Sobre la discusión del neoliberalismo y
la globalización en América Latina
Por José Guadalupe
Gandarilla Salgado(*)
Existen algunos lugares comunes, afirmaciones que se
presumen autorizadas científicamente o estimaciones con una fuerte dosis
ideológica que, sin embargo, permean, están presentes, construyen o incluso
determinan la discusión que acerca del neoliberalismo se elabora en América
Latina[1].
Desgraciadamente, esto sucede no sólo con el discurso oficial, dominante o
convencional, cada vez más comienza a estar presente en las formulaciones que
pretenden sustentar discursos subalternos, anti-hegemónicos o alternativos, y
que más que eso ilustran una perceptible crisis en el seno del pensamiento
crítico latinoamericano.
En los siguientes párrafos intentamos problematizar
al menos tres de este tipo de argumentaciones que han dificultado una
caracterización que brinde más posibilidades de comprensión del neoliberalismo
y su decurso en América Latina.
a) A nuestro parecer, con respecto a la
caracterización del neoliberalismo y el ajuste estructural en América Latina,
ha tendido a predominar una visión muy economicista, que rinde tributo a esta
limitación no sólo disciplinaria, sino epistémológica, relacionada no sólo con
el punto de partida del análisis sino con los riesgos asociados a una visión
reduccionista.
b) Sin embargo, cuando se intenta hacer entrar la
dimensión política, o las relaciones políticas envueltas en el proceso de
recambio capitalista, la limitación tiene que ver con privilegiar un análisis
a-crítico y muy centrado en una rama del análisis de la ciencia política, el de
la política comparada. La forma neoliberal de reestructuración capitalista
tiende a ser considerada en el análisis, como un elemento secundario, como el aspecto
económico de la reforma del Estado, o como el conjunto de medidas de política
económica que caracterizan a la auténtica ‘transición a la democracia’. Desde
nuestro punto de vista, no se establecen las articulaciones, mediaciones,
determinaciones y co-determinaciones entre el régimen político y el régimen de
acumulación, o de manera más amplia se tiende a ignorar el proceso de
reproducción del capital, y la dialéctica entre el capital mundial y los
cambios inmersos en el seno del Estado-nación; los cambios en la forma Estado
ligados a los procesos de acumulación y crisis del capitalismo.
c) Al privilegiar en el análisis alguna de las dos
dimensiones mencionadas (en análisis con fuertes contenidos disciplinarios y
nomológicos) se pierde contacto con una elaboración teórica que intentando
explicar, comprender e ilustrar las transformaciones y consecuencias
económicas, políticas y sociales, de la implementación de la forma neoliberal
de reestructuración capitalista, busca hacer uso de otro tipo de categorías en
el ánimo de comenzar a esbozar o insinuar propuestas alternativas.
Antes de hacer este esfuerzo de problematización y
crítica permítasenos otra advertencia. A nuestro juicio, al intentar destacar algunas orientaciones
metodológicas y conceptuales para pensar el tema de las políticas neoliberales
de ajuste estructural y su implementación en América Latina, no se puede
prescindir de dar cuenta en el análisis, tanto de los procesos vinculados a los
determinantes internos (domésticos y que tienen que ver con las estructuras,
instituciones y actores, clases sociales o sujetos políticos en el seno del
Estado-nación), y externos (que tienen que ver con los condicionamientos
externos, que para algunos autores significa la apreciación de un ‘contexto
internacional’ que sobredetermina inexorablemente la dinámica interna y las
políticas adecuadas a los tiempos de la globalización), así como de las
dimensiones sociales de la reestructuración capitalista; en un intento de
retomar una visión que articule dialécticamente los espacios nacional y global,
así como los efectos sociales de la aplicación de las recetas
fondomonetaristas. Podemos formular dos preguntas básicas a modo de entrada y
que nos permitan ilustrar la lógica del proceso ¿De qué forma las políticas y situaciones
internacionales o domésticas influyen en la elección de políticas
específicas, o cómo se articulan ambos niveles?, y ¿Qué intereses o sujetos
políticos están representados y cuales se subordinan al escoger una determinada
política económica o de inserción internacional y no otra?
1.- Economía sin política, o las
aporías de una visión economicista
A lo que nos referimos en el primer inciso es al
predominio de una interpretación en la que el acento se pone en el aspecto
macroeconómico[2]. Desde este punto de partida la forma
neoliberal de reestructuración capitalista tiende a ser vista como un recetario
de medidas o políticas económicas (control de la inflación, ajuste presupuestal
y contracción económica, liberalización comercial y financiera, trastocamientos
al marco jurídico para promover la llegada de inversión externa, etc.) que
inciden sólo en ese terreno pero sin desencadenar ajustes y reacomodos
distributivos, productivos, o modificación de los equilibrios entre los actores
económicos, decidiendo entre perdedores y ganadores del ajuste. Por otro lado
tiende a hacerse un análisis que no incorpora debidamente el contexto de crisis
mundial del capitalismo y los trabajos de saneamiento y de salida a la crisis
que el capital y sus fracciones impulsan[3].
Sólo de vez en cuando se incorporan a la discusión las
dimensiones o consecuencias sociales del ajuste estructural y las políticas
neoliberales de globalización económica, pero son analizadas sólo en su
dimensión circulatoria y distributiva, y no en términos de los procesos ligados
al ámbito productivo y de la explotación y acumulación capitalista. Al
centrarse –en el mejor de los casos– en el uso de categorías como desigualdad,
pobreza, o exclusión, por un lado se olvidan las posibilidades de comprensión
que podría ofrecer el uso de categorías como explotación, forma de extracción
del plusvalor, flexibilidad, precariedad, acumulación, apropiación y
expropiación, transferencia de excedente, y por el otro, se pierde de vista la
articulación, mediación y múltiple determinación entre las tres esferas del
proceso de reproducción social (producción, consumo, distribución). El
corolario de este tipo de interpretación lo sintetiza un análisis en donde
estamos en presencia de un agotamiento y aniquilamiento del Estado-nación.
Las políticas de ‘estabilización macroeconómica’
(donde los objetivos básicos del estudio de la macroeconomía, como son el nivel
de la producción –crecimiento económico– y el del empleo –ocupación de los
factores productivos– han sido desplazados por el control de la inflación y el
mito o dogma del déficit –fiscal y comercial– subordinando los dos primeros al
control de los segundos) forma parte del proceso más abarcante de
reestructuración desde y para el capital, que experimentan de modo un tanto
diferenciado los países de América Latina.
Para conseguir la estabilidad de precios, el
equilibrio de la balanza de pagos y de las finanzas públicas, resulta
indispensable –en el esquema neoliberal– eliminar los ‘factores externos’ que
provocan el desequilibrio, y que ‘evitan que los mercados actúen’ (los famosos mercados de la teoría
neoclásica, el de trabajo, el de bienes y los monetario-financieros). Lo que se
recomienda es contraer la demanda vía la reducción del déficit público y la
contención salarial, lo que significa una redefinición no sólo del papel del
Estado en la economía (relación Estado – mercado), sino también del pacto
social (relación Estado – sociedad) y por supuesto de la relación capital –
trabajo, que está a la base de las dos anteriores. El realineamiento de los
precios buscaría influir en los cuatro precios líderes: El salario (su
reducción en términos reales y el incremento de la productividad); la tasa de
interés (con el fin de proteger a los ‘ahorradores’ del incremento de precios,
se ofrecieron atractivas tasas de interés); el tipo de cambio (después de la
devaluación, establecimiento de un margen importante de subvaluación, que
permita hacer competitivas las exportaciones y desincentive la compra de
activos del exterior) y los precios de los bienes públicos (ajuste al alza,
para proteger los ingresos públicos, acompañado de una restricción del gasto
social del gobierno, y del ataque al patrimonio público vía la privatización y
extranjerización de activos públicos).
Los esfuerzos de estabilización en las variables
macroeconómicas claves, son una parte de todo un complejo y abigarrado proceso
de recambio capitalista que, después de la insalvable crisis del modelo de
desarrollo basado en la industrialización sustitutiva de importaciones y su
agravamiento por la conjunción con el sobreendeudamiento externo, emergió en el
escenario latinoamericano de manera más clara desde 1982, sin embargo, los
retrocesos sociales y políticos asociados a las dictaduras militares en América
Latina daban cuenta de la arremetida política-militar impulsada por la
burguesía para anular toda iniciativa popular[4].
A diferencia de la instrumentación del programa del
Fondo Monetario Internacional en el cono sur del continente latinoamericano,
que tuvo como requisito, digamos previo, un período largo de restricción de las
garantías individuales y de dictaduras militares de seguridad nacional; en el
caso de México si su instrumentación en la forma es menos traumatizante
–porque además así lo permite una aún vigorosa dictadura de partido de Estado,
que para 1982 bordeaba los 55 años de existencia– en su contenido es de las más
rigurosas y de hecho hasta 1995 tendía a ser presentada como el paradigma de
una instrumentación ‘exitosa’ de la fe neoliberal. Las dictaduras buscaron
otorgar al capital las condiciones para posteriormente con base en las
democracias viables, formales, o de ‘seguridad nacional’, legitimar el proyecto
de asentamiento de un nuevo patrón de reproducción capitalista basado en la
economía de mercado, la restricción de la intervención del Estado, la
exportación de mercancías y el ángulo financiero de la acumulación de capital
La
participación –ó imposición- de las políticas del FMI en el ajuste de las
crisis de deuda y de balanza de pagos implica la remodelación de las relaciones
económicas y sociales precedentes, tanto al interior de la formación social,
como en la relación de la economía mundial y la local. De este modo la
actuación de los sujetos ó actores sociales tiende a favorecer al capital
financiero local y transnacional, a expensas de las clases productivas locales.
El FMI en su ‘contribución a la reestructuración de las economías del Tercer
Mundo’ ha tenido una participación singular: Propone su apertura a las
exportaciones y a los flujos de capital en momentos de expansión mundial; propicia
la extracción y transferencia de plusvalor del Tercer Mundo hacia el Centro en
épocas de crisis de deudas; e impone obligaciones económicas en períodos de
ingresos en disminución o de recesión económica mundial.
En este
sentido, la retórica del logro de la estabilidad y la superación de la
depresión económica, no es sino una mascarada y pasa a segundo término pues “la
finalidad de la política del FMI no es la estabilización de la economía sino la
regulación de un grupo particular de relaciones económicas y la consolidación
de un grupo particular de intereses financieros”. Es precisamente la actuación
del FMI y la acentuación de sus políticas lo que transfiere la inestabilidad y
la depresión de un grupo de actores sociales a otros: de Occidente al Sur, de
los banqueros y financieros internacionales a los productores, del Capital a
las clases sociales y desposeídas. Así lo que ellos llaman estabilización;
provoca desestabilización en las economías del Tercer Mundo (provocada por la
transferencia de valor y plusvalor), desestabiliza la reproducción y la vida de
los trabajadores (al reducir sus ingresos directos e indirectos ó al
condenarlos al desempleo y la exclusión), y desestabiliza al capital local
menos dinámico (por la suspensión de créditos o su encarecimiento y las
quiebras y bancarrotas)[5].
Al
contrario de lo que piensan los promotores internos y externos del
neoliberalismo, la volatilidad o flexibilidad de los tipos de cambio y de las
tasas de interés no es un factor de estabilización en economías como la
nuestra, todo lo contrario. Desde el punto de vista de los neoliberales nativos
y de su comportamiento pragmático, en el marco del “ajuste estructural” se
privilegia la apertura de las fronteras y de los mercados financieros locales
lo que tendrá por consecuencia la entrada de capitales externos, al establecer
reglas más suaves, o al eliminarlas (sus promotores internos piensan que la
llegada de los flujos de capital permitirá paliar la insuficiencia de ahorro
local), lo cual permitirá a las instituciones extranjeras recién establecidas
el control de las instituciones locales más lucrativas, pero no implica de
ningún modo que las primeras sirvan al mercado interno financiando proyectos
industriales, por el contrario, es el mercado financiero local el que sirve a
las instituciones internacionales, al permitirles aprovechar las coyunturas de
alta rentabilidad y al facilitarles su salida cuando las condiciones de
rentabilidad caigan[6].
Esta mayor integración de los mercados
financieros domésticos crea una mayor sensibilidad de la oferta monetaria a los
movimientos en el tipo de cambio y las tasas de interés, reduciendo la ya de
por sí endeble soberanía monetaria y las posibilidades de la “política de
esterilización” (al reducir la liquidez de la economía conserva su efecto
contraccionista, pero no puede resolver las distorsiones provocadas en la
esfera financiera, como son la falta de confianza y las dificultades para
conservar un tipo de cambio estable).
Las
transformaciones macroeconómicas que este tipo de mudanzas desataron en el
escenario nacional y latinoamericano (políticas de apertura comercial
indiscriminada, de sobrevaluación cambiaria con finalidades
anti-inflacionarias, de libertad a los flujos de capital de corto plazo y el
mantenimiento de altas tasas de interés internas -que intimidaban o
imposibilitaban la inversión- para financiar el déficit externo) tuvieron un
efecto bastante benéfico para la economía norteamericana, pues, por un lado
incrementa la exportación de sus productos a estas tierras[7],
y por el otro, encuentra colocación altamente rentable a sus capitales ociosos.
Nuestra economía termina dependiendo de las decisiones de los inversionistas
institucionales norteamericanos que consideran al país como un mercado marginal
dentro de su portafolio de inversiones. En el caso de México, la posibilidad de
volver a los mercados financieros internacionales de capital, ofrecida por la
renegociación de la deuda fue complementada y profundizada por el paquete de
reformas financieras, la desincorporación bancaria y el anuncio de la
privatización de empresas y sectores estratégicos, lo que da forma al proceso
de desregulación y vinculación del mercado financiero y de valores local a los
vaivenes de los mercados externos de capital.
Es
precisamente en el contexto de amplia disponibilidad de capital-dinero en
potencia, en que se efectúa la apertura de los mercados bursátiles
estadounidenses a las mayores empresas de los países latinoamericanos (ya en
plena internacionalización y globalización), que buscan la financiación de sus
proyectos de inversión. La otra salida a esas masas de capital-dinero líquido,
es mediante la inversión especulativa en los “mercados emergentes” aprovechando
la rentabilidad que ofrecían las acciones y los títulos de deuda, así como la
ausencia de regulación (hay que asentar que en algunos países latinoamericanos
como Chile no existe esta libertad de acción a los capitales de corto plazo y
especulativos, el reverso y paraíso de este tipo de inversión es, por supuesto,
México). Este proceso en que se aprovechan las condiciones de rentabilidad por
el diferencial de las tasas de interés (por la presión a asegurar la atracción
de capitales externos que financien los requerimientos fiscales y los de
financiamiento del déficit comercial o de cuenta corriente) tiene un efecto
adverso para la re-producción del capital social global en su conjunto al
disociar la política monetaria y el comportamiento de los mercados financieros
de capitales, de la economía real, en términos de sus necesidades de inversión
y capitalización, pues al desplazar la rentabilidad al sector financiero se
destruyen las posibilidades de financiación de los capitales autóctonos con
menor rentabilidad, lo cual desata un proceso de desvalorización y destrucción
de capitales, con su efecto en el mercado de trabajo (reduciendo el nivel de
empleo) y en el ámbito circulatorio propendiendo al incremento de precios[8].
2.-
Política sin economía, o discutir la democracia y la reforma del Estado sin
discutir el capital.
El
sistema-mundo moderno si no es el único sí es el primero que se organizó y
consolidó como una economía-mundo capitalista. Si en sus inicios se forma y
desenvuelve sólo en Europa, su lógica interna (la vocación global del capital o
como dice Samir Amin la ‘expansión mundial polarizante del capitalismo’)
lo impulsa a la expansión de sus fronteras externas. La economía-mundo
capitalista, es un sistema socialmente estructurado por una división axial
integrada, cuyo principio rector es la acumulación de capital (división mundial
del trabajo, relación entre capital mundial y fuerza de trabajo mundial, y
relación centro - periferia entre, de un lado, los sectores más monopolizados
de producción, y del otro, los más competitivos, elementos éstos que
posibilitan y conforman la transferencia del plusvalor del sector, las
formaciones sociales o las regiones periféricas, a los sectores, formaciones
sociales o regiones centrales y de los asalariados a los no asalariados).
De otro
lado, el sistema-mundo moderno ha desarrollado una estructura política
compuesta de Estados, los cuales proclaman su soberanía en una zona geográfica
delimitada, y colectivamente están vinculados en un sistema interestatal (el
sistema mundial de los Estados). Ahora bien la interrelación y las
posibilidades de hacer valer la soberanía son diferenciadas, el sistema
interestatal fija su funcionamiento a través de la conformación de la hegemonía
de uno o varios Estados sobre otros. La existencia formal del Estado en la
periferia (de los aparatos u organos de la institución estatal) no es ya
sinónimo de Estado capitalista nacional, pues aunque la burguesía local
controla en buena medida ese aparato, no controla el proceso de acumulación,
del otro lado el Estado burgués nacional propio de las formaciones centrales, y
resultado de estrategias o modalidades de desarrollo autocentrado, logra el
control nacional de la acumulación y las relaciones con el exterior se someten
a la lógica de la acumulación interna, no a la inversa (como ocurre con las
estrategia extravertidas en la periferia). El desarrollo de la polarización en
términos de las leyes que estructuran el funcionamiento de la economía-mundo
capitalista, da por resultado que en cada etapa de impulso de la mundialización
de la relación capital se efectúe una “renovación de la estructura periférica
en el nuevo estadio del sistema global en expansión y en transformación”[9].
Así como la
relación capital, como despliegue del desarrollo del modo de producción
específicamente capitalista, crea el mercado mundial a él correspondiente (en
tal sentido los equilibrios sólidos o precarios a nivel de las relaciones entre
las naciones y la forma de inserción y particular subordinación de las
distintas regiones y sub-regiones geográficas), del mismo modo crea y
desarrolla la forma-Estado a él correspondiente. El Estado-nación aparece como
piso y plataforma de lanzamiento de la relación capital, y como desarrollo del
modo de producción capitalista y específicamente capitalista, y su mercado
mundial específicamente capitalista, que propende al desarrollo de las formas
del Estado a él correspondiente.
Un enfoque
de este tipo que renuncia a asumir la mundialización como algo privativo de
estos tiempos, pues parte de asumir la conformación de un sistema-mundo desde
hace cuando menos cinco siglos, permite precisar epistémica e históricamente el
análisis de la relación entre mundialización capitalista y Estado-nación. Un
punto de partida que se ubique desde esta perspectiva exige replantear la
discusión acerca de los cambios en la forma-Estado, yendo más allá de la propia
categoría Estado (el punto de partida es el sistema mundial, no hay lugar para
una visión Estado-céntrica), o mejor, más allá de lo separado de los diversos
Estados como Estados-nación, para encontrar los elementos que nos permitan discutir
la unidad, la unidad existente en las formas y procesos en que se efectúan las
políticas llevadas a cabo para adecuarse al contexto mundial, a la novedad en
los funcionamientos del capitalismo mundial. Se parte de averiguar la
articulación dialéctica entre el capital global y el Estado y de los rasgos
comunes del funcionamiento de los diversos Estados-nación. Lo que está de base
en esta disposición analítica es reconocer un capital global mundial en
profundo movimiento, movible, volátil, frente a un Estado-nación como
territorialidad fija. La política estatal, la reforma o ‘el retiro del Estado’
busca garantizar la fijeza del capital, de un capital móvil, en perpetua
búsqueda de rentabilidad pero que necesariamente exige la existencia y no
desaparición de la institución estatal que asegure la gestión de la fuerza de
trabajo, de la soberanía monetaria y del mercado interno, gestiones éstas que
el capital, como capital privado no puede por sí sólo efectuar[10].
El enfoque de los partidarios del neoliberalismo y la
globalización parte de una dicotomía extrema que sintetiza Jean François Revel
del siguiente modo, “donde hay Estado no hay mercado y donde hay mercado no hay
Estado ... No pretendo decir que no haga falta el Estado, sino que su papel es
un problema. El mercado implica una independencia de lo económico frente a lo
político”[11], en esta
interpretación no se cuestiona la articulación dialéctica que se establece
entre el Estado, la Forma Estado y los cambios que experimenta en su
articulación con el mercado (sea nacional o mundial). En el caso de los países
latinoamericanos (muy ligado a las discusiones sobre ‘la transición a la
democracia’, la reforma del Estado y las políticas sociales), el análisis de
las relaciones Estado – mercado tendió a asumir como premisa el pasó de una
‘matríz Estadocéntrica’ hacia una ‘matriz mercadocéntrica’, algunos críticos de
este enfoque más atinadamente plantearon que la crisis y el ajuste estructural
dieron por resultado no menos Estado y más mercado, sino otro tipo de Estado y
otro tipo de mercado, nueva síntesis que incluye la subordinación de la
‘cuestión social’ (trato focalizado y politizado de la pobreza y la extrema
miseria) a una ‘acumulación más flexible’, la creciente financierización de la
economía, la apertura, desregulación y privatización selectiva, o en su caso,
discrecional; elementos que terminan por institucionalizar un esquema
concentrador en lo económico y excluyente en lo social.
(*)Técnico Académico del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM.
Torre II de Humanidades 4o. piso, tel. 623 00 33, e-mail: joseg@servidor.unam.mx
[1] Véase Alfredo Eric Calcagno y Alfredo Fernando Calcagno. El universo neoliberal. Recuento de sus lugares comunes, Buenos Aires, Alianza editorial, 1995, 500 págs.
[2] En nuestra opinión, dicho sea de paso, este enfoque sintetiza la propia trayectoria de la ciencia económica convencional, en el sentido del desplazamiento de su objeto de estudio. Si bien es cierto que la economía clásica nace y se desarrolla incorporando la discusión de la producción y reproducción de los factores creadores de riqueza (trabajo, tierra y capital), alcanza su desarrollo más amplio en la Crítica de la Economía Política, pues el objeto de estudio lo conforma el proceso de producción y reproducción de la vida material, distinguiendo claramente entre los procesos de trabajo, y reproducción de los de valorización y acumulación. Esta línea es dejada de lado y el objeto de estudio de la teoría económica convencional pasa a ser la consecusión de equilibrios o el aseguramiento de la estabilidad del sistema (el acento tiende a ser puesto entonces en el aspecto macroeconómico ligado al estudio de los precios y el mantenimiento de un determinado nivel de aumento de los mismos, o en el dogma del déficit, sea este fiscal o externo, en otras palabras, el aseguramiento de equilibrios en los balances de las cuentas externas y presupuestales).
[3] Una notable excepción a este tipo de argumentaciones es la que ensaya José Valenzuela Feijóo en su libro “Crítica del modelo neoliberal”, México, Facultad de Economía – UNAM, 1991, 160 págs.
[4] Véase Agustín Cueva, “El desarrollo del capitalismo en América Latina”, México, Siglo XXI, 1994, en especial págs. 219 – 275.
[5] Véase James Petras. Estado y y régimen en Latinoamérica. Ed. Revolución, España, 1987, pág. 123 - 163. En este mismo trabajo Petras establece lo que podría ser una inicial tipología acerca de cómo se da la intervención del FMI y los factores que tiemden a influenciar su orientación. Él distingue o localiza –en términos de las relaciones FMI - Estado–, 3 posibilidades o experiencias: Subordinación (cuando de hecho personal del FMI ocupa posiciones clave de la administración pública y se cede la soberanía), convergencia y acuerdo subordinado (donde el FMI diseña el plan, pero deja un margen de ‘autonomía’ pues su instrumentación corre a cargo de autoridades del Estado), negociación y resistencia (donde las políticas del FMI son rechazadas por la movilización sindical y popular, sin embargo, el fracaso de la respuesta de los de abajo ha tendido a acentuar el ajuste, ye sea por reprimendas especulativas o financieras o por boicots de las propias ‘burguesías nacionales’). Estas tres formas estarían moduladas por el grado de desarrollo de la estructura económica y estatal y por la influencia laboral. En general, en América Latina, las burguesías nacionales y las clases productoras tendieron a adaptarse al nuevo modelo de acumulación orientado hacia el exterior, de tal modo desviaron los costos del ajuste a los grupos asalariados locales.
[6] Cfr. Pierre Salama. La dolarización. Ensayo sobre la moneda, la industrialización y el endeudamiento de los países subdesarrollados, México, Ed. Siglo XXI, 1990, en especial págs. 35 - 40.
[7] “El comercio global entre los EE. UU. y América Latina saltó de US$110 mil millones en 1989 hasta un monto anticipado para 1995 de US$180 mil millones”. Time, Noviembre 27 de 1995, Separata.
[8] Véase Francois Chesnais. “Notas para una caracterización del capitalismo a fines del siglo XX” en Revista Herramienta, Argentina, 1997. Versión electrónica en http://www.wp.com/mas/chesnais.html
[9] Samir Amin, La desconexión, Buenos Aires, 1988, IEPALA editorial. pág. 69.
[10] Recogemos en esta parte el planteo de John Holloway, Revista Perfiles Latinoamericanos núm. 1.
[11] Guillermo Gortázar (comp.) ¿Ideologías sin futuro? ¿Futuro sin ideologías?, Madrid, Complutense, 1993, 96 págs.
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(*)José Guadalupe
Gandarilla S. Investigador de la UNAM. Correo Electrónico: joseg@servidor.unam.mx