es sino una mascarada y pasa a segundo término pues “la finalidad de la política del FMI no es la estabilización de la economía sino la regulación de un grupo particular de relaciones económicas y la consolidación de un grupo particular de intereses financieros”. Es precisamente la actuación del FMI y la acentuación de sus políticas lo que transfiere la inestabilidad y la depresión de un grupo de actores sociales a otros: de Occidente al Sur, de los banqueros y financieros internacionales a los productores, del Capital a las clases sociales y desposeídas. Así lo que ellos llaman estabilización; provoca desestabilización en las economías del Tercer Mundo (provocada por la transferencia de valor y plusvalor), desestabiliza la reproducción y la vida de los trabajadores (al reducir sus ingresos directos e indirectos ó al condenarlos al desempleo y la exclusión), y desestabiliza al capital local menos dinámico (por la suspensión de créditos o su encarecimiento y las quiebras y bancarrotas)[5].

Al contrario de lo que piensan los promotores internos y externos del neoliberalismo, la volatilidad o flexibilidad de los tipos de cambio y de las tasas de interés no es un factor de estabilización en economías como la nuestra, todo lo contrario. Desde el punto de vista de los neoliberales nativos y de su comportamiento pragmático, en el marco del “ajuste estructural” se privilegia la apertura de las fronteras y de los mercados financieros locales lo que tendrá por consecuencia la entrada de capitales externos, al establecer reglas más suaves, o al eliminarlas (sus promotores internos piensan que la llegada de los flujos de capital permitirá paliar la insuficiencia de ahorro local), lo cual permitirá a las instituciones extranjeras recién establecidas el control de las instituciones locales más lucrativas, pero no implica de ningún modo que las primeras sirvan al mercado interno financiando proyectos industriales, por el contrario, es el mercado financiero local el que sirve a las instituciones internacionales, al permitirles aprovechar las coyunturas de alta rentabilidad y al facilitarles su salida cuando las condiciones de rentabilidad caigan[6].

 Esta mayor integración de los mercados financieros domésticos crea una mayor sensibilidad de la oferta monetaria a los movimientos en el tipo de cambio y las tasas de interés, reduciendo la ya de por sí endeble soberanía monetaria y las posibilidades de la “política de esterilización” (al reducir la liquidez de la economía conserva su efecto contraccionista, pero no puede resolver las distorsiones provocadas en la esfera financiera, como son la falta de confianza y las dificultades para conservar un tipo de cambio estable).

Las transformaciones macroeconómicas que este tipo de mudanzas desataron en el escenario nacional y latinoamericano (políticas de apertura comercial indiscriminada, de sobrevaluación cambiaria con finalidades anti-inflacionarias, de libertad a los flujos de capital de corto plazo y el mantenimiento de altas tasas de interés internas -que intimidaban o imposibilitaban la inversión- para financiar el déficit externo) tuvieron un efecto bastante benéfico para la economía norteamericana, pues, por un lado incrementa la exportación de sus productos a estas tierras[7], y por el otro, encuentra colocación altamente rentable a sus capitales ociosos. Nuestra economía termina dependiendo de las decisiones de los inversionistas institucionales norteamericanos que consideran al país como un mercado marginal dentro de su portafolio de inversiones. En el caso de México, la posibilidad de volver a los mercados financieros internacionales de capital, ofrecida por la renegociación de la deuda fue complementada y profundizada por el paquete de reformas financieras, la desincorporación bancaria y el anuncio de la privatización de empresas y sectores estratégicos, lo que da forma al proceso de desregulación y vinculación del mercado financiero y de valores local a los vaivenes de los mercados externos de capital.

Es precisamente en el contexto de amplia disponibilidad de capital-dinero en potencia, en que se efectúa la apertura de los mercados bursátiles estadounidenses a las mayores empresas de los países latinoamericanos (ya en plena internacionalización y globalización), que buscan la financiación de sus proyectos de inversión. La otra salida a esas masas de capital-dinero líquido, es mediante la inversión especulativa en los “mercados emergentes” aprovechando la rentabilidad que ofrecían las acciones y los títulos de deuda, así como la ausencia de regulación (hay que asentar que en algunos países latinoamericanos como Chile no existe esta libertad de acción a los capitales de corto plazo y especulativos, el reverso y paraíso de este tipo de inversión es, por supuesto, México). Este proceso en que se aprovechan las condiciones de rentabilidad por el diferencial de las tasas de interés (por la presión a asegurar la atracción de capitales externos que financien los requerimientos fiscales y los de financiamiento del déficit comercial o de cuenta corriente) tiene un efecto adverso para la re-producción del capital social global en su conjunto al disociar la política monetaria y el comportamiento de los mercados financieros de capitales, de la economía real, en términos de sus necesidades de inversión y capitalización, pues al desplazar la rentabilidad al sector financiero se destruyen las posibilidades de financiación de los capitales autóctonos con menor rentabilidad, lo cual desata un proceso de desvalorización y destrucción de capitales, con su efecto en el mercado de trabajo (reduciendo el nivel de empleo) y en el ámbito circulatorio propendiendo al incremento de precios[8].

2.- Política sin economía, o discutir la democracia y la reforma del Estado sin discutir el capital.

El sistema-mundo moderno si no es el único sí es el primero que se organizó y consolidó como una economía-mundo capitalista. Si en sus inicios se forma y desenvuelve sólo en Europa, su lógica interna (la vocación global del capital o como dice Samir Amin la ‘expansión mundial polarizante del capitalismo’) lo impulsa a la expansión de sus fronteras externas. La economía-mundo capitalista, es un sistema socialmente estructurado por una división axial integrada, cuyo principio rector es la acumulación de capital (división mundial del trabajo, relación entre capital mundial y fuerza de trabajo mundial, y relación centro - periferia entre, de un lado, los sectores más monopolizados de producción, y del otro, los más competitivos, elementos éstos que posibilitan y conforman la transferencia del plusvalor del sector, las formaciones sociales o las regiones periféricas, a los sectores, formaciones sociales o regiones centrales y de los asalariados a los no asalariados).

De otro lado, el sistema-mundo moderno ha desarrollado una estructura política compuesta de Estados, los cuales proclaman su soberanía en una zona geográfica delimitada, y colectivamente están vinculados en un sistema interestatal (el sistema mundial de los Estados). Ahora bien la interrelación y las posibilidades de hacer valer la soberanía son diferenciadas, el sistema interestatal fija su funcionamiento a través de la conformación de la hegemonía de uno o varios Estados sobre otros. La existencia formal del Estado en la periferia (de los aparatos u organos de la institución estatal) no es ya sinónimo de Estado capitalista nacional, pues aunque la burguesía local controla en buena medida ese aparato, no controla el proceso de acumulación, del otro lado el Estado burgués nacional propio de las formaciones centrales, y resultado de estrategias o modalidades de desarrollo autocentrado, logra el control nacional de la acumulación y las relaciones con el exterior se someten a la lógica de la acumulación interna, no a la inversa (como ocurre con las estrategia extravertidas en la periferia). El desarrollo de la polarización en términos de las leyes que estructuran el funcionamiento de la economía-mundo capitalista, da por resultado que en cada etapa de impulso de la mundialización de la relación capital se efectúe una “renovación de la estructura periférica en el nuevo estadio del sistema global en expansión y en transformación”[9].

Así como la relación capital, como despliegue del desarrollo del modo de producción específicamente capitalista, crea el mercado mundial a él correspondiente (en tal sentido los equilibrios sólidos o precarios a nivel de las relaciones entre las naciones y la forma de inserción y particular subordinación de las distintas regiones y sub-regiones geográficas), del mismo modo crea y desarrolla la forma-Estado a él correspondiente. El Estado-nación aparece como piso y plataforma de lanzamiento de la relación capital, y como desarrollo del modo de producción capitalista y específicamente capitalista, y su mercado mundial específicamente capitalista, que propende al desarrollo de las formas del Estado a él correspondiente.

Un enfoque de este tipo que renuncia a asumir la mundialización como algo privativo de estos tiempos, pues parte de asumir la conformación de un sistema-mundo desde hace cuando menos cinco siglos, permite precisar epistémica e históricamente el análisis de la relación entre mundialización capitalista y Estado-nación. Un punto de partida que se ubique desde esta perspectiva exige replantear la discusión acerca de los cambios en la forma-Estado, yendo más allá de la propia categoría Estado (el punto de partida es el sistema mundial, no hay lugar para una visión Estado-céntrica), o mejor, más allá de lo separado de los diversos Estados como Estados-nación, para encontrar los elementos que nos permitan discutir la unidad, la unidad existente en las formas y procesos en que se efectúan las políticas llevadas a cabo para adecuarse al contexto mundial, a la novedad en los funcionamientos del capitalismo mundial. Se parte de averiguar la articulación dialéctica entre el capital global y el Estado y de los rasgos comunes del funcionamiento de los diversos Estados-nación. Lo que está de base en esta disposición analítica es reconocer un capital global mundial en profundo movimiento, movible, volátil, frente a un Estado-nación como territorialidad fija. La política estatal, la reforma o ‘el retiro del Estado’ busca garantizar la fijeza del capital, de un capital móvil, en perpetua búsqueda de rentabilidad pero que necesariamente exige la existencia y no desaparición de la institución estatal que asegure la gestión de la fuerza de trabajo, de la soberanía monetaria y del mercado interno, gestiones éstas que el capital, como capital privado no puede por sí sólo efectuar[10].

El enfoque de los partidarios del neoliberalismo y la globalización parte de una dicotomía extrema que sintetiza Jean François Revel del siguiente modo, “donde hay Estado no hay mercado y donde hay mercado no hay Estado ... No pretendo decir que no haga falta el Estado, sino que su papel es un problema. El mercado implica una independencia de lo económico frente a lo político”[11], en esta interpretación no se cuestiona la articulación dialéctica que se establece entre el Estado, la Forma Estado y los cambios que experimenta en su articulación con el mercado (sea nacional o mundial). En el caso de los países latinoamericanos (muy ligado a las discusiones sobre ‘la transición a la democracia’, la reforma del Estado y las políticas sociales), el análisis de las relaciones Estado – mercado tendió a asumir como premisa el pasó de una ‘matríz Estadocéntrica’ hacia una ‘matriz mercadocéntrica’, algunos críticos de este enfoque más atinadamente plantearon que la crisis y el ajuste estructural dieron por resultado no menos Estado y más mercado, sino otro tipo de Estado y otro tipo de mercado, nueva síntesis que incluye la subordinación de la ‘cuestión social’ (trato focalizado y politizado de la pobreza y la extrema miseria) a una ‘acumulación más flexible’, la creciente financierización de la economía, la apertura, desregulación y privatización selectiva, o en su caso, discrecional; elementos que terminan por institucionalizar un esquema concentrador en lo económico y excluyente en lo social.

 

 



(*)Técnico Académico del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM.

Torre II de Humanidades 4o. piso, tel. 623 00 33, e-mail: joseg@servidor.unam.mx

[1] Véase Alfredo Eric Calcagno y Alfredo Fernando Calcagno. El universo neoliberal. Recuento de sus lugares comunes, Buenos Aires, Alianza editorial, 1995, 500 págs.

[2] En nuestra opinión, dicho sea de paso, este enfoque sintetiza la propia trayectoria de la ciencia económica convencional, en el sentido del desplazamiento de su objeto de estudio. Si bien es cierto que la economía clásica nace y se desarrolla incorporando la discusión de la producción y reproducción de los factores creadores de riqueza (trabajo, tierra y capital), alcanza su desarrollo más amplio en la Crítica de la Economía Política, pues el objeto de estudio lo conforma el proceso de producción y reproducción de la vida material, distinguiendo claramente entre los procesos de trabajo, y reproducción de los de valorización y acumulación. Esta línea es dejada de lado y el objeto de estudio de la teoría económica convencional pasa a ser la consecusión de equilibrios o el aseguramiento de la estabilidad del sistema (el acento tiende a ser puesto entonces en el aspecto macroeconómico ligado al estudio de los precios y el mantenimiento de un determinado nivel de aumento de los mismos, o en el dogma del déficit, sea este fiscal o externo, en otras palabras, el aseguramiento de equilibrios en los balances de las cuentas externas y presupuestales).

[3] Una notable excepción a este tipo de argumentaciones es la que ensaya José Valenzuela Feijóo en su libro “Crítica del modelo neoliberal”, México, Facultad de Economía – UNAM, 1991, 160 págs.

[4] Véase Agustín Cueva, “El desarrollo del capitalismo en América Latina”, México, Siglo XXI, 1994, en especial págs. 219 – 275.

[5] Véase James Petras. Estado y y régimen en Latinoamérica. Ed. Revolución, España, 1987, pág. 123 - 163. En este mismo trabajo Petras establece lo que podría ser una inicial tipología acerca de cómo se da la intervención del FMI y los factores que tiemden a influenciar su orientación. Él distingue o localiza –en términos de las relaciones FMI - Estado–, 3 posibilidades o experiencias: Subordinación (cuando de hecho personal del FMI ocupa posiciones clave de la administración pública y se cede la soberanía), convergencia y acuerdo subordinado (donde el FMI diseña el plan, pero deja un margen de ‘autonomía’ pues su instrumentación corre a cargo de autoridades del Estado), negociación y resistencia (donde las políticas del FMI son rechazadas por la movilización sindical y popular, sin embargo, el fracaso de la respuesta de los de abajo ha tendido a acentuar el ajuste, ye sea por reprimendas especulativas o financieras o por boicots de las propias ‘burguesías nacionales’). Estas tres formas estarían moduladas por el grado de desarrollo de la estructura económica y estatal y por la influencia laboral. En general, en América Latina, las burguesías nacionales y las clases productoras tendieron a adaptarse al nuevo modelo de acumulación orientado hacia el exterior, de tal modo desviaron los costos del ajuste a los grupos asalariados locales.

[6] Cfr. Pierre Salama. La dolarización. Ensayo sobre la moneda, la industrialización y el endeudamiento de los países subdesarrollados, México, Ed. Siglo XXI, 1990, en especial págs. 35 - 40.

[7] “El comercio global entre los EE. UU. y América Latina saltó de US$110 mil millones en 1989 hasta un monto anticipado para 1995 de US$180 mil millones”. Time, Noviembre 27 de 1995, Separata.

[8] Véase Francois Chesnais. “Notas para una caracterización del capitalismo a fines del siglo XX” en Revista Herramienta, Argentina, 1997. Versión electrónica en http://www.wp.com/mas/chesnais.html

 

[9] Samir Amin, La desconexión, Buenos Aires, 1988, IEPALA editorial. pág. 69.

[10] Recogemos en esta parte el planteo de John Holloway, Revista Perfiles Latinoamericanos núm. 1.

[11] Guillermo Gortázar (comp.) ¿Ideologías sin futuro? ¿Futuro sin ideologías?, Madrid, Complutense, 1993, 96 págs.

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(*)José Guadalupe Gandarilla S. Investigador de la UNAM. Correo Electrónico: joseg@servidor.unam.mx