AMERICA LATINA:  LAS TRANSICIONES INFINITAS.   

Federico García Morales

El neoliberalismo, esa tremenda entrada del sistema transnacional en América Latina—y en otros continentes--, aprovechó en su primera época la plenitud y los remanentes de sistemas políticos autoritarios.  Se instala, indudablemente no mediante la fuerza del mercado, sino bajo el amparo del estado, de gobiernos fundamentalmente centralistas y corruptos.  Y así  transcurre esta "modernización" con apoyo del régimen peronista en Argentina, de las democracias fingidas, liberales o conservadoras en Colombia, o con la instalación fujimorista en Perú, con el eterno Pinochet y sus sucesores en Chile, con el consolidado apoyo de los gobiernos priístas en México, con las facilidades que el estado despótico ofrecía en Egipto, en Pakistán, en África, en Indonesia,  en el este de Europa...

Un aspecto novedoso, y no bien examinado de esta implantación económica, es que ha ido a parejas de un proceso político: el de una supuesta transición a "la democracia",  que hay que entender como el control de los mecanismos del estado por parte de los grupos corporativos transnacionales. Para éstos, esta ambigua "transición" democrática tiene pleno sentido—para el resto, sobre todo para los que ofrendan sus fuerza de trabajo, para las grandes mayorías medias y pobres, no. Para ellas, "la transición" llega a ser una promesa que de tanto no cumplirse, se desvaloriza ante la patente efectividad de que nada en realidad cambia. Es demasiado la envoltura del mismo régimen económico.   Quizás por eso, hay muchas dificultades en maquillar el proyecto de estado en marcha, que por un lado debe servir a la instalación corporativa y sus demandas de mayores ventajas, y por otro, alcanzar cierta legitimidad frente a "la gente"—término que se usa cada vez con más frecuencia, frente a los más antiguos "pueblo", "nación" o "ciudadanos", qué decir "clases trabajadoras". Por lo general, en los ya largos períodos de "transición" este equilibrio nunca se alcanza. Y la "gente", el "pueblo", etc., se quejan de lo que ven como "la transición infinita".

Y entonces, los nuevos sirvientes del gran capital, a veces con sólidas prosapias "socialistas", se ofrecen para poner fin a la transición. Invocando la posibilidad de un "nuevo pacto social" entre el pueblo y sus demandas y los que se llevan la parte del león. Pero por lo general, esta "transición" se invoca encima de la fragmentación entre economía y política, dejando de lado toda consideración de la materia económica, cuyos secretos quedan en manos de los dueños del capital y de sus máquinas internacionales, para entrar de lleno entonces a una aparentemente apasionada discusión de las cosas políticas, que nunca es política sobre algún proyecto de país, sino pequeños arreglos de cuentas sectoriales o que tienen que ver con rezagos  del período autoritario nunca bien resueltos.

 Así, el escrutinio  de "la gente", del "pueblo", del "ciudadano", etc., se detiene en lo que sólo muy remotamente interesa a los acaparadores de ganancias, y en la realidad todavía más remotamente, a "la gente", "el pueblo" y "el ciudadano" explotado o medio muerto de hambre, que quedan separados de "la transición" que realmente vale: la de la reparación de las injusticias y de la inequidad en el reparto del excedente. Y la transición se transforma así en un escandaloso circo romano en donde falta el pan.

No cabe duda que "la transición" ha sido profundamente deseada y buscada en Chile.  Pero desde que el término se inoculó y se instaló  en los finales de la dictadura de Pinochet, tuvo traducciones "políticas" por completo separadas de la muy deseada transformación económica a que aspiraban las masas que buscaban el fin de la dictadura y de sus dispensas al gran capital. Muy al contrario, "la transición" tuvo desde entonces también una versión en el surgimiento del socialismo "renovado", que repetía los decires neoliberales, mientras proporcionaba su esforzado apoyo a una economía de "holdings", que se levantaba sobre las fundaciones puestas por la dictadura. Y eso siguió por los años y los años, mientras la "política" se balanceaba entre "lo que no se podía hacer"  y una alargada vociferación en torno a los candados constitucionales, el deplorable expediente sobre derechos humanos siempre pendiente y las aventuras del vitalicio Capitán General.  En esos años, las privatizaciones seguían su curso inexorable, mientras los informes oficiales se ufanaban de "la trasnacionalización del capital chileno".

Argentina ha vivido la transición a su modo, en donde graciosamente no se ha alcanzado  la democracia política (encallada por largo tiempo entre las reelecciones de Ménem  la corrupción justicialista y la ambivalencia radical),  mientras en el frente económico proseguía la concentración, la desnacionalización y crecían los espacios de pobreza. El clímax vino al final a materializarse en el ascenso de un gobierno que se encaramó en ilusiones y sólo materializó traiciones, encarnado en un abogado corporativo (¡ vaya equivocación!), Fernando De la Rua, que aprovecha esa bonanza provista por ventajas sobre el peronismo detestado... para continuar con las políticas neoliberales de Ménem, demostrando que también el capital se podía reelegir.

Hasta aquí se demuestra que el éxito en la instalación de nuevas formas de predación –para no incurrir en la neutralidad  de aludir a "modelo económico"-- , acompañadas de una profunda desarticulación  de las clases trabajadoras, ha permitido establecer mecanismos muy reales, a pesar de su apariencia mendaz y aventurera, de reproducción y de sostenimiento de los intereses corporativos dominantes.

La mendacidad se encierra en los discursos "sociales" de los gobiernos Concertacionistas, en las actitudes fingidas—"derechohumanistas"—de De la Rua y en los discursos del poder  (incluyendo los de la oposición) y en  los llamados a buscarle "gobernabilidad" al delfín mexicano.  Todas formas de mendacidad  operando dentro del espacio hegemónico  provisto por "el pensamiento único", donde todo se admite menos el cuestionamiento de la falacia neoliberal del "mercado redistribuidor de oportunidades" y del estado como "protector de la apertura de los mercados".  El aventurerismo implícito descansa precisamente en este despilfarro de horizontes que significa plegarse a este "pensamiento único" y doblegarse a las hegemonías imperiales. A veces, claro, en América Latina, "la gente", "el pueblo", "el ciudadano" ha creído llegar al momento decisivo, en donde junto con romper con un pasado de discriminaciones odiosas, de corrupciones y de autoritarismo, podría "abrir las anchas avenidas", para encontrarse ... con espantajos. Y más de lo mismo.  Eso es lo que ha pasado recientemente en Perú y en México.

En Perú, hace ya una década, la descomposición de los gobiernos militares, democristianos y apristas llevó el poder a Fujimori... y con él, en una encendida lucha contra el terrorismo y la inflación, se sedimentaría una separación entre la política, enderezada a las reelecciones del salvador de la democracia, y una economía de privatizaciones, corrupción y repartos que venía a favorecer a una nueva clase política en formación, de compinches del dictador. Con el tiempo  "la política" vino a plantear "la transición" de la dictadura de Fujimori, en su tercer empeño de reelección fraudulenta, en unas elecciones en donde se pusieron varios contendores de partidos de fantasía,  y en donde uno, Alejandro Toledo, ex funcionario del Banco Mundial, parecía contar con oportunidades para desafiar al sistema.  Sin embargo, esta postulación estaba constituida por la misma sustancia, y promovió una línea vacilante que terminó entregando fácilmente el poder a Fujimori.   ¿Cómo podía ser Toledo alternativa , si decía querer continuar "construyendo sobre las bases sanas de la política económica de Fujimori"?¿ Si sólo ofrecía continuar con las privatizaciones? ¿ Si su percepción de la economía, coincidente en absoluto con las directrices del Banco Mundial y del FMI, lo mantenían como el reflejo fiel del "otro"? Con esta lógica, Toledo ha buscado atraerse a los sectores corporativos y a círculos dirigentes en los EEUU, ante los cuales, él. Toledo, se ofrece como una solución de recambio ante el debilitamiento social de Fujimori . Sin embargo, las cosas las ha llevado Fujimori y el establecimiento militar y empresarial a tales extremos, que se ha dado origen a una verdadera rasgadura política, marcada por grandes y violentas movilizaciones,  en donde si la inmensa miseria peruana viene a plegarse al diferendo democrático, pudiera ensancharse el abismo, creando el espacio para una situación revolucionaria, que pudiera verse mitigada ...por un golpe de estado, que hasta donde se sabe ha sido pospuesto con cierta dificultad.  Con lo que el problema peruano vuelve a reenfocarse en el nivel político, donde se hacen valer también las ambigüedades.    Recientemente,  Toledo ha estado haciendo antesalas en México para llegar a admirar—quizás a adorar—al nuevo ícono neoliberal surgido en las elecciones mexicanas recientes,  Fox.  Lo que nos lleva a examinar este otro "fenómeno transitorio".  

Fox, ex gerente de la Coca Cola, nos viene a enseñar que la mercadotecnia no sólo sirve para construir ganancias sino también para ganar elecciones.  Una gran operación de mercado, donde " los ciudadanos","la gente", "el pueblo", fueron vistos esta vez como "clientes", profundamente deseosos de dejar de consumir un producto, el presidencialismo priísta, llevó al triunfo de este empresario que denunciaba las políticas económicas priístas como "una gran fábrica de pobres". Ya habiéndose alzado con la elección, y ya en el terreno de organizar su gobierno, Fox ha iniciado su transición reclamando fondos para ello y contratando a una empresa transnacional para la tarea de seleccionarle a los integrantes de su futuro gabinete. Ha visitado al ministro de Hacienda de Zedillo, y ha podido ahora expresar su admiración por la arquitectura económica que habrá de continuar. Ya anuncia una economía en gran apertura, con una sólida garantía para los capitales internacionales, que favorecerá, a no dudar, un estrechamiento de las condiciones de vida, como lo demuestra su anuncio de implantar impuestos al consumo . Sus proyectos indican que los niveles de vida se verán además afectadas por despidos y por la obsesionante presencia de una nueva expresión del autoritarismo que se viene modernizando desde los tiempos del Panópticon de Bentham: el control de calidad.

Así, en medio de una batalla que entrega un resultado políticamente positivo, el fin de un sistema de partido de estado, que había gobernado por más de 70 años, en donde la gente, el pueblo, el ciudadano, el trabajador, votó por "el cambio", surge la idea de que el elegido ha recibido un cheque en blanco que le permite por si y ante si, ir a la realización de un proyecto económico reaccionario. Lo que vendría a ser un nuevo capítulo de mendacidad y aventurerismo.

Sin embargo esta utopía reaccionaria sólo podría hacerse efectiva  con la complicidad de "oposiciones" que le otorgaran "gobernabilidad". Y entonces, el gobierno de Fox se anuncia, de entrada, como un gobierno "concertacionista".

  Es muy largo dar con una fenomenología de los proyectos de Fox, pero lo dicho basta para imaginar la clase de "transición " de que se trata.  Con Fox se puede estar iniciando una más de las "transiciones infinitas" , tan del gusto del Banco Mundial y del FMI.  (El propio candidato, aludiendo a sus futuros miembros de la administración, señala precisamente, que serán escogidos entre gente de confianza de dichos organismos). Y por eso, el instinto de Toledo lo ha llevado a concurrir en la admiración de este nuevo adalid de "la transición" , de quien , Toledo dixit, "hay tanto que aprender"... ya que es posiblemente la encarnación mexicana de Fujimori.  Pero esto es una suposición. Entretanto lo que valen son las identificaciones que el propio Fox va externando con las políticas económicas del pasado reciente mexicano, que no son, precisamente políticas mexicanas, sino políticas que tienen que ver con algo que también entusiasma a Fox: el fin de la soberanía.

Debe anotarse que si en las transiciones infinitas algo ha venido a apoyar la separación de la economía de la política, y a rebajar el sentido de la política e imposibilitar la construcción efectiva de un tránsito, ha sido la descomposición de los partidos políticos, como efecto en gran medida del montaje y desgaste autoritario y de la introducción del nuevo reparto neoliberal y la ideología que lo acompaña. Aquí los llamados a la "democratización" aislada de todo contexto social o económico, una democratización esquizofrénica, ha diluido las oposiciones políticas sustantivas de sistemas clasistas, en un tibio caldo centrista de clientelas indefinidas, proyectos sin rumbo  y de cumbres dispuestas a la transa.  Este rasgo ha conformado períodos en donde se precisa la disolución de muchos institutos políticos que sostenían en algún momento posturas antiburguesas y antiimperialistas.  Pero esa disolución originó de por sí crisis largas. Vale el ejemplo de la demolición bajo los generales y Fujimori, de los partidos democristianos, del APRA y de las tendencias socialistas en el Perú. De la operación  que desde Pinochet a la Concertación, casi terminó con una izquierda significativa en Chile y con una completa transformación con fuertes enlaces para el servicio corporativo de las amalgamas que se definen como centro o centro-derecha.  Con mucha frecuencia los agrupamientos electorales ya toman en América Latina nombres de ocasión que poco significan dentro de las tradiciones históricas. Generalmente se describen como simples "alianzas", realzan el nombre del país o proclaman vocaciones de "cambio". A veces agregan simples numerales que recuerdan el cambio del milenio.  Todas, a pesar de contener un lastre de clases especificas, ocultan sus sustancias clasistas. Esta situación si algo favorece, es el aparecimiento de nuevos autoritarismos y decisionismos, como quedó demostrado en los casos de Cardoso, de Fujimori , de Ménem y de De la Rua.  Lagos coquetea con volver a dibujar una figura "presidencialista" con muchas atribuciones, pero no tantas como las que muestran "los poderes fácticos", entre otros, el sector corporativo. La política "democrática", anclada en el interés corporativo, tiene límites.

Pero es en México, un país con un peso considerable en el hemisferio, en donde viene dibujándose con harta claridad un intenso proceso de disolución del sistema partidario. Aquí, venía ya dándose un proceso crítico en el partido oficial. Aquí la política había posicionado a los otros partidos en la línea de la política pura, y el proceso de la última elección general y sus resultados ha intensificado la crisis interna de todos ellos. Todos, avasallados por "el pensamiento único", se encuentran de pronto sin proyectos plausibles que ofrecer a este país con un 60% de pobres. Algunos se encuentran en una tremenda dislocación de jefaturas, particularmente el PRI, que perdió su cabeza institucional y viene descubriendo sus inadecuaciones para continuar proveyendo a favor del neoliberalismo. Lo curioso es que el PAN se viene también encontrando con incapacidades para seguir conduciendo de manera soterrada—y manteniendo así cierto apoyo de los sectores medios—su soporte al sistema corporativo, que ahora demanda una desembozada incondicionalidad.  Y el propio Fox, terminado el discurso de campaña .... sigue en campaña, ahora con un discurso nuevo, enteramente corporativo, que deja estupefactos a sus adherentes populares.

 El PRD, fuera de quedar sin "objetivo político" con la caída del partido de estado, se encuentra con un sistema interno y externo de alianzas entre grupos que difícilmente podrían coincidir con las nuevas definiciones de lo que podría ser una "centro-izquierda", y que tampoco podrían sostener conjuntamente una definición que fuera siquiera "moderna" de izquierda en el espectro y en el contexto mexicano, sobre todo si continúan en la elaboración de discursos en donde "la política" sigue desvinculada de "la economía". Tampoco el espacio político de una izquierda podrá crearse a través de un juego de alianzas oscilantes , unos días con los restos del PRI y otros días con el PAN, es decir con cualquiera de las variantes neoliberales.  Sin embargo, hay en estos días algunas reacciones positivas, y surgen voces que hablan de marchar hacia la construcción de una izquierda "como Dios manda" , es decir, de la construcción de una alternativa que se funde en las demandas de los pobres y de los explotados de México, que son una indudable mayoría.                                                                                                                                                                                          La inevitable destrucción de este aparataje político y de sus vocaciones centristas, en abstracto favorecería los manejos de la derecha corporativa al corto plazo—que aprovecharía la situación para seguir empujando la entrada de esquemas empresariales y caudillescos.  Sin embargo, la quiebra de estos aparatos trae consigo la inestabilidad y la perdida en una gran mayoría de la población de "esquemas de vida".  El PRI, por ejemplo, se había mantenido en la medida en que alimentaba clientelas y redes clientelares que amarraban a decenas de millones de gentes. Eso se acabó, debido fundamentalmente, a la alianza construida por las cumbres partidarias y de gobierno con el sector corporativo que arruinó a gran parte de esta clientela tradicional,  y esa disgregación no va a encontrar tan fácilmente una nueva conducción, con una izquierda confusa y una derecha incapaz que opera con valores ajenos, y un centro que será muy difícil de ubicar.

Mientras, cada día se hace más claro en México que los partidos políticos ya no cumplen un papel significativo en relación con las decisiones de estado y que éstas se adoptan a partir de los centros de influencia empresariales y corporativos nacionales e internacionales.  Este es el secreto de "la continuidad" a que aluden muchos analistas en estos días. Algo que se irá exacerbando en los meses que vengan. ¿A dónde irá así "la transición democrática" ??  ¿Habremos llegado a tal grado también en la disolución del pensamiento político que estaremos ya maduros para aceptar que la democracia—como ya andan diciendo—es la tarea "histórica" del gran capital transnacional?

En América Latina, la política aparente, discutida y propagandizada por "la clase política", con una economía que fluye aparte  por las tuberías corporativas, nos conduce a "la transición infinita", que sólo "el pueblo", "la gente", "los trabajadores",etc., sabrán hasta dónde podrán resistir.  Pero, en tanto se trate de la construcción de una teoría de la situación de lo que interesa: "el pueblo", "la gente", " los trabajadores", etc., vendrá a ser importante plasmar una unidad entramada de sentido entre la economía que nos afecta y la política que realicemos.  Entretanto, las"políticas de transición" conducen el interés corporativo y como "ideología dominante" operan con toda su ramplonería, empujando hacia los primeros planos a fantoches ignorantes  de las consecuencias de sus empeños y a charlatanes de feria esquizofrénicos que tratan de vender las versiones populistas del recetario del imperio.

                                           

Otros comentarios sobre las transiciones:

E.Semo: Fox entre la continuidad y el cambio

J.L.Calva: neoliberalismo económico y voto de castigo

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J.Insunza: Los Cien días de Ricardo Lagos